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Bajo la mirada de los cuervos

domingo, 23 de julio de 2023
Dedicado a José Luis González Ruano, con quien compartí, a principios de este siglo,
la preocupación vivida en aquellos años sobre la desaparición paulatina del cuervo
en Gran Canaria, especie que el ser humano había llevado hasta el borde del exterminio.

"Cría cuervos y te sacarán los ojos" -categórica sentencia que, a lo largo de los años ha provocado en esta especie ornitológica más daño que beneficio, pues es el ser humano muy dado a extrapolar al mundo animal sus miedos y terrores, su proceder siempre interesado y muchos de sus defectos.
Es pues este artículo un canto a favor del cuervo y de todos los córvidos en general. No es gratuito mi acercamiento, obedece sin lugar a dudas a razones que justifican su extraordinario valor para la salud del ecosistema.
Es necesaria este incondicional apoyo porque la leyenda negra gestada a su alrededor no sólo se restringe al refranero popular español, sino que frases, dichos y Bajo la mirada de los cuervoscomparaciones odiosas ponen en la picota a este bello e inteligente pájaro en todo el orbe terráqueo.
El menosprecio a tan beneficiosa ave, no en vano se trata del último carroñero que nos queda en la isla una vez el ser humano se ha encargado a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo -en concreto a punto de iniciarse el otoño de mil novecientos cincuenta y ocho-, de erradicar al ave necrófaga por excelencia, nuestro querido guirre, es costumbre generalizada.
La desaparición fue el resultado de un daño colateral, consecuencia del envenenamiento masivo de los campos de cultivo, en un intento más perjudicial que beneficioso, de combatir la plaga de langosta o cigarrón berberisco, pues si bien es cierto que murieron por millones las langostas africanas, la plaga arrasó igualmente con todo lo verde que encontraron, quedando, gracias a la intervención humana, el campo lleno de pesticida tanto en la tierra como en los cuerpos de los insectos abatidos. Lo cierto es que tras la última plaga, el guirre desapareció de nuestra isla y una enorme cantidad de pequeñas avecillas fueron también pasto de los efectos del veneno. El festín que celebraron los guirres con los cadáveres de los cigarrones berberiscos, les aportó un envenenamiento masivo y una letal pérdida de fertilidad. El resultado final era inevitable: la extinción del guirre en nuestra isla.
Alegra el ánimo y transmite esperanza el hecho de que en Fuerteventura los individuos reproductores de esta emblemática especie se acerquen al centenar de ejemplares, lejos ya de aquella veintena crítica de hace un par de décadas que presagiaban también la desaparición de la población más abundante del archipiélago. A nosotros sólo nos quedan referencias toponímicas de su existencia en Gran Canaria; Alto del Guirre, Lomo del Guirre, cañada de la fuente del Guirre, Llanos del Guirre, Los Guirres...
También alegra el hecho de saber que la población palmera de córvidos ha visto engrosadas sus poblaciones tras un cambio en la conducta de sus individuos que no es otra que el aprovechamiento de miradores y zonas con presencia de turistas que les ofertan alimentos. Algo que se creía perverso para la conservación de la especie se tornó en beneficioso -me confesó, días atrás, un agente de medioambiente en el mirador de la Cumbrecita- Nunca la población palmera del cuervo gozó de un grupo tan numeroso de individuos.
Pero volvamos a nuestros cuervos que, al igual que las poblaciones presentes en tierras majoreras y palmeras, se recupera afortunadamente.
Más allá del refranero, muchas son las leyendas pergeñadas alrededor de su figura, en todas las tierras y latitudes. Próximas a nosotros están las bien conocidas de los cuervos de Zamora y la de los cuervos de Guguy, ambas muy parecidas, pues tienen que ver con deriscamientos de seres humanos o senderistas extraviados, muertos luego por sed e inanición y, cómo no, con la presencia de los "malvados" cuervos que una vez los localizan, picotean sus cuerpos, extrayendo los ojos a los cadáveres de los infelices humanos.
Si bien es cierto que estos cuentos y narraciones relatadas al calor de la lumbre, forman parte del elenco de historias para no dormir, con las que se asustaban -y aún se asustan-, a infantes y jóvenes campistas cuando, en torno a los fuegos de campamento, se cuentan historias de miedo, el resultado es similar: un temor y una inquina hacia las negras aves que, para mayor tragedia para su supervivencia, son consideradas aves de mal agüero.
Y si todo esto no fuera más que suficiente, los cuervos, junto a rapaces nocturnas como el búho, mochuelo, lechuza, autillo... fueron aves que siempre ha utilizado el ser humano para relacionarlas con el mal, con los seres más perversos, tanto en la vida real como en las películas: asesinos, vampiros, brujas o demonios.
Es sorprendente pues que aún no haya sido extinguida esta especie ante una aversión tan generalizada como inmerecida. Otros córvidos como el arrendajo, la corneja, la urraca, el rabilargo, la chova, la graja, la grajilla... no sufren de igual modo los rigores de tal leyenda negra, ya sea por sus colores, por su menor tamaño o porque el ser humano las ha dejando al margen de sus miedos, locuras y tragedias.
En nuestras islas, sólo otro córvido se encuentra establecido como especie endémica y sólo se encuenta en una isla, la isla de la Palma. Se trata de la chova piquirroja -Bajo la mirada de los cuervosPyrrhocorax pyrrhocorax barbarus-, un símbolo de la avifauna de la isla que no recibe una inquina semejante al cuervo en su periplo vital -aprovecho estas líneas para expresar a la población palmera mi dolor y pesar ante la pesadilla que están viviendo a causa del voraz incendio que están sufriendo-.
Sólo el respeto por el cuervo, como una especie más que enriquece con su presencia la biodiversidad del planeta aportando al ecosistema, salud y equilibrio ecológico, es razón suficiente para que goce de protección y cuidado.
Pero si además unimos su belleza, su singular canto, su comportamiento, tenemos elementos referenciales suficientes para merecerse el respeto que cualquier ser vivo debe tener.
Pero es que cuando el ser humano analiza su modo de vida y costumbres, tampoco hay razones de peso que justifiquen ese deseo ancestral de exterminarlos.
Es el cuervo de nuestra tierra, una subespecie propia de las islas, reconocida por los ornitólogos como Corvus corax canariensis, fácil de identificar por su plumaje negro desde la cabeza hasta la cola, patas negras, pico y ojos negros. De gran envergadura -la mayor de la familia de los córvidos-, presenta irisaciones en su plumaje, reflejos metálicos verdosos y azulados. Inconfundible tanto en el suelo como en vuelo, es un ave muy hábil, capaz de alimentarse prácticamente de todo, desde semillas, pequeñas briznas de hierbas y plantas jóvenes, hasta insectos, pequeños animales como ratones, crías de conejos, lagartos y restos de animales muertos. Es pues una especie omnívora y carroñera.
Sus poblaciones actuales se encuentran en franco retroceso en algunas islas, el caso de Tenerife es el más preocupante y, hasta hace muy poco, con escasas poblaciones, otras como La Palma y Gran Canaria.
Es posible que la población más amplia se encuentre en la isla de Fuerteventura donde es habitual ver ejemplares de esta ave desde la costa hasta las zonas más altas de la misma. Aquí, los cuervos están acostumbrados a la comida que le ofertan los turistas extranjeros, que sí respetan y valoran la vida de las aves pues se consideran amigos de ellas. Al mismo tiempo son desconocedores de que su comportamiento al alimentarlas, al igual que lo hacen con otros animales del entorno, rompe los hábitos naturales de esas especies e incide en el tamaño de sus poblaciones, Sin quererlo, potencian un desequilibrio ecológico que se traduce en ecosistemas menos saludables, pues favorecen la presencia inusual de muchos ejemplares de las mismas especies en esos lugares. Pero, ironías del destino, me desvela un agente forestal que en este caso, "no hay mal que por bien no venga" -como dice el refrán y, observaciones objetivas han confirmado que la costumbre del ser humano de alimentar a los cuervos ha supuesto en estas islas un notable aumento en sus poblaciones.
Así lo he observado en los miradores de Fuerteventura, donde, a pesar de los numerosos letreros en los que se prohibe expresamente alimentar cuervos y ardillas, el turista, buscando su proximidad, a sabiendas que adquirido el hábito, terminarán comiendo directamente de sus manos, llevan frutos secos, galletas, pan, embutidos y, sin pensar en las consecuencias asociadas a tales acciones, los alimentan. No digo que la generalización de este hábito pernicioso sea la razón de esta realidad pero, lo cierto es que la población de cuervos canarios en la isla es la más numerosa del archipiélago, contabilizándose más de un millar de ejemplares cuando en islas como Gran Canaria y El Hierro apenas llegan o superan con dificultad la veintena de ejemplares.
He querido traer a este artículo una crónica antigua, fechada en mil seiscientos sesenta y dos, para entender que el recelo y el rechazo a su presencia en los cielos canarios, viene de lejos. En aquel entonces -entiendo que su elevado número la elevara a categoría de plaga-, en una de las actas del Cabildo de Fuerteventura -entonces dicha institución tenía su sede en Betancuria-, emitía el siguiente edicto para la población: “Por la cantidad de cuervos que hay y el daño que hacen en los animales por estar flacos, se manda que cada vecino traiga seis cabezas de estas aves en término de cuatro meses”. Lo cierto es que no es necesario alejarse tanto en el tiempo para encontrar testimonios de la actuación de esta especie en el campo y en el ganado. Con o sin sequía, los ganaderos majoreros se quejaron siempre de que los cuervos no dejaban un baifo vivo, al tiempo que los agricultores manifestaban que dichos pájaros se alimentaban de las escasas cosechas de millo, garbanzos y arvejas que crecían en sus gavias. Esta queja histórica se ha vuelto actual ante la cantidad de cuervos en la isla, hecho que ha llevado al Cabildo a exigir en los últimos años, urgentes medidas de control al Gobierno Canario.
No deseo entrar en este debate y desviarme del tema principal. Es trabajo de expertos el estudio, análisis y gestión de sus poblaciones.
Recupero el hilo de la defensa del cuervo canario con una cita del libro del escritor a quien dedico este artículo, extraída del su publicación: "El camino de Santiago en Gran Canaria" editada en el año 2010:
"Lo cierto es que los cuervos, otrora numerosos, se extinguen en Gran Canaria. Quedan poco más de dos decenas de ejemplares. No quiero imaginar el final. Los cuervos siguen el rastro de la gente. Si desaparecen, dejarán la tristeza de su ausencia. Un mal presagio".
Recuerdo que en nuestra preparación de su publicación y de las que serían, años más tarde, un cuento y una novela sobre el Camino jacobeo en la isla, en el proceso de registro y recogida de datos, de análisis de las rutas trazadas, de las observaciones estacionales que hacíamos para ver los momentos del día y del año más propicios para las observaciones de fauna y flora, el cuervo era una especie escasa, rara de observar. Los ejemplares supervivientes en la isla redonda eran muy pocos, tan pocos que la negra sombra de la extinción se cernía sobre ellos. De las ciento cincuenta parejas que aparecían censadas para la isla en la década de los ochenta del pasado siglo, en el año 2015 sólo siete u ocho parejas podían observarse. Nunca estuvo la especie más cerca de desaparecer. En la actualidad podemos contabilizar una veintena de parejas, lo que en verdad supone una pequeña esperanza, aunque el peligro acecha pues suponen muy pocas parejas para garantizar su futuro.
Y siempre, tras la desaparición, se encontraba el ser humano. Solo fue necesaria una acción, la que vamos a relatar, y la especie perdió de repente la mitad de los efectivos que tenía en la isla. El lugar: la presa de los Hornos y sus alrededores. De pronto aparecieron muchos cuervos muertos, se contabilizaron venticinco. No murieron solos, le acompañaron aguilillas, perros y gatos. ¿La razón? El veneno. Era la época en que una denuncia del veterinario Pascual Calabuig del centro de recuperación silvestre de Tafira ratificaba la causa de la muerte de estos animales en la cumbre: trozos de pollo con venenos letales (carbuferano y metomilo) ¿Quiénes eran los responsables? Aquellos que creían que los pollos de perdices y gazapos de conejos estaban en riesgo por esta especie que más que depredadora es carroñera.
Siempre la misma respuesta de quienes aman la muerte más que la vida. Una vez más la selección interesada del ser humano, en este caso los cazadores, de distinguir animales útiles -los conejos y las perdices-, de animales indeseables -los cuervos y las rapaces-. No es necesario que sea un colectivo al completo -de hecho nunca lo es-, basta con una pequeña representación de irresponsables, de ignorantes personajes que justifican el todo vale sin ver más allá de su mirada las terribles consecuencias que acarrean sus acciones letales, que no saben, no entienden o no quieren conocer la complejidad de la cadena alimenticia -esa pirámide trófica que afecta a todos los seres vivos y que no se para a discernir -porque no puede- a quien dirigir el daño ocasionado, sobre qué especies concretas incidir, sino que, muy al contrario, la cadena del veneno acarreará indiscriminadamente la muerte a muchas de ellas.
Corvus corax canariensis, así reconocen los ornitólogos y cualquier amante de las aves al cuervo que habita en nuestras islas y que es endémico a nivel de subespecie.
Fuerte y robusta, esta ave que viste de negro brillante todo su cuerpo incluidas las patas, el pico y los ojos, presentan metálicas irisaciones azuladas y un brillante plumaje, pudiendo alcanzar en vuelo, en el caso de sus mayores ejemplares, un metro de punta a punta de las alas y unos sesenta centímetros de tamaño.
Omnívoro, su alimentación es amplia, desde semillas, brotes tiernos de plantas, invertebrados, pequeños reptiles, gazapos de conejos, huevos, carroña. Su versatilidad hace que esté presente en todas las islas y donde presenta mayor recesión es en las más pobladas: Tenerife y Gran Canaria.
En Fuerteventura me sorprende la abundancia de su silueta surcando los cielos de Pájara, Antigua, Betancuria, Corralejo, Puerto del Rosario. Misma impresión llevé hace pocos días, al observar un buen número de ejemplares en vuelo y/o posados, en diferentes lugares de La Palma.
Desde la costa hasta la cumbre, cumbres alomadas que en la isla majorera son de escasa entidad, profundos barrancos y escalofriantes precipicios en la isla palmera, siempre me encontré con la presencia del cuervo. Me sorprendió su proximidad al ser humano en la costa de Antigua, donde es frecuente observarlo en los complejos hoteleros, descansando, curioseando, sobrevolando la costa, en busca de aquellas zonas donde los seres humanos depositan sus desperdicios alimenticios. Comportamiento similar al observado en los miradores de la caldera de Taburiente. En ambas islas, la costumbre de alimentarlos ha propiciado su proximidad al ser humano, un grado de docilidad tal, que es fácil observarlo comiendo de la mano de alguno de ellos.
Y es que todo lo mancillamos, lo hacemos a la medida de nuestros intereses y caprichos y, sin que sea nuestra intención manifiesta, convertimos los espacios naturales en parques temáticos donde, para nuestro placer y asombro, procuramos alimento a quienes no deberíamos proveer, ya se trate de especies propias de la isla -el caso de los cuervos-, bien sean especies introducidas e invasoras -el caso de las ardillas morunas-, pues en lugar de ayudar en el control de sus poblaciones, en muchos casos convertidas en auténticas plagas, las alimentamos por banales intereses: una foto con un especímen en la mano, una imagen para disfrute personal, familiar o, cada vez con mayor frecuencia, para colgarlas de inmediato en las redes sociales, provocando con ello un perverso efecto dominó: el deseo de cientos de personas en repetir la misma acción para obtener placeres inmediatos.
Así, el cuervo se convierte en la mascota ocasional de los visitantes a estos lugares. Algo similar sucede con los centenares de ardillas que ven incrementar sus poblaciones en dichos lugares.
Sé ahora de la lenta recuperación de la especie. Sé que de escasos ejemplares, supervivientes de una campaña de exterminio orquestada con venenos, trampas y caza indiscriminada, hemos pasado a la habitual presencia de su silueta por espacios que hasta hace muy poco tiempo eran impensables. Mis observaciones del gran córvido por la costa teldense, Cuatro Puertas y otros conos volcánicos de los campos de volcanes de Rosiana y Jinámar, así lo confirman.
Ya no es tan raro, añorado amigo José Luis, ver cuervos por las cumbres donde transcurre el Camino de Santiago en Gran Canaria y así nos alegran la vista sus siluetas recortándose sobre el cielo de Arteara, de Fataga, Tunte o Cruz de Tejeda, sobre las manchas de pinar que desde el paso de la Plata nos acompañarán hasta los pastizales de los altos de Gáldar y Guía. También aquí es habitual ver cuervos como lo es sobre Bascamao y Hoya Pineda y, llegar a observarlos sobre la ciudad de Gáldar.
No esperemos a gastar enormes partidas presupuestarias y desarrollar laboriosos planes de reintroducción de especies que se han extinguido por nuestra desidia y abandono. Al contrario, pongamos nuestro esfuerzo e interés en proteger y mejorar las poblaciones de las especies en peligro que aún están entre nosotros.
Debemos saber que con cualquier especie endémica, tanto faunística como botánica, mas vale conservar que reintroducir. El cuervo canario no es una excepción.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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