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De concursos y premios

jueves, 25 de mayo de 2023
Siempre pensé que la envidia hay que ponerla, igual que la soberbia y la vanidad, a buen recaudo. De modo que nunca me alegró el fracaso ajeno, sino al contrario. Siempre me alegra saber de los éxitos de las personas, sobre todo, si forman parte de mi círculo. Gozar de un amigo o conocido que triunfa en cualquier campo me resulta muy gratificante y me alegra sinceramente.

Cada persona trata de superarse y mejorar en todas las facetas posibles, y si lo logra, es, generalmente, gracias a su esfuerzo y a saber aprovechar las oportunidades que la vida le plantea. Y hay quien las aprovecha y quien no. Eso depende de la coherencia de cada cual. Ser envidioso del que triunfa es un acto más de mezquindad y a algunos, vivir en la mediocridad o en el olvido sin haber alcanzado sus pretensiones, los lleva a sentirse fracasados lo que les genera esa mala baba de resentimiento y maledicencia. También hay entre nuestros congéneres mucha mediocridad y personas de baja catadura moral que siempre están dispuestas a buscar cualquier resquicio para minusvalorar, despreciar o hablar mal del que triunfa. Vileza malsana que sólo daña a quien la sufre. El que triunfa, aún sabiendo que algunos de su entorno hubieran deseado lo contrario, vive en otra realidad, muchas veces su propia intimidad y sabe sobreponerse a la mezquindad ajena.

Viene esto colación porque de cuando en cuando veo que mucha gente se fija mucho en los títulos, premios y otros honores de las personas y utiliza esa vara de medir para así ponderar o desmerecer a otros. Vivimos en un mundo donde parece que siempre hemos de estar midiendo a los demás, ya sea por su estatus económico, por su estirpe familiar o sus éxitos personales. ¡Qué estúpida manía! ¡Con lo sencillo que resulta ver que son personas como nosotros y que gozan de sus virtudes y defectos igual que los tenemos los demás!.

Pues bien, en este mundo real el hombre tiene organizado concursos, bienales, exposiciones... un sinfín de actos, con diversas maneras de afrontarlos y que muchas se enfocan a de con sus corre homenajear a precursores, alabar instituciones, pueblos o lo que se crea menester. Es por tanto humano que en esas competiciones se premie o no la labor de los artistas. Es precisamente esa competitividad la que saca a relucir los verdaderos valores de cada cual.

Personalmente, siempre pensé que quienes los organizan son camarillas y, como individuos que son, tienen sus gustos, amigos, preferencias y aplauden a quien ellos consideran validos. Evidentemente, aquí juegan múltiples factores como calidad, ideologías, simpatías, oportunismo... y eso genera siempre controversia. Después está el resultado, y cada cual lo acepta o no según le vaya en la feria.

Conozco a algunos artistas, que siéndolo y sintiéndose como tales, rehuyen, se niegan a participar en estos eventos porque lo que a ellos realmente les importa es que su obra sea realmente hermosa y no quieren entrar en el juego de esas vanidades. No compiten, sino que crean arte. No buscan el reconocimiento de su ego, porque saben, y lo ven en sus colegas, el daño que hace la soberbia y la vanidad y prefieren la sencillez del anonimato; son conscientes de que en este mundo hay mucho afán de protagonismo, de que hay maniobras nauseabundas, de que se usan tretas y cualquier subterfugio para triunfar; escapan de grupúsculos, discuten aquello que consideran falaz, no se pliegan a las directrices de los dirigentes... Son ellos y no aceptan manual de instrucciones. No les importan las mundanas consideraciones, porque viven ajenos a nuestros pensamientos, y se abstraen por esos misteriosos vericuetos de la fantasía. Ciertamente, no son muchos, pero sí auténticos.

El arte, en mi modesta opinión, es expresar la sensibilidad que brota del alma, es darle cauce en los distintos soportes a la creatividad de cada cual. Y así tanto escuchamos las lágrimas de una guitarra, como volamos bailando entre pájaros y flores; tanto acariciamos con ternura la tecla del piano para sembrar la noche de música, como cincelamos la piedra para crear una rosa en una oración de ilusiones; tanto vertemos la sangre en palabras de amor, como decoramos el dolor para arrancarle la hiel y la desazón; tanto caminamos para abrir senderos de paz y justicia social, como sufrimos la incomprensión y el desánimo del desierto; tanto caemos una y otra vez, y con las llagas en el el corazón, como nos volvemos a levantar porque sabemos que la vida está llena de piedras y de charcos. Y cada cual resiste, continúa, se sobrepone, y el dolor se espanta con una canción que se regala. El artista mira con los ojos del corazón y dibuja sueños en el mapa de las estrellas. El artista es el jardinero de la vida, el sembrador en la tierra yerma y su trigo germinará algún día sin mirar el calendario. No, no busca la inmortalidad porque ésta es una quimera y ser consciente de sus fuerzas no es un fracaso sino una lección de humildad y realismo. También aprendió que, después de todo, sólo queda humo y polvo.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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