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Trampas mortales

miércoles, 31 de mayo de 2023
Cuando la desidia y el abandono juegan con tu vida
Dedicado a todos aquellos responsables de la seguridad ciudadana: políticos, directores generales, coordinadores, gestores, asesores... que hacen de la vigilancia del territorio un tema secundario.
Deseo fervientemente que en las trampas mortales que voy a señalar nadie caiga. Si sucediese, la responsabilidad recaerá, como siempre, en la pasividad de la sociedad, pero directamente en la conciencia e irresponsabilidad de sus dirigentes.

Excúsenme mis lectores pues era el turno para tratar la montaña Colorada -pequeña elevación montañosa surgida en la falda este de la montaña de Las Tabaibas, al borde mismo del barranco del Draguillo-. El artículo estaba terminado, las fotos seleccionadas y a punto de envío a la redacción de Teldeactualidad cuando un paseo, condicionado por un amanecer lluvioso que me obligó por razones obvias de seguridad a posponer una jornada a los conos volcánicos teldenses-, por una zona periurbana situada entre los municipios de Telde y Las Palmas de Gran Canaria, me hizo cambiar de opinión y darle prioridad al presente artículo.
El paseo lo realicé por un sendero de trazado artificioso, forzado por las circunstancias del terreno, diseñado por las botas de caminantes que como yo buscan lugares poco transitados
No exagero lo más mínimo si titulo el artículo así: "Trampas mortales". Tampoco es gratuito el subtítulo: "Cuando la desidia y el abandono juegan con tu vida".
El artículo va de aljibes abandonados que, sin control alguno, presentan sus oscuras bocas abiertas, sin protección, a la espera de la caída de algún incauto, de algún imprudente que se acerque a jugar en la zona, de un niño o adolescente que tenga poca consciencia del peligro. Va también de alcantarillas que dan acceso a túneles de servicio: agua, luz... sin tapa y sin señalización. Me recuerdan las trampas utilizadas por el ser humano antiguamente, afortunadamente prohibidas en la actualidad, para el control de alimañas, lobos, osos, aves de rapiña, mustélidos... Cepos metálicos, de madera, de ballesta, de resorte, de anzuelo, zarazas, alzapiés, lazos, trampas de piedra y todo tipo de artilugios, fueron algunas de las dolorosas formas de cazar lobos, zorros, osos, jabalíes, tejones, águilas... pero ninguna estaba destinada a que el ser humano pudiera convertirse en víctima. Fueron precisamente, su potencial peligro para el ser humano al tiempo que la constatación del enorme daño que provocaban en la cadena tróficas de los ecosistemas, razones suficientes pata su erradicación. La primera razón referida es donde estriba el problema, en el potencial peligro que supone para los seres humanos cada una de las trampas a las que haré referencia.
Desde hace muchos años albergaba la idea de que los riesgos de caída, pérdida y accidente o muerte en el interior de edificaciones y estructuras hidráulicas fabricadas en los cauces de los barrancos por el ser humano se encontraba en los pozos abandonados -pozos que pueden tener desde unas decenas a centenares de metros de caída vertical-, tan frecuentes en todos los barrancos de la isla y por lo tanto también en los de nuestro municipio, pero jamás pensé que esos peligros potenciales se pudiesen encontrar a dos pasos de populosas zonas urbanas.
En mi deambular por los barrancos -y llevo décadas haciéndolo-, no hay infraestructura hidráulica en un cauce -pozos esencialmente-, que no le eche una ojeada con la intención de comprobar "in situ" si está bien protegido su interior con sólidas cerraduras o candados, tapiada su entrada con bloques y cemento si se encuentra abandonado y, si está libre el acceso a su interior, comprobar si está cegado su brocal, sellado con una buena losa de hormigón o una sólida reja, y la inexistencia de entradas laterales, respiraderos, boquetes abiertos para el servicio de la maquinaria..., que faciliten a una persona incauta, curiosa o inconsciente, un resbalón y precipitarse dentro.
Es cierto que tal afán personal -sin llegar a la obsesión raya con la exigencia extrema-, obedece tal vez al ejercicio de responsabilidad que todo docente, monitor, educador ambiental o gestor de actividades en el medio, ya sean deportivas, culturales, mediambientales..., debe tener. Cuidar, prevenir, revisar el escenario donde se va a desarrollar la misma, antes de aventurarse a la realización de dicha actividad con niños, jóvenes o adultos, es imprescindible. Jamás debemos programar una ruta educativa sin antes comprobar la inexistencia de riesgos y peligros. La seguridad absoluta no existe, pero el riesgo debido a imprevistos debe ser mínimo.
Al hilo de esta manía personal -yo le llamo prudencia y seguridad-, tengo que reconocer con enorme satisfacción que, o bien la responsabilidad de sus propietarios, bien la pretensión del objetivo de riesgo cero en este tipo de edificaciones en sus responsables, bien la labor de los servicios de vigilancia que debe tener activos el Servicio Hidráulico o el Consejo Insular de Aguas, han hecho que, en todos mis recorridos por los cauces de multitud de barrancos, no haya visto en los últimos años un pozo con el brocal abierto. Es historia los pozos abiertos que yo observaba con temor en muchos barrancos teldenses y del resto de la isla hace cuarenta años, tramos de barrancos que evitaba en mis senderos naturales con alumnos. En la actualidad, cuando no es una losa de cemento es una gruesa reja metálica que imposibilita el acceso al pozo.
Esa fue la razón de sorprenderme, de no dar crédito a lo observado, de tomar fotos para que quedara constancia de que estas trampas mortales existen y si no ha sucedido nada antes es porque no son zonas habituales de juegos o bien, porque a nadie le ha dado por pasar por ahí.
Lo cierto es que, en esta zona, si alguien tuviera la desgracia de caer en una de estas trampas, es muy posible que nadie le escuche por mucho que se desgañite gritando y precisamente en esta consideración estriba el enorme peligro de estas estructuras trampa.
Les llevaré de paseo por el recorrido realizado, señalándoles los lugares exactos donde se encuentran cada una de ellas, con la esperanza de que alguna de las personas que lean este articulo lo haga llegar a las autoridades competentes y se tomen las medidas necesarias para cerrar con vallados las zonas de peligro o tapiar con losas de hormigón las entradas a los peligrosos aljibes.
La ruta que hice, aunque simple en apariencia, es una ruta bastante peligrosa que bordea los depósitos de aluvión que se elevan sobre la GC-1 en el espacio comprendido entre el territorio ocupado por el centro comercial El Mirador y la hondonada artificial, tipo valle, ocupada por el complejo comercial e industrial de Mercalaspalmas.
Peligrosa no por el trayecto en sí, sino por la dificultad inherente al escaso paso dejado para transitar estas lomas, fruto de los desmontes internos realizados para convertir el espacio en terreno urbanizable y comercial.
Les iré contando con calma. Para hacer esta ruta, el vehículo lo dejé bien estacionado en el parking exterior del centro comercial arriba indicado, justo en la zona más alejada del centro pues la idea era abordar la ladera norteña. Si quieren utilizar un transporte público, GLOBAL dispone de líneas que les acercan al centro comercial con un horario frecuente.
Nada más bajarme del vehículo recorro el primer centenar de metros por la acera que en dirección a la misma se encuentra en la salida norte del centro comercial, una carretera que bordea todo el recinto.
Es por esa acera donde observo a mi izquierda un enorme aljibe subterráneo. Las vallas que deberían proteger el acceso a dicho aljibe no existen. Se han caído, han cedido o las han retirado. Solo queda una enorme puerta de doble hoja que no cierra nada. Sé que la gente no debería entrar, pero eso explíquenselo a los niños, máxime cuando ningún letrero avisa de tal prohibición o alerta del peligro. Me detengo y observo desde la acera como todas y cada una de las aperturas de registro del aljibe están abiertas, con el tamaño suficiente para entrar un operario, una escalera, así como la maquinaria o herramientas que sean necesarias, es decir, por cada una de las aperturas cabe, no sólo una persona sino cuatro al mismo tiempo.
Las lluvias de este año o, tal vez, las de varios años pues desconozco el tiempo que este aljibe esta así, abierto, abandonado y recibiendo agua, han llenado parcialmente el enorme aljibe demostrando, eso sí, que está bien impermeabilizado. No hay fugas.
No sólo estos registros superiores están sin protección alguna, sino que hay una entrada lateral orientada al norte del estanque que, sin dificultad alguna, hasta con un simple resbalón, una persona termina en el interior del mismo.
Es probable que, si la persona que tiene el infortunio de caerse no se ha golpeado, pueda mantenerse de pie o nadar un poco. ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo? Ahí dentro nadie le va a escuchar. La altura del estanque puede estar entre los tres y cuatro metros. ¿Cómo sale por su propio pie, sin ayuda alguna?
Esta trampa es la más cercana a una vía rodada y por lo tanto la de mayor accesibilidad. Tal vez por ello, sea la más preocupante.
Tras la toma de fotos que me permitirán dejar constancia del hecho, continúo el recorrido previsto. Yo no esperaba encontrarme con elementos de riesgo extremo como el señalado. Mi objetivo era otro, por el borde del cantil de derrubios tenía intención de visitar la montaña de Jinámar. Así lo hice, pero el periplo me permitió constatar varias irregularidades más. Una de ellas, comprobar como la valla que en su día se dispuso para cerrar el espacio perteneciente al área comercial y por lo tanto garantizar, imposibilitando su acceso, la caída por los taludes creados para nivelar el terreno interior, ha desaparecido. La erosión marina, el viento y el abandono han hecho su labor y de la valla y de la protección que se pretendía con ella, nada queda.
Se preguntará el lector: -Existirá alguna señal, algún cartel que alerte del peligro de caída en el sendero a iniciar. La respuesta es sencilla y clara: Ninguna.
Hablándoles desde el corazón, tengo que reconocer que para mí ha sido muy gratificante deambular entre los restos que quedan de un extraordinario tabaibal dulce. Poco se salvó de la quema que supuso tanta excavación en el terreno, el tamaño brutal de tal intervención urbanística, pero grandes ejemplares de tabaiba dulce (Euphorbia balsamífera) -especie nativa que se encuentra en todas las islas-, cubren la ladera con sus tallos de coloración rojiza, ahora que iniciado el verano, hojas, flores y frutos han desaparecido en pro de minimizar la evaporación y la pérdida de agua, buscando así la mejor forma de defenderse de la intensa insolación y mantener a buen recaudo sus reservas hídricas. Junto a las tabaibas, otro arbusto de buen porte complementa la vegetación arbustiva de la ladera. Al parecer se trata de la matabrusca negra (Salsola divaricata) un endemismo canario al que le encantan los suelos salinos, pedregosos y con influencia directa de la maresía y este lugar cumple todos los requisitos.
Bien saben ustedes que no soy botánico y es la memoria visual la que me lleva a identificar más o menos la flora observada. Sus flores me habían recordado una lámina del libro "Las plantas suculentas" de Günther Kunkel, concretamente la número 104 que identifica como brusca (Salsola longifolia) recolectada precisamente en este sector costero de Jinámar e ilustrada por su mujer Mary Anne.
Observo las plantas, deambulo entre ellas pues no hay valla y el límite al tránsito debe ponerlo el senderista -mucha prudencia y atención al terreno sobre el que transitamos- pues sin referentes de peligro y elementos de protección, el riesgo de despeñarse es alto.
Continúo la ascensión observando como cada vez más se estrecha el paso entre las dos vertientes. A mi derecha una ladera de vértigo desciende en pendiente muy pronunciada hasta la GC-1 y a mi izquierda un corte vertical provocado por máquinas excavadoras anuncia una caída libre de una decena de metros. Sin protección de ningún tipo, está claro que no se trata de una senda apta para personas que sufran vértigo, inseguras en el paso o personas despistadas incapaces de centrar sus sentidos en continuar la senda hasta dejar atrás la zona de peligro. Lo bueno de esta senda es que en apenas veinte minutos me encontraré en la cima de la montaña de Jinámar.
Es este un cono volcánico que trataré algún día en un artículo pues, a pesar de que todo el periplo discurre por territorio municipal capitalino, la montaña de Jinámar es una elevación especial para mí, se encuentra próximo al límite municipal teldense, dentro de la extensa cuenca del barranco de las Goteras, forma parte del conjunto de volcanes denominado Volcanes de Jinámar y quiero plasmarlo en un artículo, hacerlo público, mostrárselo. A fin de cuentas, nadie me obliga a encorsetarme ciegamente a un límite municipal, y el placer que me produce su visita es razón más que suficiente para decidir donde comienza y donde termina la serie de conos volcánicos visitados.
Pero volviendo a la denuncia pública. Como no se trataba de observar con calma la montaña, ascender y descender el cono en esta vista fue un visto y no visto, algo así como llegar tocar la cruz y bajar de nuevo pues, en mi camino de regreso al aparcamiento del Centro Comercial, serían las extensas terrazas que se llevaron a cabo sobre el derrame lávico de la montaña de Jinámar en su orientación al naciente y la extensa plataforma de cantos rodados y aglomerados que definen el litoral capitalino en esta zona, mi objeto de estudio y control. Si había abandono justo al lado del centro comercial, ¿qué podría encontrarme en estos terrenos aterrazados e iniciado su proceso urbanizador? Estos acusados desniveles ya comportan, en sí mismos, un peligro enorme de caída y en todo el trayecto no encontré señal alguna que alerte al senderista sobre ello. Nada. Usted, yo, cualquiera que recorra la senda depende de su pericia, prudencia y atención. Nada más.
No sé si hubo mucha ambición al intervenir tanto territorio y prepararlo para una futura urbanización realizando los viales necesarios, no sé si todo esto formaba parte de un plan estratégico de desarrollo de la zona, no sé si estaban programadas nuevas promociones de viviendas sociales. Lo que sí sé es que en este espacio intervenido siempre fueron criterios urbanísticos y comerciales los que primaron en el uso y abuso del valle y sus laderas, nunca criterios de protección geológica, etnográfica y medioambiental.
El caso es que, por una u otra razón, todo este trabajo e inversión no sirvió para nada pues todo se encuentra abandonado.
La realidad es que las aceras y las calzadas han sido colonizadas por las plantas. Plantas foráneas y agresivas, plantas invasoras como los rabos de gato y los calentones y el resultado es que asfalto y cemento comienzan a perder su identidad y sus colores negros y grises se tiñen por tramos del amarillo veraniego de los rabos de gato y el verde glauco de los calentones.
Esta imagen podría parecer bucólica -podría estar acompañada de un título rimbombante del tipo: "La naturaleza recupera sus dominios"-, si no estuviera salpicada de basuras. El abandono de estos espacios se tradujo en zonas idóneas donde depositar vertidos clandestinos, restos procedentes de industrias muy variadas: vidrio, metal, carpintería metálica y de madera, pinturas... En las fotos que adjunto aparece una moto de agua a medio desguazar, eso lo dice todo.
Pero además de las basuras, el periplo por estos espacios aterrazados que me devuelven de nuevo al parking me revela una decena de trampas mortales sin protección alguna.
Así, cada alcantarilla presente en todas estas aceras, alcantarillas que dan acceso a túneles de servicio se encuentran sin tapa y sin señalización de peligro. Parece lógica su desaparición -lógica no es pues se trata de infraestructuras públicas-, pues son las tapas y otros materiales metálicos los primeros en saquear los amantes de lo ajeno ante el abandono de la zona. Pero volvamos a las alcantarillas. Unas apenas suponen una caída de un metro pues escombros y basuras han sido depositadas en el interior de las mismas, pero otras presentan caídas cercanas a los tres metros, haciendo imposible la salida de ellas sin el servicio de otra persona y una escalera. Eso siempre y cuando en la caída la persona no sufra una lesión importante. No es preciso decirles que, si alguien se cae en estas trampas situadas a ras de suelo en las aceras, gritar de poco vale pues la zona urbana más próxima se encuentra más abajo, en el valle, en el cauce del barranco.
Es en esta zona donde aparece otro aljibe de similares medidas al antes indicado y en estado de mayor abandono. La caída en su interior significa -si no te has lesionado por la altura de unos tres metros- quedarse ahí hasta que alguien pase y te escuche o bien ponerte a llorar.
La presencia de basuras, el abandono del lugar y los peligros que narro hacen que no sea el lugar una zona frecuentada por personas con perros cuando salen con ellos a pasear. Son estas las razones que justifican la indefensión de cualquier persona que sufra un accidente.
Poco tengo que añadir. Lugares de alto riesgo como éste, sitios que se encuentran al alcance de todos, no deberían existir. Pero ahí está y como tal lo denuncio.
He pasado de nuevo ayer, he visto las entradas superiores de los estanques, las bocas de las alcantarillas y un escalofrío recorrió mi piel. Tuve la sensación de estar escuchando el grito de una persona chapoteando en el agua del estanque más cercano al centro comercial.
Sabía que era producto de mi imaginación, pero también sabía que aquellos gritos de indefensión y miedo, angustia y desamparo podrían suceder algún día.
Aquí queda registrada la denuncia pública. Queda ahora alertar a las autoridades. Está en manos de cada uno de nosotros hacerlo. Sólo hay que llamar al ayuntamiento de las Palmas, al Cabildo, al SEPRONA o a un servicio de emergencia, pero... ¿alguien lo hará realmente?
En este mundo tiránico donde las prisas marcan el ritmo de las personas es muy probable que cuando acabe de leer el artículo se olvide de él rápidamente. En ese caso, más tarde o más temprano, volveremos a tener noticias de estas trampas mortales que esperan con sus fauces abiertas la caída de un incauto por la prensa local o las redes sociales. Esperemos que, si así sucede, la crónica trate del rescate de una persona y podamos alegrarnos con un final feliz. Si, por el contrario, el suceso es luctuoso, el sentimiento de culpa será colectivo. Y en ese caso, lo lamentaremos todos.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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