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Operación: Cuñada (45)

martes, 28 de febrero de 2023
(23-11-1957) + 3, al amanecer, en las faldas del Gurrán.

-...
-¡Ya sabéis que el Teniente Neira no retornó, así que le suplirá al mando de su Sección el sargento Sánchez...! Otra cosa: Acabo de comunicar por radio con nuestro Estado Mayor, y las órdenes son tajantes: Ya que no pudieron pasar a nuestra retaguardia con sus vehículos, y primero de nada, sin esperar por la aviación, abatiremos con nuestros propios medios las máquinas de ese otero desde el que le dispararon a Neira. ¡Que no quede una chumbera sin recibir nuestro chumbo, nuestro plomo, por si se abrigan en ellas los alacranes! Acto seguido, registrar la vaguada por la que avanzó el teniente... ¡Meticulosamente, palmo a palmo! ¡Tenemos que rescatarle, vivo o muerto, antes de desviarnos a la derecha, antes de seguir como para Tagragra! De paso, hay que comprobar el rumbo que siguieron ellos con los vehículos que tuviesen ahí arriba, al amparo de esas máquinas, que no creo que retrocediesen mucho... De localizados, yo daré las coordenadas, la Cota, al Estado Mayor, para que venga la aviación… ¡Para mí, que están reforzando el cerco de Tagragra, y que nos esperan detrás de la primera loma, así tuviesen que ir con sus autos a campo través!
Valerio, sin casi dejarle rematar, vehemente, exaltado:
-Comandante, si me lo permite, por la responsabilidad que tengo en la desaparición del teniente Neira..., quisiera expresar aquí mi sincera opinión de que Orlando en modo alguno se dejaría sorprender, ¡ni de noche ni de día! Además, que primero sonaron cuatro bombas, precisamente las que llevaba él, al cinto... En la primera de sus descubiertas se percató de que teníamos un peligro inminente, y se inmoló adrede, consciente de ello, heroicamente, por un compañerismo sublime, para neutralizarnos ese peligro. ¡Aquí no hubo insubordinación sino heroicidad, consciencia de que ni con aquellas minas podríamos evitar que se colasen para nuestra retaguardia, embolsándonos miserablemente, a toda la Columna! ¡Expuso su vida por todos nosotros, en grado de laureada o poco menos, así que, si pudiésemos gritar, mi ¡hurra! lo oirían esos hijos de puta, por mucho que taponen sus orejas con el turbante, y por lejos que se encuentren!
El comandante, muy serio, grave:
-Valerio, ya te pediré ese informe cando redacte la notificación de las novedades de esta noche..., ¡pero ahora, de presente, toca avanzar, y cuanto antes, mejor, antes de que se evapore esta bruma matutina!
-¡Jefe, por eso quiero ir delante, que retuve bien el terreno por donde estuvimos...!
-Gracias, Valerio, que no esperaba menos de ti, pero no tolero riesgos individuales, y menos aún tan temprano, con poca visibilidad...
-Mi hipótesis, comandante, y termino, es que el Caid de esa Raha, la que teníamos enfrente, al sentir los efectos de ese ataque individual de Orlando, bien pensó que nos tenía a su alrededor, cayéndoles encima, de abajo para arriba, así que yo no corro peligro, que eses tales cambiaron de plan y, como usted dijo, les tenemos por allá adelante, más bien lejos, sea en los altos del Gurrán o por sus vaguadas...
El comandante admitió noblemente, delante de todos los jefes de Sección:
-Sí, posiblemente; tiene su lógica... Siendo así, ya debiéramos haber avanzado de noche, sobre ellos, por cuesta arriba que fuese, cuando aquel tiroteo, que esta clase de enemigo no es gente de trincheras, sino de paqueo, traidores jorobados, camellos de gran movilidad...
-Mi comandante, es natural: ¡son hijos de este terreno...!
-¡Si que lo son, que esa Agar les habrá parido en una chumbera...!
...
-¡Un momento, quietos, parados, que acaban de anunciarme que el Canarias bombardeará de inmediato las cotas altas, tal que las cumbres del Gurrán...! ¡Como veis, don Mariano les da por el ano, con supositorios del 200, y eso que lleva tres días sin pegar los ojos!
A alguno de los suboficiales se le escapó una ironía:
-¡Sólo nos falta que les den mal las coordenadas..., que yo no me fío de nuestros topógrafos, ni de sus aparatos!
El comandante se volvió con acritud en la dirección del que hablara:
-¡No sé quien opinó, ni lo quiero saber, pero le salió un competidor al teniente Neira...! ¡Sangre de mártires...!
...
Un rato después, en pleno despliegue:
-¿Tu, cómo te llamas? ¿Por qué te acercas tanto a mí; o es que tienes miedo?
-Le soy Emilio, señor capitán Valerio; soy el asistente del señorito de la Olga, de don Orlando..., ¡y vengo detrás de usted para ayudarle a llevarlo, que para mí le tengo por muerto, que ese hombre no aguantaba quedo, por herido que estuviese!
-¡Ya me lo parecías! De momento carga con ese macuto, que debe ser el de tu teniente.
-¿Donde, dónde está?
-¡Ahí mismo, cegato; delante de ti, junto a esa chumbera, que seguro que le estorbaba para avanzar, y por eso lo dejó aquí, para recogerlo a la vuelta..., si vuelta había!
-¡Pues sí señor, le es el mismo! Mire, aquí dentro tiene su cuaderno, que se lo he visto guardar yo mismo; ayer, sí, ayer, después de escribir muchísimo, no sé lo que, pero con su estilográfica, que siempre la usa, que di que el lápiz es la herramienta de los pobres...!
-¡A ver, charlatán, enséñame ese libro! ¡O no, mejor, no! Serán cosas personales de tu teniente, así que te responsabilizo de esa mochila.
-Pierda cuidado, capitán, que de los macutos no me suelto, ¡ni que me rajen esos de la gumía...!
...
-¡Comandante, aquí! ¡Suba, que está aquí, aquí mismo, delante de mí! ¡Cojones! ¡En pedazos! ¡Dios, que carnicería; malditos, vaya ensañamiento...!
-¡Necesitaríamos un saco…! –Exclamó el asistente.
Al ver sus gestos y oír sus exclamaciones se les acercó el comandante,
-Valerio, esta carnicería se la hicieron tirándole granadas, ¡después de muerto! ¡Rebotes, claro! ¿No ven que hay pedazos, restos, removidos de lugar! ¡Por ejemplo, esta pierna...; el impacto fue aquí, aquí abajo, y con ello, saltaron sus miembros..., tres metros! ¡Vaya carnicería...!
-¡Qué sangre, que ponzoña tan fría! Bien sabían esos camándulas que les malogró su plan de embolsamiento, su intención de rebasarnos, de cercarnos…, ¡que ahora lo tengo claro, de toda evidencia! Comandante, aquí hay más chatarra. Siga subiendo...; aquí, detrás de esta chumbera...! ¡Tres morangos, reventados como claveles!
-Pues aquí adelante, por este otro lado..., -observó el comandante-, ensartados en este argán, como quien asa pinchitos..., dos! ¡Total, cinco, de cuerpo presente, que el alma la tendrán en el Paraíso! De seguro que eran los servidores de esas máquinas que silenció Neira..., con sus bombazos...!
Valerio siguió reconociendo el terreno:
-Comandante, aquí también, detrás de estas matas…; tres máquinas...; lo que queda de ellas, su chatarra...; pero aquel rataplam era como de cuatro o cinco... ¡Claro, no las iban a tener juntas! A las otras no las afectó la onda de las bredas del Neira, y se largaron tirando de ellas, que no con ellas, por ahí adelante..., ¡a cien!
-¡Valerio, tal cual! Esto confirma que no tienen ojos en la nuca, que nos presintieron cerca, tornados de copados en copantes... ¡El miedo que cogieron…!
A todo esto se les fuera aproximando el grueso de la Columna, que estuvieran reconociendo los terrenos próximos, la ruta seguida por los vehículos del enemigo, y recogiendo casquillos para identificar las armas empleadas. El comandante les hizo gestos para que se acercasen al yacimiento de los restos del teniente Neira, y les echó una arenga de circunstancias:
-¡Soldados, aquí cayó el más bravo, el mejor compañero de esta Columna, que se adelantó bravamente, previsoramente, a sabiendas de que en estas matas estaban, tenían emplazadas, sus máquinas de cobertura, y lo hizo para que estos piojosos de la chilaba no nos sobrepasasen, y copasen, que nos pudieron dejar sin retirada posible! Con su acierto y con una valentía legendaria, hecho un Cid, que aquel también ganó una batalla con su muerte, disponiendo tan sólo de cuatro piñas, y de unos segundos para lanzárselas, espantó a los chacales, y con ello les mandó a la retaguardia, pero a la suya!
Traed nuestra bandera, que vamos a recoger sus restos, y los cubriremos con nuestra santa insignia; que vean los espías de los agarenos, que alguno dejarían oculto en estas cercanías, con el ombligo pegado al suelo, como sapos, que España rinde honores, y planta su bandera, precisamente la bandera de nuestra águila imperial, en este Territorio, en esta tierra que pretendían arramblarnos a traición!
¡Soldados, tres áhias, tres hurras, por el teniente Neira! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Viva España! ¡Árriba España! Y todos al Gurrán, y del Gurrán al Buyarife, a las cotas más altas, para liberarlas, y de paso, para vengar al teniente Neira, un héroe de España!
...
Pumariño había llegado también, con el grueso de la Columna, cargado con sus mochilas, y se dispuso a aplicar sus bendiciones. El comandante de armas le propuso:
-Quédese con estos Sanitarios de las camillas, dirigiendo el traslado de este cadáver..., ¡de estos trozos de su cadáver! Estamos esperando provisiones y municionamiento, así que puede volver con ellos, por la tarde, en eses camiones de los refuerzos... ¿De paso, quiere ocuparse de sus cosas personales...? Aquí tiene a Emilio, su asistente, que este macuto es del teniente Neira, que ahí llevaba un libro, y no sé qué más efectos personales... ¡Ocúpese de todo, por favor, que cuando les toquemos la pandereta con esos cañones del Canarias, estos traidores van recular de mucho San Dios..., y nosotros tenemos que ganarles terreno!
El Capellán, además de ayudar a reunir los restos, y desde que los tuvieron recogidos en unas mantas cuarteleras y cubiertos con aquella bandera, les aplicó el rito de la extremaunción; responsos y todo eso:
-Descuida, que de todo esto me encargo yo, y también de escribirle a su familia, aparte de lo que hagáis oficialmente vosotros; sus jefes directos, quiero decir. Ahí viene uno de nuestros jeeps, así que recogeremos el cadáver y todas estas cosas, pero tan pronto como lo dejemos en el cuartel, yo me reincorporo a la Columna; ¡cuestión de horas! Digo, si seguimos teniendo libre nuestra retaguardia, que supongo que sí pues esos paisas van tirar cara al interior..., ¡a golpe de suelas!
Ego absolvo pecatis tuis... Requiem aeterna...
-¡Amén! Hasta luego, Páter. ¡Y gracias!
El asistente, Emilio, se sentía con sus alpargatas achantadas en tierra, sin hacer otro movimiento que el de restregarse los ojos, incapaz de creerse lo que había visto, hasta que lo estremeció la voz tronante, acostumbrada a mandar más que a pedir, del comandante-capellán:
-¡Emilio, arriba con ese macuto, que llevamos al teniente para Tiradores, pero volveremos de contado, que ahí adelante, camino de Tagragra, nos espera un buen zafarrancho, otro...! ¿O tienes miedo? ¡Si lo tienes, reza, que esta es una guerra religiosa, entre Dios y Alá, pero vencerá el nuestro, que te lo digo yo!
El capellán le revisó los bolsillos al cadáver despedazado, y metió en su macuto su cartera y un llavero, así como la cadena de oro, con una medalla, que llevaba al cuello:
-¡Emilio, pobre de ti si pierdes algo de esto..., que entonces pierdes la guerra; como hay Dios, que te llevo al calabozo, por las orejas! Pero, no, hombre, dame ese macuto... ¡El tuyo no, burro, el del teniente, que lo voy a custodiar yo, que seré más de fiar para estas cosas importantes! ¡Y espabila, que Orlando ya está en el Cielo, y con lo burlón que era, maldito si a tal hora no se está riendo de tu aturullamiento!
Según bajaban en aquel jeep, con dirección al acuartelamiento de Tiradores, tuvieron ocasión de ver la polvareda que se iba formando allá arriba, en el Gurrán, por efecto de los cañonazos del crucero Canarias, que así preparaba el escalamiento de aquella Columna de Tiradores...
El Capellán, con la misma devoción con la que responsó por Neira, hizo una cruz en el aire:
-¡Bendito seas por siempre, Zamalloa, y bendito también tú, almirante Nieto Antúnez, mis dos paisanos, que así vengáis la muerte de nuestro Neira, que de esta van cosechar el ciento por uno!
¿Ciento por uno? A los pocos días las malas lenguas y Radio Parapeto afirmaron que la elevación del Canarias estuvo mal calculada, y que, de aquella Columna de Tiradores, veintiséis hombres, exactamente veintiséis, en lugar de subir al Gurrán a donde subieron fue al Cielo, ¡porque se tardó media hora en dárselo a saber por radio, en avisar al barco de que el enemigo era otro, el de más arriba...! En fuentes oficiales se negó aquel rumor, sosteniendo que los veintiséis héroes cayeran, sí, en las faldas del Operación: Cuñada (45)Gurrán, pero..., ¡mortalmente heridos por la metralla del enemigo, que los moros también vengaban a sus muertos, con todo ardor, y eso que ya no era verano!

B.E.E.

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¿Locura, heroicidad?

Llegados al cuartel de Tiradores con los restos del teniente Neira, y mientras se ocupaba de ellos el Equipo Sanitario, el capellán Pumariño le ordenó al asistente, Emilio, dándole las llaves correspondientes, que le llevase aquel macuto a sus habitaciones de la Residencia de Oficiales:
-¡Cristiano, a ver lo que tardas en volver, que nos va acompañar un pelotón, en uno de estos camiones Dodge, que tenemos que alcanzar nuestra Columna antes de la hora del rancho!
-Páter, me ordenaron que vigilase estas pertenencias de mi teniente, y si no me lo deja hacer, entonces, ¿qué le digo al capitán Valerio?
-¡Que le vas a decir, santo de Dios, que las guardamos en mi apartamento, precisamente para la debida seguridad, que yo me encargo de remitírselas a su señora, a la viuda! ¿Estamos?
-¡Siendo así, en ese caso...! ¿Me lo promete?
-¡Largo, Tomás; y cierra con llave, con esta!
La operación del Gurrán tuvo este mal principio, tanto para los moros como para el Teniente Neira, pero resultó excelente en orden al establecimiento de un cinturón aislante, verdadera muralla de fosos (trincheras), y de fuegos defensivos, que salvaron para España, ¡de momento!, la ciudad de Sidi Ifni, evitando aquel copo marroquí.
Después de asegurada la posición, al día siguiente, el propio Zamalloa llamó por radio al Páter para ordenarle que retornase a la plaza, y que se ocupase del servicio religioso, de las honras fúnebres, en aquellas columnas “pasivas”, en aquellos “retornos” al cementerio católico... La causa remota, decisiva, era realmente otra ya que, sabida la, ¿valentía?, ¿temeridad?, del Capellán, siempre a la cabeza de las tropas, y en la más absoluta de las vanguardias, iba llamar mucho la atención si en aquellas operaciones medio clandestinas, herméticas, censuradas al máximo, había que dar la nueva, la noticia, del fallecimiento, ¡nada menos que de un comandante castrense!
Pumariño, de mala gana, pero acató; embutido, eso sí, a diario, en su uniforme de campaña, con la estrella de ocho puntas en su sitio, en el tarbús y en las bocamangas.
En la primera ocasión que tuvo para recogerse a sus habitaciones, dispuesto a escribirles a la viuda y a la madre del teniente Neira sendas cartas, cosa bastante más difícil que arrastrar su panza prominente por aquellas prominencias del Gurrán, descubrió que aquella libreta, ¡aquellas Memorias!, del teniente Neira, eran metralla pura, o más exactamente, impura:
¿Santo Dios..., pero..., qué es esto? ¿Por qué demonios llevaría en este macuto..., esto, un diario íntimo..., expuesto a que cayese en manos del enemigo? ¡Y menos mal que con las prisas por avanzar cara al Gurrán a nadie se le ocurrió leerlo!
¿Qué debo hacer, Señor, ahora, en la soledad de mi ministerio sacerdotal? ¿Aconsejarme con los oblatos, con Monseñor Erviti, en la Misión Católica? ¿Con el capitán castrense, mi subordinado directo? ¡No, en absoluto, que no me fío de ese Joaquín..! ¡Pero, qué saben ellos, unos y otros, de los problemas personales de este Neira; y cómo podría explicarles las circunstancias y las rarezas de este hombre!
Valerio, y también el comandante de la Columna, saben que traje este macuto, y en el macuto, este cuaderno... ¿Entonces, si me preguntan qué significaba que llevase consigo una libreta de apuntes, en campaña, en una avanzada...? ¿Y si lo leyó ese Emilio...? ¡No, no me parece probable, que de aquí, de la Residencia, de este apartamento, se volvió a las carreras, en cuestión de minutos!
Si me preguntan tendré que decir..., tendré que inventar..., pues eso, una mentira piadosa: ¡que escribía poemas! ¡Que escribía poemas para relajarse de la tensión castrense, de esta tensión de campaña, y que..., que ya le mandé su cuaderno a la viuda, por la Estafeta Militar, a través da nuestra Delegación en Canarias, en Las Palmas!
¡Decidido: Aquí cumple una mentira piadosa, o más que piadosa, necesaria...!
El Páter, a solas, en su apartamento de la Residencia, únicamente con Dios y con su conciencia, necesitó leer aquellas anotaciones varias veces para centrarse en lo que realmente le ocurría a su amigo Orlando, Orlando de Neira y Canto. Por cada lectura hizo las tres cruces de ritual, como si se tratase de un exorcismo:
-¡Oh, Dios, este Orlando...; cómo estaba el pobre, totalmente descentrado! ¡Qué caso este: un mozo, todo un oficial, y con su preparación, con su cultura..., enloquecido de amores! ¡En definitiva, un suicida, un cobarde suicida elevado a la categoría de héroe…, con mi complicidad!
¡Qué pesados son los secretos de Tu servicio, Señor, y qué angustiosa la carga de una dirección espiritual!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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