Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

El frufrú de los saltamontes

domingo, 16 de julio de 2023
Dedicado a mi buen amigo Francisco Montesdeoca Domínguez, en recuerdo a decenas de dibujos de paisajes, plantas, aves, mamíferos e insectos que, apenas con doce años, llevó al papel para ilustrar mi primera publicación: "Sendero ecológico por los Arenales de Tufia", allá por el año mil novecientos ochenta y dos.

La palabra no puede ser más clarividente: frufrú.
La define la RAE como una onomatopeya utilizada para imitar el ruido que produce el roce de la seda o de otra tela semejante.
Yo la utilizo para describir una emoción sonora muy personal: el sonido de las alas de los saltamontes en vuelo. Son vuelos cortos que exigen una cierta dosis de concentración y absoluto silencio para escucharlos pero que, una vez conseguimos El frufrú de los saltamontesllegar a ese nivel de comunión con la naturaleza que nos circunda, somos capaces de distinguir una especie de otra por su frufrú característico.
Para redactar este artículo tengo que remontarme a mediados de enero del presente año. Acompañaba a tres amigos en una ruta novedosa por el macizo de Amurga. Novedosa para mí, que desconocía la profundidad de este macizo montañoso, su extensión y belleza, más allá de algunas visitas puntuales al conocido Arco del Coronadero accediendo a él, bien por la loma, bien por el fondo del barranco.
Tengo que confesar a mis lectores que nada esperaba en especial, nada más allá de mi presencia en dicho lugar y del tránsito por uno de los escenarios naturales más grandiosos y emblemáticos de esta isla.
Y allí estaba yo, sorteando el inmenso pedregal, disfrutando de los sonidos de las piedras que, como buenas fonolitas, musicalizaban el periplo con sus registros sonoros al ser desplazadas con las pisadas, sonidos que recuerdan al tañido de las campanas.
. Litófono, ese es el término, verbalicé, recordando al momento lugares donde había escuchado el sonido de esas piedras volcánicas tan singulares y en ese amplio abanico de recuerdos surgieron el Lomo de la Campana en Telde y otros lugares donde grandes piedras fonolíticas amplificaban sus limpios y cristalinos sonidos.
El guía del reducido grupo era mi amigo Gilberto, a quien he nombrado en otros artículos. Gilberto Martel Rodríguez, un ejemplo de vitalidad, conocimiento y sabiduría. Sinceramente, un buen amigo a quien admiro.
Ascendimos por el barranco de Las Palmas y comprendí al momento el por qué de su nombre. Un palmeral ocupaba su cauce, presentando algunas palmeras, como una esperanza al cielo, un lujuriante verdor en sus hojas terminales, sedientas supervivientes de unas copas a punto de agonizar y secarse. Ante mis ojos se mostraban evidentes los signos del cambio climático en marcha. Una estación extremadamente seca y larga había llevado a la muerte a decenas de centenarias palmeras canarias. Nada tenía que ver su muerte con las plagas que habían asolado otros palmerales isleños. Aquí la plaga fue la sed, la falta de agua en el subsuelo, la sequía extrema.
Sólo algunas, las menos, habían revitalizado su penacho de hojas con las últimas lluvias. Las observé aliviado, pero dudo que la esperanza de vida de estos ejemplares no sea más que un triste espejismo pues, su pérdida definitiva es simplemente una El frufrú de los saltamontescuestión de tiempo.
Los largos troncos de las palmeras caídas estaban dispersas, sobre el cauce, de un modo arbitrario y caótico. Fieles a la naturaleza donde todo lo orgánico es reutilizado en la generación de nueva materia viva, troncos y hojas secas formaban parte de la cadena alimenticia del palmeral moribundo y un número indeterminado de especies y especímenes invertebrados pugnaba por incorporar aquella materia orgánica, ahora inerte, a sus cuerpos y al suelo.
No es Amurga un macizo de rutas fáciles ni siquiera bien señalizadas, lo cual en cierto modo, si pensamos en su enorme fragilidad, es de agadecer. Escrutando la ladera, no tardó Gilberto en detectar un mojón de piedras. Un pequeño destrepe y, un mojón tras otro, fuimos escalando la ladera hasta alcanzar el interfluvio. Ante nosotros se mostró un roque impresionante, el Guincho, que nada tiene que envidiar en belleza a los roques más conocidos de la isla: Ventayga, Nublo, Palmés, El Monje... Su toponimia recuerda la desaparecida especie de la avifauna canaria, conocida como guirre (Neophron percnopterus), presente en nuestra isla hasta los años cincuenta del pasado siglo, habitual en este territorio de alta tradicción ganadera y pastoril.
Ahora, majestuoso, el roque se eleva en en el interfluvio que vamos a recorrer, entre el barranco de Las Palmas y el barranco de las Culatillas.
Degolladas y vaguadas, cresterías, lomos y mesetas. El objetivo, sin pretenderlo, era una inmersión en un paisaje de silencio, en un escenario natural de desmantelamiento geológico, de paisaje evolucionado donde el suelo aún es escaso, pues los suelos y rocas desprendidas están fragmentadas en forma de lajas y sólo aquellas especies de plantas con una extraordinaria adaptación pueden no sólo sobrevivir sino prosperar y alcanzar notables desarrollos. Es el sorprendente caso del "bosque" de tabaibas dulces que se encuentra entre las dos vertientes del barranco de las Culatillas y por donde, transitando bajo sus altos ejemplares y tupidos ramajes, perdemos la visibilidad de los miembros del grupo.
¿Diez, once, doce millones de años? Las fonolitas constituyen las últimas emisiones volcánicas del Primer Ciclo, cubriendo la serie basáltica antigua. Su coloración es una paleta de colores que se encuentra entre un marrón claro y el beige-, alteraciones cromáticas propias de los materiales fonolíticos.
Términos como Lomo del Mocanal o Lomo del Sabinal y la presencia de algunos pinos colgados de las laderas mas inexpugnables nos dan una idea del pasado arbóreo de este espacio que formó parte de las formaciones termófilas de la isla y de los dominios del pinar. Eran tiempos no tan lejanos pues por aquí discurría el conocido como "camino de la madera" y la gente mayor recuerda aún el tránsito por él y la extracción de leña.
Pero más allá de la belleza del espacio y del caminar con uno mismo -así sucede cuando viajamos en plena inmersión de los sentidos-, y del trabajo de piernas, brazos y cuerpo, termina siendo éste un camino emocional, pleno de vivencias y sensaciones que te conducen al yo interior. Estoy convencido que fue en este estado cuando me cautivó el singular sonido de las alas de los ortópteros en sus breves vuelos. Tal singularidad podría darse en cualquier otro espacio de la isla, pero tal vez el silencio que me envolvía, tal vez la majestuosidad de los lomos de Amurga, tal vez la sonoridad implícita a un espacio tan abierto que convierte a Amurga en uno de los escenarios naturales con mayor sonoridad de la isla, hizo que, gran parte del camino, mi interés auditivo no fuera otro que escuchar y disfrutar con el frufrú del vuelo de los saltamontes.
Al término del periplo, varias razones convirtieron el discurrir por Amurga en una valiosa e inolvidable experiencia. La pureza de los "bosquecillos" de tabaibas y cardones -excúsenme si consideran hiperbólica esta consideración, tratándose sólo de plantas arbustivas pero su singular tamaño y la densidad de ellas, concentradas en escasos territorios, me sugieren tal nombre-, el estoicismo de sus roques y arcos naturales -uno tiene la sensación de encontrarse ante el yin yang de la montaña, inmerso en una música celestial donde el silencio es factor esencial en la interpretación de los sonidos propios de la naturaleza, en una magistral lección de un impresionante fenómeno geológico: el proceso erosivo que transforma el paisaje primigenio creado por el volcán en multitud de formas, de elevaciones y vacíos, de cresterías imposibles de imaginar por el más brillante de los artistas, símbolos pétreos cargados de fortaleza, dinamismo, sensualidad.
Para uno, como ser humano, la carga de placer y satisfacción no conoce límite alguno. Paz interior, plenitud, armonía y belleza son términos asociados a este periplo existencial. ¡Casi nada!
Un exigente destrepe nos lleva de nuevo al cauce. Desde lo alto se observa, sobre el árido blanquizal de la llanura, un escuálido ganado de cabras confundiéndose con el color de la tierra. Son sus esquilas quienes delatan su presencia entre los riscos.
Discurrimos ya los últimos centenares de metros por una polvorienta pista de tierra que nos acerca a uno de los pozos abandonados en el cauce del barranco de las Palmas, donde dejamos los vehículos. Imposible aventurar desde aquí la verdadera dimensión y los valores existentes en este paraíso. Un paraíso con casi seis mil hectáreas protegidas como Zona de Especial Conservación, ZEC incluída en la Red Natural 2000 de la Unión Europea, un amplio territorio propuesto más de una vez en los últimos veinte años como candidato a Parque Nacional. Ha sido el doctor en Biología, Francico Javier Sosa Saavedra quien tras largos estudios "in situ" puso en valor la geología del macizo, su flora y fauna -las treinta y cuatro especies vegetales endémicas inventariadas suponen un tercio de las especies endémicas registradas en la isla-, múltiples enclaves de interés arqueológico, la perviviencia de numerosos enclaves de factura post-hispánica...
Respiro hondo y cierro los ojos. Más pronto que tarde todo el macizo gozará de la protección integral que se le debe. Ahora, en el silencio del llano, muy cerca de mí, en medio de la agostada vegetación herbácea que tapiza el cauce, sigo escuchando el fru-frú de los saltamontes.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES