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Montaña de Las Huesas

miércoles, 19 de julio de 2023
Dedicado a Domingo, habitante de la montaña Las Huesas, mi Doramas novelado. Es ésta, una de las muchas historias en que la realidad, supera la ficción.

"Lugar de enterramientos aborígenes en cuevas; son sepulturas colectivas y sucesivas; en la misma Montañeta se hayan unas viviendas de tipo circular y excavadas en la toba a manera de pabellón, muy interesantes."
Así registra el Doctor Pedro Hernández Benítez, Pbro., en su libro; "Telde" la presencia y la toponimia derivada, de uno de los yacimientos arqueológicos más curiosos y sorprendentes de este municipio y, al mismo tiempo, más abandonado.
Recorreremos la montaña de Las Huesas con mucha paciencia, a sabiendas de que la mayor parte de la misma ha sufrido una transformación brutal, constatando, una vez más, que la intervención del ser humano cuando no está regulada por una planificación previa y sometida cualquier intervención a una regulación estricta y eficaz vigilancia, el resultado es éste: una montaña cantera, una montaña escombrera, una cima de la montaña horadada por estructuras militares -trincheras- en estado de absoluto abandono, un yacimiento sucio y abandonado, unas industrias en su ladera sur sin control en sus vertidos, una sorriba de escombros para generar nuevas zonas de cultivos abandonado en la actualidad -escombrera y cultivos-, y una urbanización surgida de la clandestinidad en su cara norte, exenta de los más mínimos parámetros de control de residuos y, es muy probable, de sus aguas grises que contaminarán suelo y agua mediante pozos negros que se habrán abierto con los mismos visos de ilegalidad que las viviendas en cuestión.
Poco más hay que decir del estado calamitoso de la montaña. Será pues este artículo testigo fiel de su estado pormenorizado, de cómo una fortaleza cultural de primer orden como debería ser este yacimiento aborigen, ningún significado posee en la actualidad ante la irrelevancia y el abandono al que ha sido sometido.
Comienzo recogiendo literalmente lo registrado por el doctor Celso Martín de Guzmán, referente a este yacimiento:
Código: VI T/3Sitio: La Huesa.
Altimetría: 130 metros sobre el nivel del mar.
Estructuras: Cuevas.
Cueva número 1.- Dimensiones: longitud, 15 metros. Ancho, 5 metros. Altura, 1,90 metros (Su frontis tiene cuatro huecos)
Cueva número 2.- Longitud, 3,30 metros. Ancho, 1,90 metros. Altura, 1,90 metros.
Hallazgos:
Lítico: Siete piezas sin identificar.
Cerámico: Tres fragmentos de cerámica lisa y fragmentos de un vaso troncocónico.
Otras observaciones: En la parte posterior de estas dos cuevas hay otro conjunto con alacenas y una de ellas con una especie de patio de 25 x 15 metros. Fue explorada por el Sr. Jiménez Sánchez en 1943.
Bibliografía: Jiménez, 1946, p.80
Una vez expuesta la información que les acabo de reseñar, es el momento de acercarles la montaña.
De fácil accesibilidad, podemos llegar a ella abordándola por cualquiera de sus vertientes. Es más, de los conos volcánicos que les voy a presentar, es la segunda montaña donde podemos alcanzar su cima sin bajarnos del coche. La otra es la montaña de la Atalaya o de Taliarte que ya hemos tratado.
Y es así porque esta montaña jamás tuvo, para sus propietarios, entidad de montaña. Ante la falta de interés institucional y de control en su desarrollo, fue parcelada, vendida y ocupada.
Analizaremos brevemente cada una de las intervenciones llevadas a cabo en la montaña Las Huesas y veremos que si se conservan las cuevas y el yacimiento arqueológico es simplemente porque hasta hace muy pocos años fue utilizada como redil de ganado y por consiguiente tratada como una propiedad útil, aunque esa singularidad también supusiera intervenciones en su entorno inmediato.
Comenzaremos analizando visualmente desde la cima su cara norte. Observamos como la ocupación urbanística ha llegado muy cerca de la cúspide, deteniéndose a medio centenar de metros de la misma. Desde la base de la ladera, justo donde se inicia el barranquillo de Las Huesas, fincas cerradas con altos muros esconden tras ellos muchas viviendas realizadas a golpe de silencio, oscuridad y a espaldas de las normas urbanísticas recogidas en el Plan General.
Forman parte todas ellas del famoso: "Diseminado de Las Huesas", una mezcla de parcelas donde el uso residencial, agrícola, ganadero, industrial, de almacén, de cementerio de coches... configura un frankenstein urbano que cuesta denominarlo barrio urbano. Hemos tratado con detalle esta realidad en el artículo dedicado al barranco de las Manolitas -domingo, cinco de septiembre del pasado año- y a él les remito si desean conocer una información más detallada de este entorno y del inexplicable cierre de la vaguada que inicia este barranquillo.
Lo cierto es que de esta cara norte de la montaña ningún espacio físico queda sin sufrir un fuerte proceso de uso, abandono y transformación. Si acaso, el espacio menos alterado sea la pervivencia de unas parcelas de suelo rústico perteneciente a antiguos cultivos que malamente conserva vestigios de su pasado -restos de canales de riego, ondulación del terreno, aterrazamiento...-, fruto del esfuerzo humano y de las plantaciones correspondientes. Ante la impunidad existente, ante la falta de control sobre la picaresca de cerrar el terreno, vallarlo, cubrir el soporte o tela metálica con una red opaca de plástico para luego proceder a levantar, primero un cuarto supuestamente de aperos, luego poner un corral y terminar fabricando una casa, oculta tras paredes de bloques que ocultan su espacio interior a la vista, bloques mantenidos, para mayor escarnio estético, toda una vida sin encalar ni pintar, no sé el tiempo que pervivirá lo que queda de suelo rústico en esta cara norte y nordeste de la montaña.
Si nuestra mirada es más amplia y extendemos la vista, observaremos una buena panorámica de los barrios de Telde que han colonizado el llano. La antaño vega agrícola, tanto la vega mayor como las asociadas a esta extensa planicie formada por el aporte milenario de sedimentos de una extensa red de barrancos, es ahora una amplia extensión de territorio urbanizado.
Más allá, los conos volcánicos de Jinámar, Bandama, La Atalaya, Tafira y los volcanes de la Isleta, arropan estas feraces tierras que hicieron de Telde un referente agrícola insular durante siglos.
Nos giramos y observamos la cara sur, teniendo cuidado en no dar un mal paso sobre las abandonadas y derruidas trincheras y/o estructuras militares que se observan en la cima.
Una mirada a lontananza nos presenta un paisaje de conos volcánicos alineados. Desde la costa pasando por Cuatro Puertas, los volcanes de El Gallego, Topino, Aguiar, Melosal, Rosiana... y entre estos conos y la montaña donde me encuentro, se extienden tierras de cultivos abandonadas, pero que no presentan escombreras ni otros daños específicos que las haga irrecuperables, más allá del agotamiento del suelo que delata la inexistencia de una cobertura verde, propia del tabaibal-cardonal primigenio. Las lomas se extienden suaves entre el barranco de Silva y los barranquillos de Sacateclas y Las Manolitas. Restos supervivientes de cucañas, paisaje ocre, polvoriento y silencioso.
Si traemos la vista, buscando el pie de la montaña, veremos que buena parte del cauce del barranquillo está cubierto por los desechos de una industria de pisos, terrazos, celosías y otros materiales de construcción que se encuentra justo sobre él, ocupando una buena parte de la ladera sur de la montaña. Esta empresa, sin control alguno, acumula sus residuos en la loma que da al barranco. Esto sucede porque el control institucional sobre la gestión de residuos de este tipo de empresas es muy laxo, creo sinceramente que, a pesar de la normativa y legislación en vigor, es prácticamente inexistente. Se trata del barranco de Sacateclas aunque también se reconoce con el nombre del que circunda la montaña más al norte, las Manolitas.
Si elevamos la vista ascendiendo por la montaña, por encima de esta industria encontramos un terreno dedicado a almacén de materiales obsoletos propios de la construcción, bidones y tubos de uralita a la espera de su reciclaje, vehículos en desuso y, un escalón más arriba, un enorme estanque cubierto por una malla negra para mitigar los efectos de la evaporación. Este enorme depósito se mantiene en uso pues falta el día en que visite la montaña donde no escuche el sonido de la entrada de agua en el embalse. Bajo nuestros pies, pues nos encontramos en la cima, observo la penúltima terraza que precede a la que da paso y servicio al yacimiento arqueológico, la última estará tras el yacimiento, a punto de alcanzar la cima.
Y es que a esta cara sur las máquinas excavadoras le han cambiado su perfil primigenio, alomado, dándole forma de escalera. Una escalera de gigantes. Poco a poco, pero sin descanso, el ser humano ha ido desmontado la ladera para obtener terrenos llanos donde poder ubicar industrias o estanques. Y así observamos como en la parte trasera de cada terreno, enormes paredones que no están protegidos por valla alguna, se convierten en un peligro permanente para los que, despistados, se les ocurra transitar por la montaña, no sean cautos y se olviden de observar donde ponen sus pies. Es cierto que son terrenos privados y también es cierto que se necesita un despiste mayúsculo para acercarse y caerse por alguno de estos taludes, pero cuando existe un peligro potencial, las medidas que deben tomarse son reales, dispongan los terrenos en cuestión de titularidad pública o privada.
En esta vertiente sur, es necesario detenerse en el hito arqueológico que pone en valor la montaña. Desciendo sin dificultad alguna pues es suave la pendiente y ya de pie sobre la plataforma, la primera vez que vemos el yacimiento, impresiona, sorprende, emociona.
Si bien es cierto que necesita una buena limpieza toda la montaña, es más impactante cuando observamos las basuras al pie y en los alrededores del yacimiento. Apena y entristece. Son vestigios de nuestros ancestros aborígenes ninguneados, olvidados, condenados a la irrelevancia. Da igual que nos encontremos ante un recinto de uso funerario pues, según la tradición oral, se encontraron multitud de momias, que sea un recinto de uso religioso a la vez que funerario, que fuera de uso habitacional o utilizado como redil para el ganado -uso que ha tenido hasta hace pocos años-. Lo esencial es que sea lo que fuere es de justicia que esté cuidado, que esté protegido, que este valorado. Está claro que el topónimo hace alusión a restos óseos y a espacios funerarios de los antiguos canarios, pero, al igual que muchos otros yacimientos, ahí sigue, década tras década, condenado al ostracismo.
Me dirijo a la gran cueva. Presenta cuatro aberturas -no le llamo puertas pues no se puede acceder a ella sin trepar nada más que por una-. No hablaré de medidas pues antes las vimos en el registro del doctor Martín de Guzmán. Su suelo presenta una gruesa capa de excrementos de ganado caprino fundamentalmente.
Sólo es factible, sin riesgo de caída, acceder a ella por la tercera abertura, contando para ello desde la izquierda de la cueva. La razón es simple, hay un rebaje importante del suelo de la cueva en esta entrada, dándole una inclinación tal que su entrada busca el nivel del suelo exterior. También ayuda el hecho de que la abertura es ancha, algo más de un metro y alta, próxima a los dos metros. Una vez dentro de la cueva nos sorprende su silencio y la inexistencia de humedades. El suelo es irregular, observando, en lo poco que está libre de excrementos, canalillos y cazoletas. Al recorrerla comienzo por la abertura que, al entrar, se encuentra a mi derecha. Es baja, apenas un metro y medio de altura y es la que presenta una separación mayor entre el suelo de la cueva y el suelo exterior. Es posible que hablemos de unos dos metros de altura. Es en este suelo donde encontramos la capa más gruesa de excrementos caprinos, algo que delata el abandono a que se ha sometido sistemáticamente esta gran cueva.
Volviendo sobre nuestros pasos, en dirección oeste, pasamos por delante de la puerta por donde hemos accedido a la cueva y la tercera abertura también es baja en altura y también queda colgada de la pared exterior. Continuamos hasta la última, no sin antes observar un agujero abierto entre estas dos últimas aberturas. Se trata de un lucernario abierto en el techo. En esta última abertura, el salto que hay que salvar paras acceder a la misma es de un metro de desnivel por lo que es aconsejable utilizar la entrada principal.
Observo con calma la panorámica que se abre ante mis ojos por cualquiera de las aberturas o ventanas de la cueva. Frente a mí la montaña de Cuatro Puertas y observo con absoluta claridad la cueva que justifica su nombre. Deslizo la vista sobre la amplia panorámica del territorio sureño. Me siento bien en el interior de la cueva. Es bella y muy acogedora.
Al salir de ella y descender al espacio acotado por un muro de grandes bloques de material escoriáceo, observo que hay otra cueva a mi izquierda. Da la impresión, cuando se observa de frente el yacimiento, de una quinta ventana en la gran cueva, pero en realidad pertenece a una segunda cueva independiente, tal y como señala Celso Martín de Guzmán. Paras acceder a ella es necesario hacerlo con mucho cuidado pues, aunque observemos una serie de escalones tallados en la roca que nos llevarán hasta el umbral de la misma, deberemos colocar un pie fuera y otro dentro de la cueva abrazándonos a la roca por razones de seguridad. Es este un buen momento para recordar a los lectores que nunca me canso de recomendarles que no salgan solos a caminar, especialmente cuando sus periplos discurran por lugares apartados, poco concurridos y fuera de las sendas habituales. También les recomiendo prudencia, mucha prudencia.
Al salir de este conjunto de dos cuevas, analizo el recinto vallado con piedras obtenidas de la montaña. Es un muro de piedra, bien conservado en general, aunque derruido en zonas concretas. Servía como redil, con la función de mantener recogido el ganado al aire libre, pero con acceso directo a la gran cueva.
Es en esta zona y en el espacio que desciende hacia el barranco en dirección sur donde encontramos los mayores ejemplares de gualdón (Reseda escoparia), un endemismo canario poco frecuente en el municipio y la especie con mayor interés en esta zona.
Salgo del recinto por la abertura donde algún día hubo una puerta, aún se conserva el marco de la misma, para dirigirme hacia la izquierda del mismo. Sé que, ascendiendo, a una altura un poco mayor que la del yacimiento visitado, encontraré dos cuevas más, una orientada al sur al igual que las visitadas y otra a su lado, orientada al este. Frente a ellas se encuentra la plataforma lávica, esa especie de patio de 25x15 metros del que nos habla también Celso Martín de Guzmán. La cueva mayor, orientada al sur, presenta al menos cuatro cazoletas en el suelo -unas más grandes que otras- y se encuentre encalada en su mayor parte y pintada de blanco de mitad de la cueva hasta el suelo. Debemos ser prudentes pues hay tachas e hierros clavados en sus paredes. El suelo nos presenta inconfundibles rastros que delatan la presencia de lagartos en su interior. Se encuentra limpia y seca. Sería necesaria una limpieza de los alambres y tachas que hay en sus paredes pues es fácil dañarse con ellos, pero está claro que cualquier intervención, por mínima que sea, deberá ser realizada por especialistas.
La que se encuentra a su lado, con una superficie apenas de dos metros por dos, presenta al igual que la anterior un suelo muy llano, pero a diferencia de la anterior, se encuentra llena de basuras y su techo ennegrecido por el humo posiblemente del uso como cocina cuando estuvo ocupada.
Y es que no debemos olvidar que el histórico abandono ha traído la ocupación de las mismas en diferentes momentos. Los colchones, maderas, velas, restos de calderos, platos y otros utensilios para cocinar precariamente no están ahí de casualidad, obedecen a pernoctas y ocupaciones temporales ante la inexistencia de vigilancia del conjunto arqueológico.
Dejo esta plataforma para subir a la siguiente. Justo la que hay sobre estas dos cuevas. Esta plataforma se continúa con la parte superior de la gran cueva. Limpia de vegetación, sólo se observa el suelo pétreo y en él, la apertura del lucernario antes señalado. Tras esta plataforma otra vez la montaña vacía. Un escalón más en esta imaginaria escalera de gigantes. Una intervención humana más para remodelar toda esta cara sur de la montaña. No existen más taludes porque la cima está ahí, a unos pasos.
Antes de dirigir mi mirada a las caras este y oeste, observo la cima. Hay escombros y restos de basuras esparcidos o agrupados a lo largo de la cima. No es de extrañar pues por ella pasa una pista de tierra adecuada para el paso de vehículos. También discurre otra, paralela, un poco más abajo. Es la que permite llegar con coche hasta la entrada del yacimiento. Un par de pequeños depósitos de aguas, posiblemente decantadores o distribuidores de las mismas pues a ellos llegan y de ellos parten acequias o canales de riego, ahora rotos o desmantelados.
Sobre la cima dos estructuras militares, posiblemente dos cuerpos de trincheras y baterías de defensa.
El primero que encontramos se encuentra más al este, justo en la vertical del yacimiento arqueológico. Los zapadores que las abrieron no alcanzaron el metro de profundidad. Su recorrido forma una especie de arco con cinco radios bien definidos que terminan en engrosamientos pronunciados. Pienso que estas aperturas más amplias y de sección cúbica estaban destinadas a situar la zona de tiro y la ubicación de ametralladoras o fusiles. Cuatro de estos cubículos están orientados al este, uno al norte y el otro apunta al oeste. Cubrían así toda la llanura teldense, el espacio abierto a invasiones o ataques procedente del océano. En las cercanías de esta trinchera, varios espinos de mar que alcanzaron un buen tamaño, se encuentran ahora secos.
Si caminamos por la loma de la montaña hacia el oeste, nos encontraremos con otro cuerpo de trincheras, este más erosionado y en peor estado. Está situado justo en la parte más alta de la cima. Consta de seis cubículos para su defensa, unidos por un pasillo común. Todos ellos están dirigidos al oeste y sur de la isla. Ocupa más superficie que la anterior y sus pasillos son más amplios. Al lado de esta estructura se encuentra una hondonada, sin aparente uso. No es la única. En esta cara sur, donde no hay una excavación buscando un terreno llano, hay una cata de materiales escoriáceos y ahí quedan las hondonadas, abandonadas a la basura y los escombros.
Es en estas tres depresiones, las dos de trincheras y la hondonada donde se refugian algunos ejemplares de la escasa flora de la montaña. Tabaibas amargas, verodes, gualdones y algún espino de mar dan una nota de color a la aridez de la montaña. Varios ejemplares de tunera india comienzan la colonización de los espacios libres de la montaña. Aunque están bien desarrollados, son pocos y es tarea fácil erradicarlos de la montaña. Cuestión de estrategia de los responsables del control de plantas invasoras. Algunas tuneras indias, aún muy pequeñas, comienzan a prosperar ante la dejadez y el abandono del espacio. Si alerto de ello es porque en otros conos como montaña María Ojeda, montaña Los Barros, la presencia es tal que su control se vuelve imposible.
Observo con calma la cima de la montaña. Pistas, trincheras, hondonada, basuras... solo en la llanada un pequeño terreno sin despedregar y por lo tanto no apto para la circulación de vehículos conserva un manchón de tabaibas amargas y unos cuantos veroles y espinos de mar.
Sigo caminando hacia el oeste por una loma que desciende muy suave.
Un enorme socavón de unos cinco metros de caída libre, esconde un depósito de basuras, pues en eso lo han convertido, en un enorme basurero al aire libre, sin control alguno. Es deplorable que una montaña tan próxima a zonas urbanas y con un yacimiento arqueológico en su haber, se encuentre en este estado.
Más abajo, en esta misma ladera de la montaña, los terrenos de cultivo llegan hasta su base. Lo que hace poco tiempo era una rentable y provechosa plantación de naranjos y mangos que llenaban de verdor y frutos dorados toda la llanada, actualmente está abandonada, dejando a la vista la triste imagen de los árboles secos y la impactante imagen de la enorme escombrera sobre la que se desarrolló este campo de cítricos y mangos.
En esta dirección del poniente, destaca la silueta de montaña Las Palmas, Valsequillo, al pie de la montaña de El Helechal, extendiéndose por los Llanos de Valsequillo y los Llanos del Conde. Más allá cierran el horizonte visual las cumbres de la isla.
Vuelvo mi vista un poco hacia el sur para quedarme en una visión del suroeste de la montaña. Sin duda es la imagen más hermosa que podemos observar desde la montaña. En primer plano zonas cultivadas e invernaderos que se extienden por el Lomo de las cuevas de Jerez, Lomo Jerónimo y Cuarterías de don Juliano, más allá de la hermosa finca abandonada. A su alrededor, lomadas y vaguadas de suelo rústico sin cultivar, limpio de escombreras y vertidos, se extiende sin pausa hasta el pie de los conos volcánicos que cierren el campo visual en lontananza: Cuatro Puertas, El Gallego, montaña Aguiar y las cumbres de la isla.
A nuestros pies tres pequeñas cuevas en la falda de la montaña. En esta ladera sí prospera un buen grupo de tuneras indias hasta alcanzar el cauce del barranco. Es en esta cara sur y suroeste donde observamos, junto a las tuneras, ejemplares aislados de balos. Precisamente una de estas cuevas me inspiró el relato de Doramas y los lagartos. Si tiene interés en la novela: "Un centenar de lagartos" puede consultarla o solicitarla en préstamo en cualquiera de las bibliotecas municipales, pues su edición contó con el mecenazgo de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento teldense y debe encontrarse en centros educativos, asociaciones vecinales y bibliotecas municipales.
Pateo esta ladera rocosa para saber de mis queridos lagartos. Afortunadamente siguen observándose lagartos de Gran Canaria en la zona, pues con esta orientación es la vertiente más soleada. Una incipiente barranquera y varias cárcavas favorecen la escorrentía de las aguas pluviales, desnudando la roca del suelo ya establecido y favoreciendo la creciente erosión de la montaña. No obstante, ejemplares de tabaiba amarga, algunos balos, inciensos y salados (Schyzogine sericea) mantienen con su firmeza radicular el suelo donde prosperaron. En la ladera de enfrente, umbría, el barranco mantiene vestigios de un esplendor botánico del pasado, mostrando grandes ejemplares de especies propias de un tabaibal que cubrió algún día sus dominios pero, cuya presencia residual se torna en una esperanza de futuro.
La cara este nos oferta un terreno rústico muy erosionado, estéril y árido. Nada crece más allá de las ocasionales y tapizantes barrillas, tras la lluvia.
Bajo este terreno, otra industria dedicada a la fabricación de bloques ha ocupado la ladera este de la montaña. Una vez terminado su periodo útil, suelo y espacio, naves y galpones, maquinaria obsoleta, vallas caídas, materiales en mal estado…todo quedó abandonado. Es increíble la falta de control institucional referente a restauración del paisaje mancillado. Una empresa deja de ser rentable como negocio y simplemente el empresario abandona todo y se va. Nadie le reclama la recuperación y limpieza del suelo, la restauración del entorno alterado con escombros, la rehabilitación del paisaje. Nada. Ahí queda como está.
Estoy abandonando la montaña por esta cara. Es curioso como en una montaña tan pequeña pueden caber tantas torretas de luz. Sólo en esta cara este podemos observar media docena de ellas que se cruzan llevando electricidad a industrias y pagos cercanos. Pero observé más en la cara oeste y en la cara norte. Forman parte también del paisaje alterado, una vez que nadie estudia el impacto ambiental que tal concentración produce sobre el territorio.
Justo a los pies de la antigua fábrica de bloques, bovedillas y viguetas se inicia el núcleo urbano de las Huesas. Mas allá la costa teldense que puede identificarse desde aquí, barrio a barrio.
Me quedé con ganas de indagar en el pasado, de saber si esta montaña ha despertado el interés en periodistas, arqueólogos, grupos ecologistas, personas comprometidas con la protección del territorio y busqué información. Y, efectivamente, la prensa viene denunciando la desidia y el abandono desde hace decenas de años. Dos ejemplos nada más, ustedes si quieren abundar en la información, tienen las redes a su disposición y a Google. A principios del año 2013, el periodista Juanjo Jiménez en el periódico de La Provincia, nos hablaba ya de la ocupación de la cueva grande por okupas y basuras.
Estas denuncias fueron llevadas a los medios de comunicación en repetidas ocasiones. Para terminar, hay una reciente, en concreto en febrero del pasado año. Bajo el titular: "El yacimiento de las Huesas: entre el olvido y los okupas".
Poco tengo que añadir. Decepciona la imagen de la montaña la abordemos por donde la abordemos, pero decepciona más saber que pasan los años, las décadas, sin existir un proyecto de gestión del yacimiento, una esperanza de cambio y que, lamentablemente seguirán los vertidos industriales contaminando el barranco, los terrenos rústicos ocupados de un modo ilegal, las basuras acumulándose en la cima y los alrededores y el yacimiento arqueológico arruinado por desidia y abandono. Me gustaría equivocarme, pero tras cuarenta años de observación y visitas periódicas, tiempo al tiempo.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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