Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Plática con el banco del parque de mi barrio

martes, 04 de julio de 2023
Vivo la etapa de la senectud y, como los jubilados de mi barrio, me gusta pasar ratos sentado en algún banco del parque. En esta ocasión, una tarde nostálgica de otoño, me hallo sedente y reflexivo en uno de ellos bajo la sombra de unos frondosos plataneros. Entonces, mientras tiraba algo de comida a unas palomitas y escuchaba el alegre griterío de niños que bulliciosos jugaban por allí, en esos momentos vespertinos empecé a comentar con el banco donde estaba sedente lo siguiente:
"Querido banco, tú bien sabes porque tengo la atávica costumbre de venir siempre a ti y no sentarme en otros de los muchos que hay por este parque pero, voy a recordártelo. Según me contaron mis progenitores tú formas parte de nuestra vida. Cuando nací el primer aire que percibí fuera del hogar fue en este pulmón oxigenante del barrio, este parque. Aquí me traían papá o mamá, o ambos; primero en aquel carrito de bebé. Después, cuando ya me iba desenvolviendo en destreza locomotora, aquí, a tu lado, di mis primeros temblorosos pasos agarrándome a tu cuerpo de madera y a veces, dada mi inexperiencia y debilidad física, o por querer andar a prisa, golpee mi barbilla o mejillas en tu cuerpo y alguna lágrima bañó tu ser. Pero como fue culpa de la imprudencia infantil, de nada te inculpo.
Durante mi infancia alrededor de ti jugué saltando y brincando feliz con los de mi generación. Llegada la adolescencia, buen amigo banco, entonces tú fuiste el primero que sabías de mis primeras citas, de esos besos juveniles, aquellas caricias que me intercambiaba aquella chica quien, pasados los años, llegó a ser mi esposa. Los dos dejábamos tu suelo lleno de cascarillas de pipas y en el aire de este barrio marchaban y se propagaban nuestras dulces palabras que con los años fueron una realidad. En una de tus tablas grabamos con un bolígrafo un corazón y dentro nuestras iniciales, todo ello mirando que no nos viera algún jardinero y nos reprendiera. Hace tantos años que ya ese dibujo no lo vemos, quedó tapado por muchas capas de barniz que fuiste recibiendo, pero yo puedo señalar el sitio exacto donde lo pusimos. Aquí siempre vine cuando tenía algún problema académico, cuando aquellas notas no eran las esperadas o recibía alguna regañina de los adultos, padres y maestros. Tú, siempre callado, me dabas la razón en todo. Contrajimos matrimonio aquella chica y yo, ambos casamos en la iglesia del barrio. Trajimos aquí a nuestros hijos a que en este parque estuvieran seguros y que su corazón palpitara amor por el barrio. Cuando mis nietos eran pequeños junto a ti los llevaba. En tu ser se han sentado muchos miembros de nuestra familia. Hoy, amigo banco, mis hijos, por motivos laborales, viven lejos de este barrio, a cientos de kms, pero cada vez que pueden vienen hasta aquí. La que fue mi amor y compañera durante cuarenta años se ha marchado pero no por culpa de ruptura sentimental, ha sido la muerte quien la ha llevado para el último y luctuoso barrio. Solamente quedo yo aquí lleno de achaques en la casa pero, amigo banco, no me siento víctima de la soledad porque vivo en mi barrio de siempre. Tengo al tendero que me saluda, al cuponero, al repartidor de butano, al barrendero, la cartera... a todos los de estas calles que nos queremos y sobre todo, banco de mi vida, a ti que todos los días vengo a pasar un ratito en tu compañía y a contarte historias. Nos llevarán del barrio las sucursales bancarias, pero el banco de siempre, en el que guardamos los mayores el mejor capital, nuestros recuerdos, que no nos falte. El mobiliario urbano merece nuestro respeto y un barrio sin papeleras, con su boca abierta esperando limpiar el entorno, y bancos ofreciendo asiento gratis no sería ecológico y solidariamente social como es este nuestro maravilloso barrio."
Sin darme cuenta estaba ya el ambiente envuelto en la noche y, levantándome del banco marché hacia mi casa que distaba de allí un par de calles pero, nada más salir de aquella zona de recreo, en la misma puerta de entrada al mismo, me encontré con un desconocido que no era de nuestro barrio que se disponía a entrar. Lo vi meterse en el parque. Se trataba de un vagabundo que buscaba pasar la noche en uno de aquellos bancos, puede que hasta utilizara el mío, no como asiento y sí como una improvisada cama. Comprendí que para los inopes la presencia de estos inmuebles es la salvación. Le vi acercarse al banco. Quise llamarlo pero el miedo hacia quien no conocemos hizo que me reprimiera. Seguí caminando encontrando a gentes vecinas con quien intercambiaba los deseos de buenas noches. Pero de mi pensamiento no se iba la imagen de aquel hombre que parecía un fantasma que se me aparecía para avisarme de que a mi barrio también llegaba la pobreza personificada en ese ser. Yo, gracias a mi pequeña pensión , tenía un techo y un lecho pero hay otros muchos que carecen de esto y en ocasiones , si no llegan a tiempo, encuentran cerradas las puertas de acceso a un parque donde les espera siempre un banco metálico, de madera o piedra donde dejar de tener pesadillas de miseria y envueltos en sus cartones sueñen con ser vecinos de un barrio algún día.
Él seguro que durmió en aquel banco pero yo no concilié el sueño en mi lecho. Nada más amanecer fui a la tienda de la esquina y compré algunos víveres. El dependiente amigo, al decirle que los prepara para llevar, me dijo:
- "¿Vas a marchar de viaje?. Vuelve pronto, este barrio necesita gente."
A lo que le respondí:
- "No, amigo, es para animar a que se quede otro vecino con nosotros para que sepa que aquí recibimos muy bien a todos."
Dejé algo desconcertado al tendero y marché cargado de aquellas bolsas en dirección al parque. Dada mi edad casi me costaba andar con el peso de lo que portaba. Llegué allí pero ya no estaba. Se había ido aquella persona pero la visita de la miseria deja huella. Lo busqué , pregunté a jardineros, barrenderos , guardias. ¡Nada! Todos me dijeron:
- "Aquí no vienen vagabundos. En nuestro barrio todos vivimos bien.!"
Sentí pena que nadie detectara la indigencia excepto yo. Muy afligido me senté en el banco. Entonces un pequeño que percibió que estaba afligido, se acercó diciéndome:
- "Señor, si no tiene hogar venga, en el mío lo acogeremos."
Reprimí como pude las lágrimas y le dije al niño:
- "Gracias, aún no he llegado a esa fase, pero anoche la vi y puede que pronto se adueñe de mí. Si necesito tu ayuda te la pediré."
Marchó el niño y yo le comenté al banco:
- "Gracias por recibir a ese otro yo, el de la miseria."
No dejé allí la comida que le había comprado, pues era para mi mismo. No habían pasado unos años me vi que ya no tenía recursos para sostener mi morada y como otros me vi sin vivienda y recurría a comedores sociales y a un banco muy distinto a los que tienen dinero. Había llegado ese vagabundo que encontré aquel anochecer y vivía de la protección de asuntos sociales y solamente esperaba que un día llegara quien llegó y prolongó mi sueño en una noche tétrica en que quedé muerto en el banco de mi vida.
A la mañana me encontraron unos funcionarios municipales y dijeron:
- "Ha muerto este pobre sin familia que tanto venía a este banco."
Pero ellos no saben que fallecí pobre pero rico por contar con un banco, con mis vecinos y con un barrio que siempre me quiso y me trataba como una acomodado señor cuando no tenía ni un peso.
Pol, Pepe
Pol, Pepe


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES