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Operación: Cuñada (44)

martes, 21 de febrero de 2023
-¡Ya que empezó, no se contenga -Le animó el comandante.
-Que si yo fuese tan cabrito como esos bandoleros, ¿o es que no les llaman "bandas armadas"?, con la noche avanzada montaría una barrera de fuego de máquinas, precisamente en dirección a mi flanco, obligándome a replegar mi Sección sobre mi derecha, hasta fundirme con los de Valerio. Y seguidamente, con chóferes nativos, del Territorio, que bien sabemos que los tienen, y que se saben de memoria esta pista, bache a bache, con los faros apagados, por supuesto, me colaría para nuestra retaguardia..., ¡como quien sopla!
Valerio, siempre celoso de su subordinado, incluso en lo profesional:
-¡Ya! ¿Y nosotros, ciegos y sordos?
-Valerio, imagínate esto: Todos pendientes de agachar las orejas ante un tableteo harmónico de sus ametralladoras, a contrapunto con sus morteros del 81, ¿quién coño se para a escuchar los motores de ocho o diez vehículos? ¡En estos diez minutos de despiste español, yo, si fuese su Caid Raha, os sobrepaso a todos, en tres o cuatro quilómetros, para seguidamente daros por saco, por vuestra retaguardia, uno por uno!
El comandante se detuvo a sopesar aquella posibilidad, acaso lógica y probable:
-Eso tiene sentido, que con tal de que nos sobrepasen medio ciento de chilabas, cincuenta fusileros... ¡La verdad es que nos joderían con ese cerco, por detrás y por delante, que somos pocos, y para eso, agachados, inmóviles!
-¡Comandante, fusileros, no, metralleros, que bien sabe que nos ganan en armas automáticas, por más que, con lo desarmados que nos pillaron, para rajarnos les llega con una raha de gumías!
Valerio, zumbón, cizañando:
-¡Neira, tu sueñas, y para eso, antes de dormir! ¡Ya no estamos en Santa Fe, en el sitio de Granada...!
Pero Neira bramaba:
-¡No, Valerio, no; en esta ocasión, no! ¿Ve, comandante, como no puedo hablar, que de seguida me tachan de imaginativo, o de revoltoso, cuando no de loco!
El comandante, dudando febrilmente, como todo jefe ante un dilema:
-Alguna lógica tiene todo eso que decís, uno y otro, pero el caso también es que del Estado Mayor acaban de decirme por radio que no iniciemos escaramuzas que no seamos capaces de controlar, que importa mucho entretener al enemigo, y no concentrarle, aunque nuestro avance sea más corto, menos espectacular, para dar tiempo a que vaya llegando más aviación al Territorio, un apoyo visible e importante de la escuadra naval, etcétera.
Por otra parte, esta salida es nuestro primer día en campo abierto, y ya he percibido nervios en la tropa, que ya parece un atolondramiento general, que los chicos vienen con el atavismo del pánico marroquí, heredado en España de padres a hijos, así que debemos foguearles lentamente, que con estas generaciones pasadas por las aulas no valen las arengas napoleónicas.
Valerio, lo que si haremos es girar sobre el eje de la pista, estirándonos lo más posible, tal y como sugiere este Neira, ¡que sólo le faltan los bigotes del Cid! La Plana Mayor de Mando y de Comunicaciones permanecerá aquí, exactamente aquí donde estamos a tal momento, formando un erizo, y con guardias de sólo media hora, que estos chicos se dormirán como bebés, irremisiblemente, ¡por mucho miedo que tengan! ¿Conformes; alguna duda? ¿No? ¡Entonces, venga, a funcionar, que hay prisa!
Unísono:
-¡A la orden, Comandante!
-¡Eh, alto ahí! ¡Agacharos, que no estamos en el baile do Casino! Aquí hay que desplazarse suavemente, como las garduñas, que esta luna alarga las sombras!
-.-

(23-11-1957) + 2, de noche avanzada.

-...
-¡Eh, Valerio, capitán Valerio!
-¡Sí! ¿Qué pasa?
-¡Chist! ¡Soy yo, Neira!
-¡Hablemos bajo, que despertaremos a la tropa, y llega con que estén alerta los turnos de guardia! ¿Qué haces aquí, separado de tu Sección? ¿Por qué no duermes un poco, que mañana volvemos de fiesta, y no va a ser fácil ese baile de los malditos...?
-¡Es que..., esa máquina del nabo...; tal y como vaticiné!
-Olvídate de la ametralladora, que aquí no hay peligro, que están tirando a los arganes de ahí abajo, ¡con un error de más de cien metros! Como nos hemos desplazado en lo que va de noche, ellos, que son de ideas fijas como sus burros, creen tenernos muy a su derecha de donde realmente estamos. ¡No tienen ojos de lechuza, no, ni siquiera en el trasero!
-En efecto, ellos no saben de nosotros pero yo sí que sé de ellos, ¡que por cierto, van hartos de fumar quifi, así que lo más probable es que ya estén drogados, borrachos, todos, a hecho!
-¿Que dices, estás de coña? ¡Vete con esas al comandante, que te va degradar, ipso facto!
-Fui reptando por la propia cuneta de la pista, y allá adelante giré sobre la izquierda, y crucé. Mismo al pie de esa loma en la que tienen las máquinas hay una vaguada de arganes, que tal parece el foso de un castillo; tan espeso es ese matorral, que tuve que ponerme el pañuelo de las manos para aliviarme de los malditos rasguños de sus ramas resecas, y aun así no me perforé los ojos de milagro. Por culpa del pañuelo, que blanqueaba con la luna, no pude acercarme a las ametralladoras; quiero decir, lo bastante cerca como para soltarles estas bredas; y aunque no llevase el pañuelo, que los tenía de la parte de arriba, en una mala posición para un lanzamiento manual... ¿Entiendes?
-¡Este Neira...; eres el de siempre! ¡Chico, estás más asirocado de lo que yo pensaba! ¡Muchos cojones y poco cerebro! Anda, que como se entere nuestro comandante, ¡te echa un borrón en la Hoja! Acuérdate de lo tajantes que fueron sus órdenes: ¡no moverse del sitio para no dar indicios, para no señalar nuestra presencia!
-¡Boh, chorradas! Lo importante es que ese Caid se va a presentar de inmediato con los coches, o camiones, o lo que tenga, por aquí mismo, por la pista abajo, tan pronto se convenzan de que nos hemos desplazado hacia el Este...
-¿Qué dices, qué barruntas?
-Pues eso, que en vista de que no les devolvemos los saludos de sus máquinas, que ellos bien saben que cada Sección de las nuestras está dotada, cuando menos, de un subfusil Smeiser, concentrarán los obuses sobre estas matas, que también saben que es nuestro abrigo, el único lógico y posible, que a más lejos, y con la noche cerrada, pecha de niebla, no pudimos largarnos...!
-¡Demonios, eso sí que es posible! Entonces tendremos que despertar al comandante, ¡por mal que le siente!
-No, espera, que aún están callados e inmóviles; se están atando su lozán negro, y ciñéndose sus derrahs azules, para confundirse con la noche, tramando, preparando todo lo que consideren útil para meternos miedo, así que aún tenemos tiempo para ponerles una trampilla a las perdices... ¿A propósito, sabes colocar minas, de las de plato?
-¿Tú quieres enseñarle a hacer hijos a tu padre?
-¿Donde las tenemos, eso, aquellas cajas...?
-Ahí abajo, bien cerca; ahí donde descargaron esos mulos de los zapadores, que las dejaron allí mismo, detrás de unos peñascos... ¡Nada; gateando, dos minutos!
-¿Vienes conmigo? ¡Cada uno, dos cajas, y con las metralletas al hombro...!
-¡Neira, estás loco! No te ofendas, pero sigues estándolo, rematadamente loco, que por otra parte, para esto de la guerra es la mejor circunstancia; ¡pero voy! ¿Quieres ponerlas en la pista, ahí arriba, en la primera de esas curvas, unos metros delante de nuestra avanzada; no?
-¡Exactamente, capitán, que mira lo bien que nos entenderíamos si no fuese por las respectivas...!
No estaba Valerio para un ataque de celos, que tenía bastante con responsabilizarse de su Compañía, de la militar.
-¿Es terreno blando...? ¡Para disimularlas, digo, en esa curva, tal que en el polvo de las roderas!
-Mira cómo es la cosa: tan pronto les vuele en pedazos el vehículo delantero, porque tienen que lanzarse todos juntos para que nosotros no reaccionemos, o metan la marcha atrás, entrechocan como las bolas de billar, o no les queda otra que salirse de la pista y avanzar fuera de ella, a campo través. ¡Un blanco perfecto para nuestros Tiradores, agachados como están!
-¿Cogemos cable..., para empalmarlas...; o las ponemos individuales?
-Las pondremos separadas, en ambas roderas, de rosario..., ¡por si falla alguna!
...
Escasamente cinco minutos después: El silencio era sepulcral, evidencia de que los del llamado Ejército de Liberación estaban subiendo a sus vehículos y/o pasándose instrucciones para coordinar la función de aquella raha del otero frontal, Norte, enfrentada a los Tiradores de Valerio; este y su teniente, se limpiaron las manos a las perneras después de arrimarles tierra a los dos rosarios, paralelos, de minas, a lo largo de unos treinta metros por aquellas roderas:
-¡Perfecto! ¡Tuviste una buena idea, Orlando, e incluso nos dio tiempo para rematar la sementera...! Ahora sólo falta que se den un paseo los chacales, y las hagan explotar antes de que bajen esos morangos con sus vehículos... ¿A qué esperas? ¡Venga, Orlando, largo de aquí!
-Vete yendo, delante, Valerio, por si alguno de los nuestros está despierto, y te echan en falta; ¡que no haya alarmas prematuras, que igual cambiaron nuestra guardia en este tiempo de nuestra ausencia!
-¿Y tú, a qué esperas, o quieres espantar los chacales?
-¿Oyes, no dicen que este Territorio, este anaco do su Gran Magreb, es de esos morangos del Norte? ¡Pues debo señalarles nuestra presencia, aquí mismo, en la ruta del Sur, medio a medio de la pista, tal y como hace el lobo en mi tierra, pero yo con aguas mayores, más visibles!
-¡No seas guarro; no te pares a eso!
-¡Se lo haré, de jure et de facto, que lo tienen merecido..., estos desagradecidos…, hijos de Agar!
-Entonces no tardes, que el paso siguiente es decírselo al comandante, pues urge emplazar nuestros aparatos de forma que puedan barrer esos vehículos, o lo que de ellos quede, mismo al punto en que estallen estas minas. ¡Según se salgan de la pista, o si retroceden! ¡No te duermas, chaval, que si han de bajar, ahora mismo reanudarán su tableteo, para despejar..., despistándonos, alejándonos de esta mierda de pista, y nunca mejor dicho!
-¡Voy, de seguida! ¿Por cierto, no tendrás por ahí un cacho de papel...? ¡O mejor, no, que usaré mi pañuelo, que así pensarán que el cagón fue un viejo, un chivani con almorranas!
-¡Más loco que tu...; lo dicho, ni en Ciempozuelos!
...
Minutos después, Valerio, reunido con el comandante de la Columna Buyarife, que se echaba las manos a la cabeza:
-¡Este Neira me desquicia! Si se cumple su pronóstico, esos cabritos estarán a punto de iniciar su avanzada, o su descenso, sobre nosotros, rebasándonos para tentar de cercarnos en la oscuridad de esta noche, para freírnos en una sartén de fuegos cruzados... Este hombre es listo pero está asirocado: Primero, les hace esa descubierta; después, el asunto de esas minas; y ahora, cuando debía acercarse a nosotros para recibir órdenes y para mudar el emplazamiento de nuestras máquinas, se pone a ensuciarles la pista... ¡Cuando esto remate me ha de oír...! ¡Valerio, manda un par de hombres que repten bien y que se atrevan a traerlo por las malas, así tengan que partirle los brazos a culatazo limpio!
-Comandante, ya fueron, que yo, de arrepentido, volví con dos de los míos, pero, ¡ni rastro! Lo único que vimos, en un rayo de luna que se filtró por una raja de la niebla, fueron sus deposiciones, ¡con el pañuelo encima! El llevaba cuatro piñas...
-¡Claro, volvió a subir en dirección a su nido de águilas...! ¡Dios, que tonto he sido fiándome de ese chalado!
-¡Yo también, comandante, pero es que...; este tío es impredecible! ¡O no..., porque...; me estoy acordando de que tan pronto terminamos de recubrir las minas, Orlando se quitó sus calcetines negros, estirándolos como para comprobar lo que daban de si, y los metió en el bolsillo! Pensé que sería para estar más fresco…, o que se le metiera arenilla..., ¡con lo que llevaba caminado y reptado esta noche!
-¡Natural!
-¡No, nada de natural, que seguro que fue para ponerse sus calcetines de careta, por culpa de aquellos mismos arganes que le rajaron la cara, que por eso tenía el pañuelo ensangrentado...! ¡Me lo dijo todo con eso de los calcetines, pero yo he sido un pánfilo!
-¿Que tiene que ver eso con su ausencia...?
-¡Se lo estoy diciendo! ¡Que volvió a subir a donde tienen emplazadas esas máquinas, las que nos dispararon antes! En la primera de sus exploraciones no se acercó al enemigo porque le podían ver el pañuelo con el que se restañaba las heridas de la cara, los rasguños de los arganes, pero en esta segunda vuelta, con un calcetín en la cabeza, y sólo con hacerle agujeros para los ojos... ¡El caso es que lo hemos hecho así, ambos, estando de maniobras, por el interior, en días de siroco...!
...
-¡Escucha, Valerio! ¿Esas llamaradas, esas explosiones...? ¡Ahora les está lanzando las granadas...! ¡Cuatro, las que llevaba, pero ellos le contestan con ráfagas...! ¿Oyes? Estas explosiones son distintas, de otro tono... ¡Son, o me parecen, granadas de mano, pero de las suyas, que suenan diferente! Si de esta sale vivo..., ¡un milagro!
-¡Comandante, fuese lo que fuese, se acabó! ¡Ya pararon...!
-¡Así es! ¡Ahora tenemos un silencio de cementerio...! Esto, Valerio, es lo más temible de las batallas: la nada, el silencio, el vacío después de la acción, que a los heridos, de lejos no se les oye. Me recuerda el frente de Teruel, que callábamos en los dos bandos porque ya no quedaban armas, o municiones, o quien las disparase, ¡que ya tiene ocurrido!
-¡Con una diferencia notable: que entonces, en la de España, estos de la gumía estaban con nosotros, y ahora, que siguen cobrando sus ascensos y nuestras pensiones, se pusieron del otro lado!
-¡En eso estuve pensando...; algo parecido! Por cierto, que en uno de aquellos asaltos y contra asaltos de Teruel, me ascendieron a Sargento Provisional, que nos quedáramos sin mandos..., ¡y después me transformaron en Carabanchel, que así me libré de volver a las madreñas! Pero así, a base de relevos, no acaba una guerra, ni aquella ni esta, que las batallas, batallas engendran, y cuando se agotan las armas, el diablo suministra otras, y otros servidores para las nuevas, así sean niños...
-Bien, pues, ¡a lo hecho, pecho! ¿Qué le parece si pasamos la voz, a toda la columna, de centinela en centinela, para que estén en máxima, y no vayan a dispararle al Neira? ¡Si es que puede volver en carne mortal...!
-¿Comandante, y si hiciésemos una descubierta, para intentar rescatarlo? -Apuntó Valerio, más con la voluntad que con el cerebro.
-¿Quieres holocaustos inútiles? ¡Eso tendrá que ser de mañana, por el día y por el sol, que esta media luna es patrimonio de esos lunáticos, de esos fanáticos..., y con el Neira, para locura, llegó! Al amanecer, reunión de mandos, exactamente aquí, que aunque nos pille el sol reunidos, tenemos estos matorrales del Poniente, detrás de nosotros, que así no haremos sombra visible...
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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