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Morir por la educación

martes, 07 de marzo de 2023
Hay mil y una formas de provocar infanticidios. Históricamente, los más asumidos desde múltiples civilizaciones y culturas han sido los abortos, a los que se sumaban los de los recién nacidos con algún tipo de taras, que los romanos depositaban en las piedras lactarias, para que otros los recogieran o las alimañas se los comieran. Cuando estas prácticas cayeron en desuso, porque la religión cristiana sacralizó a los niños como hijos de Dios, sus padres los dejaban a las puertas de las iglesias y conventos con el fin de que sus moradores se hiciesen cargo de ellos.

Así las cosas, por todas partes y en todas las épocas se han producido infanticidios más o menos legales. Niños que aparecen en contenedores en nuestro propio universo son un buen síntoma de ello. Por no hablar de otros modos menos estentóreos, pero igualmente repugnantes, como los cometidos en China con la ley del hijo único, que hacía que las niñas fueran enclaustradas en orfelinatos a la espera, mayormente, de su muerte, hasta que los medios de comunicación occidentales hicieron que muchas parejas sin hijos o con deseos de una mayor descendencia las incorporasen a sus familias. Un hecho que convirtió durante un tiempo a España en el segundo país del mundo en adopciones internacionales.

Pero si ya creíamos que lo habíamos visto todo en cuanto a las transgresiones de los adultos en el mundo de la infancia, un país de gobernantes fanáticos nos ha abierto los ojos a una tropelía más ácida y repulsiva: el envenenamiento de niñas en sus propias escuelas. Una atrocidad a todas luces. Si en el caso más común, el de los estadounidenses, que por su posesión de armas, algunos jóvenes y no tan jóvenes trastornados pueden ser capaces de empuñarlas para realizar verdaderas escabechinas en los centros en que cursaron sus estudios o de su localidad, en el de los talibanes iraníes es su ideología religiosa la que preside sus infanticidios.

Si ya nos parece totalmente atroz que unos desalmados consideren que las mujeres merecen la muerte por no ponerse un velo, no tenemos palabras para describir el hecho de que unos terroristas religiosos entren en varias escuelas y tiren en sus aulas gases tóxicos para provocar su muerte por el simple hecho de querer formarse y salir de la ignorancia y el confinamiento que, según parece, les tiene reservada su religión.
¿Qué maldad pueden tener estas niñas en sus inocente cuerpos para que alguien les promueva su muerte? ¿Qué perversidad pueden sembrar sus padres en contra de su sociedad por querer formarlas y tratar de que sean unas personas instruidas y valoradas dentro y fuera de sus espacios íntimos?

Como digo, los infanticidios siguen muy presentes en nuestras sociedades, pero envenenar a unas niñas que nada más que están aprendiendo los rudimentos básicos de su civilización y que no hacen más que cumplir con lo que sus padres desean por su propio bien es totalmente reprobable y aquí los representantes de las sociedades internacionales tienen un papel vital para que este tipo de hechos dejen de producirse, no sólo por su inmoralidad, sino también porque la vida humana debe ser respetada siempre, algo recogido por la Convención de los Derechos del Niño, que Irán ha firmado en 1991 y ratificado en 1994.
Suárez Sandomingo, José Manuel
Suárez Sandomingo, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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