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Una mirada sosegada al medioambiente en Telde (1982-2022)

miércoles, 12 de julio de 2023
La montaña de Las Palmas o montaña Las Palmas.
La montaña que perdió su nombre


Dedicado a Fernando, una persona trabajadora que vivió siempre en montaña Las Palmas,
a quien conocí cuando mis años jóvenes en Lomo Sala. A su sonrisa permanente y a ese modo
tan especial de buscarse la vida donde fuera, con el corazón puesto en su familia.

"Así denominada por unas palmas que tiene en las cercanías de 'El Viso'. Seguramente debieron existir muchas más; con esta denominación se la cita en los Testamentos del siglo XVII".
Y buscando por referencia expresa 'El Viso' nos manifiesta: "Pequeño lugar en la Montaña de Las Palmas, cuyo significado es lugar alto desde donde se divisa una gran extensión; en efecto, el panorama que desde allí se abarca es amplio y magnífico."
Ambos textos hacen clara referencia al origen de tal nominación y fueron escritas, recién comenzado el año 1958, por el doctor y cronista entonces de la ciudad de los faycanes, don Pedro Hernández Benítez, Pbro. en su libro "Telde (Sus valores arqueológicos, históricos, artísticos y religiosos)" en el capítulo dedicado a la toponimia teldense.
Siglo y medio antes -gracias mi estimado amigo José Ángel Fleitas Rodríguez por tu sabiduría, por informarme sobre la existencia de esta publicación y facilitármela-, don José María de Zuáznavar y Francia, del Consejo de S.M. Fiscal Jubilado de la Real Audiencia de las Islas Canarias, registraba en su "Diario de mis ocupaciones durante mi mansión en Telde a fines del año de 1805 y principios de 1806", el texto que paso a plasmar textualmente. Es un placer iniciar este artículo con la lectura del paisaje realizada por don José María, desde la cúspide de la montaña Las Palmas
"Me fui de paseo a caballo a la montaña en cuyas faldas está situada la hacienda del "Viso". Vi desde allí "Burgos", "Madrid", "Xerez", "Valle de los nueve", "La Santidad", "Tesén", el principio de "Carrizal”, los puertos de "Gando", "Madera”, "Melenara", "la Luz", todo "El Tabaidal", "Mar pequeña", "Pardillas", "Zamora", "Vizcayna" o "Vizcaya", el valle de "Ginámar", la "boya de Niebla", "las isletas", "el Roque" y el castillo de "Gando", la caldera del "Lentiscal", las cuebas de la "Atalaya", los valles de "Cáceres", "Higuera Canaria", "García Ruiz", "Valsequillo", "Tintiniguada", "las vegas de los Mocanes", "Colomba", "Lomo de Magullo", etc. El día era propio para disfrutar de aquel delicioso punto de vista; un labrador que nos acompañaba dixo que en los 57 años que contaba no había alcanzado una "cabañuela de San Pablo" más a medida de su deseo"
Interesantísima descripción que nos permite analizar la evolución de la toponimia, la existencia o inexistencia actual de algunos de los lugares en ella registrados, y admirar la meticulosidad de su autor a la hora de detallar tantos espacios visualizados.
El subtítulo de: "La montaña que perdió su nombre" se debe a una acertada referencia del ingeniero técnico industrial y buen amigo mío, don Gilberto Martel Rodríguez para quien la montaña de Las Palmas no tiene en su espacio libre como cono volcánico, palmera alguna que haga honor a tal registro toponímico. Al parecer, las palmeras de las que hacía mención el doctor Hernández Benítez se han secado y han desaparecido.
Tenía pensado comenzar con este cono el periplo que me llevará a disfrutar de cada uno de los volcanes surgidos en el territorio registrado en la actualidad como perteneciente al municipio de Telde.
Y quería comenzar con montaña Las Palmas por ser un cono emblemático para la ciudadanía teldense. Es su volcán de referencia. No en vano muchas de las indicaciones orientativas de un lugar, barrio, barranco o lomo se referencian por su proximidad o su situación a dicha montaña.
Había recorrido esta montaña unas cuantas veces y su popularidad me inclinaba a que fuera el cono que diera inicio a la serie de artículos que, como ya les he adelantado en el cono anterior, no pretenden otra cosa que acercarles la belleza de estos edificios volcánicos, así como esbozarles unas sencillas pinceladas capaces de definir con palabras la forma de la montaña, mostrarles, desde una perspectiva subjetiva claro está, algunos de sus valores paisajísticos, botánicos, faunísticos, etnográficos… así como su estado de conservación.
Pero un paseo por la montaña de Taliarte para ver el estado en que se encontraba la última superficie sin urbanizar en su cúspide, cambió mis planes y supe que era la montaña de la Atalaya, ese es su nombre primigenio y como tal, lo recoge en su Diario el fiscal Jose María de Zuaznávar y lo rescata la cartografía más reciente de GRAFCAN, la que debía iniciar mi periplo por los conos volcánicos del municipio.
Al igual que la serie de pequeños barrancos, el paseo y ascensión a los conos pretende ser eso, simplemente un paseo sosegado, con los sentidos abiertos, que acerque al lector a lugares de nuestra geografía municipal que, o bien jamás visitará pues no los considera de su interés o, por el contrario, le animará a recorrerlos. Bien caminando, en guagua o en coche, siempre que pueda les facilitaré información sobre la línea de GLOBAL que les acerque al lugar sin necesidad de coger el vehículo propio
Subir a estas extraordinarias atalayas les facilitará -como me lo están facilitando a mí ahora-, no sólo un espacio salutífero donde el aire que respiramos es más puro y limpio -bien lo atestiguan la presencia de multitud de líquenes sobre sus rocas-, sino el placer de extasiarse ante paisajes únicos. Aquí y ahora, desde esta cima de la montaña Las Palmas -en orientación este y nordeste con un barrido de la costa que nos regala con la contemplación de toda la geografía litoral del municipio teldense, en orientación sur con la belleza que produce la alineación de conos volcánicos que visitaremos en próximos artículos, en orientación oeste recreándonos en las cumbres de Gran Canaria y observando el norte, con el campo de volcanes de Jinámar y Bandama así como esa franja que algún día fue verde de los bosques termófilos que se desarrollaron por el Monte Lentiscal, Tafira, barranco de Las Goteras y que, tras las lluvias invernales, permite recrear en nuestra mente parte de la belleza de antaño-, la sensación de belleza y grandiosidad es única.
Como les había anticipado en la montaña de La Atalaya, accederemos a cada cono desde diferentes rutas, tantas como nos oferte la serie de sendas ya establecidas y en algunos casos, la Montaña Las Palmas es un ejemplo, les hablaré de rutas improvisadas, no para que las hagan sino para su disfrute leyéndolas, pues son peligrosas y las he realizado con mucha pasión pero también con una buena dosis de irresponsabilidad -supongo que a mis sesenta y cinco años no he perdido aún esa atracción que todo niño siente por el peligro y lo desconocido, y que en mi particular caso raya con la insensatez-, pero yo persigo la sorpresa botánica, un arbusto que no identifico, una hierba cuya flor presenta un colorido inusual, una grieta cuyos excrementos no sé si corresponden a un halcón tagorote o a un cernícalo, una cueva que bien pudo ser habitada por pobladores prehispánicos, un estanque perdido, un pozo, una galería... Buscando así, no hay camino, a veces es una simple y perdida senda de cabras, pero las de mayor dificultad, las que pueden proporcionarme alguna sorpresa nueva, más allá del placer que produce una ascensión muy pronunciada con los sentidos en alerta máxima y el corazón bombeando sangre frenéticamente, cuando considero que es viable realizarla y me creo capacitado para llevarla a cabo, no lo dudo, tomo la decisión y la hago.
Empezaré diciéndoles que, como ustedes habrán comprobado multitud de veces, el cono de Montaña Las Palmas se ve, prácticamente, desde cualquier lugar del municipio, de ahí, su reconocimiento popular como montaña de referencia.
Sin duda, la ruta más cómoda y más rápida para alcanzar su cima sea la de acceder por la carretera GC-41, que nos lleva en dirección a Valsequillo. Se trata de la vía de ascensión más transitada y la ruta más corta para cualquier lector pues no entraña dificultad alguna, más allá de un esfuerzo sosegado en el primer centenar de metros y de unos veinte minutos, acaso media hora para llegar a la cima. Para ello tomaremos el desvío que, a nuestra derecha, en la primera rotonda pasado el barrio de la Herradura, nos lleva montaña arriba en dirección a la zona residencial de Montaña Las Palmas y el Balcón de Telde.
Si deseáramos dejar el coche más abajo, podríamos subir desde el Lomo de la Herradura, pero las condiciones circulatorias propias del barrio como los desvíos propios de la trama urbana y la regulación del tráfico mediante vías unidireccionales la hacen menos atractiva. No obstante, si lo desean igualmente, al terminar las edificaciones más elevadas en la falda de la montaña, iniciamos a pie el siguiente camino: Lomo de la Herradura - Lomo de las Muertos - Lomo de la Montañeta. Tomamos luego el camino, que está asfaltado en parte, de Juan Inglés y sin pérdida nos llevará al punto donde yo les recomiendo dejar el coche que no es otro que el mirador y zona de juegos infantiles situado en lo alto de la urbanización de Montaña Las Palmas y El Balcón de Telde.
Otros accesos parten de la cara oeste -les hablaré luego de uno muy cómodo, que discurre entre cultivos de papas y viñedos- y es accesible también desde la cara norte, pero yo les recomiendo el arriba señalado, aquel que, pasadas las urbanizaciones, asciende por la cara este de la montaña.
Paso a detallar el recorrido de este itinerario. Una vez tomado el desvío en la rotonda antes señalada, solo tenemos que ascender con nuestro vehículo carretera arriba, sin desvío alguno hasta culminar la cuesta. Justo antes de iniciar el descenso, pues rodeando la montaña esta vía nos devolverá a la carretera general que lleva a Valsequillo, tomamos el desvío de la derecha y seguimos subiendo por la calle denominada "Camino al Valle de los Reyes". Es esta una vía sin salida, donde las casas siguen trepando la ladera hasta un punto en que se cierra la calle. Una valla evita que desde la montaña se accede a esta calle. Quiero pensar que también la valla servirá de límite al crecimiento urbanístico a cuenta de la montaña. Tras la valla, la montaña y su vegetación. Por eso debemos girar en el único desvío que encontraremos en esta calle, a nuestra derecha, y aparcar el vehículo donde podamos. Estamos a punto de iniciar el recorrido a pie.
La referencia de que estamos en el lugar adecuado es el mirador y el área de juegos infantiles que justifican con su amplia panorámica sobre el municipio teldense, el nombre que recibe la urbanización: Balcón de Telde.
Una decena de metros más y la calle da paso al verdor en la ladera de la montaña. Una curiosa señal vertical nos indica el camino con expresiones canarias muy populares. Se trata de un trabajo en hierro donde, sobre las pencas metálicas de una pita, se señalan dos direcciones posibles, la primera flecha presenta su punta direccional hacia la ciudad y perforado el metal gracias a un taladro, se interpreta el término: "Pa'bajo". Sobre este rótulo aparece otro, con la punta direccional en sentido contrario, señalando el camino hacia la cima de la montaña. En él está escrito con la misma técnica de agujereado: "Pa'arriba" y sobre ambos, la silueta de un senderista con un bastón, a punto de iniciar la subida en busca de la cima de la montaña.
Aquí se inicia la senda que, tras media hora de ascensión, puede que menos, nos llevará a la Cruz del Siglo ubicada en su cima, una de tantas cruces erigidas en el año 1900 y restaurada dos veces, una a mediados y otra a finales del pasado siglo. De madera de tea, presenta un Cristo plano, perfilado en metal y serigrafiado su cuerpo y extremidades. Más de tres metros de palo de tea vertical, atravesado por uno horizontal de metro y medio de largo. A sus pies se conserva un crucifijo pequeño en mal estado. Al parecer es un presente habitual en los vecinos, dejar a los pies de la gran cruz, pequeños crucifijos.
En el mes de mayo, la Cruz del Siglo se enrama e ilumina, pero si desean mayor información sobre estas celebraciones religiosas, es fácil encontrar información. Para mí, como habrán podido concluir a lo largo de esta larga serie de artículos, lo importante es la senda, el tiempo en el camino, las observaciones y vivencias y no la llegada a una cumbre o al nacimiento de un barranquillo.
Conservo, grabados a fuego en mi memoria, los tres primeros versos del poema "Ítaca" de Constantinos Petros Cavafis y me identifico plenamente con ellos:
"Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias".

Esta vía, muy definida por su habitual uso, no necesita señal alguna a lo largo del recorrido para acceder a la cumbre. Comienza con una acusada pendiente, justo al lado de una barranquera que baja desde un par de cuevas, las únicas que se encuentran en este lado de la montaña. Se desvía apenas con el claro propósito de vadear un muro de piedra que se encuentra a su derecha y tras él observamos una línea de varios eucaliptos, más abajo son olivos, que definen el trazado del camino. La inclinación de los eucaliptos acusa la dirección de los vientos dominantes.
La senda alcanza una pista de tierra, una de tantas pistas de tierra que en las direcciones norte y este de la montaña permiten el acceso a los diferentes cultivos y propiedades agrícolas y ganaderas que hay en las laderas menos acusadas de la misma. Aquí nos encontramos con dos vías para acceder a la cima. La más cómoda es desviarnos hacia la derecha, caminar un centenar de metros por esta pista y seguir otra senda que, bordeando el cono y con una pendiente menos acusada, permite el acceso a la cima con mayor comodidad. La otra vía, que es la que les recomiendo, cruza la pista y sigue en busca de la cima, en acusado ascenso y sin desvío alguno. Mamitas, salvias, cañahejas, tomillos se unen ahora a la vegetación habitual de la ladera. Esta senda se encuentra muy rodada, pues no sólo la utilizan senderistas sino corredores, ciclistas, peregrinos e -ilegalmente pues su tránsito está prohibido en esta zona-, alguna que otra moto. Lo cierto es que, por ella, alcanzamos muy pronto la cima.
En ambos casos, apenas habremos caminado quince minutos desde el encuentro con esta pista, media hora como mucho desde el inicio del camino.
En esta vía se concentran los ganados que pastorean la montaña. Ovejas y cabras con sus crías que aprovechan los brotes de las trebolinas, las hojas nuevas de las tederas y otras jugosas plantas herbáceas y arbustivas para alimentarse. Sus esquilas recuerdan ambientes pastoriles, proporcionando una cascada de agradables sonidos y haciendo del paseo una actividad más relajante. Respiro hondo y sonrío feliz. Sobre un pequeño promontorio, un pastor y un par de perros vigilan el ganado. Sosiego y calma.
Una vez en la cima deseo hacer una lectura paisajística sosegada. Corroboro las palabras del doctor Hernández Benítez: la cumbre permite contemplar unas extraordinarias vistas.
Me sitúo frente al mar, de espaldas a la Cruz del Siglo. En esta orientación del naciente, diviso con absoluta claridad la franja de litoral que va desde las Isletas y el área portuaria de Las Palmas hasta el área aeroportuaria de Gando y la playa de El Burrero. Roques, playas, calas, urbanizaciones costeras...
También corroboro el crecimiento urbano, razón indiscutible de un municipio cuya población sobrepasa los cien mil habitantes, una enorme llanura urbanizada y en proceso de expansión. Es este un mirador excepcional si queremos identificar, barrio tras barrio, muchos de los pagos teldenses.
Me giro y camino la loma, apenas un centenar de metros de crestería en dirección al poniente. Un arco de montañas cierra los amplios valles situados en su interior. Todo el territorio municipal protegido por la serranía de cumbres. En lontananza asoman atrevidas las antenas del Alto de la Gorra y delante de ellas los pinares cumbreros, indicándome con su presencia la proximidad del Pico de las Nieves y otras cresterías. Bajo ellas destaca el roque Saucillo y bordeándolo, un mar de nubes oculta por zonas el paisaje de medianías.
Más cercana es la visión de la montaña de El Helechal, del entramado urbano de Valsequillo extendiéndose por las lomas que separan los grandes barrancos limítrofes. Sigo mi lectura paisajística e identifico El Rincón, Tenteniguada y el oscuro vacío del barranco de San Miguel. Sé que estoy observando ya la dirección suroeste pero el poder atrayente de la enorme red hidrológica del barranco Real me lleva a identificar sus barrancos cumbreros y los barrios de Cazadores y Las Breñas.
En primer plano, esta cara oeste presenta buenas plantaciones de viñedos, pequeños núcleos de viviendas y el terreno más llano y con suave pendiente, lo vuelve idóneo para subir a la montaña. Es aquí donde encuentro otra senda bien definida, sin dificultad alguna para acceder a la cima. Es al pie de esta vertiente donde nace el barranco de Tecén.
Me giro noventa grados para disfrutar de la panorámica que se extiende ante mis ojos en la vertiente sur de la montaña. Los conos volcánicos de Rosiana o campo de volcanes de Lomo Magullo, cierran el espacio visual de Telde, dejando tras ellos la intuición del barranco del Draguillo y otros como el de Guayadeque. Pero frente a mí, en planos visuales más cercanos, lo que observo es una sucesión de terrenos alomados que conservan aún claros vestigios de haber sido cultivados en su totalidad. Muros de piedra, que definen arqueados bancales, se suceden paralelos a la costa, reflejando un paisaje muy característico, diseñados de tal modo con la intención de retener las escasas aguas de lluvia que, por gravedad, buscan su salida natural a través de pequeñas vaguadas, cañadas y barranqueras.
Es fácil leer en el paisaje como toda esta red de pequeños capilares hidrográficos descargan su ocasional carga hídrica en pequeñas barranqueras que a su vez desaguan, bien en la costa -es el caso de los barrancos olvidados que hemos tratado en otros artículos en este mismo medio, el pasado año: Ojos de Garza, Sacateclas, El Negro...-, o bien forman parte de una más extensa y compleja red hídrica, la del barranco Real de Telde. Así observo el barranco de Tecén al pie de esta montaña, otro pequeño barranco que nace aquí mismo en la ladera sur de la montaña y que recorreré luego, más allá el barranco de los Cernícalos y paralelo a él, buscando una confluencia común, el barranco del Tundidor y San Roque. Precisamente en las lomadas y llanuras que se elevan entre estos grandes barrancos se asientan una serie de barrios blancos. Identifico valle de los Nueve, Malpais, Lomo Magullo, El Ejido, Lomo Bristol y entre las casas y los pagos fincas en barbecho y cultivos de árboles frutales y productos hortícolas.
Me acerco al borde del risco. A mis pies, la pared que presenta mayor verticalidad es ésta. La de mayor pendiente, la que descubre su estructura más pétrea, el sustrato más idóneo para que prospere sobre él un manto continuo de bejeques (Aeonium percarneum), unos bejeques endémicos, exclusivos de la isla de Gran Canaria, que cuando la floración, visten de blanco y rosa pálido esta falda de la montaña.
Vuelvo sobre mis pasos, de nuevo a la cima, a esa cruz donde su ubicación alcanza mayor altura la montaña, 561 metros según los mapas habituales registrados, 558,62 metros según la precisa cartografía de GRAFCAN.
Observo el suelo y las plantas que mejor aguantan el rigor del viento y el paso continuado de senderistas y ganado son los inciensos (Artemisia thuscula) de bajo porte y que, tras las escasas lluvias otoñales salpican la cima con nuevas plántulas. Alguna vinagrera en los bordes y tabaibas amargas colonizan también la cima, al igual que los bejeques que, enhiestos, presentan al viento sus secas inflorescencias del pasado año.
Observo ahora la orientación norte. A mis pies, bajo la lomada suave que desciende de la montaña, discurre el barranco de San Roque, tras recibir los aportes de un barranco, el del Valle Casares y dos barranquillos, el de Juan Inglés y el del Culatón que bajan desde el oeste por un lateral de esta montaña. El barranco de San Roque, a su vez, va al encuentro del barranco Real de Telde.
Elevando la vista en esta dirección, la loma frontal está salpicada de pequeños pagos y caseríos aislados que, en determinados lugares, se agrupan formando un núcleo de viviendas de mayor entidad. Así observo los pagos de Valle de Casares y más agrupadas aún, La Solana, San Roque y La Higuera Canaria.
Sé que ahí abajo, en este tramo del barranco de San Roque que va desde la Solana a su confluencia con el barranco Real, se encuentra el punto cero de la suelta -involuntaria o no, el resultado es el mismo-, aclimatación y expansión de la culebra real de California, un ofidio que tras unos quince años de evolución en estado salvaje como especie asilvestrada -no olvidemos que se inician campañas de control del ofidio en el año 2008, pero Esther, una compañera del colectivo TURCÓN, había dado la voz de alarma un par de años antes, al observar un ejemplar en las cercanías de su casa, en este tramo señalado-, ha puesto en riesgo de extinción a todos los reptiles autóctonas de la isla.
Elevo la vista aún más y tras el barranco de Las Goteras surgen los perfiles de la montaña de Tafira, la elevación de El Reventón, el pico de Bandama y su caldera y frente a él, en un plano más cercano, destacan algunos de los conos más emblemáticos del conjunto de volcanes de Jinámar.
Al fondo ya, iniciándose una dirección nordeste: La Isleta y sus conos volcánicos y el Puerto de la Luz y Las Palmas. Es de justicia reconocerlo, la montaña de Las Palmas es un extraordinario mirador paisajístico.
De todas las ascensiones posibles a la montaña, la que entraña mayor dificultad se encuentra en la cara sur. Existen pequeñas sendas desdibujadas, en algunos tramos apenas perceptibles. No es recomendable tal subida por el riesgo que entraña y por eso intentaré hacerles un boceto escrito de la misma, de su estado y de cuáles son las especies botánicas más destacables en su cobertura vegetal.
Es esta la cara sometida en un pasado reciente a una industria de extracción de piedra y picón. Cuatro canteras donde, con el rigor y la tipología propia de estas industrias extractivas dedicadas a la obtención de bloques o cantos destinados a sillares para puentes, muros, estanques, viviendas y otras obras de cantería, han dejado para siempre su huella en forma de cuatro cortes verticales en la montaña, con forma de cubo, observándose la cara por donde se extrajo el material, cubierta por los derrubios propios de esta actividad extractiva, grandes bloques de materiales piroclásticos entre los que se plantaron, profusamente, tunera americana y que se encuentra ahora naturalizada entre la vegetación propia de la zona. De grandes pencas y sabrosos tunos rojos, los residentes han plantado esta tunera por doquier, en las cercanías de sus casas, salpicando la ladera.
Un poco más abajo, en línea con las canteras, se desarrolló simultáneamente una industria extractiva de picón, quedando de igual modo el socavón producido por la misma y su, ahora en desuso, carretera de acceso para los camiones que llevaron a cabo el transporte de los materiales obtenidos en esta piconera. Siguiendo el descenso por este espacio alterado, una última "mordida" a la montaña permitió dotar al núcleo urbano de Montaña Las Palmas de un espacio recreativo y amplia plaza, forestada con árboles foráneos: laureles, palmeras de abanico y especieros y dotándole de pérgolas sin sombra alguna. Es aquí donde observo, afortunadamente, el único ejemplar de tórtola turca en la montaña. Si digo afortunadamente es porque soy consciente de la plaga que supone la presencia de esta especie invasora en todas las zonas antrópicas. En el espacio vacío tras la actividad de la cantera, justo en la trasera de la plaza, se habilitó una cancha deportiva.
En la misma puerta de la plaza, la línea número 13 de GLOBAL nos permite acceder a la montaña. No les recomiendo bajarse aquí pues no hay una senda definida para acceder a las canteras y a la cima y la que existía hace tiempo ha sido naturalizada y anulado su paso por los propios residentes, tanto por la peligrosidad de la misma como para proteger la intimidad y seguridad de sus viviendas.
Bien junto a las casas, bien en la parte trasera lindante con la montaña, bien en el camino o pista que permite el acceso a las viviendas, cualquier planta vale a los residentes para adecentar y embellecer su entorno. Observo así diferentes tipos de cactáceas, de euforbias foráneas como la flor de Pascua, de crasuláceas, buganvillas y algunas otras que, asilvestradas, inician su dispersión por la ladera, es el caso de diferentes tipos de aloes, uñas de gato, alguna mimosa, etc.
Recuperando el hilo de su posible paseo por la montaña, es preferible que se bajen en la parada existente en la loma, justo al inicio del camino que antes les indiqué como llegar partiendo de la calle: “Camino al Valle de los Reyes”.
Sin embargo, nada de la montaña escapará a su curiosidad. Los llevaré a caminar virtualmente esta parte de la montaña. Para ello inicio la ascensión junto al barranquillo que nace en esta ladera. La acusada subida se vuelve dificultosa por la presencia de una capa de picón amarillento que se desliza al paso, bajo nuestros pies. No hay senda, y más de una vez me veo obligado a caminar “a cuatro patas”. Las manos no me procuran la seguridad suficiente, pues no lo permite el sustrato inestable.
En general esta cara presenta un tabaibal bien conservado donde tabaibas amargas, verodes, vinagreras, cornicales, esparragueras, inciensos, balillos, matos de riscos conforman la vegetación dominante siendo los bejeques (Aeonium percarneum) los que ocupan los riscos, las fisuras de los emplastes lávicos y zonas con escasez de tierra. Esta especie se convierte en la especie dominante en aquellas zonas de cenizas soldadas, ayudando con sus raíces a la disgregación y ruptura de la roca. En esta labor le acompañan las vinagreras y esporádicas tabaibas amargas. También se observan otros bejeques mucho más pequeños, es probable que se trate del Aeonium simsii, otro endemismo exclusivo de Gran Canaria.
Una vez superamos el piedemonte -la zona de ladera cubierta de cenizas volcánicas donde nuestros pies son incapaces de adquirir firmeza-, alcanzamos el sustrato rocoso de la montaña. Aumenta la pendiente superando los 45ª y los musgos y líquenes que recubren la roca dificultan la ascensión, volviéndola temeraria si está lloviendo o muy peligrosa si las lluvias fueron recientes. Es por todo ello que repito, una y otra vez la recomendación dada: desaconsejo expresamente ascender la montaña fuera de los caminos que presentan sendas claras o bien los que utilizan año tras año, los devotos y peregrinos para acceder a su cima en la fiesta de la Cruz. Estos sí son circuitos habituales de senderistas, corredores y deportistas en general y garantizan una cierta seguridad.
Yo sigo mostrándoles la cara sur. Chocheras y gamonas se unen al manto de trebolina que prospera sobre el húmedo manto de cenizas volcánicas pulverizadas de color marrón rojizo. Dicho manto se encuentra en pleno proceso de transformación, largo período necesario para convertirse en una fértil capa de tierra. Brillan las hojas de la trebolina, sus pequeñas hojas trilobuladas mantienen minúsculas gotas de agua generadas por la humedad de la noche y el rocío de la mañana. Es así como aportan humedad al suelo.
Surgen mamitas, balillos, cerrajas y anís silvestre en los espacios terrosos dispersos entre las rocas. También corazoncillos, pan y quesillo y otras plantas herbáceas. Aislados y dispersos destacan por su porte arbustivo algunos ejemplares de retama blanca.
A pesar de la frescura de la mañana, noto el sudor recorriendo mi cuerpo. Es más fruto del estado de alerta continuo, de la tensión acumulada, que del esfuerzo físico realizado. Antes de alcanzar la cima por esta cara sur ascendiendo por el húmedo roquedal, quiero acercarme a las canteras abiertas. Para ello, en vez de abordar directamente la parte rocosa de la montaña, justo al inicio del piedemonte, debo bordear el cono en dirección oeste. Se observan vestigios de un antiguo camino, actualmente una senda de cabras, que lleva a las canteras. La vegetación cubre la ladera a excepción de verdaderas losas de picón soldado, cenizas fuertemente apelmazadas que impiden sobre ellos cualquier vestigio vegetal dotándola de visibles manchones geológicos de color negruzco. Se parten como lajas o grandes pizarras y se deslizan por el terreno hasta su disgregación. Sigo caminando y observo como se va definiendo una ruta que daba servicio a la cantera en el pasado. La senda, desaparecida en el tramo del picón, está siendo colonizada por la vegetación autóctona del lugar. Una vez llego a la zona de explotación observo cuatro canteras de extracción. Junto a la primera se encuentra una zona de cuevas poco profundas y el único lugar de la montaña donde observo residuos. Son pocos, afortunadamente, y consisten en planchas metálicas procedentes de grandes bidones y maderas de pales que debieron ser usados para guardar el ganado. Estos restos -que deberían haber sido retirados-, yacen oxidados y pudriéndose entre tabaibas y tuneras, suponiendo un claro riesgo para eventuales visitantes.
Las cuevas más altas presentan excrementos en la parte visible de sus entradas. Es segura la presencia de palomas bravías, puede que también los cernícalos aniden en la zona. Debo señalar que se tiene constancia de que en esta cara de la montaña se siguen escuchando las pardelas en su regreso otoñal para anidar.
Me sorprende la perfecta verticalidad de las zonas de corte en la cantera. Un depósito de agua o el inicio de un pozo o galería mantiene su brocal abierto. Un peligro innecesario. Otro estanque, de mucho mayor tamaño, fabricado con piedra y bloques escoriáceos extraídos en ese lugar, se encuentra techado con losa de hormigón y en buen estado.
Sigo caminando, con la dificultad añadida de la presencia continua de tuneras americanas. Recorro así las tres canteras de la parte alta. Sé que más abajo se abrieron en su día, un par de ellas más, y al menos otra más orientada al oeste. Del impacto en la montaña y la agresión consiguiente que provocó en su momento el auge de la industria extractiva, dio la alarma, denunciando el atentado al cono en la prensa local, el pintor, escultor, diseñador, urbanista y poeta don José Arencibia Gil a mediados del pasado siglo. Una vez más, agradezco la cita al arqueólogo, historiador y buen amigo don José Ángel Rodríguez Fleitas.
Observo aquí los primeros ejemplares de cardón en la montaña, justo frente al cono volcánico del Melosal, pero mi continuación por esta vertiente y, más tarde, mis observaciones en la ladera que se extiende bajo la carretera que une las diferentes poblaciones del barrio en la montaña y la ladera que continúa bajo la GC-41, me muestran esta euforbia como una habitual en la ladera de solana observándose buenos ejemplares de Euphorbia canariensis en toda la cara sur de la montaña.
La imposibilidad de seguir hacia el oeste, pues no hay senda y la que algún día hubo la han cerrado los vecinos, recupero el pie de monte para regresar sobre mis pasos, pasar el barranquillo y ascender hasta la cima. Observo antes que aquí mismo, bajo las heridas abiertas a la montaña por las canteras, al pie del risco, el ser humano ha abierto un canal esculpido en la roca que tiene una profundidad media de medio metro, alcanzando en algún lugar el metro y una anchura media de treinta centímetros. La razón es recoger las lluvias procedentes del discurrir por esta ladera rocosa y llevarlas a un estanque y zonas de riego. Sin duda, un buen sistema de aprovechar las aguas de escorrentía.
Observo ahora con calma la parte rocosa de la montaña. Una sucesión de líquenes cubre por completo la roca, siendo unos de coloración anaranjada y otros de coloración blanquecina los más abundantes. No obstante, fijándome bien, los hay de todos los colores: negros, marrones, verdes, rojos, grises… Visto desde una perspectiva artística, la variedad de líquenes convierte cada roca en un cuadro impresionista.
Descrita la cara sur de la montaña, por la cara norte pueden acompañarme. Una vez en la cima, si han decidido subir a la montaña, recorran el camino que va por la cresta en dirección oeste y luego comiencen a descender sin pausa hasta las zonas agrícolas donde los viñedos será el cultivo dominante. Un tapiz vegetal de trebolina cubre sus laderas de sustratos rojizos en suave pendiente. Las vinagreras y las aulagas son las plantas arbustivas dominantes, encontrándose dispersos varias ejemplares de retama blanca, pequeños manchones de altabacas y robustos ejemplares de verodes. También los balillos encuentran aquí un lugar idóneo para prosperar. Un paisaje bucólico e idílico pues esta ladera no presenta urbanización alguna.
El caso es que, con esta orientación, ladera de umbría, la capa de picón que cubre la ladera se mantiene húmeda sin dificultad durante días y hasta semanas después de una lluvia. Es posible que esta sea la razón que justifique la presencia de amplias plantaciones de viñedos y que sea esta la ladera predilecta para el pasto de los ganados que hay en la montaña. También es la ladera donde he observado mayor presencia de perdices y donde me alegraron con sus sinfonías alguna que otra bandada de canarios de monte.
Las pistas existentes y los múltiples senderos, muchos producidos por el pastoreo de ovejas y cabras, permiten perderse por ellos, vagar con calma, observar las plantas y los animales, dejarse llevar. Al otro lado del barranco, se mantienen en La Solana el cultivo de berros en berreras.
A primera vista, la cara oeste no presenta un camino definido, si observamos desde la cima y queremos descender por su pared. Un manto de tuneras y pitas a media ladera nos hacen desistir de intentarlo. La vegetación es similar a la observada por la cara sur, si acaso reseñar la menor presencia de cardones y una mayor presencia de inciensos colonizando las praderas de trebolina. Pero, sin embargo, si queremos conocer una vía alternativa para acceder a la montaña desde su base, se encuentra aquí, en la cara oeste de la montaña. Para ello deberemos bordearla y seguir por la carretera que sube a Valsequillo o bien coger la línea 13 de GLOBAL -la que realiza el recorrido Telde – Tenteniguada- y desviarnos si vamos en coche propio, o bajarnos si nos desplazamos en guagua, en la parada existente, justo antes de iniciar la subida al barrio de la Barrera. Caminaremos por esta pista que bordea la base de la montaña hasta localizar un sendero muy definido, pero no señalado, a nuestra derecha. En el camino pasaremos al lado de una era, cubierta actualmente de cemento. Aquí se inicia una subida continua hasta la cima. Es cómoda para subir, aunque debo indicarles que en descenso este camino es menos recomendable pues la rojiza tierra cargada de picón es proclive a continuos resbalones. Es interesante mantener vivo este sendero pues, como puede comprobarse en su inicio, existe un interés en hacerlo desaparecer. Varios letreros indican: “Propiedad privada. Prohibido pasar” Y privada es la propiedad de ambos lados del camino, pero la senda por donde pasamos lleva utilizándose decenas y decenas de años como acceso a la montaña y a otras propiedades que se encuentran en el camino.
En nuestro periplo hacia la cima pasamos cerca de un torreón eléctrico que forma parte de la línea de seguridad energética trazada entre la central térmica de Jinámar y la de Juan Grande. Se encuentra en la zona baja de esta cara del cono y afectará también a la ladera norteña del próximo volcán a disfrutar y acercarles a ustedes: la montaña de los Barros, la cual presenta torreones de idénticas medidas y proporciones.
A nuestro paso encontramos viñedos, algún cultivo de papas y ganados estabulados o pastoreando por la montaña. También esta parte de la montaña tiene una cantera, abierta en su día para la extracción de sillares y hoy convertida en una propiedad particular urbanizada. Casas aisladas es lo que vemos a lo largo del camino. Perros que ladran, bandadas de palomas domésticas, gallos, gallinas, ovejas y cabras.
Observamos un par de barrancos desde esta cara. Un tiene su génesis y discurrir con orientación suroeste. Es el barranco donde se encuentra la presa de Salvaindia, antes de culminar su periplo en el barranco de San Miguel.
Otro observo a mi frente. No es otro que el barranquillo de Juan Inglés que tiene su nacimiento ahí mismo, entre los llanos de Los Parrales y la Agujerada.
En nuestra subida por esta cara oeste, observaremos al lado del camino la presencia de una cueva labrada en el risco, bien conservada. Seca y confortable, conserva el pesebre donde se alimentaba el ganado, así como dos pequeñas cuevas labradas en la roca, situadas a ambos lados de su entrada.
Es en esta zona donde las pitas ocupan una buena parte de la ladera y donde podemos constatar su continua expansión. Se trata de la especie Agave americana, en su versión más frecuente de grandes hojas de un color verde azulado y la Agave americana variedad marginata cuyas hojas verdiazuladas están ribeteadas por un llamativo amarillo que colorea la zona espinosa de la planta.
Poco les quiero comentar sobre paseos por la cara este de la montaña. Es la parte que se encuentra más urbanizada. De hecho, las urbanizaciones escalan la montaña de un modo progresivo, desde muy abajo, iniciándose en el Lomo de la Herradura, continuando luego con El Balcón de Telde y terminando con el diseminado de Montaña Las Palmas, que rodea el cono por su cara sur hasta culminar al pie de su cara oeste.
Aunque popularmente se está generalizando el nombre del barrio como barrio de La Herradura, debería conservarse su verdadero nombre: Lomo de la Herradura, pues como tal aparece en el registro toponímico antes señalado, es decir, el recogido por el Dr. Hernández Benítez y donde escribía: “Lugar a poca distancia de Tara que lleva tal nombre por la semejanza de su configuración con la del calzado de las bestias. En el año 1.715 se le llama en los libros de Defunciones Lomo de la Herradura”. Un antiguo caserío que, cercana su población actual a los seis mil habitantes, se ha convertido en un barrio teldense en plena expansión.
Mucho más recientes son los barrios que se consolidaron trepando por la ladera, por encima del Lomo de la Herradura. En primer lugar, nos encontramos con Montaña Las Palmas, con una población que supera el millar de residentes, cuyo nombre no da lugar a equívocos en cuanto a su ubicación, y más arriba, buscando la cima, El Balcón de Telde, que alberga una población de algo más de ochocientos ciudadanos censados. Es un extraordinario mirador paisajístico pues a sus pies se extiende toda la vega teldense y llanuras aluviales desde Jinámar hasta Gando.
No obstante, un sendero desciende desde la misma cima, justo delante de la cruz, por esta cara del naciente en busca del sendero por donde subimos. Es interesante cogerlo pues, más allá de no repetir la ruta, nos permitirá pasar al lado de una buena representación de retama de cumbre o retama amarilla (Teline microphila), un endemismo más, exclusivo de la isla de Gran Canaria, junto a grandes vinagreras y tabaibas amargas. Tengan cuidado, la bajada es rápida y pronunciada, aunque muy utilizada. En cinco minutos se encontrarán con el camino antes señalado. También en este matorral es fácil levantar perdices, emitiendo sus alas un sonido tan inconfundible como característico. Un par de enormes ejemplares de retama blanca en flor. Estoy redactando este artículo iniciándose el mes de enero. Es ahora y durante los próximos meses de invierno cuando una visita a la montaña Las Palmas se convierte en un destino obligado, la floración de sus especies autóctonas y, en especial, de sus retamas blancas, convertirán al cono en un atractivo sensorial digno de ser disfrutado.
Como colofón al extenso artículo, una sugerente recomendación a las concejalías de Medio Ambiente, de Parques y Jardines, Asociaciones vecinales, peregrinos y devotos de la Cruz del Siglo, ciudadanos y senderistas en general: no estaría mal llevar a cabo una repoblación con palmeras canarias en lugares estratégicos, cuyos ejemplares botánicos pudieran algún día, pasadas unas décadas, verse e identificarse desde lontananza. Sólo así, la montaña de Las Palmas volvería a recuperar la razón de su nombre, haciendo a un tiempo honor al símbolo vegetal de las Islas Canarias. Dicho queda.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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