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Montaña del Roso

miércoles, 02 de agosto de 2023
Lugar donde se encuentra, sin protección alguna,
la conocida como 'Necrópolis del Gallego' o del 'Lomo del Gallego'


Dedico este artículo a todos aquellos dirigentes capaces de dignificar, desde la cultura y el respeto, el pasado de todos los canarios, ponerlo en valor y protegerlo. Para infortunio de muchos espacios y yacimientos, existe otro nutrido grupo de "mandamases" a quienes, debido a su recalcitrante pasividad, mayúscula ignorancia o enorme ineptitud, el pasado aborigen nada les importa. Este yacimiento es buena prueba de tal desidia.

Es de justicia reconocer que a este cono volcánico, bautizado por unos como volcán del Gallego a la hora de ubicar en él su necrópolis, otros como montaña del Roso y a nuestro bien querido vulcanólogo el doctor Alex Hansen Machín, montaña Cuesta de las Gallinas -así lo registra en el croquis morfológico que sobre los volcanes de Jinámar elaboró en las páginas 29 y 92 y de igual modo en el texto de las páginas siguientes a dichos esquemas, de su publicación: "Los volcanes recientes de Gran Canaria", editado en 1987 por el Cabildo Insular de Gran Canaria-, llegué de casualidad, tras iniciar un pequeño periplo por la que creía se denominaba montaña de El Gallego -tal vez considerando la nomenclatura recogida en esta misma publicación-, cono que se encuentra justo al lado de esta montaña por su vertiente sur y que, consultada posteriormente en la cartografía de GRAFCAN, algo que ustedes bien saben que realizo por sistema, identificaría con otro nombre, montaña Quemada. De esta montaña, prácticamente desaparecida por las extracciones de picón y otros materiales piroclásticos, hablaré largo y tendido en el siguiente artículo, haciendo hincapié en la lucha sin descanso que el colectivo ecologista Turcón llevó a cabo durante muchos años y cuya sentencia y resultado final ponen en duda la paridad de la pena impuesta por atentar contra el territorio con el daño infligido al mismo. Entenderán pues, mis lectores, porque se edifican hoteles sobre parajes protegidos, se vierten residuos al mar, se llena la isla de vertederos ilegales, se ubican vallas publicitarias donde no pueden ir o se abandonan zonas de cultivo y el plástico y residuos varios de los invernaderos, siguen ahí, se abandonan industrias y todos los residuos generados en su actividad permanecen alrededor de la empresa en laderas y cauces de barrancos. Está clara la respuesta: se hace porque es rentable, se hace porque los beneficios resultantes son muy superiores a las ridículas sanciones impuestas, se hace porque no hay una política firme y decidida de respeto por el medio natural, por el paisaje, por la vida, por el patrimonio arqueológico, cultural, intangible como lo es el aire limpio, el silencio, el mundo sonoro de las aves. Pero volvamos a la montaña del Roso.
Saben de mi satisfacción personal a la hora de registrar en estos artículos algunas consideraciones que escucho durante los frecuentes periplos realizados en compañía de amigos. Así, observando y disfrutando de la montaña de Los Barros, Gilberto Martel y José Ángel Fleitas ponían en valor la riqueza y variedad toponímica en las denominaciones de conos, barrancos y otros hitos geográficos. Era esa la razón -justificaban- de que un mismo lugar pueda conocerse con varias denominaciones. Y es cierto. Según las personas consultadas, su cercanía, su relación con el espacio, la vertiente o el municipio donde se encuentre -sin ir más lejos se me ocurre ahora la montaña de la Atalaya de Guía que, según la fuente de información consultada, recibe al menos cuatro denominaciones diferentes, tratándose del mismo cono volcánico, o la cartografía consultada y el tiempo en que fue realizada, lugares como la montaña de El Gallego o la montaña del Roso aparecen con otras denominaciones. Hagamos pues de esta singularidad un motivo de satisfacción pues el lenguaje es algo vivo, cambiante y es muy interesante escuchar denominaciones nuevas, justificadas bien en la propiedad de los terrenos, bien en razones toponímicas, bien en razones diversas pues este plus de conocimiento enriquece sobre todo al paisaje transitado y a las gentes que lo habitan.
Pero volvamos a nuestro cono volcánico. Situada entre la Hoya del Gallego y la Cañada de los Perros, la montaña del Roso se eleva amistosa y suave, invitándonos a su ascensión y encuentro.
Su punto más alto se encuentra en la vertiente sureña del cono, elevándose hasta los 191 metros sobre el nivel de mar. Su suave pendiente hará que nuestra ascensión sea más llevadera, abordándola para ello por su cara este. La escasa dificultad en acceder a su cima se debe en parte a que su ladera norte está ocupada por varias naves industriales pertenecientes al polígono industrial de Maipez y, por consiguiente, disponen de una carretera asfaltada que permite acceder a las mismas en coche.
Es cuestión de aparcar el vehículo y en apenas cinco minutos nos encontraremos disfrutando de la cima y el cráter del cono volcánico. Aconsejo, no obstante, subir pausadamente y disfrutar de la vegetación circundante. Sólo en su último tramo el cono se encuentra prácticamente inalterado y la observación de cómo diversas especies de plantas son capaces de colonizar el malpaís, surgiendo de las grietas de la lava y aferrándose a cantidades minúsculas de tierra se convierte en una emoción continua y un asombro inenarrable ante la demostración de fuerza de la vida por salir adelante en terrenos que, de antemano, consideraríamos estériles.
Para acceder al cono, tomamos la GC-100, dirección Telde y su casco urbano y, pasado el núcleo urbano de Jinámar, nos desviamos a la altura de la curva cerrada que bordea la ladera de esta montaña. Dos letreros nos identifican dos direcciones: Maipez, como urbanización industrial, Lomo Blanco como núcleo rural teldense, asentado sobre una loma. Tomamos este desvío que se encuentra a mano derecha y volvemos a desviarnos, esta vez a nuestra izquierda, en el primer ramal que se nos presenta. Nos lleva, sin equívocos, a la parte alta de la urbanización industrial de Maipez. Calle Suiza arriba, nos dejará muy cerca de la cima.
Es triste que a nuestro paso nos reciba una montaña de escombros, restos de lavadoras, una infinidad de latas vacías de comida para gatos y un sinfín de basuras varias. Esa es la imagen que nos oferta la montaña, primero abandonados los vertidos en los márgenes de la carretera y luego en forma de vertedero masivo, una vez termina la carretera.
La imagen no es nada nueva, pues ya a mediados del mes de mayo de 2016, es decir hace ahora media docena de años, una formación política teldense que se encontraba en la oposición, se quejaba de que el yacimiento se hubiera convertido en un basurero. Abonados al tremendismo no hicieron otra cosa que acercarse con sus coches, sacar una o varias fotos del reguero de basura que decenas de vertidos ilegales han dejado en la margen izquierda de esta carretera que nada tiene que ver con el país europeo de quien ha tomado su nombre, pues a diferencia de este lugar, Suiza destaca por una limpieza ejemplar y un respeto absoluto a su entorno, y siguieron hasta la escombrera que hay entre el final de la calle asfaltada y el estanque abandonado que se ve en su proximidad. Ya tenían suficiente, dieron la vuelta y lo denunciaron a través de la prensa.
Es cierto que es deleznable el estado del lugar, pero si hubieran recorrido el centenar de metros que les restaba hasta la cima y observaran con detalle el yacimiento, constatarían que afortunadamente el malpaís donde se asienta la necrópolis está limpio, nada hay en él de basuras y vertidos, si acaso y eso no supone un peligro para el yacimiento, los restos del cierre perimetral que, abandonado el interés en culminarlo, allí permanecen, por tramos, pues algunas zonas de la cúspide se encuentran exentas de vallas.
Es curioso, pero es aquí donde quiero incidir pues una vez más se confirma que alcanzado el mandato, da igual que sea municipal, insular o nacional, se olvidan de las denuncias que ellos mismos realizaron cuando se encontraban en la oposición. Es indignante y vergonzoso, pero es lo que hay porque entre todos lo permitimos con nuestra pasividad, nuestra tolerancia, nuestro mirar para otro lado. Más claro no lo podemos decir, los años cambian las siglas políticas y a los munícipes en el gobierno, pero la zona sigue sin limpiar -por lo visto, aquello que criticaron como oposición carece luego de valor-, y cada año que pasa la montaña de basuras y escombros crece. Una verdadera pena, como lo es que las empresas que soportan a su lado estos vertidos no denuncien y luchen para exigir la inmediata erradicación de las mismas, la restauración del paisaje mancillado y una vigilancia más severa sobre los desaprensivos que, impunemente, siguen convirtiendo la isla en un basurero.
A pesar de la basura, es esta la vía de acceso al yacimiento que les quiero acercar pues es segura y práctica. Junto a los residuos se inicia un marcado sendero que, llaneando entre vegetación, nos permite bordear el cono y salir del mismo al pie de su cara oeste. Precisamente por esta cara oeste tendríamos la otra vía para acceder al cono. Seguiríamos carretera arriba en dirección a la Planta de Tratamiento de Residuos Sólidos y apenas recorrido un centenar de metros, nos desviamos a la izquierda en la primera salida. Un enorme socavón en la montaña es el inicio al camino que nos conduce igualmente a la boca del volcán.
En ambos casos hablamos de la misma senda, una senda cómoda que nos permite ver el cráter desde abajo. Es esta la razón de acompañarlos y describírsela pausadamente.
Regresamos pues al vertido ilegal, la montaña de basuras que antes les exponía. A nuestra izquierda observamos dos depósitos de agua, uno cubierto con losa de hormigón y posiblemente en uso y el otro más grande, a cielo abierto e inutilizado, una vez que en su cara norte se ha derribado parte de la pared, dinamitando así la posibilidad de recuperar algún día su función primigenia. Esta ruptura del estanque ha permitido que desaprensivos convirtieran este enorme depósito en otro lugar donde abandonar sus basuras. Tras el paso de los estanques la ladera empieza a pronunciarse y es en este tramo donde la vegetación conserva su esplendor de antaño. Es reducida la franja verde que visualizamos y disfrutamos, pero merece la pena recorrerla con calma. Para ello me salgo del sendero y deambulo entre hermosos ejemplares de tabaibas salvaje, vinagreras, esparragueras, balos, cornicales, cardones, salvias, bejeques de las tres especies que pueblan la montaña, azaigos de risco, matos de risco… A los bisbitas camineros se unen ahora, en las observaciones ornitológicas de la montaña, un par de herrerillos. Debemos puntualizar que, hasta la altura de los estanques, la degradación del paisaje y el suelo es alta y esta realidad convierte el espacio en territorio propicio para el desarrollo de la tunera india. Por eso les invito a abordar el oasis de vegetación canaria desde el sendero pues una maraña de púas imposibilita hacerlo desde las inmediaciones a los estanques. Una vez más echo de menos un control decidido sobre las especies introducidas, especialmente en aquellas zonas donde el daño sobre la vegetación autóctona es notorio.
La senda que transitamos es llana, sin desnivel, debido a una pequeña elevación artificial del sendero a la altura de la salida del derrame lávico -es posible que se haya realizado para procurar la horizontalidad en la tubería de agua que discurre a nuestra izquierda-, favoreciendo así la acumulación de picón y tierra en la parte baja del cráter y con ello el desarrollo de una población de vinagreras y bejeques de buen tamaño debido a la profundidad del suelo acumulado. Es en esta orientación norte donde observo, cerca de la torreta por donde accedemos a la cúspide, el único ejemplar de cerraja -Sonchus acaulis-, presente en el cono. También encontramos en esta senda, al principio de la misma, ejemplares aislados de botoneras -¿Asteriscus graveolens?, me pregunto, sin clarificar nada-, otro endemismo de Gran Canaria que será frecuente en la ladera norte que se extiende por la Cañada de Los Perros desde este cono hasta la Sima de Jinámar -mi buen amigo Gilberto Martel discrepa e identifica estos arbustos, algunos soberbios ejemplares con un metro de diámetro, como Asteriscus sericeus, un endemismo de Fuerteventura que se ha extendido a otras islas, comentando que proceden de un ajardinamiento antiguo y que se han extendido por la zona-.
El caso es que, en este cono volcánico, en orientación naciente, bordean con una línea continua de ejemplares, la carretera de la urbanización industrial.
Sea una especie o sea otra, la dispersión de las semillas de esta planta ha propiciado que en la desembocadura del barranco de Jinámar encontremos algunas botoneras y una buena representación en la desembocadura del barranco contiguo, el barranco Real de Telde, donde una extensa mancha de flores amarillas embellece su desembocadura justo al lado de otra interesante población de magarzas de costa que con sus blancas floraciones significan la antesala cromática al hermoso y denso tarajal. Esta manifestación botánica se desarrolla en la margen izquierda del barranco Real.
Volvemos a nuestro cono volcánico. Una vez en este refugio de vegetación, la tentación de hacer cumbre por esta ladera de emplastes lávicos y cenizas volcánicas es muy alta. Si deciden hacerlo, extremen el cuidado pues los resbalones son frecuentes y debemos atender no sólo a donde colocamos nuestros pies sino a las plantas que prosperan sobre los materiales escoriáceos en forma de bejeques. Varias sendas, apenas marcadas, se desdibujan en busca de la cima. A nuestra izquierda la pendiente del cono es cada vez más acusada y el sustrato más resbaladizo. No les recomiendo seguir por ellas. Si nuestro deseo es acceder a la cima más cómodos y con mayor seguridad, sólo tienen que retomar el camino antes indicado y desviarse a su izquierda, a la altura del primer torreón eléctrico que encuentren. Una senda más marcada les permitirá no sólo coronar la montaña sin sobresaltos sino bordearla por completo y disfrutar del cráter, abarcando visualmente buena parte de la necrópolis.
Optamos por este desvío ya que, con perspectiva aérea, nos oferta registrar minuciosamente cada rincón de lo que queda del cono sin demasiada alteración humana.
En primer lugar, en nuestro ascenso, nos sorprende la serie de pequeños socavones que superiores en número a la veintena de hoyos, se han abierto con la intención de vallar por completo el cráter. La fuerza de la naturaleza es tal que bejeques y veroles inician ya la colonización de estas oquedades.
La idea de tal cierre no sería descabellada, aunque eso sí, una aberración paisajística, si la intención fuera la de proteger el yacimiento, pero la valla que veremos luego, a continuación de estos hoyos abiertos, vieja, oxidada y rota en buena parte de su recorrido, lo que pretendía era impedir el acceso al circuito Islas Canarias sin haber abonado la entrada correspondiente, y dificultar la visualización de los espectáculos en él desarrollados.
No serán las únicas vallas que afeen este paisaje, pues se une a ésta, presente en la crestería, otra que por la cara sur descendía en vertiginosa pendiente. Ahora permanece allí, rota y oxidada, mancillando con su presencia el hermoso paisaje de la montaña. Les alerto nuevamente, de que se trata de una ladera de alta peligrosidad por la inestabilidad del terreno y el acusado desnivel -se trata de una pendiente próxima a la verticalidad-, nada recomendable para transitar por sus bordes. Otra valla, más vieja aún y muy deteriorada, se encuentra abandonada igualmente sobre la vegetación de la montaña por su cara oeste. Descansa ahí, al lado de una vieja pista ilegal, abierta hasta la cúspide con la probable intención de subir los materiales necesarios para la construcción del cierre de protección al circuito. Ahora, abandonado el circuito y las actividades asociadas a este tipo de instalaciones deportivas, permanece la pista como una herida abierta en el perfil de la montaña y las vallas como elementos peligrosos que demuestran, una vez más, que hay una impunidad absoluta de los infractores a la hora de abandonar los residuos generados y que constituyen en realidad un atentado paisajístico. Si quieren hacer un poco de ejercicio y disfrutar de un descenso sobre una capa de cenizas volcánicas, tomen esta pista que desciende en acusada pendiente clavando el tacón de las botas de montaña en el picón suelto que cubre la deteriorada pista. Es una bajada rápida que nos permite iniciar un nuevo recorrido por la ladera, permitiéndonos bordear la hoya del Gallego o bien bajar al fondo de la misma y abandonar el cono. En esta ladera donde los balos se desarrollan con tamaño de grandes arbustos, aparece aislada una retama blanca canaria (Retama rhodorhizoides). Sin lugar a dudas, si exploráramos detenidamente la ladera es posible que encontrásemos más.
Nosotros no bajamos, permanecemos en la cima. El paisaje que se observa desde esta atalaya, donde el ser humano ha transformado todo el territorio circundante, difiere mucho de los que observaremos en conos volcánicos inmersos en paisajes menos antropizados y que trataremos en próximos artículos. Hay un hecho que no falla, los espacios naturales y los seres vivos que los habitan, las formaciones geológicas y los vestigios prehispánicos, son muy vulnerables en las zonas con alta concentración urbanística. Aún conservados, sus valores quedan reducidos a la mínima expresión pues la presión sobre ellos es enorme.
De espaldas al cráter, con orientación sur, a los pies del volcán se encuentran los restos de otro cono volcánico, Montaña Quemada. Poco queda ya del cono, apenas un escenario artificioso creado para disimular el impacto que, desde la carretera, generaría la tremenda industria de extracción, transformación y explotación de áridos que se encuentra en la Hoya de Aguedita, al pie de Caserones Altos.
Bajo nuestros pies, la ladera en esta dirección presenta la pendiente, tan pronunciada como peligrosa, que antes les comenté. La vegetación fue arrasada para ubicar una valla que impidiera el paso hacia el circuito Islas Canarias.
Con orientación norte la montaña está mordida hasta mitad de su ladera por los desmontes necesarios para ubicar una serie de naves industriales que la rodean por sus caras norte y este. Entre las naves observamos una serie de vías asfaltadas que facilitan la comunicación, y más abajo discurre la Cañada del Perro, un valle que desagua sus esporádicas aguas en el barranco de Jinámar, cañada a donde llegó el derrame lávico de la montaña pero que ha desaparecido sepultado por la urbanización industrial, las fincas agrícolas y los recintos ganaderos. Urbanización que registra el nombre de Maipez, rescatando en cierto modo la toponimia del lugar, un malpais por donde se extendía la necrópolis cuyos últimos vestigios observamos en el cráter. No en vano se encontraron vestigios prehispánicos por el malpais del barranco que discurre al pie de este cono. Hay caballos y cerdos estabulados en la cañada, también gallinas y gallos que despiden con su cacareo los últimos vestigios de la noche en la montaña.
Es esta la orientación que tomó la lava en su descenso. Así se observa claramente en el cráter y como tal se intuye entre la vegetación que cubre la lengua lávica hasta detenerse y perderse bruscamente bajo la cimentación y los muros perimetrales de la última nave industrial que ha escalado la montaña.
Desde el borde del cráter, esta cara presenta un mar de cascajos. Parece tan reciente la formación de este volcán que uno tiene la sensación de que, bajo sus pies, siente aún el calor de la lava incandescente. Es una ilusión pues una mancha de vegetación que se extiende sobre ellos hasta el inicio de la necrópolis contradice la emoción creada. No es mucho el espacio observado, pero alegra ver los balillos y los bejeques colonizando con férrea decisión y acierto el sustrato pétreo. Observo pequeñas elevaciones entre el mar de lava, también pequeñas depresiones y, sin iniciar un descenso sobre el malpaís, elucubro con hornitos, tubos volcánicos y otras deformaciones propias del discurrir de la lava y la salida de los gases.
Cambio mi situación para seguir con la lectura del paisaje. Ahora observo el naciente, con un sol espléndido al fondo sobre el horizonte marino, el territorio que abarco se encuentra muy antropizado. En primer lugar, por las industrias que cercan, también por este lado, el cono volcánico. Bajo ellas la ladera se presenta llena de basuras, la vegetación autóctona es muy pobre, apenas algunas vinagreras, tabaibas salvajes y veroles, y las tuneras indias ocupando la mayor parte de este espacio tan degradado. Antes de alcanzar la carretera asfaltada, una pista de tierra discurre a media ladera, paralela a ella, partiendo de la entrada a la Ciudad Deportiva Islas Canarias y ascendiendo hasta conectar con la urbanización industrial de la Montaña. Varios montículos de tierra, colocados de forma intencionada, intentan evitar la entrada de vehículos pues la zona se ha convertido en el lugar idóneo y cercano para depositar ilegalmente residuos y generar una nueva escombrera. Tanto es así que, junto a una montaña de residuos de todo tipo, un cartel del Ayuntamiento alerta sobre la ilegalidad de tales vertidos y de las sanciones pertinentes. La realidad es que en mis visitas a la montaña, furgones y todoterrenos pasan por la pista sin control alguno y regresan de nuevo por la misma salida pues en la conexión con la zona industrial hay grandes piedras que imposibilitan el paso. También es cierto que en mis frecuentes visitas a este y otros conos del entorno, jamás observé un coche de la policía local o las motos de los agentes del SEPRONA y los infractores lo saben.
Como curiosidad para los aficionados a la ornitología, siete ejemplares de alcairón o alcaudón, como quieran denominar a la especie (Lanius excubitor koenigi) se encontraban sobre grandes ejemplares de espino de mar (Lycium intricatum), secos alguno de ellos. Se movían sin recelo, como una pequeña bandada de pájaros de volar errático pero cercano. Su sonido ronco característico -me recuerda el sonar de una carraca-, hacía que se identificaran desde el inicio de la ladera.
Bajo esta pista, al pie de la ladera discurre la GC-100 y al otro lado de la carretera, sobre el derrame lávico de ambos volcanes, se consolidó la zona industrial Cruz de la Gallina. Una de sus empresas, dedicada a la fabricación de pisos, terrazos y otros materiales constructivos, continúa rellenando paulatinamente el cauce de la barranquera iniciada en la Hoya del Gallego y que, tomando cuerpo entre los dos conos volcánicos discurría, discurre aún, por las vaguadas de La Francia y entre el polígono situado en la base del lomo de Los Caraballos y el campo de Golf del Cortijo de San Ignacio, registrado cartográficamente como El Cascajo, hasta morir en el barranco Real. El barranco presenta una vaguada que canaliza las aguas pluviales de la carretera y cuyo canal se une a una barranquera artificial de piedra procedente de la salida natural del barranco o mejor, de lo que queda de él. Camino sobre un espacio antropizado, aunque bajo mis pies hay picón, mis botas sienten las cenizas volcánicas que cubrieron todo este territorio, por donde discurrió lava como atestiguan los bloques erráticos que se observan en lo que queda de cauce. Un suelo poco evolucionado por lo reciente de sus volcanes, pero donde plantas y animales habían desarrollado un hábitat específico, adecuado a sus necesidades. Sobre las rocas de los bloques erráticos un mosaico de líquenes y algunos bejeques (Aeonium percarneum), comenzando la colonización de los mismos mientras a su alrededor esparragueras, cardones, tabaibas amargas y un suelo de ratoneras y Fagonia cretica,-la primera endémica, la segunda nativa-, plantas que suelen prosperar en zonas degradas, pugnan por prosperar en un medio que como veremos se volverá hostil. En pleno cauce sobreviven como pueden, pues su estado es lamentable, cuatro ejemplares de palmeras canarias.
Y es hostil porque esta alegría tiene su tiempo de caducidad, el tiempo que le permite el tsunami de escombros procedentes de la industria de pisos y terrazos que está justo al lado, pues ya algunos bloques erráticos han desaparecido o se encuentran semienterrados y con ellos el espacio donde estaban asentados.
La pregunta que surge en mi mente es tan lógica como ingenua: ¿Qué proyecto contempla la posterior recuperación de este sector? Y aún hay otras más lacerantes ¿Existe proyecto alguno para poner en valor este lugar y protegerlo? ¿Hay control alguno sobre estos vertidos sobre un cauce que debería estar tutelado por el Servicio Hidráulico? Las respuestas son más tristes que las preguntas. Ninguno.
Un verodal es lo que queda de la vegetación original, siendo esta la especie más observada. De nuevo, como en todos los espacios donde intervino la mano del ser humano, la tunera india va ganando terreno en la colonización de un espacio profundamente alterado. Completan la vegetación que observo en el cauce, un par de tarajales y una mimosa asilvestrada, fruto de las semillas procedentes de otra que acierto a reconocer en el borde de la carretera.
Elevando la vista del barranco, por el norte cierra el horizonte los altos bloques de la urbanización de Jinámar, pero más al sur observo la línea de costa que desde Malpaso se extiende hasta las lomas de Taliarte.
Dirigiendo nuestra vista al oeste, observamos en primer lugar, en la cima, el trozo de valla que se mantiene en pie y que nos imposibilita una visión limpia del paisaje. La valla termina junto al torreón de electricidad que lleva este recurso energético a las naves industriales de la zona. Con este torreón son cuatro los que se asientan en la ladera norte de la montaña. Caminamos hasta dejar la valla a nuestra izquierda y es entonces cuando podemos extender la vista sobre las vaguadas que conforman las hoyas de Aguedita y hoya del Gallego. Las cárcavas que surgen, una tras otra, en la ladera que parte de la zona urbana de Caserones y que, sin vegetación, el agua ha erosionado modelando este preocupante paisaje son el preludio de un fondo de barranco transformado al completo por la empresa de extracción y transformación de áridos. Sólo en su cabecera, la hoya presenta un pozo y un manchón de vegetación. La hoya del Gallego, donde se encuentra la Ciudad Deportiva Islas Canarias, ha sufrido similar transformación su territorio, pues cauce y laderas han sido arrasadas de vegetación y transformadas en un erial donde sólo los vehículos a motor gozan de un “hábitat” apropiado. Al igual que la hoya anterior, su cabecera -con seguridad debido a la elevada pendiente que manifiesta-, presenta una mancha de vegetación singular y muy interesante, así como su ladera izquierda donde se conserva una buena representación de cardonal tabaibal, tras las cuadras e instalaciones anexas dedicadas a la tenencia y adiestramiento de caballos. Esta cabecera de barranquillo nos muestra los restos supervivientes del bosque termófilo que cubría toda esta zona en el pasado. Es un lujo deambular por ella. La presencia de almácigos y acebuches que ascienden por su cara oeste contrastan en belleza con el cardonal que se extiende al norte, orientados hacia la solana. La sinfonía de los pájaros que encuentran en este espacio revelan un lugar idóneo para prosperar. Me sorprenden las gallinas sueltas, asilvestradas que con sus pollitos corren a esconderse ante mi presencia. Vinagreras, balillos, cornicales, veroles, tabaibas amargas, matos de risco, balos, hinojos, inciensos, bejeques (Aeonium percarneum), espino de mar, se extienden por la cara de umbría. Las pitas y las tuneras indias han formado siempre parte de la presencia humana en el territorio y ejemplares dispersos se observan en todas las vertientes de la vaguada. Es en esta ladera donde disfruto con el vuelo bajo de las perdices y con sus cacareos característicos por las lomadas de esta Hoya del Gallego. También los conejos son frecuentes y salen al paso, con su pequeña cola blanca alzada, tanto por la lomada como en la vaguada.
Es un placer disfrutar del encuentro con estos pequeños reductos naturales pues, desde lo alto de la montaña, el cauce se contempla alterado en su totalidad.
Giro la vista buscando la montaña donde se ubica la Sima de Jinámar. Frente a ella observo los conos destruidos por las extracciones de picón dentro del conjunto de volcanes que se observan y los cultivos que ascienden por la Cañada de los Perros hasta detenerse al pie del complejo de escombros y materiales inertes, justo al pie de la Sima.
Bajando la vista, el cauce del barranco está cultivado. Grandes plantaciones de cítricos, otros frutales, plataneras y productos hortícolas. Cuesta definir con exactitud por donde discurre el cauce de la Cañada de los Perros pues buena parte de la ladera está ocupada por naves industriales.
Es curioso que este cono volcánico no se encuentre registrado en el profuso listado de yacimientos que recogió el doctor don Celso Martín de Guzmán en su libro “Las culturas prehistóricas de Gran Canaria”, publicada por El Cabildo Insular en 1984. Sí registra otro que se encuentra relativamente cerca: el Cascajo de Belén, donde se encuentra el actual Cortijo de San Ignacio.
Leyendo un poco, al parecer hay indicios de que existía otra necrópolis situada sobre el cráter de la montaña del Gallego que se encuentra al lado de la montaña del Roso y cuya colada ha desaparecido prácticamente por la intervención del ser humano, primero con el sepultamiento del mismo mediante escombros aportados de una forma continua y sistemática por la empresas de terrazos y pisos y simultáneamente por la extracción intensiva de materiales volcánicos hasta el punto de hacer desaparecer, casi al completo, el edificio volcánico del cono del Gallego o montaña Quemada. Yo me pregunto, ¿en esta confusión de toponimias y denominaciones, no estaremos hablando de la misma necrópolis, exactamente la que estoy observando ahora, en el interior del cráter de la montaña del Roso?
Albergaba muchas dudas e hice partícipe de ellas a varios amigos familiarizados con el mundo de la arqueología en la zona. Sabían de los equívocos en la denominación de los conos. El volcán que veía desmantelado a pies de la montaña del Roso estaba registrado para unos como el volcán del Gallego, para otros era el volcán Cruz de la Gallina y para GRAFCAN, montaña Quemada, cuando con esta denominación nadie la conocía. Les comuniqué mis dudas sobre la probable existencia de otra necrópolis en la montaña del Gallego pues así lo habían referenciado algunos medios en su momento o bien aparecía registrada como la necrópolis aborigen de Lomo Gallego. Así lo había observado en Telde Actualidad y Canarias 7.
Su opinión era unánime, en estos conos no se había constatado vestigio alguno más allá de la montaña del Roso y sí había referencias a vestigios en el malpaís de Los Caraballos, que no era otro que la continuación de la Cañada de los Perros, en la zona conocida como El Cascajo. También quedaba claro para ellos que eran los malpaíses el terreno adecuado para ubicar sus necrópolis, pues era un terreno no cultivable, alejado de sus núcleos poblacionales y fácil de trabajar para preparar cistas y estructuras tumulares sobre ellas, una vez que estaban formados por cascajos y piedras volcánicas fáciles de manejar, hecho que dejaba abierta la posibilidad de que todo el malpais provocado por estos conos volcánicos fuera susceptible de ser utilizado como necrópolis.

Existe un blog que habla de Genocidio cultural y bajo este título detalla uno tras otro todos los atentados arqueológicos realizados a la largo de la isla, cómo, cuándo y dónde, a pesar de que dichos yacimientos gozasen de protección.
El numero 13 registrado corresponde a esta necrópolis prehispánica, desprotegida inexplicablemente al serle rechazado por la administración autonómica su declaración como BIC, tal y como recoge el Boletín Oficial de Canarias del 25 de noviembre de 2005
En el mismo inventario aparece la necrópolis indígena El Cascajo de Belén y de cómo fue recubierta de tierra y piedras y ubicado sobre ellos un hotel y un campo de golf. Los sondeos arqueológicos para relocalizar las estructuras fueron llevados a cabo por una empresa privada, encargados por los promotores del negocio.
Y como atentado número 1 recoge el de las casas prehispánicas descubiertas accidentalmente en 1993 en la playa de La Garita y que pasaron años bajo el abandono y la destrucción paulatina del yacimiento ante la desidia de todas las administraciones. Sabemos que, en la actualidad, parte de este yacimiento está conservado. Si desean consultar la página; http://www.geocities>cantero_jesus>atentadosgc
Lo cierto es que el cuatro de diciembre de 2005 el gobierno regional archiva la declaración de la necrópolis de Jinámar como BIC, una necrópolis, la del Lomo del Gallego -es decir la que estoy observando ahora en el cráter de la montaña del Roso-, integrada por medio centenar de cistas funerarias unipersonales asentadas sobre una colada lávica que ha sobrevivido al proceso sistemático de destrucción.
Turcón recogía entonces tan lamentable noticia y la divulgaba a través de Telde Actualidad y yo la traigo ahora a mis lectores, sorprendido de que esto que les estoy contando, haya sucedido realmente.
La noticia era esta: “La Consejería de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno regional ha archivado el expediente para la declaración de la necrópolis prehispánica de Montaña del Gallego (Jinámar) como Bien de Interés Cultural, que había sido incoado en 1993 por el Cabildo grancanario. La causa para la caducidad que se esgrime en el anuncio oficial donde se da cuenta de esta medida es que «sobre dicho expediente no ha recaído resolución en el plazo establecido por la Ley de Patrimonio Histórico Español», según publicaba Canarias7.
El cementerio aborigen de Lomo del Gallego, que está integrado por casi medio centenar de cistas funerarias unipersonales asentadas sobre una colada lávica, es para los expertos en Arqueología canaria un «enclave excepcional» por constituir uno de los pocos lugares de enterramientos que ha sobrevivido al proceso de destrucción, «casi total», de las grandes necrópolis aborígenes que existieron originariamente en la comarca de Telde. Esta necrópolis estuvo a punto de ser arrasada en 1993 por las obras de colocación de un vallado metálico que fueron acometidas en la zona con el fin de acotar el circuito Islas Canarias para la celebración de la Prueba de Campeones de este año”.
¡Inconcebible!
Quiero relatarles ahora mis impresiones con la montaña. En mis visitas al cono, siempre me ha sorprendido la cantidad de palomas, tanto domésticas como bravías que sobrevuelan continuamente la zona industrial de Maipez y la Cañada de Los Perros. También se observan sobre la urbanización Cruz de la Gallina. Descienden y buscan semillas en los terrenos baldíos, en los cortijos que aún quedan en la cañada, en eriales y laderas, en la montaña. Es habitual escuchar perdices en la cañada y en la Hoya del Gallego y hay excrementos de conejos en las laderas de la montaña. Es habitual la presencia de bisbitas camineros en todo el recorrido y sobrevuela el cono algún que otro cernícalo en busca de lagartos e insectos.
La belleza del cráter es inenarrable. Un mosaico de líquenes nos sorprende con una capa multicolor tapizando las rocas. Su colorido y fuerza hablan de un aire limpio, donde la contaminación aún no ha logrado hipotecar la pureza de su atmósfera.
Pero la admiración no conoce límites cuando observamos la colonización de este sustrato rocoso por las plantas. Si en las zonas más erosionadas, donde la roca y las cenizas volcánicas se encuentran inmersas en un proceso de formación de suelo, el balillo, la vinagrera, la tabaiba amarga, el cardón, el mato de risco, afianzan con sus raíces el incipiente sustrato mineral. En el cráter, la parte más mineral, donde los túmulos aborígenes y las murallas de piedras lo convierten en santuario, tres especies de bejeques nos sorprenden con el milagro de la vida: el Aenium simsii, pequeño endemismo de Gran Canaria, de hojas con cierta pilosidad y una línea negruzca a lo largo del haz de sus hojas -localmente se le conoce como flor de roca y uno lo entiende cuando prácticamente surge de ella-, el Aeonium manriqueorum -parece ser que tras la revisión del género la denominación correcta es Aeoniium arboreum ssp.arboreum-, un arbusto ramificado con hojas espatuladas y de color verde brillante, que viste de oro con su floración el sustrato mineral, rojizo o ennegrecido, según los grados de oxidación de los mismos y el Aeonium percarneum que, más dicreto, acompaña al A. arboreum con la coloración blanquecina y las suaves líneas rosadas de sus penachos florales. También esta especie es un endemismo insular. Observado el cráter desde su cúspide, cualquiera se pregunta dónde está la tierra capaz de sustentar y alimentar a los bejeques.
No existe senda alguna que nos acerque a los muros de piedra, a las cistas, a los goros. Si decidimos observar estas estructuras de cerca debemos hacerlo con enorme cuidado. La razón es doble: por un lado, porque vamos a discurrir sobre un sustrato virgen, muy poco alterado y por otro atendiendo a razones de seguridad pues el material escoriáceo corta como un cuchillo, rasga la ropa si nos caemos y es muy probable que nos produzca alguna herida. Prudencia pues si no queremos sufrir alguna lesión. Si decidimos explorar el espacio, nuestros pasos deberán volverse firmes y seguros, pues es difícil caminar esquivando las nuevas plántulas de las especies botánicas que germinan por doquier, pero debemos hacerlo. Paciencia y cuidado, mucho cuidado, pues las aristas del malpaís no sólo dejan sus huellas cortantes en nuestro calzado sino en nuestros cuerpos si cometemos la insensatez de la imprudencia, resbalamos y tenemos que apoyarnos sobre los puntiagudos y afilados cascajos.
Si algo nos impacta en verdad en este enclave es su historia, el hecho de ser un lugar sagrado, la presencia de la muerte. Se percibe con total claridad el lugar exacto donde fue depositado cada cuerpo. Algunos túmulos son simples y sencillos amontonamientos que nos permiten imaginar que, bajo ese cúmulo de cascajos, descansa aún un cuerpo aborigen. Otros, descubierto su interior, presentan sus cistas en perfecto estado, algunas manteniendo aún las losas que cubrían los cuerpos. Silencio, percibo un sobrecogedor silencio. Me siento junto a uno de los muros y observo. Es el más alto, el que se encuentra más abajo en el cráter, el más sólido y ancho. Son muros de piedras con la forma de un amurallamiento. Otro discurre más arriba, más bajo en altura, pero igual de largo. Es sobre este último donde descansan los restos de otra valla oxidada y abandonada. Entristece su presencia pues es el único elemento extraño que debería estar ya retirado del yacimiento pues parte de la misma se encuentra sobre estructuras tumulares. Sin palabras mi vista recorre el espacio limitado del cráter, un espacio limpio y silencioso, sereno y puro, lleno de energía mineral. Sé que el medio centenar de túmulos se encuentra disperso por todo este paisaje, dentro y fuera de las murallas observadas. Escucho en silencio. El mensaje de la necrópolis me llega con absoluta nitidez. Sólo pide respeto. No implora, exige dignidad y reconocimiento.
Asciendo de nuevo al borde del cráter para acceder de paso a una especie de goro que tiene a su lado otro goro asociado. Entro en el más grande -es posible que, con ambas superficies ovoidales, ocupen una treintena de metros cuadrados-, que presenta su entrada orientada al sur, y compruebo que la altura del muro que está defendiendo su interior de los vientos del nordeste mide alrededor de un metro y medio, el resto de las paredes que cierran el recinto rondan el metro de altura. El suelo de ambos goros es el único espacio en el cráter que está libre de cascajos, presentando una superficie llana, terrosa y compacta. Junto a los líquenes, detecto la presencia de musgos al pie de una de sus paredes. La ubicación de estos goros refuerza mi idea de que forman parte de las estructuras asociadas a la necrópolis junto al hecho de que no observe excremento alguno de cabras u otros animales ni haya pesebre o elementos relacionados con el ganado. Dejando volar la imaginación de un profano ¿acaso podrían estos goros tener que ver con el depósito o preparación de los cadáveres antes de su posterior sepultura? Está claro que poco sentido tiene que se dejaran de cualquier modo junto a las estructuras tumulares donde el suelo es irregular e inestable. Junto a los dos goros se encuentra un túmulo con su cista al descubierto. En su interior un enorme trozo de tela de color marrón que, por prudencia y respeto a posibles investigadores, observo y dejo, aunque presenta toda la pinta de ser un residuo cubierto de polvo y tierra, pero no soy yo quién para manipular nada en este emblemático, pero no protegido, lugar. Se respira paz en el interior del goro. Vuelvo a sentarme. Es un lugar idóneo para tomar notas, esbozar algún dibujo, reflexionar sobre el yacimiento y nuestra relación con el pasado. Luego deambulo con extremo cuidado alrededor de los goros y observo, un poco más arriba, otro túmulo abierto que presenta su cista situada a un metro, metro y medio de profundidad, con un par de las losetas que cubrían el cuerpo, aún en su lugar y, sobre su lecho, un hueso largo. Me sorprende el avistamiento porque no concibo negligencia ni abandono tan palpable, tan lacerante, tan desgarrador y triste y, retirándome en silencio, allí se queda y permanece, con total seguridad un vestigio orgánico de un pasado olvidado. Quiero pensar que no es un hueso perteneciente a un cuerpo aborigen, pero la duda toma cuerpo cuando en otra cista próxima, observo un hueso más largo con la forma y el tamaño de un hueso de un brazo humano, cubierto en parte por lo que pudiera ser un trozo de piel seca. Le saco varias fotos y allí permanece, junto a la cista. Ni siquiera necesito aproximarme. Muy próximo, otro amontonamiento de piedras que puede significar un vestigio de otro amurallamiento, ahora desaparecido, que protegía la necrópolis por el este. Ante estos hechos, visibles y palpables, una pregunta asalta mi mente: ¿Quedarán túmulos sin excavar? Y si la respuesta fuera afirmativa ¿De qué tipo de vigilancia ante posibles expoliadores goza esta necrópolis?
Cierro los ojos ante las preocupantes respuestas que vienen a mi mente y que no quiero valorar y respiro profundamente. Me pregunto qué será de este yacimiento totalmente desprotegido, abandonado a su suerte. Repaso mentalmente el recorrido, las sendas, la montaña, tras la búsqueda de letreros, leyendas, indicaciones precisas encontradas a lo largo del camino, informándonos sobre la importancia de la necrópolis, la importancia del cráter del volcán, de los ecosistemas asociados, de sus valores botánicos y faunísticos. Una tristeza enorme me embarga al constatar que nada, absolutamente nada, informa de esta joya arqueológica, de esta joya volcánica. No hay señal ni letrero alguno. Al igual que en la montaña de la Atalaya, ninguna señal, ningún letrero apercibe al visitante del extraordinario valor patrimonial del lugar y, desgraciadamente, ese es el primer paso para dejar desprotegido cualquier espacio, abierto al destrozo, al expolio, a las basuras y, tristemente, no serán estas personas los máximos responsables del daño producido sino aquellos que teniendo la responsabilidad de su protección jamás han actuado en consecuencia.
Abandono el cráter vigilando mis pasos, con una obsesión puesta en salvaguardar los bejeques más jóvenes. El cono me ha regalado una experiencia y unas vivencias inolvidables y es de obligado cumplimiento compensar tal dádiva con el más absoluto respeto a sus habitantes botánicos.
¡Qué triste es constatar como valores paisajísticos, geológicos, ecológicos, patrimoniales como este que estamos tratando se encuentran abandonados y relegados al olvido y el deterioro por las autoridades incompetentes!
Es preocupante saber que sólo el respeto y la buena voluntad de los que visiten este cono volcánico, este santuario aborigen, mantendrá el espacio en buenas condiciones, dependiendo, eso sí, de su libre albedrío, educación y conocimiento.
Pone los pelos de punta saber que, si días atrás nos levantamos con la triste noticia en los medios de comunicación de una bandera española pintada por unos desaprensivos e ignorantes irresponsables sobre unas pinturas rupestres de seis mil años de antigüedad en Peñón del Muerto (Ciudad Real), mañana la noticia puede ser la destrucción de este patrimonio tras la búsqueda de huesos, un hipotético ajuar funerario o, simplemente, por el placer de destruir.
Lo más triste de este artículo, que no deseo sea la crónica de una muerte anunciada, es que cuando en verdad queramos proteger el yacimiento, no sea demasiado tarde.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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