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La confesión

jueves, 02 de febrero de 2023
En el viaje comenzó la conversación y así él se enteró de que ella era de una estancia del norte de la provincia de Buenos Aires que su papá administraba, y de que había hecho parte de la primaria en un colegio de monjas junto a su única hermana, el secundario en una ciudad cercana, viviendo en una pensión, y terminado la carrera de odontología hacía menos de dos meses en la universidad de Buenos Aires.

Ella pudo enterarse de que Antonio era de un barrio de la capital, de que había terminado el curso de especialista en la escuela que estaba justo frente a su facultad y de que todos los mediodías comía, junto a sus compañeros, en el autoservicio del edificio donde ella cursaba el último año. Seguramente se habrían cruzado en la hall como tantísimos, ignorándose.

Antonio pensó que ella podía ser una de esas minas buenísimas, inalcanzables, que abundaban en los alrededores de la esquina de la escuela. Quién hubiera dicho que esa tarde tendría una al lado, y que además alegraba todo lo que había alrededor.

Llegaron al estacionamiento, se cambiaron dentro de la camioneta por turnos, buscaron un sitio tranquilo, tendieron una toalla grande y se sentaron. Después de una interminable sequía, tener ese cuerpito al lado, toda esa superficie de piel joven tan cerca... todos los pájaros del mundo se habían reunido a trinar en su cabeza. Algunos movimientos debajo de su maya requerían la represión disimulada de un antebrazo.

Estuvieron entrelazando palabras, frases, como si estuvieran tejiendo con dos agujas inquietas que se buscaban y cruzaban intermitentemente. Un tejido que continuaría durante todos los días siguientes.

Comenzaron a profundizarse mutuamente. Ella estuvo de novia con un compañero de estudios, de una familia muy absorbente, que últimamente le hacía sentir que la estaban ahogando. Había roto la relación antes de viajar al sur, decisión unilateral no refrendada por la otra parte, y al bajarse del avión hacía tan solo tres días, la sensación de libertad que la inundó la había reafirmado en esa valiente decisión.

La joven se enteró que su nuevo jefe se había separado hacía menos de un año, luego de tres y medio de matrimonio, también por decisión unilateral y con franca oposición de la oponente.Se había casado muy joven, muy enamorado, pero al poco tiempo reconoció que tenían expectativas completamente distintas y que era absolutamente imposible que desarrollaran un proyecto conjunto. Le había llevado varios meses hasta concretar la ruptura. El abandono del hogar común coincidió con la pérdida de su trabajo, y al quedarse sin ingresos había retrocedido al punto de partida en ese juego similar a la oca que es la vida. Pero igual que ella, el optimismo y la fe en el futuro una vez abandonada la pesada mochila que cargaba, lo superaban todo.

Atenta, se interesó por cómo había pasado el período posterior a la separación. De una pensión a otra hasta comprar un pequeño departamento propio. Preguntó cómo no se había ido a vivir con su madre, que estaba sola, a lo que él respondió, "Hubiera sido un paso atrás, y eso nunca. Mal dormido y con hambre, pero libre".

En un momento de silencio, Elena rebuscó en el bolso y sacó un libro. Si se ponía a leer, él se dedicaría a admirarla. Como se echó tendida boca abajo para facilitar la tarea, él observó detenidamente, centímetro a centímetro, la fase posterior habitualmente fuera de su vista. Algunas pecas en la espalda y, más abajo, un culito rebosante de orgullo que el bikini era incapaz de ocultar del todo, a pesar del esfuerzo. Sintió que su maya se ponía tensa y también se colocó boca abajo, acomodando disimuladamente el espíritu que luchaba por expresarse. De reojo vio el título del libro, "Enciclopedia sexual de los animales".

Se armó una desbandada repentina de todos los pájaros, dejándole el bocho vacío unos instantes. Con todos los libros que tenía su tío, ¿eligió éste? ¿Elección casual o venía con doble sentido? ¿No sería...?

Y ella empezó,
—Mirá, la araña tiene dos penes, usa uno y el otro lo tiene de reserva, ¿no?
Los pájaros volvían y enseguida se desbandaban otra vez. Ella seguía ojeando hasta encontrar un párrafo morboso.

—Acá dice que el conejo tarda unos segundos. Está piola, cumple y no se cansa. ¿Qué pensará la coneja?

El cortocircuito en el balero estuvo a punto de dejarlo inconsciente. Cómo se nota la influencia del colegio de monjas, pensó irónicamente. Desorientado, empezó a tomárselo en joda y a responderle alguna barbaridad.

—Mirá, mirá, algunas lobas para asegurarse una buena descendencia hacen la fifarula con distintos lobos y tienen un cachorro de cada uno. ¿Ustedes tuvieron hijos?
—No Lo sorprendió el disparo directo, se puso serio.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021).
Montesanto, Andrés
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