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Las Whisquerías

jueves, 04 de mayo de 2023
Ya que era una ciudad chica, las empleadas de las whisquerías y del quilombo se las conocía en las joyerías, tiendas de ropa buena, pero sobre todo en las sucursales bancarias, donde ingresaban un buen toco de guita periódicamente. Circulaban unas cifras que provocaban la envidia de muchos funcionarios. Una pequeña porción de esa tarta caía en el bolsillo de la ginecóloga que las examinaba, le truchaba de vez en cuando algún resultado y les sacaba, cureta en mano, algún embarazo accidental. El día de la consulta hospitalaria armaban un circo en la sala de espera alucinante, pobre el paisano que cayera esa mañana con un dolor de panza.

Pero no todas respondían a las características descritas. En una oportunidad, alguien de administración le comunicó que una chica de barra americana tenía un problema y pedía hablar con él. Entró una mina joven, sin maquillaje, no muy llamativa pero sí interesante, vestida de forma impersonal, tímida. El tordo salió del despacho y preguntó donde estaba la copera, no podía creer que era esa muchacha, que en la calle pasaría totalmente desapercibida.

Le comentó que tenía un problema con la libreta, por la pérdida del documento, y le pidió que le posibilitara trabajar. Soltera, con un hijo pequeño que criaba su madre en la provincia de Catamarca, era maestra y había empezado psicología. Pero ahora tenía que dedicarse a las copas para cubrir las deudas dejadas por su padre alcohólico y hacer estudiar a su hijo. Cuando acabara con la deuda y recuperara la casa, lo dejaría todo y volvería a su pueblo. Dos personas, una en notable ascenso y otra en caída de difícil frenada, se cruzaron esa tarde en un despacho de la Patagonia.

En la obra trabajaban muchos que venían de las provincias pobres y de Bolivia, algunos solteros y otros con familia, a la que giraban mensualmente dinero. El trabajo era duro y con muchas horas a la intemperie. Vivían en unos galpones transitorios, apretados, y no tenían otra diversión que la de mamarse y salir de putas. Para estos candidatos se abrieron las mencionadas whisquerías o barras americanas, que confiscaban buena parte de sus ingresos.

Todo el negocio de la ciudad estaba dirigido a una clientela business, que tuviera por lo menos coche propio. Pero había un montón de pobres tipos de a pie, así que, para preservar la moral e integridad de las residentes de la zona, cerca de la obra y en el medio de la cordillera, abrieron un quilombo economy class. Con putas reventadas y descartadas de los establecimientos de más nivel, podía ofrecer precios competitivos.

¿Cómo se podía prestar ese servicio esencial a una comunidad tan grande y de forma discreta? Como este firulo no estaba sometido a regulaciones, ordenanzas municipales ni diferencias de clases, funcionaba de forma continua, non stop, atendiendo también al personal del turno noche.

Tenían un salón grande, con música muy fuerte adecuada a la cultura de los clientes, donde el destacamento de infantería de chicas se ocupaba de entretener, manosear y estimular la borrachera entre la alegre clientela. Al llegar el turno asignado, cada cliente era llevado hasta una de las piezas, donde una integrante del escuadrón de caballería los esperaba en la cama con las gambas abiertas. En cuanto el ya mamado se echaba encima, ella pasaba un brazo debajo de su propia cintura, le cazaba la poronga con la mano y hacía un rápido ordeñe. Un ayudante le sacaba el cuerpo dormido del negro, limpieza de billetera y que pase el que sigue. Eso era realmente una prestación eficiente. Una polvera industrial.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
Montesanto, Andrés
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