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Operación: Cuñada (42)

martes, 07 de febrero de 2023
Acuartelados

-...
-Comandante Espejo, ¿se sabe ya quién manda este ataque, esta revuelta general, digamos que..., envolvente, tipo Annual?
Pero Espejo tan bromista y flemático como siempre:
-Neira, eso es lo de menos; lo importante sería conocer sus efectivos, cuantificarlos, pero los de nuestro Servicio Secreto son tan discretos, tan correctos y tan delicados, que aún no se lo preguntaron.
-¿E luego, esos bilingües, qué es lo que saben, para qué están?
-Pues, lo único que saben es que Al Fassi, anteayer, cenó opíparamente en Casablanca, ¡una langosta con tres salsas! ¿Tú, que te das de Epicuro, lo harías mejor?
-Mejor que langosta, nada; pero una buena langosta, sin un vino Albariño, de los de reserva, ¡hongos de sapo en agua!
-¡Hombre, me gustan los gallegos con humor, que nunca sobran! La concentración principal está claro que la formaron estos días, allá abajo, por la parte de Gulimín, cerca de nuestro Tiliuin, pero hasta se dio la casualidad de que nuestros avioncitos, esos de reconocimiento, que los americanos, los de Préstamo y Arriendo, dicen que no los dejan utilizar para un conflicto con Marruecos, ¡con la niebla de estos días ni se enteraron!
-¿Nada; pero es que nada, de nada?
-¡No, hombre, que era una broma, que nuestros pilotos, si no ven desde arriba, entonces bajan a ras de tierra y aprovechan para cazar gacelas! Observaron, eso sí, movimientos sospechosos de camiones, caravanas de ellos, en varias direcciones, y como quien mangonea en esa parte del país es el Sargento Ben Hamú, ¡lo tenemos claro, con niebla o sin ella!
-¿Ben Hamú...? Yo le conozco, de verle abajo, en la Delegación Gubernativa... ¡Ese tío, por tener, tiene nombre de mulo...! -Comentó Neira, que tenía cierta confianza con el comandante Espejo, un jefe tan valiente como irónico, extrovertido, que en cierta ocasión, -con Orlando de partícipe en aquella conspiración-, fuera comisionado para robarle un jamón al Comandante Pumariño, procedente sin duda de alguno de sus docenas de enchufados, y al domingo siguiente, por culpa de la misma apuesta, se confesó..., ¡con el propio damnificado!
-Ese carnicero, entrenado en el Ejército francés, por lo que de él sabemos, fue parar al Equipo de De Gaulle, y cuenta con la experiencia de su desembarco, por la parte de Bélgica. Está habituado a las armas automáticas, que las manejó en Indochina, concretamente en Dien-Bien-Fu, así que cabe suponer que por donde pase con su camello, con su camello y con sus camelos, ¡ni Atila...!
A todo esto le comentó Neira:
-Mi comandante, pero el estratega de ellos, su Gran Mayor, dicen que es aquel S.S. tan famoso, un tal Hans... ¿Qué se sabe de eso?
-¿Ese, ese nazi? ¡No lo creas! ¿Te imaginas a ese señorito del cuello almidonado alargando unos prismáticos, por ahí adelante, en pleno siroco y debajo de un argán? ¡Qué va! El tal Hans, a tal hora, estará tomándose un whisky bien fresquito, sea en Casá o en Tánger; ¡seguro! A estos barbas les montaría su teatro, eso sí, cuatro estrategias de libro, y después de la cobranza, desde que le pagasen el Bu Aida, Al Fassi, y demás potentados, ese cogió vacaciones, ¡y ya no esté a tal momento en los EE. UU, de escolta con el Príncipe Hassan, que ese debe ser otro bon vivant, otro afrancesado!
La gente de Espejo tenía gana de bromas, que es lo que suele pasar en el Ejército, en todos los ejércitos, cuando se huele a pólvora, cando los nervios se vuelven barboquejos, cando las gónadas se suben al pescuezo, pero el comandante, bien curtido de la de España, pasó de las bromas a las veras:
-Las fuerzas de Plaza, principalmente el Grupo de Policía y los Paracas, están desbordados con la cobertura de los puntos neurálgicos de la ciudad y el aeropuerto, así que nosotros, los dos Tabores, tenemos que cubrir los accesos, las pistas, así como la línea costera; quiere decirse, los flancos de este Cuartel...
-¿Y los polvorines...? -Apuntó Valerio, siempre meticuloso.
-¡Por supuesto; y más, y más, más puntos, que hoy el único que libra es don Pedro, que a ese le dejamos en su capilla, conferenciando con su Jefe, con el Gran Cacique de Compostela, don Santiago...! ¡Lo malo es que aquí no tenemos caballos blancos..., y los nietos del suyo estarán en Clavijo, retozando con las yeguas!
...
Ya incorporado el teniente coronel, las cosas se pusieron más serias:
-¡A ver, formalidad! Preguntas por turnos, que todos estamos impacientes por saber y por actuar en consecuencia, pero no traigo grandes novedades. ¿Qué decías tú, Neira, de eso de la estrategia?
-Señor, pues que ahora poco nos importa el estilo de ese Hans, ni la astucia de ese papa cuz-cuz, de ese Ben Hamú. Yo me permito opinar que ahora, al anochecer, lo único factible es rodear la ciudad, la ciudad y los acuartelamientos, para formar una corona de fuego, cuanto más nutrido, mejor, disparando aunque sea a las palas de las chumberas, para que vean los atacantes que nos cogen alerta y reforzados, que después, mañana, en cuanto abra el día, ya nuestro Estado Mayor planificará según vaya teniendo datos, que de noche todos los gatos son pardos, pardos como sus chilabas, ¡y ellos, para avanzar, para adentrarse, tienen que mostrar su bulto, un bulto pardo, pero nosotros no los confundiremos con los gatos, ni con los guepardos, y si son gatos los que se mueven, peor para ellos! Si me permite el símil, aquí, prietas las filas, como nunca..., para que no se cuelen, y no puedan darnos por cofia!
El teniente coronel:
-A los bultos, sí, sin excepción, pero sin malgastar municiones, que tampoco sabemos las que se precisarán para hacer la limpieza interior, mañana, casa por casa, que igual le tenemos que ayudar a la Policía...
Neira, siempre lenguaraz y sobresaliente, como buen hidalgo, descendiente de aquellos de los Tercios de Flandes:
-¡Menudo follón nos armaron esos norteños, pero ya tenía ganas de pasar por la reválida a estos Tiradores, a los que entrenamos en el campamento Ronson, que por bien que apunten los morangos, aquí, los de esta quinta, lo harán mejor, curtidos y entrenados como están!
El teniente coronel no le contestó, atendiendo a lo que le preguntaba en ese momento el capitán Valerio.
-¿Qué más sabemos, o se nos puede decir, además de lo ya escuchado?
-Poca cosa, Valerio, salvo que los Puestos de Bifurna, Hameiduch, Tamucha e Ida Aisa ya radiaron que hay grupos armados en sus inmediaciones, dispersándose en circuitos para proceder a su especialidad, el paqueo, ¡que ni que retornase aquel rifeño, aquel traidor Abd El Krim, con sus tácticas envolventes del año Veintiuno!
Neira, que no le paraban los nervios:
-Yo soy de los bisoños, pero, con tales indicios, me reafirmo en que el ataque va a ser global, en semicírculo, para invitarnos a un ahogamiento general en nuestra propia Mar Pequeña, ¡que ahora va a ser grande de más! ¿Cuál se supone, en estas circunstancias, que será el puesto, el lugar más peligroso; cual consideran que es el más transparente, el más vulnerable?
Le contestó Espejo:
-Si yo fuese Ben Hamú, y teniendo los planos de este sector, como seguro que los tiene, atacaría por la playa, de Norte a Sur, deslizándome al pie de los cantiles, que como son altos y escarpados, se llega a la altura de este cuartel con toda impunidad. Desde que estén ahí abajo, si aún no llegaron, a los más jóvenes y atléticos les haría escalar el acantilado, a fuerza de uñas, y a los chivanis, por la arena abajo, para que accedan al cementerio de los musulmanes, bordeando el morabito de Sidi Ifni, donde todo es oscuridad y sombras, con lo que, antes de medianoche, tendría completado el cerco de estos edificios..., y ello sin ruido, con las gumías en los dientes, ¡para darnos por cofia, por culo, que es lo de ellos! ¡Acordaros de las clases de la Academia, aquellas tácticas de los rifeños en Annual, hace nada, poco más de un cuarto de siglo, que para ellos fue ayer! La parte que veo más vulnerable, nuestra, en tal supuesto, son esas chabolas de las letrinas, así como las cuadras de los caballos...
Neira no esperó a más para ofrecerse, o más que para ofrecerse, para exigir el emplazamiento de su Sección:
-Pues, por mi parte, como esas píldoras que me recetó el Matasanos me hacen ir al Operación: Cuñada (42)retrete a menudo, yo pido respetuosamente que me dejen quedar, con mi Sección, cubriendo esa parte de debajo de las letrinas; quiero decir, la franja que llega al acantilado... ¡Además, he sido escalador de montaña, allá en Lugo, en la sierra del Pradairo! De este modo, los que sean padres de familia, estarán más seguros cerca de la Puerta Principal!
El teniente coronel se lo tomó a chulería, pero en aquel momento no le sobraba ningún teniente, por asirocado que se presentase, así que se limitó a hacerle una advertencia verbal:
-¡Teniente Neira, le recuerdo que estamos en guerra, sin declarar pero guerra, así que ahórrese esos comentarios de mal gusto, ofensivos incluso para sus compañeros de armas...!
-Disculpe, señor, y disculpadme todos, pero, por favor, insisto, ¡denme el sector de las letrinas!
-¡Está bien, irá a sus letrinas, pero mañana las quiero limpias, sin moros por el suelo, que los hará bajar por el propio cantil, desarmados; y que nadie les entierre hasta pasadas las veinticuatro horas coránicas, para que no los quemen en el infierno...! Sigo adjudicando puestos:
-Teniente Sánchez, para usted el cementerio musulmán, pero no os detengáis en enterrarles, insisto, ¡para que queden al aire, tanto para registrarles como para escarmiento de sus compinches!
-...
-¡Ay, gracias a Dios, mi Pascual, que vuelvo a verte! ¡Bien pensé que nuestros hijos se quedaban huérfanos! Aquí no pegamos ojo en toda la noche, y ahora, aún hace poco, por sobre del día, hubo tiros, muchos, que se oían bien cerca, de toda clase de armas; con decirte que de todas partes menos del mar; aquí, en la misma ciudad, y de arriba, de vuestro Grupo; y de esa vaguada de las Palmeras; e incluso de esta parte del yebel Bualalam, contra el campo da aviación... ¡Qué sé yo, todo alrededor, y nosotras, las dos hermanas, y los dos niños, en medio de este fregado, como en un fregadero, dentro de un pocillo...!
Los niños, un poco traumatizados por lo que veían y oían, se colgaron de su padre, con Operación: Cuñada (42)uniforme de campaña, y le atisbaron las cartucheras, y las bombas de mano, dos, colgándole del correaje; y una metralleta a la espalda, en bandolera...
El mayor, Miguel:
-¿Papá, es que estamos en guerra, una guerra de verdad? ¡Cuenta, dinos cómo es eso, que mamá y la tía no paran de llorar, ni nos dejan subir a la azotea…!
-¿Así que sólo me preguntas tú, Miguelito; y Bertita, qué, te quedaste sin lengua? ¿No estarás asustada…?
Se lo aclaró Celsa, que ni falta hacía, en buena lógica:
-¡Es que sólo le dijimos algo a Miguel, que a Berta le hicimos creer que estabais de maniobras, haciendo una especie de simulacro de batalla, con balas de fogueo! Pero atiende a Felisa; ¿qué pasa con su hombre?
-Perdona, cuñada, que sólo tuvimos una noche de verdadera batalla, y yo ardía con los deseos de hablar con mis hijos... ¿Qué decías, que no te escuché?
-¿Que voy a decir, que por qué no baja Orlando? ¿Le pasó algo?
-A él, no, Felisa, gracias a Dios, ¡y eso que su Sección cubrió la parte más peligrosa de nuestro Sector! Creo que por ahora no podrá bajar, pero le he visto hará…, ¡poco, poco más de una hora! En su sección tuvieron un par de heridos, y para eso, de escasa importancia.
Felisiña, yo preferiría que te lo contase él, cando baje, pero no lo hará, de momento, aunque sólo sea por pundonor militar, y yo, en estas circunstancias, no lo puedo silenciar: ¡Vaya tío, qué bien dirigió su Sección, sus Tiradores, en la parte más difícil de nuestro circundo! Con lo que le batieron, de media noche en adelante, otro oficial dejaría en el sitio de quince a veinte muertos, de los nuestros, o recularía pidiendo socorros, pero él, muy al contrario, que los de Orlando ni saben a cuantos tumbaron, que sólo los oían caerse por las rocas del cantil abajo, ¡cataplum!, como quien descarga sacos de patatas, uno detrás de otro. ¡Ni se sabe cuántos, pero muchos, que igual fueron docenas! Cuñada, tienes un marido que acabará de general, que igual tiene que volver por aquí, algún día, de Gobernador, ¡hecho un Zamalloa, otro Zamalloa!
-Cuñado, quédate en el presente, que lo único importante, para nosotros, es que os salvéis de esta locura que les entró a los moros, ¡si tienen derecho a una retrocesión, que lo discutan con Franco! ¿No fueron siempre amigos suyos, que hasta le dan escolta? ¿Pero, qué más, que está pasando, ahora, que aún se oye algún tiro?
-Estos de ahora son morteros, de los nuestros, más bien para atemorizarlos. Y entre medias, algo de fusilería, en un registro de casas sospechosas que está efectuando la Policía, Louzao y su gente. El caso es que esta noche trataron de ocupar la ciudad, por varios puntos, pero se llevaron el chasco padre, principalmente porque estábamos avisados, cosa que ni se imaginaban, pero nunca falta un Judas…, ¡o un Bellido Dolfos! Parece que los manda un tal Ben Hamú, que dicen que es un auténtico carnicero. Los pocos prisioneros que hicimos, hábilmente interrogados, ahí, en la Policía, por el cabo Cigüeña, manifestaron que son Bandas Armadas del llamado Ejército de Liberación; la mayor parte de ellos; ¡el Istiqlal, en definitiva! Tenían sus relojes perfectamente sincronizados, eso sí, que a las cero horas nos cortaron todos los hilos que iban al Interior, ¡todas las líneas!, y atacaron venidos de todas partes; unos, venidos, pero otros ya estaban escondidos todo por aquí, en los alrededores de la ciudad. ¡Esto es como la plaga de la langosta, en oleadas, por ventoleras!
-¡Ay pobriños; quiero decir, los del campo, en los destacamentos, particularmente los de Tagragra, aquellos niños, aquellas mujeres...; tan amables que fueron conmigo; todos, sin excepción! -Exclamó Felisa, rompiendo a llorar por ellos.
-Sí, mujer, y nos darán que tejer para tramar los socorros…, si llegamos a tiempo, que los atacantes traen armas automáticas de gran calidad, mejores que las nuestras, pues el teniente Sánchez, como los dejó acercarse hasta las mismísimas narices de sus tiradores, les cogió un montón de ellas, por esa parte del cementerio musulmán.... Vienen casi todos con unas metralletas estupendas, la Thompson, así que aquello del Rif, de cuando el general Silvestre, aquello de que los nativos llevaban un fusil para cada dos o tres, eso pasó a la Historia de Marruecos. ¿No oísteis esta noche sus morteros, que los utilizaron principalmente por la parte del Bualalam, que querían hacerse con los cuarteles que tenemos por esa parte, y particularmente con el Campo de Aviación, que es lo que más les estorba? También quisieron hacerse con el Banco Exterior de España, pero sólo lograron arrimarle unas escaleras de mano, que seguramente lo hicieron para poder entrar por las azoteas…
-Desde casa, -comentó Felisa-, ¿quién diablos distingue de quien son los cohetes? ¡Lo que el diablo me traía a la mente era el recuerdo de la cohetería de nuestro Verín en fiestas!
-Sí, mujer, les teníamos por piojosos, por insignificantes... ¡Sí, sí, cada piojo, un saco de obuses, que los traen en burros, tal y como hacían los maragatos con los odres del vino, y menos mal que no tienen mulos!
Celsa, santiguándose a cada tipo de arma o de pertrecho que le citaba su marido:
-¿Que haréis ahora? Felisa y yo pensamos en turnarnos, aquí, con los niños, para que la otra vaya a la iglesia, a confesarse..., ¡por si nos llega la hora! Y a vosotros tampoco os vendría mal, ¡con lo que estaréis jurando, con los que estáis matando...!
-Mira, mujer, que te lo voy a decir todo, de un tirón, que sólo bajamos, y para eso, algunos, para tranquilizar las familias, y para pasar el recado, unos a otros, que yo lo hice por mí y por el cuñado. En definitiva, que esto ya es una guerra, declarada o no, pero formal, una auténtica guerra con Marruecos. ¡Declarada, oficialmente declarada, dicen que no lo está, pero lo que es comenzada...! En el cuartel nos dijeron que estemos tranquilos, que Franco avisó por radio que va mandar fuerzas expedicionarias, de inmediato. Eso nos lo dijeron de parte del Estado Mayor, pero yo, en por mí, no me fío demasiado de ese protector de los moros, ¡que les debe el trono del Pardo! El Gran Jefe pone en las monedas eso de “... por la gracia de Dios”, pero más bien es Caudillo..., ¡por la gracia de Alá!
-¿Maridiño, por qué no te duchas, que eso pronto lo haces? ¡Estás como de quemar terrones, y luego que hueles a pólvora…, o a demonios!
-¡Naturaca, mujer, que pasé toda la noche arrastrando la barriga por lo profundo de unas trincheras, que las cavamos a toda prisa, oficiales incluidos! Y de eso de la ducha, como no le dé por llover ahí fuera..., ¡ni tiempo tenemos!
Felisa, también abrazada a su cuñado, una por cada lado, y con los niños cerrando el racimo:
-¡Con eso que cuentas..., habrá tantos muertos que ni los darán sepultado! ¡Me refiero a eso de los musulmanes, lo de las veinticuatro horas...! ¡Dios, me tiemblan las piernas y se me va la vista...!
Celsa:
-¡No me sueltes, maridiño, no me sueltes hasta que te vayas!
-¿Muertos? Sí, bastantes, demasiados; de ambas partes, pero tenemos la orden de no comentarlo aquí abajo, y menos con la población civil. Atended, que me voy:
Esos aviones que están empezando a llegar con refuerzos y con armamento, que vienen por Canarias, evacuarán a los niños y a todas las mulleres que se quieran ir del Territorio. Orlando opina que os debéis marchar, las dos, con los niños, cerrando la tienda, y ya en Las Palmas, en nuestras Delegaciones, tanto en la del Gobierno como en la de Tiradores, os buscarán alojamiento.
La maleta, con lo imprescindible, que sólo admitirán un bulto por cada adulto, y dos llevando niños... ¡Ah, y llevaros la cartilla de ahorros!
Celsa, que lloraba como una magdalena:
-¡Que será de nosotros, con dos niños...; y la tienda…, que nos robarán!
-Mujer, tranquilas, que tener con nosotros a Zamalloa es como tener una legión de ángeles. ¡Ese coruñés..., un Marte, que ni que naciese en Esparta!
-¡Zamalloa será lo que tú quieras, pero él no puede quitarnos el peligro, que si nos retira a los niños y a las mujeres, es que mal lo ve para vosotros!
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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