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'Tabaco si o no, nuestra es la decisión'

jueves, 20 de abril de 2023
Gracias a que seguí el consejo del abuelo y no su ejemplo hoy soy un anciano que no está dominado por el vicio del tabaco pues nunca fui fumador activo, pasivo puede que siempre, aunque en venganza por despreciarlo el tabaco en mi ser dejó su marca.

A continuación os cuento la causa de estar exento del que creo en mi opinión personal es pernicioso e insano vicio. Desde que era niño tuve la suerte de que el abuelo materno, quien había quedado pronto viudo, hacia vida muchas veces en la casa de mis padres y otras en la de las otras dos hijas. Pasaba sus ratos de ociosidad siempre teniendo algo entre manos, pues era persona muy laboriosa. Nunca le vi con un libro y si con un cigarrillo. En una ocasión le pregunté:

- "¿Por qué no lees abuelo? Nunca coges un libro"

A lo que él me respondió:
- "Hijo, lamentablemente no me crié con ellos, pues desde niño la única escuela a la que fui es la vida. Ella y mis progenitores me enseñaron lo poco que sé. Desde mi infancia, al ser una familia muy numerosa, hube de ayudar a mis padres en las faenas agropecuarias. Hoy eso sería considerado explotación infantil pero en aquellos tiempos era colaboración familiar y pura supervivencia."

Nunca más le nombre el libro y, mientras él entrelazando hábilmente palmas hacía sogas, escobas, cestas y toda una colección de objetos confeccionados con esa materia prima, yo tenía entre mis manos aquel libro, la enciclopedia "Álvarez" de primer, segundo y finalmente tercer grado.

Cuando no estaba inmerso en esa para él atractiva labor se abstraía liando un cigarro, un ritual muy característico para el fumador de tabaco de picadura. Un día viendo que yo le observaba como saboreaba el cigarrillo y expulsaba su humo, ese que echaba parsimoniosamente por la nariz como si fuera la chimenea de su cuerpo, me aconsejó: - "Nieto mío, nunca hagas esto. No te lleves a tu boca un cigarro, pues si lo haces quedarás como estoy yo, esclavo de este vicio y cuando no tengas el cuarterón o la cajetilla de Ideales o Celtas, llegaras a buscar en el suelo las colillas que arrojaste..."

Detuvo sus palabras para emitir una tosecilla que le acompañaba casi permanente. Entonces, después de cesar con esa y limpiarse su boca con un pañuelo, me volvió a comentar: - "Ves, esta tos es un aviso del daño que me hace, pues estoy quemando mis pulmones, pero como estoy enamorado del tabaco no puedo dejarlo. Imagina como estarán los alveolos con solo mirar mis dedos."

Extendió los de su mano derecha y observé en ellos lo que nunca me había percatado, estaban las yemas de los mismos totalmente amarillentas.

Volvió a seguir hablándome: - "Hijo, yo ya dada mi edad, no puedo escapar de esta red tabaquil que oprime y limita mi vida. No sigas mi ejemplo y si mi consejo. No fumes nunca. No hagas caso de esos mozalbetes que se guíanpor los que le presentan el uso del tabaco como una muestra de hombría. Para ser un hombre no se necesita ser fumador precisamente ese uso te aniquila. Por mucho que me veas fumar no intentes imitarme, esto es mortal y puede que me acompañe hasta la muerte porque no supe librarme de él. Sin tabaco creo que moriría".

A pesar de que mis amiguetes fumaban yo, recordando lo que el abuelo me recomendó, no fumé, pero ni que el tabaco quisiera vengarse por el desprecio que le mostraba me pasó con él la siguiente anécdota.

Un día de principios de otoño fuimos a una acampada un grupo de amigos. Al anochecer, dada la época en que ya se notaba la presencia de los primeros fríos, hicimos una fogata puede que también para ahuyentar el posible miedo a pasar la noche en el bosque. Uno de los que conformaba nuestra pandilla, puede que el más perezoso, me dijo: - "Ya que estás de pie toma este cigarrillo y enciéndemelo en la hoguera."

Tomé el pitillo, bien sabía mi amigo que no quedaría con él, y fui hasta el fuego. La fatalidad quiso que en el cigarrillo se prendiera una brasa y me cayera esa ascua por dentro de la bota. Mientras la quité y no quité me quemó el empeine del pie, me hizo un círculo parecido a aquellas monedas de veinte duros. Esa marca está por siempre conmigo para mostrar que a los no fumadores, a los pasivos, también nos daña y deja su rastro doloroso en nuestro ser.

De este modo aún tomé más odio al tabaco y creo que esa aversión la tendré mientras viva, aunque tengo que reconocer que hay personas, como le pasó al abuelo que saben fumar o el mismo tabaco los respeta y no les daña sus pulmones, pues mi abuelo quien fumaba a diario no sé cuantos cigarrillos no murió víctima del tabaco, falleció a los cien años con su cigarrillo y su tosecilla. Seguro que si la Tabacalera leyera esta historia me diría:

- "Ves, el mérito está en ser un correcto usuario del tabaco. Tu abuelo, como otros muchos lo era, por eso no se vio afectado por dolencia alguna del que pudiera inculparse al tabaco y tú morirás sin saber lo que es un buen aroma tabaquil. El abuelo como te quería te avisaba pero, debiera darte lecciones de saber fumar. Nadie muere hasta que le llega su hora."

Es verdad, a todos nos llega ese momento pero, por si acaso, no lo aceleremos, por eso yo prefiero seguir sin el tabaco aunque claro, nunca tuve la excusa para el receso laboral de salir echar un cigarro y tomar, en su compañía, unos minutos de asueto en mi trabajo, pero me quedaron, por ahora, los cinco minutos del café.

Nadie me puede invitar a fumar la pipa de la paz por eso ni al tabaco ni a nadie le declaro guerra alguna, solamente intento ser fuerte evitando vicios y además, no solo es defensa de la salud y si también de la economía, pues hoy en día no está la vida para quemar los euros.

Yo no quiero tener adicciones de amores tóxicos que, cuando intentas con ellos romper, te dejan inmersos en una terrible depresión, la que produce la ausencia de un cigarro. Pero hay gustos para todos y, por suerte, muchos como mi abuelo hicieron pareja inseparable con la nicotina y lo consideraban una medicina para apartar la terrible soledad. Puede que aliviara sus penas con el tabaco y alguna tristeza se curó con lo que para el fumadores una terapia, y para mí por miedo a morir evité y mis labios se irán de esta vida sin saber de otro filtro o boquilla que las limitaciones que tiene la vida misma que muchas veces no sabemos en que papel liar.
Pol, Pepe
Pol, Pepe


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