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En Suiza y en el parque sindical

lunes, 22 de mayo de 2023
A primeros de julio de 1973 viajo a Suiza con tres amigos: Manuel Sánchez Fernández -Sanchís-, Pepe Gayoso Díez y Miguel Ángel López Folgueira, estudiantes, respectivamente, de Sociología, Trabajo Social y Psicología. Yo estaba matriculado en Periodismo.

Nuestro viaje al país helvético tenía por objeto trabajar allí durante los tres meses del verano para traer algunos ahorros a fin de poder sobrevivir a lo largo del curso en Madrid. Al comenzar mi nueva andadura vital -tras cinco años de docencia en Lugo-, yo solamente tenía ahorradas unas 30.000 pesetas, lo que no daba para mucho.

En Suiza aterrizamos en Flawil, una localidad de unos 10.000 habitantes, perteneciente al cantón de St. Gallen, en la zona suiza de habla alemana. Al igual que en el resto de este rico país, en Flawil se registraba un alto nivel de vida, puesto que había abundantes industrias que daban trabajo a nativos y extranjeros, entre los que dominaban los italianos y los españoles.

La empresa que nos dio trabajo fue la 'Flawa', fundada en 1900, dedicada, principalmente, a la transformación del algodón para elaborar productos relacionados con la salud, la belleza y la higiene personal. Entre otros, se elaboraban filtros para el café, tapones para tubos de pastillas, almohadillas de enfermería, así como productos para el cuidado de heridas, para la incontinencia de niños y ancianos, y para botiquines de primeros auxilios.

Allí tuvimos la dicha y la inmensa suerte de encontrarnos con un capellán de emigrantes españoles excepcional, Luis Rudé, un sacerdote catalán políglota, culto, elegante y una excelente persona quien, además, era el coordinador en Suiza de todos los capellanes españoles. Con él trabajaba Sacra, una navarrica fuera de serie, que era la secretaria de la Misión Católica y ama de llaves de la Rectoral. Ambos nos acogieron a los cuatro gallegos y a otros estudiantes navarros con amabilidad, cariño y generosidad. Fueron muchas las tardes que pasamos en la Rectoral compartiendo con ellos penas y alegrías, mientras les vaciábamos la nevera.

Para mí fue una experiencia extraordinaria el encuentro con los emigrantes españoles en Suiza, mayoritariamente andaluces, extremeños y gallegos. Fue sumamente enriquecedor compartir con ellos sus pocas alegrías y sus muchas penas, emborrachándonos -en cafeterías o en sus domicilios- con los licores de la añoranza y la morriña, de la melancolía y del eterno deseo del retorno.

Durante los tres meses de ese verano de 1973 conseguí ahorrar 2000 francos suizos que, al cambio de 20 pesetas por franco, se convertían e 40.000 pesetas, que ya casi alcanzaban para pasar buena parte del curso. Eso mejoró bastante en el verano siguiente, el de 1974, debido a que conseguimos que en la Flawa nos dejaran hacer horas extraordinarias los sábados. Por ello, ese verano ahorré 3000 francos suizos, es decir, 60.000 pesetas, con las que -viviendo con austeridad- ya se podía afrontar el curso sin agobios.

Pero los suizos, que funcionaban con la precisión de sus famosos relojes, no querían problemas con la emigración y para evitar que algún estudiante tratara de 'colarse' y, al final del verano se quedara en Suiza sin el debido permiso, nos exigían que les entregáramos un certificado firmado por el Decano de la Facultad correspondiente en el que se diera fe de que estábamos matriculados para el curso que comenzaría en octubre.

Y la situación se complicó de mala manera para el tercer verano, el de 1975, puesto que la "Flawa" decidió no admitir estudiantes ese verano.

Ante esa situación, alguien nos dijo que en Madrid, en el llamado 'Parque Sindical' (un complejo recreativo que albergaba varias piscinas y zonas deportivas, construido por el sindicato franquista denominado 'Sindicato Vertical'), ofrecían trabajo a estudiantes durante el verano. Y allá fuimos a pedir trabajo (que nos concedieron) los tres amigos que compartíamos piso en la madrileña calle de Ofelia Nieto, por el que pagábamos 6000 pesetas al mes, 2000 cada uno.

El Parque Sindical -conocido también por el nombre de 'Playa de Madrid', y actualmente rebautizado con el nombre de 'Parque deportivo Puerta de Hierro'- está situado entre la autovía de circunvalación M-30 y la autopista de A Coruña, a la altura de Puerta de Hierro.

Y allí, en el Parque Sindical -cuyo sueldo era escaso y muy pesado el trabajo, con horario de diez de la mañana a diez de la noche, con un descanso para respirar y comer- nos entregamos en cuerpo y alma a servir bocadillos, refrescos, pinchos de tortilla, cafés, helados, Gin-tónics, Cuba-libres, etc. Recuerdo que, al anochecer, cuando llegábamos a casa teníamos que poner nuestros doloridos pies en agua tibia con sal para calmar un poco el dolor.

El mismo día que acepté el trabajo de camarero, le envié una carta a don Alejandro Armesto Buz -que en aquel entonces era Director-Gerente de la Agencia EFE, y que durante algunos años había sido Redactor-jefe de El Progreso de Lugo- pidiéndole una entrevista para ver si había alguna posibilidad de realizar algún trabajo en dicha Agencia, señalándole que ya estaba matriculado en tercer curso de Periodismo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando a principios de julio recibo una carta de contestación -no del señor Armesto, sino que venía firmada por alguien cuyo nombre no recuerdo- en la que se me decía que lamentaban no haber podido concederme 'Prácticas periodísticas de verano por no haber superado el examen de inglés'.

Muy enfadado, decido ir personalmente a la sede central de la Agencia EFE, situada en aquella fecha en el número 5 de la calle Ayala, con la intención y el deseo de ser recibido por Alejandro Armesto Buz. Pero, alguien allí me informó de que el señor Armesto no podía recibirme porque estaba de vacaciones en Galicia, concretamente en un chalet que tenía en Cabañas (Pontedeume).

Y allí le mando una copia de la carta que yo le había remitido a EFE y otra de la contestación, en la que se me negaban unas 'Prácticas periodísticas' que yo no había solicitado, y se hablaba de un examen de inglés al que yo no me había sometido.

En mi nueva misiva -confieso que rayana en la insolencia- le decía, más o menos, que ya no me interesaba tanto conseguir trabajo, cuanto que él supiera lo mal que funcionaban algunos trabajadores de la empresa que dirigía, concretamente de los departamentos de gerencia y personal. Le subrayaba que no era de recibo negar algo que no se había pedido y que jugaran indolentemente con quienes buscaban trabajo desesperadamente.

Debo confesar -puesto que es de estricta justicia hacerlo constar- que Alejandro Armesto me contestó a vuelta de correo, diciéndome que desconocía todo lo que yo le contaba y me informaba de que él regresaría a Madrid de sus vacaciones el 7 de agosto, y que el día 8, por la mañana, me esperaba en su despacho. Ese mismo día, 8 de agosto, ordenó que yo empezara a trabajar en EFE como "alumno en prácticas". Y seis meses después, a principios de febrero de 1976, EFE me incorporó a su plantilla, con un contrato indefinido. Gracias a don Alejandro Armesto (R.I.P).
Silva, Manuel
Silva, Manuel


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