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Viveiroína

jueves, 02 de febrero de 2023
Para Berta Balseiro, esposa de mi añorado amigo Modesto Iglesias Seco, con sincera gratitud.

Decía mi añorado amigo Modesto Iglesias, el genial inventor del Raylle Internacional del Humor de Viveiro, verdadera obra de arte que era compendio de risas, ingenio e improvisación, que la Viveiroína es una droga que necesitan algunos vivarienses para sobrevivir. Y afirmaba también que su administración requiere ser tomada en pequeñas dosis, con tranquilidad e ilusión, por sus perniciosos efectos para la salud.

Dicho en otras palabras, que la dependencia para su administración es consecuencia de una enfermedad producida por la pasión de los vivarienses por su Ciudad y la causante de ciertos problemas personales que les puede ocasionar ese amor desmedido. ¡Tántas cosas bonitas en la vida y me tuve que enamorar y enganchar a Ti!

Días pasados me contaba un amigo que Séneca afirmaba "Hay que querer al propio pueblo, no porque sea el mejor, sino porque es el tuyo". Y Séneca habitúa a tener razón.

Yo conocí más de un caso en que la alegría del regreso de un vivariense a su pueblo, después de un tiempo en la emigración, era tan descontrolada que el reencuentro con los añorados amigos y conocidos se celebraba con unos cuantos vasos de vino, y no hacían falta muchos porque la euforia no se lleva bien con el alcohol, y de la alegría a la borrachera, sólo había un paso muy pequeñito. Eso originaba la consecuente resaca. Y ésta, más de una vez, terminaba en lágrimas y disgustos fuertes. Bellísimas personas que se emocionaban tanto que eran incapaces de controlar esa pasión desmedida, que mezclada con alcohol, resultaba tan dañina. La felicidad puede ser muy efímera.

Y de eso sabe un poco la Viveiroína. Esa droga de amor tan fuerte y profundo por nuestro pueblo que lleva al individuo a esa dependencia afectiva y que le ocasiona tantos quebraderos de cabeza. No quiero ni pensar en el dolor del emigrante que muere lejos de su terruño si no fue capaz de asimilarlo y superarlo a lo largo de los años. Por eso, lo que mantenemos esa dependencia, procuramos consumir esa dosis y así sobrevivir.

La Viveiroína es pues una sustancia que va en las venas y lleva consigo el dolor de la morriña; o en su caso, viviendo en la Ciudad, la pena que supone sufrir por lo que no nos gusta; es la tristeza que nos embarga, sólo calmada con recuerdos, saludos de amigos y alegría de niños; es la memoria de un Landro que se despide de nosotros, remolón él y emigrante al mar de la vida, consciente del paraíso perdido, mientras aspira por última vez el olor de las flores y así poder sentirse poeta capaz de escribir hermosos versos; es un sol veraneante, fugaz y esquivo, que coge vacaciones para acariciar nuestra vida y abrazar la playa mientras las olas besan con dulzura nuestros pies; es un sudoroso día de romería en el que confiamos que San Roque escuche nuestras súplicas por el pueblo desdichado de la canción; es una estampa gris de crudo invierno entregando en el camposanto al Señor a un ser querido; es un dolor de penitente de Semana Santa tras un Dios escarnecido; es una vela que llora en la soledad, dejando tras de sí un reguero de penas, en el valle de lágrimas de "Los Caladiños"; es una noche romántica de paseo bailando con la Luna por angostas y humildes calles; es un día cualquiera, que son muchos, en una galería esperando a la vida mientras el cielo se derrite en mareas de lluvia; son las golondrinas de Bécquer que siempre encuentran acomodo bajo el balcón de la casa de mi niñez; es un barco soñador que saluda al Ecce Homo con gratitud y esperanza; es un humilde plato de caldo, que no compite con otros manjares, en un Naseiro que, según dijo el poeta Noriega, es el lugar que Dios eligió para imitar el Paraíso; es la paz que en el acantilado calma el desasosiego y la zozobra, mientras en la playa los niños, ajenos al dolor, construyen sus ilusos castillos de arena; es un altar, antaño cuna de poetas, capaces de poner nombre a la verdad y a la libertad, aún a riesgo de su vida; es ese ocaso, silente y vergonzoso, que esconde su paleta de colores con esos tonos amarillos, ocres, anaranjados, rojizos... para colorear los mil verdes de las montañas; es la campana que suena en la iglesia, y nos habla de un tiempo pretérito, avisándonos de que ya se han acostado los gatos; es la voz madrugadora del marinero que requiere compañía del amigo para ir al mar; es la anciana enlutada, renqueante y callada, que camina temblorosa buscando razones para vivir; es una fiesta de patrón, con comilona y canciones, de alegría imborrable, en compañía de familia y amigos; es una máscara de carnaval sincera y mordaz, sola, que causa indiferencia, incomprendida, pero valiente, que se niega a callar lo que la gente no quiera oír. Le habla a esa gente que prefiere la cobardía, la desidia y el pasotismo; es un día de fiesta, donde suena una gaita, con cabezudos y una bruja que causa miedo y algarabía entre la grey infantil; son tres pequeños gigantes, castelos, que dicen cuidar, sin mucho éxito, al pueblo de gaviotas y otros múltiples carroñeros; es una Puerta de Carlos V, el entonces ausente, enseña y bandera, historia de un pueblo que vive varado en la memoria del tiempo, corroído por la comodidad y la indiferencia, sin encontrar el santo Grial de su redención.

Si, es eso y mucho más. Y esa dependencia, amigos, es genética y la llevamos en el ADN sin que tenga cura. Además es contagiosa. Tanto, que muchos forasteros, que comparten con nosotros las delicias de nuestro entorno, se enamoran, se casan, se afincan y se convierten en uno más. Y también padecen la enfermedad y necesitan la Viveiroína.

Lo que a mi me extraña es que, pareciéndome cierto lo que digo, la Viveiroína está siendo muy adulterada en las redes sociales con tantas declaraciones de amor vacías de contenido. Demasiado almíbar y poco picante.

Porque la auténtica Viveiroína no requiere lamentaciones ni lágrimas por lo perdido, que cada cual tiene su responsabilidad, además muchas veces es irreparable, lo que necesita es propósito de enmienda. La Viveiroína pide estar dispuestos a implicarse realmente en los avatares de nuestro pueblo.Y eso requiere también crítica responsable y siempre constructiva. La Viveiroína reclama estar dispuestos a echar una mano en esto o aquello, porque el trabajo por la ciudad no es exclusivo de las autoridades.

Cosas tan sencillas como plantar una flor, cuidar nuestro entorno, preocuparnos por lo que vemos mal y buscarle remedio, participar de cualquier iniciativa social, despellejar menos y hacer más, confiar en quien trabaja y agradecer su esfuerzo, valorar lo ajeno digno de imitación y dejarnos de tanto chovinismo... son cosas que están en las manos de todos. Y es muy importante no dejarse desanimar por los cobardes apáticos que nunca ni nada hicieron; por los que siempre están desconfiando de todo el mundo para justificar su desidia; por los que se ríen de quien trabaja como si fuese idiota y no saben valora la generosidad. Aprended de los que valen la pena, de los que no regatean esfuerzos y siguen en la lucha; de los que callan y les dan sentido a sus vidas y sienten lástima por ver a sus semejantes vivir vegetando; valorar vuestro esfuerzo y sacrificio, no para pasar factura, sino para aprender a vivir de otra manera distinta de los cómodos. Huir de los derrotistas porque, además de ser muchos, son fantasmas y plañideras que se venden como falsos iconos.

La grandeza de un pueblo es el fruto de sus gentes y mucha se las debemos a nuestros antecesores y a los luchadores actuales. Hoy la Viveiroína escasea porque se huye del compromiso, se busca más el postureo y el culto al ego que el verdadero servicio público, se edulcoran los abrazos y se suda menos. Falta humildad para valorar reconocer el trabajo ajeno y sobra autocomplacencia ególatra. Por doquier pululan los de pecho hinchado y oportunistas. Uno, viejo ya, harto está de protagonistas de terraceo y mentirosos.

A ver si se enteran los enamorados del faceboock que la Viveiroína tiene un componente de crítica, retranca ("Onte oín falar tan ben de tí que pensei que xa morreras"), ironía, sarcasmo... porque Viveiro, además de amor, requiere servicio, que es el verdadero caldo de la Viveiroína.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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