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Lugo Km 100

domingo, 02 de abril de 2023
Cuando el Camino de Santiago es tu viaje. Nada más.

Dedicado a José Luis González Ruano, Javier Pérez Gayete, Santiago Álvarez Afonso, Elías Ruano, Luis Ramírez Ramírez, Anselmo Marrero Tejera, Carlos Placeres Rodríguez y María Jesús Espiño Meilán, quienes me acompañaron en alguno o en varios de los viajes realizados por diferentes rutas jacobeas.

"LUGO KM 100". Así está escrito en la plaza con llamativas letras que se elevan sobre el suelo, del tamaño de una persona y realizadas en acero cortén, un material metálico capaz de envejecer y ganar en belleza con el paso del tiempo.

Es la primera plaza que encuentra el peregrino al entrar en la ciudad de Lugo procedente del Camino Primitivo. Esa es la razón por la cual esta plaza lleve su nombre.
Lugo Km 100
Un poco antes, justo a la subida de las escaleras que le permiten el encuentro con el primer cinturón urbano de la ciudad, la ronda de las Fontiñas, un mapa esquemático de la urbe aparece ante sus ojos, mostrándole la muralla romana e identificándole todas sus puertas, señalándole sin error la puerta por donde accederá a la ciudad en su periplo jacobeo, al igual que la de salida. Abundará la información del panel identificando los lugares donde están situados cada uno de los yacimientos romanos existentes, dentro y fuera de murallas, los museos, las salas de exposiciones, los monumentos religiosos y otros edificios de interés.

Un trazo amarillo le indicará la travesía que desde la puerta de San Pedro le llevará hasta la del Carmen, señalándole así la salida de la ciudad que le conducirá, sin desvío alguno, en busca del puente romano, siguiendo tramos del recorrido de la antigua Vía XIX, la histórica calzada que unía las ciudades romanas de Asturica Augusta y Bracara Augusta con Lucus Augusti.

Al cruzar la ronda das Fontiñas, la mediana está ocupada por un amplio paseo arbolado que recorre toda la avenida. Paseo que circunda una buena parte de la ciudad y cuenta con bancos para el descanso de los caminantes, ubicados en ambos sentidos a lo largo de su recorrido. Aquí, justo donde nos encontramos, un mojón de piedra de granito nos ratifica la cantidad exacta de kilómetros que restan para llegar a Santiago: 100.

Cruzamos la calle para encontrarnos en la plaza del Camino Primitivo. A nuestro paso una enorme roca, también de granito, reconoce este camino como Camino de los Derechos Humanos y en su pie, grabado en bronce el siguiente artículo: "Tengo derecho a reunirme libremente".

Es aquí donde yo inicio el relato del Camino que quiero hacer. No puede ser más transgresor con las etapas estipuladas de antemano pues defiendo un camino a la medida de cada uno, deteniéndose en cada lugar donde una llamada de la piedra, del agua, de la planta, del animal, del monumento, de la persona, del lugar, del mismo que hace el Camino, lo considere conveniente.

Desde esta perspectiva de respeto a cada caminante y sus motivaciones, el camino no dispondrá de etapas ni de tiempos. Cada etapa la definirá él mismo y puede en ella recorrer un mayor o menor número de kilómetros o permanecer un tiempo indefinido allí donde lo considere. Al igual que el camino de la vida, es su camino peregrino.

Considerados tales parámetros, mi primera etapa consistirá en transitar por Lugo capital, realizando los cuatro kilómetros que hay desde el lugar donde me encuentro hasta el inicio de la subida que me alejará del río Miño, pasado San Lázaro da Ponte.

Este lugar se encuentra un centenar de metros más allá de la iglesia de San Lázaro da Ponte y el desvío, bien señalado por el mojón correspondiente, va al encuentro de San Román da Retorta.

Justo en el desvío, que no voy a realizar, recuerdo el paseo transitado al lado del Miño. Es curioso, porque yo hice este trayecto, sin problema alguno, por la senda que bordea el río, un paseo habilitado dentro de las instalaciones del Club Fluvial de Lugo pero que, dotado de flechas amarillas me sugirieron la dirección correcta en el tránsito del Camino. Me alegró en su momento pues consideraba de muy buen proceder la decisión de la Dirección de la entidad privada al facilitar el acceso a los peregrinos por dicha senda. Confirmaba mi elucubración el acceso libre en la puerta de entrada y la existencia de una salida franca en la verja que señala el fin de las instalaciones. Me informarían luego algunos socios del Club que las flechas amarillas presentes en el suelo habían sido pintadas como respuesta a la búsqueda de una movilidad más segura en las instalaciones durante el período COVID y que el acceso no es libre, es exclusivo para los socios del Club Fluvial.

Ciertamente, cuando escuché esto, me sorprendió el rigor de la prohibición y aún no acierto a comprender el porqué de la misma, máxime cuando hay un derecho de paso en las márgenes Lugo Km 100de todos los ríos españoles amparado en la legislación vigente.

Al parecer, el camino que siguen los peregrinos discurre por una vía pública y por una estrechísima acera, justo al borde de la calzada de la rúa Fermín Rivera, algo que considero, existiendo alternativa, un peligro manifiesto para los peregrinos.

El lugar para dar por finalizada esta corta etapa -la mía-, es perfecto pues a nuestra izquierda se encuentra la subida antes señalada y a nuestra derecha un puente peatonal que nos permite cruzar de nuevo el río y regresar por el paseo fluvial que discurre por la otra orilla hasta encontrarnos nuevamente al inicio del puente romano.

El regreso a la ciudad, la vivencia de un atardecer desde el parque Rosalía de Castro y una posterior inmersión en la gastronomía de viejas tabernas o nuevos restaurantes situados en el corazón de la ciudad medieval, la plaza del Campo y calles aledañas, bien merecen un fin de etapa.

El tiempo, muchas horas, tantas como necesitemos para contemplar cada rincón de la ciudad que consideremos de nuestro interés, que despierte nuestra curiosidad respetando, por qué no, la ruta tradicional del Camino.

Volviendo al trayecto a recorrer. Salimos de la plaza del Camino Primitivo y, encontramos el primero de una serie de carteles ilustrados a color, verdaderas joyas literarias y artísticas de sus autores.

Disfrútenlos. El que tenemos ante nuestros ojos está dedicado al Carril de las Flores, una antigua vía empinada -la misma que nos espera ahora para llegar a la puerta de la Muralla-, que entre enormes muros de piedra llevaba sin pérdida a la puerta de San Pedro o puerta Toledana. Una cita de Hermannus Kunig, de hace más de cinco siglos, alaba la belleza de Lugo y el placer de mirarlo.

Un paso tras otro y nos encontramos con el primer paño de la muralla. Al llegar a la puerta de San Pedro ni siquiera habremos recorrido quinientos metros, pero el ascenso sosegado nos permite disfrutar de una entrada relajante en tan hermosa ciudad.

Justo a la izquierda de la puerta un enorme bloque granítico registra el siguiente texto: "Por aquí entro el rey Alfonso II el Casto en el siglo IX, inaugurando el Primer Camino de Santiago"
Antes de entrar observemos la puerta, es digna de admiración. Entre dos cubos de la muralla formados con bloques pétreos de granito, la ciudad se abre al visitante.

Nos encontramos en el interior de la muralla. Incrustadas en el pavimento empedrado de idéntico material pétreo, destacan las conchas en bronce que, doradas y desgastadas por las pisadas de los lucenses y de tanto calzado peregrino nos conducirán, atravesando la ciudad sin pérdida posible, hasta su salida.

Apenas hemos entrado cuando un panel informativo de la muralla nos oferta historia y curiosidades sobre esta Puerta. Nada quiero añadir, si acaso que la lean. Encontrarán una información similar en cada una de las doce puertas que tiene actualmente la Muralla. Decirles, si acaso, que es ésta una original puerta romana que daba entrada o salida a la calzada XIX, la vía empedrada que unía Bracara Augusta (Braga) con Asturica Augusta (Astorga actualmente), una de las importantes vías de comunicación, conquista, expansión de la romanización y comercio del Imperio. Esta vía, estable y organizada, unía los tres Conventus Iuridici -Braga, Lugo y Astorga-, creados para hacer llegar los influjos comerciales, consolidar el control militar y facilitar la explotación minera -jamás se extrajo tanto oro de este noroeste peninsular como en el tiempo del imperio romano-.

Observarán que todos los textos que encontramos en nuestro camino aparecen escritos en lengua vernácula, el gallego, pero de igual modo se ofrecen en castellano e inglés así como en lenguaje braile. Tal circunstancia dignifica a la gente de Galicia, a mis paisanos, pues expresa su carácter tolerante, respetuoso, universal. De su mano amiga, siempre abierta. De su hospitalidad y generosidad. Es esta la actitud que deberían mantener todas y cada una de las personas en un mundo globalizado, cualquier otra postura de exclusión sólo conduce a la radicalización y al aislamiento, mostrando una imagen de insensatez e intolerancia, muy alejada del espíritu de la aldea global en que se ha convertido el Planeta, nos guste o no, el único habitáculo para todos los seres humanos, vivan donde vivan, se encuentren donde se encuentren.

Tras franquear la puerta e iniciar el ascenso por la calle de San Pedro, un rosario de pequeños negocios y tiendas nos sorprenderá. El primero, ubicado a nuestra izquierda, es una tienda que lleva décadas en esta esquina, vendiendo todo lo relacionado con el hilo, cuerdas y telas. Los escaparates son en sí mismos una réplica de la cueva de Alí Babá. Carretes de hilo de mil formas, modelos y grosores, cestería, sacos, escobas de palma... Aquí compraba mi padre, hace más de medio siglo, el cordón de cáñamo y el hilo bramante que utilizaba para coser primero con unas lancetas y sujetar con firmeza luego, los sacos de cepillos que fabricaba en su Cepillería Lucense.

Jamás olvidaré aquel olor, un entrañable olor a fibras naturales trenzadas, a hilo y cuerda de siempre. El paso del Camino por delante de su tienda y la afluencia cada vez mayor de peregrinos ha llevado al dueño a actualizar la oferta y ampliarla a diferentes tipos de bastones y palos de caminar, a la venta de botas de vino y cantimploras y objetos diversos propios del camino y de los viajeros.

Pocos pasos son necesarios dar para encontrar en esta misma calle, a nuestra derecha, el Albergue de Peregrinos del Camino Primitivo. Moderno y eficiente en servicios e instalaciones, de la una del mediodía a las diez de la noche, los peregrinos procedentes del Camino Primitivo son acogidos en sus instalaciones. No podía estar mejor situado pues se encuentra dentro de murallas, en el corazón de la ciudad.

Pero nosotros seguimos pues estamos iniciando nuestro Camino y, sin desvío alguno, la calle de San Pedro nos conduce a la Plaza Mayor. Antes de llegar a ella, levantaremos la vista a la altura de la casa de Correos para observar una curiosa figura de un cartero en tamaño natural.

En leve descenso en busca de la Plaza, la confluencia con la rúa da Raíña nos lleva a la misma entrada de la plaza Mayor. Es de visita obligada el edificio que se alza a nuestra derecha, pues embellece con su presencia la esquina de ambas calles. Se trata de la iglesia conventual de Santa María a Nova, La belleza de su factura y el discurrir del tiempo sobre sus piedras nos invita a contemplarla com calma, a acceder a su interior, a santirla cerca.

Esta plaza, reconocida también como plaza de España -recuerdo ir de la mano de mi padre los domingos para escuchar la admirable y carismática Banda de Música de Lugo-, es el centro neurálgico de los lucenses, sin lugar a dudas el corazón de la ciudad -no puedo olvidar que el pulmón es el Parque Rosalía de Castro y las cuestas o laderas arboladas que buscan el río, pero los jardines, arboleda y rosaledas de estos jardines siempre me han provocado entrañables vivencias y una enorme emoción.

Pero detengámonos y saboreemos la magnificencia de este espacio. A nuestra izquierda entroniza la plaza un soberbio pazo barroco, edificio sede del Ayuntamiento lucense, a nuestra derecha una galería porticada que continúa hasta finalizar la plaza Mayor. Entre las dos calles que flanquean la Plaza, uno de los jardines más bellos de la ciudad. Disfruten de sus paseos arenados, sus floridos parterres, sus árboles centenarios, su templete de la música, sus esculturas en homenaje a egregios poetas y narradores gallegos como Manuel María, Rosalía de Castro, Eduardo Pondal, Uxía Novoneira, Manuel Curros Enríquez, Álvaro Cunqueiro, Ramón Otero Pedrayo, Castelao, Ramón María del Valle-Inclán, Luis Pimentel y admiren los guiños escultóricos en reconocimiento de un pasado romano del que se siente orgulloso cada lucense: una biga romana para el placer de niños y mayores y una escultura de homenaje al emperador César Augusto y su legado Paulo Fabio Máximo, como fundadores de la ciudad.
Por ambos lados de la Plaza llegaremos a una nueva plaza, la plaza de Santa María, encontrándonos en ella con la Catedral de Lugo, por eso también recibe el nombre de plaza de la Catedral. Pero antes déjense llevar por su instinto aventurero. Se encontrarán con otra puerta de la muralla, la del Obispo Aguirre y justo antes de alcanzarla, a su izquierda, un pequeño callejón les llevará al encuentro con un pequeño templo romano del que quedan sólo vestigios de sus cimientos.

Puertas, ventanas arqueológicas, iglesias y edificios singulares, presentan en su información escrita en paneles, diferentes códigos QR. Merece la pena abrir cada uno de ellos. Durante unos minutos música, textos y caracterizaciones nos llevarán, en una puesta en escena envidiable por su complejidad y valor, a diferentes momentos cronológicos de aquello que estamos observando. Sólo por estos códigos merece la pena, dejar el Camino por unas horas y recorrer la ciudad.

La plaza de Santa María nos dejará boquiabiertos. La presencia del mundo romano está bajo nuestros pies. Un ejemplo es la piscina romana que se encuentra bajo una ventana arqueológico a nuestra izquierda. A nuestra dereche el palacio episcopal y al frente un cruceiro como anticipo de un edificio religioso que es Patrimonio de la Humanidad, la catedral de Santa María, visita obligada a su interior y recorrido de todo su contorno para gozar de diferentes períodos arquitectónicos. La fachada neoclásica de su puerta principal, situada frente a la muralla, justo a la entrada de la puerta de Santiago, no resta belleza ni armonía al Pantocrator románico de una de sus entradas laterales.

Será por la rúa da Catedral, una callejuela estrecha que se encuentra pasadas las escalinatas que nos llevan hacia la plaza del Campo, donde encontraremos una doble indicación, dos flechas amarillas en la misma señal, una nos dirige callejuela arriba hacia la rua del Carmen, otra nos anima a seguir bordeando la catedral para salir de la muralla por la Porta de Santiago ou do Pexigo -así aparece registrado tal nombre en la placa grabada en piedra sujeta a uno de los cubos de la muralla que franquean dicha entrada-.

Si me ponen en la tesitura de elegir una puerta de salida, más allá de su belleza, la del Carmen es más auténtica y el camino que nos oferta, menos urbano.

He realizado ambos y los dos confluyen en A Rúa da Ponte, pero la que sale por la puerta de Santiago recorre un poco atractivo paseo sobre la acera, entre casas y coches, mientras que la que parte de la puerta del Carmen discurre entre árboles y fincas agrícolas. Sinceramente, si nos anima la pasión por la naturaleza, la visión de viejos muros de pizarra, cubiertos de helechos, musgos y líquenes, árboledas y el canto de los pájaros, no albergo duda alguna sobre la ruta que debemos elegir.

Es por ello que, tras realizar la primera para conocerla, vuelvo sobre mis pasos para disfrutar más de la ciudad y asciendo por A rúa da Catedral hasta mi encuentro con una hermosísima plaza: la Plaza del Campo. El bullicio, la alegría, las terrazas y la gastronomía se dan aquí la mano. Imposible seguir el Camino sin detenerse y gozar del ambiente y sus delicias culinarias. Si además uno es amante de los vinos -blancos o tintos-, es Galicia tierra de afamados vinos y los Mencías, Godellos, Barrantes, Ribeiros y Albariños dan buena fe de ello, sin olvidarnos de otras variedades de uvas autóctonas que proporcionan una calidad extraordinaria a estos caldos: Treixadura, Caíño blanco, Loureira, Blanca de Monterrei, Bracellao, Merenzao...

Calle abajo, a rúa da Catedral se une con A rúa do Carme. Entre casas antiguas bien restauradas, deambulamos por la ciudad medieval lucense, camino da porta do Carme. Salir de la muralla por esta puerta y cruzar la calle es iniciar una senda que en un centenar de metros discurre entre higueras, nogales, avellanos, olivos y castaños.

En las pocas decenas de metros asfaltados, a nuestra derecha la iglesia del Carmen, rebautizada al parecer como Virgen del Camino, y a nuestra izquierda un Museo dedicado a la romanización y al legado romano.

Volviendo al paseo arbolado, durante el otoño nuestros pasos discurren sobre erizos de castañas y castañas salpicando el camino. De cuando en cuando a las castañas se unen las avellanas.

Si el camino lo hiciéramos en verano, en los cerezos escucharíamos los gorjeos de las aves alimentándose de tan jugosas bayas y nuestros pies escacharían el fruto rojo de sus arboles.
Cuervos, urracas y arrendajos encuentran en esta riqueza de frutos y semillas incuestionables razones para su visita diaria y su presencia nos acompañará a lo largo del recorrido.

La hiedra está presente todo el camino, y los laureles y los acebos. Es aquí donde nos sorprenden la exuberancia botánica, sobre los muros de piedra, históricos muros de piedra que se mantienen en pie cientos de años. Cuando no son muros realizados con bastas piedras de pizarra, colocadas con singular maestría unas sobre otras, son chantos verticales -grandes lajas de pizarra del tamaño de un metro cuadrado que, hincadas en la tierra, delimitan fincas llenas de hierba, algunas berzas y mucha vida.

También es el otoño tiempo de manzanas y manzanos y sus frutos veremos y disfrutaremos por el camino, pues bien, toda esta riqueza frutal nos la oferta el camino del Carmen.
Casi sin darnos cuenta, nos encontramos con el puente romano. Observarlo con calma necesita tiempo. Muchos son los atractivos de la zona y para gozarlos nada mejor que detenernos y saborear un buen café, un chocolate, un té o un agua en el albergue, cafetería y casa de comidas situado junto al Puente. Una mesa, una silla -muchas veces una sombrilla-, y observo el paseo que lleva hacia el puente, peatonal por supuesto. Recuerdo, como si fuera hoy, cuando sobre este puente discurría el tráfico rodado. Motos, coches y camiones pasaban, uno tras otro, poniendo a prueba la estabilidad del viejo puente romano. Yo transitaba entonces sobre su vieja calzada montado en una desvencijada bicicleta Orbea, camino de Portomarín. ¡Bendita bicicleta y benditos recuerdos juveniles!

Una acertada restauración y su inmediata peatonalización y el puente recuperó su esplendor. La belleza del mismo se descubre desde su adarve, pero se manifiesta en toda su dimensión bajando al río y observándolo detenidamente por cualquiera de sus caras. Es un ejercicio de placer sibarita escudriñar desde la orilla cada uno de sus arcos, escrutar los pilares, observar cómo discurre el agua, dejarse sorprender por las aves acuáticas que frecuentan el río.
El río está vivo, vivo y limpio. Buena prueba es la presencia de ánades reales en todo su recorrido, de cormoranes que discurren de lado a lado del puente con sus vuelos cortos, de garzas reales que aprovechan las zonas menos profundas para procurarse su alimento de ranas y peces, de lavanderas blancas, de mirlos acuáticos, del escurridizo y colorido martín pescador.

Es, cruzando el puente, cuando una señal nos indica que a nuestra derecha sigue el camino por la rua vella da Ponte-. Junto a ella, otra hermosa ilustración nos habla de una tradición muy popular durante las fiestas patronales de San Froilán que no es otra que la celebración del Domingo das Mozas. Si nos pica la curiosidad con este evento o con el nombre de Fernando Esquío que aparece en el cartel, a moverse un poco y buscar información. El Camino no debe ser meramente expositivo, debe interactuar con cada uno de sus caminantes. Y eso es lo que hace ahora esta ilustración, provocar su curiosidad y animarle en la búsqueda.
Un texto del extraordinario escritor Álvaro Cunqueiro -hicimos mención de su figura a nuestro paso por la Plaza Mayor-, nos acerca con una hermosa y metafórica prosa al puente, al río, a las mozas, los mozos, la frescura, la pasión y el amor.

La breve acera da Rúa Fermín Rivera es demasiado estrecha para facilitar el paso al peregrino. Me acerqué yo al río en busca de mejor camino y lo encontré en su misma vera cruzando, sin molestar a nadie, el privado Club Fluvial de tan señorial ciudad. Abierta su puerta de entrada y salida pensé, siguiendo las flechas de trazo amarillo presentes en su suelo, que acaso un acuerdo del ayuntamiento con el Club, acaso la generosidad y bonhomía de tan antiguo como reconocido centro de recreo y deportivo, habían propiciado el paso por esta zona exenta de peligro, facilitando así el paso al peregrino. Satisfecho salí de este paseo sin problema alguno y con ganas retomé la vía señalada por un nuevo mojón: Km 96,369. La dirección de la flecha amarilla anunciaba una pronunciada subida que culmina en el alto de Louzaneta.

Aquí terminé mi primera etapa del Camino. Apenas tres mil quinientos metros del Camino, transformados en una decena si tenemos en cuenta que en mi periplo lucense, no faltó una vuelta completa al adarve de su muralla, un recrearme con un espléndido y sosegado paseo a través de su Parque de Rosalía de Castro y de sus cuestas llenas de árboles y pájaros, un callejear por museos, yacimientos, centros de interpretación romanos y jacobeos, un curiosear pequeños jardines, plazas recoletas y terrazas donde celebrar, entre vinos y raciones, el espíritu acogedor de esta imperial ciudad que fue romana.

Si se encuentran con ganas y desean seguir, ahí están los ruteros al uso con sus etapas oficiales, en cualquiera de ellos, a unos quince kilómetros del punto donde se encuentran, hallarán la aldea de San Román de la Retorta y si las ganas son muchas y los kilómetros recorridos les parecen pocos, un esfuerzo más y, un poco menos de una decena de kilómetros a mayores, se encontrarán con la aldea de Ferreira, fin de la etapa para los más experimentados.

Mi recomendación sigue siendo la misma, disfruten el Camino sin carreras, sin objetivos kilométricos previstos. Por eso yo no inicio la subida que se oferta ante mis ojos, sino que, de espaldas a ella, con la mirada puesta en el padre Miño, cruzo la hermosa pasarela para alcanzar la otra orilla. Ya en ella retomo la senda en dirección al puente romano. Subiré luego por la senda marcada que me lleva a la puerta de Santiago, dándole así una pequeña variante a mi senda jacobea. Deseo conocer las necrópolis romanas y su centro, visitar su Museo Provincial para sumergirme en las pinturas de las grandes maestras y maestros de la pintura gallega, en su colección de torques y en la cultura castrexa, en su colección de mosaicos romanos y su museo al aire libre. Queda mucho en Lugo, fuera del Camino, es inexcusable un paseo sosegado sobre el adarve de su muralla. Será luego, antes de pernoctar en cualquiera de los múltiples albergues que la ciudad ofrece al peregrino, el momento de tomar el pulso al atardecer y a la noche en esas rúas que confluyen en la plaza del Campo, verdadero centro neurálgico de la gastronomía y el encuentro.

Un poco antes, a punto de mostrarse los colores añiles y violetas que desde el mirador del Parque Rosalía de Castro observaré en este atardecer, me acercaré al parque y caminaré bajo sus centenarios arboles para sumergirme en el universo sonoro provocado por las alas de decenas de miles de aves en vuelo, pájaros que regresan a sus dormideros cotidianos y que me ratifican, a pesar de todo ese maremagnum de incendios, guerras, violencia y miedo, que la vida sigue.

Hoy, domingo, dos de abril, me encuentro al pie del Miño, recorriendo la senda que circunda esta arteria vital para todos los seres vivos. Nunca debemos olvidar que sin agua no hay vida. Las truchas saltan en uno de los remansos de la orilla, seis azulones levantan el vuelo en pequeña formación, la culebra de agua acaba de cazar un pequeño pez. Escucho el discurrir del caudal entre una densa arboleda que esconde la senda por donde transito. El arrendajo -un córvido de vivos colores-, anuncia con su estridente canto, mi incómoda presencia en el bosque ribereño. Yo continúo, paso a paso, caminando entre musgos y helechos, bebiendo la vida a cada instante.

Están todos invitados a celebrar de este modo un camino diferente. Mi deseo sigue siendo el mismo, para esta senda jacobea, para cualquier camino que realicemos en cualquier espacio, para la vida: andar relajado, los sentidos abiertos, pasión por el encuentro y agradecimiento infinito a todo lo que nos rodea, a todo aquello que nos procura un reconfortante periplo.
Siempre, en nuestra mente, la consigna que lo engloba todo: ¡Buen Camino!

José Manuel Espiño Meilán, escritor, autor de la publicación: "Un camino de leyenda" y "Airam y el apóstol".
Espiño Meilán, José Manuel
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