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'La maternidad no embaraza, nos ennoblece'

jueves, 20 de julio de 2023
Tenía diecinueve años me dedicaba a estudiar el primer curso de veterinaria y trabajar en una fábrica de conservas para ir ganando para vivir el día a día. Mis padres habían fallecido muy jóvenes, contaba yo con unos doce años. Era hija única. Me enamoré de un chico con el que pensaba podría formar una pareja. Quedé embarazada y, cuando el ginecólogo me lo comunicó, llevé la mayor de mis alegrías pues buscaba ese premio para que mi existir tuviera un sentido. Pero cuando se lo trasmití a mi novio no mostró entusiasmo alguno y, por el contrario, mostrando cobardía y ningún amor paternal, huyó, rompió la relación. Ahora quedábamos mi hija y yo solas, pues ese era el sexo de la que llegaría al mundo. Como teníamos un techo donde vivir, la casa que heredé de mis padres, acariciando mi barriguita con ternura, le dije:
- "Hija, teniendo un padre no sé si lo conocerás porque es muy bueno pero no sabe o no está preparado para recibirte, a pesar de eso no te preocupes, tu madre siempre estará contigo."
Mi hija y yo, ese bebé querido, iba conmigo a los estudios nocturnos, al trabajo en la fábrica. Fue tan comprensiva ella que pasé un embarazo sin grandes molestias y el parto se produjo tan repentinamente que ni dolores de fuertes contracciones me aquejaron. Cuando estaba en el hospital, en el momento que me dijeron que era madre las lágrimas de alegría me llenaron los ojos pero también se proyectaba una sombra de tristeza pensando que mi hija no podía hacer realidad la palabra padre y, conociéndole como le conocía, sabía que el progenitor también sufriría, pero era tan fuerte su cobardía que no le dejaba ejercer la paternidad. Tomé el auricular y le llamé diciéndole:
- "Te comunico que hoy has sido padre".
Hubo unos instantes de silencio pero luego con voz tímida preguntó:
- "¿En qué hospital estáis?"
Le comuniqué el nombre del centro sanitario y no dijo nada, colgó el celular.
No había pasado una hora cuando le veo entrar llorando portando un ramo de flores; se me abraza y besándome me dice:
- "Amor, tuve miedo al principio, perdona que no me preocupara antes de que naciera pero el saber que soy padre, que hay un ser que lleva mi sangre me ha dado las fuerzas para decirte que quiero casarme contigo hoy mismo pues esta niña debe pertenecer a nuestra familia."
Grande fue mi sorpresa y allí, en aquella sala de hospital, a la mañana siguiente nos administró el sacramento del matrimonio el sacerdote. Fue una boda muy íntima, tan íntima que solamente éramos los novios y un par de testigos.
Nunca supo nuestra hija que en el embarazo estuvo sin padre pero al llegar a la vida lo recobró y en la actualidad, cuando ya somos mayores, pasados años mi marido me dice:
- "Amor, me moriré con un gran pesar el que por ser un hijo obediente renunciara a ser padre responsable. Fueron mis padres, esos abuelos que nunca aceptaron nuestra relación y se negaron a reconocer ser abuelos."
A lo que le contestó:
- "Ellos se lo han perdido pero tú lo has ganado porque tienes una familia, tu mujer y tu hija, que te adoramos. Amor, ha llegado la hora de contarle a nuestra hija esta historia para que nunca sienta miedo a ser madre pues si por algo hay que luchar en la vida es por ser fuente de la misma. Yo quiero que seamos abuelos que es lo más grande que nos queda por vivir y que no nos pase como a tus progenitores que rechazaron todo eso. El mundo necesita de la maternidad y los padres han de entregar su corazón a los hijos que vienen a hacerlo exultante y grande".
La sangre vieja, la de nuestros mayores, merece el mayor respeto pero, si no demuestran con posturas poco humanas, querer y aceptar a la sangre nueva no debemos hacerles caso. Los descendientes, los más pequeños, son los que el mayor amor precisan. Si los abuelos no quieren serlo, los padres no pueden dar la espalda a quien los ennoblece, sus hijos. No seamos egoístas y demos la bienvenida a los que felicidad aportan. Si haces el amor demuestra que lo haces con la madurez suficiente para recibir la máxima expresión del mismo, la bonita natalidad.
Pol, Pepe
Pol, Pepe


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