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El golpe (2)

jueves, 22 de junio de 2023
En las ciudades comenzaron operativos para secuestrar personas que, a través de la tortura, pudieran llevar a los milicos a la eliminación de todos los guerrilleros. Desaparecían jóvenes y algunos eran arrojados vivos desde aviones al mar, se secuestraban estudiantes inocentes, a los que se violaba, torturaba y asesinaba, se asaltaban cuarteles matando a colimbas indefensos y algún jefe de policía volaba por los aires junto a su familia, se robaban bebés asesinando a las madres y cuando se veía un coche con cuatro tipos adentro, cualquiera se echaba a temblar. Murieron muchos argentinos, hombres y mujeres, inteligentes y capaces, de los que la gran mayoría nunca había empuñado un arma, y uno a la distancia se le ocurre pensar ¿fue necesario?, ¿todas esas muertes y desapariciones sirvieron para algo? Felizmente la justicia argentina condenó a los torturadores y asesinos militares, pero no sabemos qué pasó con los que mandaron a todos esos jóvenes a una muerte segura, no sabemos con qué fin.

¿Quién fue el ideólogo de esa lucha armada contra un gobierno democrático, y además peronista? ¿Quién confundió Argentina con Cuba y la esposa de Perón con Batista? ¿Alguien creyó realmente que la guerrilla, fragmentada en distintos movimientos, podía tener éxito? ¿Y si hipotéticamente hubieran derrotado a todas las fuerzas armadas, qué hubiera pasado? ¿Todo el país se convertiría en una Ezeiza gigante? Decenas de miles de jóvenes, traicionados en sus sinceros ideales, fueron quemados como una trágica falla valenciana. Y centenares de bebés robados que sus abuelas siguen buscando desesperadas.

A un país que en su momento tuvo una de las mejores educaciones del mundo, que se hizo grande con millones de inmigrantes que huían de las guerras europeas, que fue un modelo de igualdad de oportunidades, que no conoció conflictos raciales ni religiosos, que aportó a la cultura universal unas mentes privilegiadas ¿cómo le pasó ésto?

Argentina entró en una época aún más insegura. Cuando Antonio viajaba con su familia y se enfrentaba a uno de los frecuentes controles en la ruta, no sabía si era el ejército, la gendarmería, una columna de la guerrilla, o unos delincuentes disfrazados. Cualquier situación anecdótica daba miedo. Como una vez en un control camino a Buenos Aires, cuando el gendarme le pidió los papeles del coche para registrarlo en una planilla. No sabía escribir. Copiaba, es decir, dibujaba los signos que había en determinado lugar de la cédula. Entonces le pidió la autorización del dueño del coche, del coche que estaba a su nombre. El milico no entendía y amenazaba con retenerlo hasta que apareciera una autorización del propietario. Le costó explicarle la dificultad de autorizarse él mismo. Más de uno, por discutir con algún uniformado nervioso o en pedo, recibió un tiro y engrosó la lista de los guerrilleros caídos en un enfrentamiento.

El país tenía una inflación descontrolada. En uno de los vanos intentos de acomodar los números, el ministro de economía Rodríguez decretó una devaluación del ciento sesenta por ciento de la moneda, que pasaría a la historia como el "Rodrigazo". Los que tenían algún amigo enterado y recibían el aviso, salieron a comprar cualquier cosa. Un pediatra fue a una agencia, por ejemplo, y se llevó el único coche que tenían expuesto. Cualquier cosa multiplicaría el valor en veinticuatro horas. En Buenos Aires, siempre más informados, hubo alguno que llenó su casa y el garage con papel higiénico. La inflación anual en 1975, antes del golpe, llegó al setecientos setenta por ciento.

Antonio había firmado en la solicitud de la separación de bienes quedarse con el auto y dejarle el departamento a su ex mujer, que lo compensaría con una cantidad fija de dinero equivalente a la cuarta parte de su valor en el momento de la firma. Cuando salió la resolución judicial y cobró el cheque, ni siquiera le alcanzó para un abrigo.

Fragmento de "Buscando a Elena", 2021.
andresmontesanto@gmail.com
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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