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lunes, 13 de marzo de 2023
Primer pecado. Primera confesión.

En el año1952, al cumplir los nueve años, mis padres concluyeron que ya tenía uso de razón y que, por lo tanto, era el momento de hacer la Primera Comunión.
Para ello, y antes que nada, era preciso hacer mi primera confesión. Y así, tras un minucioso examen de conciencia, comprobé que casi todos mis pecados eran de los llamados 'veniales', como, por ejemplo, desobediencias de menor cuantía a mis padres y alguna que otra palabra malsonante.
Pero también descubrí que mi alma estaba manchada por un pecado 'mortal de necesidad', un pecado grave -muy grave- que no me atrevía a confesarle, por vergüenza, al cura de mi parroquia, que, para colmo, era tío mío.
Entonces se me ocurrió que la mejor solución sería la de irme a confesar al convento de los Padres Pasionistas, situado a las afueras del casco urbano de Melide, a unos cuatro kilómetros de mi casa, puesto que ninguno de los frailes me conocía, y así, tanto yo como mi pecado seguirían, salvo ante Dios, en un confortable anonimato.
Mi madre estuvo de acuerdo y allá nos fuimos los dos, cargando yo con las pesadas alforjas que pendían de mi alma, llenas de pecados (mortal, uno, y veniales, los otros) para depositarlos en los oídos de un Padre Pasionista.
Entrando en la iglesia del convento, a la derecha, había un fraile dentro de un confesionario con sotana negra en la que tenía enganchado, a la altura del corazón, el emblema de la Congregación: un corazón en el que, sobre un fondo negro, resaltan en color blanco una cruz, tres clavos y las letras JESU XPI PASSIO. Tiempo después me enteré de que el sacerdote, de origen vasco, al entrar en Religión había cambiado su nombre de pila por el de 'Jeremías de las Sagradas Espinas'. Así…, como suena.
Como yo no sabía casi nada de castellano y el fraile sabía muy poco de gallego, la confesión se convirtió en un auténtico diálogo de sordos. Aquel día descubrí la importancia del papel que desempeñan los intérpretes.
Empecé por decirle que había desobedecido "a meus pais" y que había dicho "algunhas palabrotas". Esto no pareció incomodar mucho al fraile, que dio muestras de entender lo que yo le decía -medio en gallego, medio en castellano-, pues se mantuvo tranquilo y me aconsejó que a los padres había que obedecerlos siempre y que, en boca de todos, pero especialmente en la de un niño, quedaba muy feo decir palabrotas.
Pero el verdadero drama surgió cuando me preguntó qué más pecados tenía. Temblando de miedo y de vergüenza, le dije que me había "proído mi pipí pensando nos beizos, nas tetas e nas pernas dunha mociña". Algún tiempo después, cuando ya había enriquecido mi vocabulario cervantino, supe que eso eran, sencillamente, los llamados por la Iglesia 'pensamientos y tocamientos impuros' y, en definitiva, una 'masturbación'.
No sé lo que pudo deducir el fraile de lo que yo le había dicho en gallego. Por su reacción, parece como si entendiera que yo, como mínimo, había violado a una mujer. Lo que sí comprobé en mis propias carnes es que, tras irritarse violentamente, me agarró de una oreja y tanto tiró de ella que creí que me la arrancaba. La tuve dolorida y enrojecida durante todo el día. Aquel tirón de orejas me vacunó contra cualquier castigo que me pudiera sobrevenir.
----"Pero, ¿qué dices, insensato?", exclamó el confesor.
----"Digo -le respondí- que me toquei coas miñas mans o meu pipí porque me proía, e pra sentir máis gusto, facíao pensando no que teñen as mociñas entre as pernas".
Tardaría yo algunos años en saber que a eso, en castellano se le llamaba 'vulva'. En gallego se decía 'cona' o 'perrecha'. Pero yo preferí hacer un circunloquio (lo que las mozas tienen entre las piernas) a utilizar las palabras 'cona' o 'perrecha', pues, por el mero hecho de pronunciarlas, además de pecar, se consideraba que incurrías en grosería, impureza y pornografía.
Y empecé a temblar y a llorar, porque Jeremías me amenazó con todos los males de este mundo, incluidas la ceguera y la sífilis, y con todas las penas del infierno: el fuego, la sal, el azufre, el llanto y el rechinar de dientes. Es una pena que este fraile no se haya podido enterar de que el Papa Francisco publicó en noviembre de 2013 la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en la que afirma tajante: "A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe de ser una sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor…"
El caso es que, en mi primera confesión, me tocó en suerte un fraile que, según fui comprobando, se pasó toda su vida obsesionado con el sexo, con el cine y con el baile agarrado. Sin duda alguna, los sexólogos y los psicólogos se pondrían las botas psicoanalizándolo.

Con el paso de los años, llegué a tener cierto trato con él y tuve la santa paciencia (mejor dicho: curiosidad morbosa) de leer sus tres 'famosos' libros sobre el baile. Incluso me dedicó uno de ellos. Se trata de tres variaciones sobre el mismo tema: "¿Grave inmoralidad del baile agarrado?", editado en 1949; "Jóvenes: ¿es inmoral el baile agarrado?", publicado en 1951, y "Juventud en llamas", de 1965.
Para hacernos una idea de cuán ardiente y fogoso era el buen fraile a la hora de intimidarnos con el fuego del infierno por culpa de las pasiones desatadas en el baile agarrado, no hay más que ver la amenazadora ilustración de la portada del libro titulado "Juventud en llamas" (de 1965), en la que se reproducen unas llamas muy vivas de un fuego infernal.
Y los más viejos del lugar todavía recuerdan cómo, a mediados del siglo pasado, fray Jeremías, cual implacable cancerbero, se plantaba en las puertas de las salas de los cines del pueblo para evitar que la gente entrara a ver aquellas películas que, a su juicio, eran pecaminosas. Parece que al buen fraile no le era suficiente la férrea censura que el Ministerio de Información y Turismo tenía establecida para el teatro y el cine, para las novelas y la prensa.
En la edición de 1951 -de la 'Editorial Gómez', de Pamplona, con el Imprimátur del obispo de Lugo Rafael Balanzá- afirma que "en los bailes se realizan acciones prohibidas por el sexto mandamiento" y que "en los bailes mandan las pasiones".
Al definir el baile 'agarrado', 'ceñido' o 'de abrazo', dice que se llaman así "porque los danzantes se abrazan en los diversos miembros del cuerpo: brazos, espaldas, pecho, cintura" y agrega que "desgraciadamente hoy casi todos los bailes corrientes son bailes de abrazo".
Asegura que "los bailes que exigen contacto en la cintura y vientre de los danzantes son relativamente recientes y proceden de las danzas pornográficas de las tribus salvajes de América". Según Jeremías, "nuestros antepasados se divirtieron muchos siglos sin los bailes de abrazo que hoy imperan. No conocieron el 'vals' ni sus similares, y, mucho menos, los bailes americanos, que representan la última palabra de la indecencia pública".
Para insistir en que el baile agarrado no es nacional, el padre Jeremías de las Sagradas Espinas precisa: "Hemos oído varias veces que el baile agarrado es baile nacional (…). Pero no; el baile agarrado encarna la podredumbre de fuera. No es esto sólo; el baile agarrado encarna la podredumbre más refinada y repugnante de nuestros días en el terreno folklórico. Extranjerismo y podredumbre: eso es el baile agarrado".
"No; el baile agarrado no puede ser baile nacional. Si llegara a serlo, España dejaría de ser lo que ha sido a lo largo de su historia". Así de contundente se pronuncia.
Tras preguntarse "¿cómo es posible que hayamos llegado a tanta degradación?", nuestro fraile dice tener "la persuasión de que cada vez que hayáis ejecutado estos bailes, vuestra conciencia os delataba que realizabais un acto de repugnante inmoralidad; que vuestras mejillas ostentaban, o el carmín de la vergüenza, o el fuego de la lujuria".
Y se sigue preguntando:
----"Dime, joven, ¿por qué, cuando aprietas la cerilla, estalla la chispa? Porque estaba preparada para eso. Tú, hombre o mujer, estás preparado y predispuesto para la chispa de la lujuria, por el pecado original, y saltará esa chispa en las ocasiones propicias para eso", precisando que, entre estas ocasiones, está "el abrazo del hombre y de la mujer en el baile".
"Muchas jóvenes -añade- prácticamente quieren pasar como que ellas no tienen este enemigo que llamamos carne. ¡Qué insensatez! ¡Qué disparate! Eso es lo mismo que echarse en el agua y aparentar que no se ha mojado. Es hacer el ridículo".
También ataca sin piedad a la moda y le echa la culpa a la masonería. "Hoy la moda -dice- se ha convertido en lazo de perdición para mujeres y hombres, particularmente por su descarado desnudismo. La moda ha logrado descristianizar el vestido de la mujer, introduciendo modalidades leve o gravemente pecaminosas".
Y asegura que "la desnudez de la moda es obra de la Masonería. Cuando no existía el desnudismo de la moda -aproximadamente hace treinta años- (al ser editado el libro en 1951, se está refiriendo a 1921) la Masonería lanzó a sus adeptos del mundo entero una consigna de semidesnudismo del vestido femenino que desgraciadamente se ha convertido en una dolorosa realidad".
Jeremías, con cierto toque machista, parece echarles la mayor parte de la culpa de lo que él considera desastres sexuales a las mujeres y, para demostrarlo, tira de metro y se pone a medir hasta dónde deben llegar las faldas y cómo se deben tapar los brazos para no excitar a los hombres.
Y, de forma tajante y mayestática, concluye: "No queremos terminar esta enojosa materia sin consignar (…) el límite de las dos zonas: la lícita y la pecaminosa, de la falda. Por un lado -precisa- queda la zona laudable, lícita, modesta del vestido. Por el otro lado, la pecaminosa, la inmodesta, la impura".
Y destaca que "ese límite sagrado" está determinado en la 'Norma segunda' (de las nueve que, según dice, habían dictado los obispos de la Provincia Eclesiástica de Valladolid) con las siguientes palabras (en mayúsculas): "LOS VESTIDOS NO DEBEN SER TAN CORTOS QUE NO CUBRAN LA MAYOR PARTE DE LA PIERNA".
En otros términos -concreta Jeremías-, la falda debe acercarse más al pie que a la rodilla", asegurando que "toda falda que no se ajuste a esta regla es pecaminosa".
Para que no queden dudas, Jeremías de las Sagradas Espinas incluye en este libro un dibujo en el que aparecen dos chicas jóvenes: una, vestida de blanco, con la falda hasta cerca de los tobillos y los brazos totalmente cubiertos, mientras que la otra, vestida de negro, lleva una falda por la rodilla y buena parte de los brazos destapados. En la de blanco puso un letrero que dice: "falda en conformidad con la modestia cristiana", y la frase de la de negro reza así: "falda inmoral, escandalosa, condenada por los Obispos".
Cuando leí estos libros del padre Jeremías comprendí perfectamente su amenaza de enviarme al fuego eterno del infierno cuando le confesé mis "pensamientos y tocamientos impuros".
En todo caso debo aclarar que me dio la absolución (no recuerdo la penitencia) y, por consiguiente -con el alma limpia y la oreja enrojecida, lavado mi Primer Pecado en esta Primera Confesión- hice contento y feliz mi Primera Comunión.
Silva, Manuel
Silva, Manuel


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