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Sin ética no hay estética (Elogio de la Fotografía)

lunes, 27 de marzo de 2023
"Sin ética no hay estética". Así de lacónico y contundente fue el profesor José María Valverde en el momento de abandonar voluntariamente su cátedra de Estética en Barcelona, en solidaridad con el profesor José Luis López Aranguren, expulsado en 1965 de la cátedra de Ética en Madrid por el régimen franquista.

Y es que a los regímenes totalitarios o autoritarios sólo les agrada, y sólo permiten, que se acaten y cumplan las órdenes por ellos dictadas.

Por eso, la Ética -como ciencia que trata sobre la rectitud de los actos humanos de acuerdo con los "principios últimos de la razón"- suele chocar frontalmente con los llamados "principios fundamentales" de cualquier 'movimiento'.

Y la Estética -como ciencia que reflexiona acerca de la belleza, el arte y lo que tiene sentido- da lecciones sobre cómo han de reflejarse o retratarse los actos humanos, es decir, la vida, la muerte y las costumbres. Y los autoritarios no admiten lecciones de nadie, y menos si no coinciden con sus cánones de belleza.

Si la Estética es la ciencia de lo bello y la belleza es lo que agrada al ser contemplado -quae visa placent- y debe estar dotada del esplendor del orden, de la verdad y la bondad, es evidente que lo que agrada a unos puede repugnar a otros, y los conceptos de orden, verdad y bondad suelen ser muy diferentes para dictadores, artistas y demás seres mortales.

Y la fotografía -desde que en 1827 Joseph Nicéphore Niepce tomara la primera imagen fotográfica y en 1839 Louis Daguerre desarrollara el proceso que lleva su nombre- sufrió los vaivenes artísticos -éticos y estéticos- que, en gran medida, marcaron la moral y las costumbres que en cada época impusieron el trono y el altar. Y la libertad de las democracias.

Y es preciso subrayar, una vez más, la pertenencia y elevación de la fotografía, con todos los honores, al Olimpo de las bellas artes.

Etimológicamente, la palabra fotografía proviene del griego "foto" (luz) y "grafía" (escritura, representación). Nadie discute el arte de las litografías (grabados en piedra), xilografías (sobre madera) o serigrafías (en seda). Por ello, -si arte es la facultad de hacer bien una cosa según determinadas reglas- los fotógrafos merecedores de este nombre son auténticos artistas porque consiguen sus grafías, imágenes o representaciones mediante la luz.

Estos fotógrafos meditan día a día sobre el primer aforismo de Hipócrates: Ars longa, vita brevis (el arte es largo, la vida es breve), porque, al saber que ellos pasan y sus obras permanecerán, aplican a su importante tarea todos los esfuerzos y lo mejor de su tiempo.

La separación de la luz y las tinieblas fue el primer acto del Creador. Según el libro del Génesis, "la tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo (...)" y dijo Dios: "Haya luz, y la separó de las tinieblas". Y San Juan presenta a Cristo como "la luz del mundo" y su encarnación es descrita como la "luz que brilla en las tinieblas".

Por eso, los fotógrafos deben saber también que, al trabajar con la luz, son como pequeños dioses que cada vez que pulsan el botón de su cámara hacen un acto sublime de creación, pronuncian un "hágase" e ilustran al mundo; deben saber que sus flashes son como astros que iluminan la tierra día y noche; que nos dan a gozar diariamente de sus teofanías; y que todos los días hacen el milagro de revelar lo oculto, de convertir en positivo todos los negativos.

Y que son como madres que alumbran nuevas criaturas, 'dan a luz' a sus hijos, a sus seres más queridos. ¿Cómo no van a ser artistas quienes constantemente nos ofrecen tanta creación y con tanta luz?

Creación fotográfica, cuyos contenidos éticos y estéticos fueron variando con el paso del tiempo y, lamentablemente en ocasiones, según los gustos de los gobernantes. Aquí mismo en España, los más mayores hemos comprobado como al régimen de la posguerra sólo le interesaba un arte fotográfico placentero y sin interrogantes, que reflejase exclusivamente la belleza de la tierra, la bondad de las costumbres y la verdad de la religión, y sin más argumento que el casticismo y el patriotismo. Los estudios y laboratorios de las vanguardias estaban en la clandestinidad, el exilio, la cárcel o el cementerio.

Pero las democracias y el riesgo -en ocasiones de perder la vida- de nuestros mejores fotógrafos han contribuido a que las obras fotográficas respondan hoy adecuadamente a los conceptos más clásicos de Ética y Estética.

Porque la obra será bella y agradará -no conviene olvidar el concepto de fealdad artística- aunque su contenido sea repugnante. Y es que lo que más repugna es que nos escamoteen la verdad: la foto de Tejero -pistola en mano en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, obra del gran fotógrafo de la Agencia EFE Manuel Barriopedro- agrada en cuanto obra de arte y porque retrata la verdad de lo allí ocurrido, aunque repugne ver al personaje con semejante 'discurso'.

La foto de un niño en el Zaire mamando en el pecho de su madre moribunda, es una auténtica obra de arte, aunque la crueldad humana allí recogida nos produzca horror, espanto y pavor.

Si alguien nos ocultara estas fotos y, en su lugar, nos ofreciera otras más placenteras, estaríamos de acuerdo en que esto no sería ético ni estético. Sería una gran mentira y una solemne tomadura de pelo.

Una obra será estética si su belleza está dotada del esplendor del orden, de la verdad y la bondad, pero lo será también si el esplendor de la verdad muestra la fealdad del desorden, de la mentira y la maldad.

Por eso -58 años después- suscribo hoy con absoluta convicción la frase que en 1965 pronunció el profesor Valverde: "Sin Ética no hay Estética".
Silva, Manuel
Silva, Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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