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lunes, 10 de abril de 2023
Corpus lucense y Reino de Galicia

"Hoc, hic, mysterium fidei firmiter profitemur" (aquí confesamos firmemente este misterio de fe), dice la leyenda que rodea el escudo de Lugo en el que dos ángeles, rodilla en tierra, adoran el Cuerpo de Cristo bajo las especies de pan y vino.

Y, efectivamente, con mayor o menor firmeza, con más o menos solemnidad, la adoración al Cuerpo de Cristo es una constante en Lugo -que adoptó el sobrenombre de 'Ciudad del Sacramento'- desde que en el siglo VI se otorgó a su catedral el privilegio de tener expuesto el Santísimo día y noche, no se sabe si para combatir la doctrina de Prisciliano y otros herejes, o para celebrar la conversión al catolicismo del rey suevo Teodomiro. O ambas cosas a la vez.

Y en este Lugo de Augusto (Lucus Augusti), que llegó a ser la capital de uno de los 14 conventos jurídicos de la Hispania romana, prendió como en pólvora seca la revelación privada que, sobre la conveniencia de una fiesta en honor del Sacramento del altar, tuvo a comienzos del siglo XIII la monja Juliana de Lieja y el establecimiento en 1264, para toda la Iglesia, de la festividad del Corpus Christi por el Papa Urbano IV a través de la bula Transiturus.

Para que no quedaran dudas sobre esta devoción, no sólo Lugo, sino que el reino entero de Galicia incorporó a su escudo, junto a las siete cruces de las siete provincias, el cáliz y la hostia.

Y para celebrar cumplidamente el sostener el privilegio de la exposición permanente en la catedral de Lugo y acatar públicamente la bula de Urbano IV, las siete provincias del antiguo reino de Galicia (Santiago, Betanzos, A Coruña, Lugo, Mondoñedo, Ourense y Tui) se comprometieron en 1669 a sostener el alumbrado de "cuatro luces más" durante el día y la noche en el altar. Para este fin debían entregar 1.500 ducados de renta, cuya ofrenda se haría el domingo siguiente al Corpus.

Desde entonces (que yo sepa) nunca se interrumpió este voto, y en el domingo de la infraoctava del Corpus, los alcaldes de estas siete antiguas provincias (con la excepción de dos, hace pocos años) y los obispos de las cinco diócesis gallegas -Santiago, Lugo, Mondoñedo, Ourense y Tui- se reúnen en Lugo para participar en una misa solemne, en una procesión y cumplir, con euros de hoy, el compromiso del siglo XVII.

Y así, con más nueces que ruido, se puede afirmar que el Corpus lucense ha sido y es el acto público que, sin alharacas, año tras año y siglo tras siglo, más ha recordado y recuerda el reino que un día fue Galicia.

Muy especialmente quedaron grabados en mí las celebraciones de los años cincuenta y sesenta, sobre todo la pomposidad del Nuncio del Papa, de los cinco obispos gallegos y del abad de Samos desfilando detrás de la carroza con el Santísimo Sacramento, así como la mezcla de envidia y admiración que causaban sus lujosos vehículos aparcados delante del palacio episcopal.

Impresionaba la formación de los soldados que rendían honores e inclinaban sus fusiles al paso del Santísimo. Eran espectaculares las largas filas integradas por miembros de las distintas cofradías y por los seminaristas con sus sotanas negras -hechas por el famoso sastre Martínez en su sastrería de la Plaza Mayor-, roquetes blancos y fajín azul, los pequeños, y rojo, los mayores.

Era apasionante ver cómo don Constantino se gastaba las suelas de los zapatos recorriendo las calles para organizar debidamente la procesión, y cómo don José Ferro no regateaba esfuerzos en su voz para que, a través de los altavoces instalados en diversos balcones, todos oyeran aquel "lucense que me escuchas: Cristo pasa por delante de tu puerta. Escúchale. Dile que le quieres...".

Asombraba a los miembros de la Schola Cantorum, dirigida por el maestro Castiñeira, ver a don Julián -con la mezcla de su baja estatura física y la gran energía de sus dedos- arrancándole al órgano de la catedral las notas del himno "Pange, lingua..." o de la jubilosa secuencia "Lauda, Sion, Salvatorem...".

Los más mayores de Lugo capital y de Lugo diócesis seguro que recuerdan las peregrinaciones eucarísticas que promovió el obispo Ona de Echave y sospecho que no olvidaron la inflexión que se registró en estas solemnidades al comienzo de los años setenta.

Entre bromas y veras, fue significativo el gesto del sacerdote Antonio Gandoy, conocido, por unos, como "el padre pedales" y, por otros, como "el cura de la bicicleta", al aparcar su bici entre los lujosos automóviles de los prelados.

Más de veras que de broma fue el gesto de un grupo ce curas pertenecientes a la denominada "Operación Moisés" cuando, en plena celebración del Corpus, se sentaron en la escalinata del obispado comiendo pan y tocino para, de esta forma, significar que lo que se hacía en Lugo no se compaginaba, a su juicio, con lo que ocurría en sus pobres parroquias rurales.

Evidentemente, por esas fechas ya había pasado el famoso "mayo francés del 68". Pero la Iglesia había tenido 'su mayo particular' algunos años antes (1962-1965) con el Concilio Vaticano II. El aggiornamento o puesta al día trataba de mirar más al fondo que a la forma de las cosas, trataba de preocuparse más por el Cristo sufriente en los seres humanos que de las procesiones y boatos externos, de acuerdo con el comportamiento que siempre había tenido Jesucristo, el Maestro.

El número de seminaristas descendía sensiblemente y los sastres eclesiásticos tuvieron que dejar de confeccionar sotanas, dulletas y manteos. Los obispos cambiaron algunas actitudes y también sustituyeron aquellos lujosos coches por humildes utilitarios.

La vida, en general, se fue secularizando; los soldados se retiraron oficialmente de las procesiones; el estado se declara aconfesional, aunque cooperante con la iglesia Católica y otras confesiones, y el Ayuntamiento de Lugo organizó, a principios de los setenta, una extraordinaria Semana de Música del Corpus lucense, que, años más tarde, llegó a alcanzar fama internacional.

Pero, las procesiones se siguieron y siguen celebrando, aunque con mucho menos aparato. Y meditando, meditando... llegué a la conclusión de que las procesiones del Corpus Christi -sean solemnes, como las de antaño, o sencillas, como las de ahora- lo verdaderamente importante es que se hagan con decoro y devoción, y que nos conduzcan a la meta de ayudar, querer y cuidar con pan, solidaridad, cariño y amor a los "cuerpos" humanos más pobres y necesitados.

De esta forma, se podrá mantener hoy, más y mejor que ayer, el "hoc, hic, mysterium fidei firmiter profitemur".
Silva, Manuel
Silva, Manuel


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