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La montaña del Plato

domingo, 25 de junio de 2023
Dedicado a Jaime Checa Gimeno, buen amigo y excelente ilustrador, quien es capaz de interpretar cualquier cono volcánico y acercar a ustedes su singularidad, grandiosidad y belleza.

Curiosa denominación para un cono volcánico cuando en todo el conjunto de volcanes la mayoría de las nominaciones guardan relación directa con sus propietarios, pasados o presentes -Juan Tello, Juan Santiago, Ruano, Herrero, Cho Pino, Rosiana, del Gallego, María Ojeda. De Cubas...-, con actividades agropastoriles -Las Triguerillas, montaña de La montaña del Platola Majada..., con la flora presente en sus laderas -montaña de las Tabaibas, El Melosal..., o con referencias claras a su pasado aborigen -Cuatro Puertas, Las Huesas..., pero hay otras que hacen referencia a un rasgo singular de su geomorfología -la montaña Rajada, en el campo de volcanes de Jinámar, presenta su cima partida por una hendidura que la divide en dos-, o al color de los materiales que la forman -montaña Bermeja, así llamada también la montaña de Cuatro Puertas por la coloración de sus materiales volcánicos-, montaña Colorada por idéntica razón, etc.
Precisamente, un rasgo de su morfología es el origen del nombre que recibe esta montaña, pues observada desde la distancia o mejor aún, desde la cima de cualquiera de los conos que la circundan, su forma semeja un plato invertido.
Con 633 metros de altitud, se encuentra situado al lado del cono de Santidad, mejor dicho, al lado del enorme vacío dejado por una montaña de cuya geomorfología original queda muy poco, tras décadas de extracciones.
Es El Plato un cono volcánico de fácil accesibilidad si partimos de la pista de tierra que permite acceder a este campo de volcanes, tras tomar el desvío de la GC-130, poco antes de alcanzar el cruce que nos lleva, bien a Las Breñas si seguimos de frente, bien a Lomo Magullo si nos desviamos a nuestra derecha para tomar la GC-131.
La pista de tierra se encuentra en buen estado -a pesar de ser la vía por donde discurren los camiones procedentes de la cantera de extracción de áridos-, y da servicio no sólo a la industria extractiva del volcán de Santidad sino a una serie de propiedades dispersas por el campo de volcanes, propiedades que suponen en la actualidad un buen quebradero de cabeza para las autoridades encargadas de velar por el cumplimiento de la legislación vigente en materia urbanística pues la ilegalidad se manifiesta en muchas de ellas, en forma de construcciones ilegales, vallas, cierres antiestéticos, depósito de viejos contenedores, escombros acumulados, áridos…, elementos todos ellos que dañan la imagen paisajística del lugar, incumpliendo con su presencia la normativa vigente.
Desde esta pista, subir a la cima del Plato es cuestión de pocos minutos. De escasa pendiente por todas sus caras, las caras norte y oeste nos permiten el acceso más fácil pues no encontraremos vallas, cercas, cultivos o viviendas en nuestro corto periplo. Es al acceder por la cara norte cuando observamos, bastante naturalizados ya, los cortes realizados en la base de la montaña, producto de las extracciones de picón llevadas a cabo hace algunos años. Ahora, a nuestro paso, un campo de vinagreras y salvias ha colonizado el terreno desmontado, vistiendo de color el paisaje maltratado.
Comenzaré señalando una estructura que genera el mayor impacto ambiental en la montaña: se trata de una enorme torreta de alta tensión situada en la cima del cono -al parecer, y para desgracia de nuestro paisaje insular, varias líneas de alta y media tensión trazadas sobre plano, están a punto de dejar los papeles para convertirse en realidad-. Hay rechazo ecologista, rechazo popular pero los proyectos de instalación siguen su curso.
Bajo las bases de la torreta, entre las zapatas de cimentación necesarias para sustentar tan alta estructura, pequeños muretes de piedra aportan información sobre usos anteriores. Observando con calma estas concentraciones pétreas, podemos estar ante majanos, pues no dejan de ser acumulaciones de piedras de mediano tamaño, posiblemente muros de algún goro pequeño, acaso restos de un taro -esas pequeñas construcciones de piedra seca, ideadas para abrigo de pastores y cuyo término sólo tiene significado en el diccionario de canarismos como término propio majorero-. Todos estos usos potenciales nos hablan de actividades agrícolas y pastoriles desarrolladas en esta montaña. Hoy son interesantes vestigios de un pasado que a todas luces estamos perdiendo, no sólo simples acumulaciones de piedras. No podemos olvidar que gran parte de estas manifestaciones agropastoriles son reminiscencias de un pasado aborigen, tan presente en este campo de volcanes -según palabras del arqueólogo Abel Galindo el pasado día 11 de junio en la ruta por el campo de volcanes de Rosiana– y son fieles testigos de una cultura ancestral que pervive en cada una de estas estructuras pétreas.
Hace viento en esta cima a mediados del mes de mayo. Viento y frío. Un espeso mar de nubes oculta la Isleta en el horizonte norteño. Aunque heraldo de tiempo desapacible, se agradece su presencia pues esta primavera se presenta como un verano adelantado, no llueve desde hace varias semanas y la vegetación herbácea del cono se encuentra seca. Destaca a mi alrededor la presencia de un campo de tederas (Bituminaria bituminosa) con sus blanquecinas vainas vacías, disperso su contenido de semillas a lo largo de esta loma -por cierto una planta herbácea-arbustiva que se analiza como idónea para estabilizar suelos e iniciar procesos de restauración en terrenos degradados al tiempo que como leguminosa mejora el suelo aportándole nitrógeno-. Observo alrededor de ella un suelo cubierto de hojas secas, de semillas y filamentos varios, nutrientes en suma que se incorporarán a la tierra, fertilizándolo. El hinojo se encuentra bien con este viento constante. Sus cimbreantes y verdes tallos no parecen resentirse y la planta se desarrolla sin problemas mayores formando en las laderas orientadas al norte y a este, verdaderos hinojales. En recientes visitas posteriores, la última a mediados del mes de junio, las esencias del hinojo embriagan el olfato de los que nos aproximamos a sus dominios.
El reducido volumen del cono me lleva a efectuar una rápida lectura del paisaje observado.
Hacia el norte destaca la perfecta alineación de tres conos volcánicos: montaña Las Palmas, pico de Bandama y justo a mi espalda, la montaña de Santidad. Intuyo más conos en esta línea de volcanes pero desde aquí no los observo.
En esta misma dirección destaca en el horizonte la montaña de Tafira. Delante de ella, regresando visualmente, de un modo progresivo, al lugar donde me encuentro, identifico varios planos, el primero se encuentra al pie de la caldera de Bandama. Se trata de la depresión formada por el barranco de las Goteras. Justo delante del vacío del barranco, observamos parte del campo de volcanes de Jinámar. Montaña Las Palmas y el barrio de La Barrera de Valsequillo, extendiéndose a pie de esta montaña por su vertiente oeste, buscando la confluencia con el centro urbano del municipio. El núcleo urbano de La Barrera se estira sobre la loma llegando sus casas hasta el borde mismo del Barranco de San Miguel, importante tributario del barranco Real de Telde.
Mi vista sigue aproximándose, identificando ahora los volcanes de la Hoya, situados entre la lomada sur del barranco de San Miguel y el cauce del barranco de los Cernícalos, barranco al que llegaron a sellar su salida tras la erupción, recuperándola posteriormente fruto de la erosión y la fuerza del agua.
Más cercano aún, frente a mí, se eleva la inmensa mole de la montaña de Los Barros y en la ladera que observo, prospera una cuidada plantación de olivos.
Tambien aquí hubo una erupción posterior, cuyos restos del edificio se encuentran en primer plano de la montaña. Este edificio, de los más recientes del conjunto vulcanológico de Rosiana, sepultó en su momento el cauce del barranco de las Pedacillos -llamado también barranco de La Palma y un poco más abajo barranco de Lomo Magullo a su paso al pie de este barrio teldense-, y también la erosión y la fuerza de las aguas de arrollada con el tiempo recuperaron el cauce, no sin antes formarse un espacio lacustre del que dimos cuenta en un artículo anterior al tratar con detalle el cono volcánico de Los Barros y la razón de su toponimia.
La cañada de La Palma formada en la Hoya de Los Corrales bordea la montaña del Plato por su cara norteña, recogiendo la vaguada que surge en la confluencia de las vertientes de los conos de Santidad y el Plato, formándonse una amplia cañada de pendiente suave, aprovechadas sus lomas como terrenos cultivables y uniendo su incipiente cauce al barranco del Conde. La parcelación en pequeñas fincas particulares ha convertido la zona en pequeñas propiedades rústicas a las que paulatinamente se incorporan viviendas -sin lugar a dudas, la mayoría ilegales y fuera de ordenación urbanística-, y el fenómeno urbanizador no se detiene en este campo de volcanes, sino que, siendo la vigilancia escasa, continúa su curso. No es tan difícil controlar, sólo se necesita voluntad para ello. Lo que no es lógico es que en mis frecuentes visitas al campo de volcanes, escuche pequeñas hormigoneras trabajando, palas excavadoras allanando terrenos, personal levantando vallas con materiales diversos y cierres no autorizados, casas de madera levantándose y nadie paralice obra alguna, nadie se acerque con la ley en la mano -denuncias hay-, y se ordene la restauración del paisaje primigenio, una vez no se ajusta a la normativa urbanística vigente.
No estoy en contra del aprovechamiento agrícola o ganadero pues precisamente esos usos están permitidos, pero sí estoy en contra de la sistemática destrucción del paisaje, de los vallados con pales, chapas de metal, bidones o cualquier otro elemento, sea de desecho o no, siempre sin autorización, orden ni concierto alguno, que arruinan su valor natural. Estoy en contra de que una vez levantada cualquier estructura ilegal, la justicia y las instituciones no sean capaces de hacer cumplir la ley y proceder a su derribo.
Así nos encontramos vertidos de basura sobre el cauce del barranco del Conde, próximos a la carretera GC-130, justo al lado de estas zonas antropizadas, así como pequeños y medianos socavones fruto de extracciones de picón realizadas de forma clandestina y en un pasado reciente.
Es en esta zona donde llama la atencion la intensa floración de un salvial o salviar pues con las dos acepciones recoge el diccionario histórico del español de Canarias, la definición de un campo lleno de salvias. La salvia canaria (Salvia canariensis) ocupa estos terrenos degradados convirtiéndose en algunos en la especie arbustiva dominante.
A mis pies, en la zona de ladera donde el ser humano no ha impactado aún con extracciones, construcciones o distintas formas de agredir al paisaje -sólo alguna que otra hilera de pitas nos indica la presencia del ser humano a la hora de delimitar sus propiedades-, escobones, vinagreras y retamas blancas sortean como pueden la intensidad de los vientos dominantes. Junto a ellas veroles, tabaibas dulces, cerrajas, inciensos, azaigo de risco, corregüelas sobre vinagreras, tomillos, ejemplares aislados de flor de mayo, matos de risco (Lavandula minutolii) -me sorprende la presencia de un arbusto de mato de risco de tamaño desproporcionado para esta especie, más de un metro de altura y diámetro similar-, cardo yesca…complementan una variada diversidad arbustiva. Excrementos de conejos y pequeñas excavaciones bien en busca de raíces, bien inicios de madrigueras, nos hablan de la presencia habitual de este lagomorfo.
Giro la vista al este de la montaña para realizar su registro paisajístico. Es esta la rampa más amplia de este cono volcánico. Lo inicio esta vez partiendo de la flora observada a mis pies. Un campo de hinojos, melosas y cerrajas. Acapara nuestra atención, dándonos pautas sobre la humedad aportada por los alisios, la abundante presencia de líquenes sobre los tallos y troncos de los arbustos más viejos. En la cañada formada con el cono de Santidad, una hilera de viejos olivos prosperan con unos ejemplares altos y de denso follaje, descendiendo paralelos a la cañada. Intercalados con ellos, un par de higueras y algunos almendros. Tras ellos, la incipiente vaguada está convertida en un verdadero arrife, pues el hombre del campo ha llevado durante muchos años una titánica labor de despedregado de los terrenos circundantes y una línea continua de pequeñas y medianas piedras se extiende vaguada abajo, una hilera amplia y de mediana altura que desciende paralela a la misma y que permitió dejar las lomas de la montaña del Plato en aceptables condiciones para su uso agrícola. Es aquí, tras este muro, donde observo un recinto cuadrangular de piedra seca, con tres paredes levantadas y la frontal abierta, orientada al este, mostrándonos la imagen del cono de Santidad desmantelado y buena parte del cráter que aún se encuentra en buen estado. Señalar aquí que pequeñas, pero visibles, sendas nos permiten acceder al cráter de Santidad, un pequeño santuario volcánico digno de una ruta de exploración. Un suelo de piedra y un pesebre alargado donde suministrar alimento al ganado complementan esta contrucción de inequívoco uso. El habitáculo puede tener unos cinco metros de ancho por otros tanto de fondo, sin techumbre alguna. Es esta zona de hinojos y de dispersos y grandes ejemplares de orobal.
Tras los majanos, el desmonte de la montaña de Santidad ha generado un corte vertical en la montaña del Plato pues es por esta ladera donde se ha trazado una pista para acceder al cono de Santidad por su vertiente nordeste y seguir explotando los últimos vestigios del cono de escorias.
En la vaguada formada por el encuentro de las dos formaciones volcánicas, justo al pie de la ladera donde me encuentro, el vacío provocado por la masiva extracción del volcán de Santidad ha propiciado la existencia de una pequeña finca que presenta cultivos a cielo abierto y otros bajo pequeños invernaderos. Un buen puño de gallinas y un par de gallos deambulan libremente por su interior. Manguera en mano, una persona de edad atiende las plantas. Protegiendo la finca y evitando que el viento presente entre las dos lomadas afecte a la plantación y a los precarios invernaderos, una fila de fuertes olivos defiende el enclave agrícola. El pago es una leve inclinación de los mismos en dirección al viento, pero en esta lucha de crecimiento y presión, el pulso se mantiene a favor de los árboles.
Pitas y pitones rodean la propiedad que, aunque vista desde el volcán de El Plato, se encuentra situada sobre lo que en su día fue la cara oeste del volcán de Santidad, desde la cima de El Plato forma parte de esta ladera. Estamos hablando de una planta invasora que se extiende por estas laderas y las laderas del cráter superviviente de Santidad sin control alguno. Es cierto que a su favor tenemos su valor a la hora de fijar el suelo protegiéndolo de la erosión, pero no es menos cierto que hay amplias zonas donde su presencia ha imposibilitado el tránsito, al no existir un paso seguro alejado de sus aceradas púas, tal es su densidad y la progresiva ocupación de nuevos espacios por las piteras.
El paisaje observado hacia el sur de la montaña viene delimitado por una sucesión de conos volcánicos que dotan al escenario natural de una belleza increíble. Mirando hacia el sudeste, se elevan los perfiles alomados de las montañas de Topino y El Gallego y, delante de ellas, la montaña Herrero. El Melosal nos deja ver su derrame lávico en forma de volcánica columna vertebral dirigiéndose al barranco de Silva. Suaviza la línea ondulante de los conos volcánicos, la llanada formada por El Capado, El Chirate, El Melosal y la Calderetilla, terrenos de suave pendiente donde se asientan, en una de sus fincas, los dragos de El Gamonal. Ahora, observado desde aquí, contrasta la vegetación agostada, próximo ya al rigor veraniego, con la bucólica imagen de los meses invernales de este año, donde un manto verde herbáceo se mecía al viento mientras una nube de insectos sobrevolaba a poca distancia del suelo, entre tanta vegetación, llenando de vida el espacio transitado.
Al pie de este cono, antes de ser cultivadas las zonas más próximas a la pista que lo bordea en las vertientes suroeste y norte, el sustrato de cenizas volcánicas fue desmantelado en superficie, aprovechado como recurso minero, quedando como resultado de dichas extracciones el terreno llano que ahora observamos. No es una agresión profunda, visualmente hablando, pero sí nos habla de la incidencia que la explotación minera de la montaña de Santidad ha tenido y tiene en todo el conjunto de volcanes limítrofes.
La mirada sigue desplazándose en dirección a la cumbre y de nuevo el paisaje recupera perfiles de conos volcánicos y así se suceden la montaña de La Majada. Juan Tello, Juan Santiago, Triguerillas y la Caldereta.
Recupero la visual que se me oferta delante de estos planos lejanos y ahora, frente a mí, al pie de estos conos volcánicos, las pendientes se suavizan y los terrenos se vuelven atractivos para su cultivo. Estoy observando la Hoya de los Corrales y Los Corrales. La primera afectada por el desmantelamiento que, tras las extracciones de áridos en el mismo cono de Santidad, continuó en sus inmediaciones hasta afectar un buen tramo de la Cañada de las Haciendas, justo al pie de la montaña desmantelada.
En esta especie de llano, de hoya apta para cultivar, observo áreas agrícolas y muchas fincas con cierres de variado tipo. Desde esta atalaya identifico casas en el interior de estas propiedades, con fabricación bien diferente. Hay casas de obra como podemos encontrar en cualquier barrio -hormigón, bloques, ventanas, cubierta, hay casa de maderas, antiestéticos habitáculos realizados con uno o varios contenedores, infraviviendas realizadas con pales de madera y chapas metálicas… El caso es que dudo que alguna de estas viviendas observadas -y son muchas-, disponga de licencia de obra y la necesaria cédula de habitabilidad. De ser cierto lo que sugiero, las aguas negras de todas estas viviendas van a parar a un pozo negro o son vertidas libremente, no disponen de agua corriente municipal ni de servicio de recogida de basuras. ¿Entonces? La respuesta no es fácil. De aplicarse la ley a rajatabla, decenas de viviendas -cientos si ampliamos el análisis a toda la isla-, como éstas, deberían derribarse y los propietarios costear los gastos correspondientes a la retirada de escombros y la recuperación paisajística del entorno dañado. Si fuéramos serios, tan serios como el rigor que sí se observa cuando el problema en vez de ser ambiental y paisajístico lo es de fraude a las arcas públicas, no sólo tendríamos que restaurar el espacio dañado sino someternos al rigor de una sanción ejemplarizante.
Diferentes varas de medir para un mismo problema: la aplicación de las leyes vigentes.
Es necesario un control del territorio más riguroso, si en verdad deseamos la protección de los espacios y de los valores que encierran. Mucho me temo que no es así. Aún espero la primera demolición de alguna de las viviendas o infraviviendas ilegales que se encuentran dispersas por todo el campo de volcanes de Rosiana. Existen decenas de denuncias por parte de agentes del SEPRONA, de medioambiente, de la policía verde municipal, de los medios de comunicación, de senderistas, de ecologistas, de los propios vecinos y… nada, absolutamente nada. Los responsables políticos no hacen nada, los técnicos cumplen su labor tramitándolas pero luego los expedientes duermen en los cajones hasta que prescriben. Es más, en zonas urbanizadas por completo, a espaldas de la legislación vigente o del Plan General de Ordenación Urbana de Telde, tienen la seguridad de que tal legalización se soluciona abonando una multa que les llegará, más tarde o más temprano, pero que supondrá en el momento de abonarla, la legalización de su obra clandestina y desde ese preciso instante, la posibilidad de exigir al ayuntamiento los servicios necesarios: saneamiento, agua, luz, recogida de basuras, alumbrado público, mejora de viales… ¿Sigo? Esto no sale de una mente calenturienta que oye cantos de sirena, lo he escuchado no en uno de estos núcleos ilegales sino en varios. Si es cierto que esta es la creencia generalizada, mal vamos.
Recupero mi lectura de paisaje en esta orientación que me aproxima ya al oeste del cono volcánico. Hay olivos en estas fincas -son la mayoría de los árboles observados-, algunos cítricos, esporádicas palmeras canarias y un par de curiosos ejemplares de una euforbia introducida en jardinería pero que ya les hablé en la montaña de Las Tabaibas, utilizada en ella para la delimitación de una finca. Se trata de Euphorbia candelabrum, planta crasa que alcanza fácilmente un porte arbóreo.
Y hay gallos y gallinas y perros que no dejan de ladrar.
A mis pies, en esta ladera aún sin mayor alteración que la que pueden provocar el paso de senderistas como yo, se extiende un inciensal, pues es el incienso la especie dominante. Le acompañan algunas vinagreras, hinojos y cornicales así como un par de esporádicas retamas.
Sorprende, cuando dirigimos nuestra mirada hacia el oeste, el denso bosquete de acebuches que se encuentra en la cabecera de un barranco virgen, muy interesante y que nos invita a dejar el cono momentáneamente y salir a recorrerlo. Se trata del barranco de la Mina, la parte alta del barranco del Conde. Sin construcciones en sus laderas es una joya a proteger en un paisaje de alto valor ecológico. Sólo alguna que otra edificación pintada de blanco, forman parte de la población dispersa de Las Breñas. Más abajo, en la lomada que separa este barranco de la Mina y el barranco de la Solanilla observamos sobre el lomo de la Breña las casas que se agrupan formando el núcleo urbano de la Breña de Abajo, al pie de la cara oeste de la montaña de Los Barros.
Se observan cuevas en este barranco, tanto en su parte alta, barranco de la Mina como en su parte más baja, en su confluencia con el barranco del Infiernillo -unidos en un único cauce pasarán a denominarse barranco del Conde-, y algún que otro pequeño estanque. Así como no hay construcciones en su cara sur, la vertiente norte de este barranco, en la zona de Los Corrales u Hoya de los Corrales es donde observamos la mayor agrupación de casas de este paisaje volcánico.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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