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miércoles, 25 de enero de 2023
Los charcos no se intervienen, se disfrutan

Dedicado a todas las compañeras y compañeros que, bajo las siglas del respeto, la defensa de la vida
y de los charcos de todos los litorales de todas las islas, se indignaron, recogieron firmas,
se manifestaron, gritaron, gesticularon, difundieron desde todos los ámbitos posibles
una realidad indiscutible: los charcos no se tocan. A todos ellos dedico este artículo,
desde la humildad de unas líneas escritas y el reconocimiento a su trabajo y pasión.


Me encuentro frente al charco del Cura, en el litoral de La Garita. Son las siete cuarenta y cinco de la mañana de un viernes, diecisiete de septiembre, y está a punto de salir el sol. Estos días preotoñales regalan a los paseantes más madrugadores unos amaneceres únicos.

Me van a excusar por el atrevimiento, pero deberían estar leyendo el siguiente artículo sobre los barrancos olvidados de Telde, en concreto, sobre el barranco de El Negro. Pero circunstancias obligan y la noticia recibida esta semana sobre la marcha atrás dada al Plan Director de Charcos de Marea por la Consejera de Turismo del Gobierno de Canarias, es para posponer los barrancos, aplaudir la decisión, la lucha social y el movimiento ciudadano puesto en marcha para conseguirlo, y reflexionar sobre el enorme disparate que supone convertir las islas en parques temáticos y nuestros litorales en simples zonas lúdicas, paseos turísticos y piscinas naturales a la medida del turista que nos visita y de los isleños que buscan acercar su vehículo hasta la mismísima orilla para disfrutar de los charquitos sin esfuerzo alguno.

No sé si el Ministerio de Traición ecológica -¿traición o transición?, tengo mis dudas-, y las consejerías de cada Reino de Taifas -actualizados sus nombres y conocidos en la actualidad como Comunidades Autónomas-, que en nuestra Comunidad recibe el pomposo nombre de Consejería de Transición Ecológica, lucha contra el Cambio Climático y planificación territorial -¡Ahí es nada!-, llevarán a cabo actuaciones concretas, más allá de gastarse un presupuesto multimillonario en personal, delegaciones y chiringuitos, pues las dudas me surgen cuando veo que, atenuada la pandemia, ya en tiempos de postpandemia, las actuaciones siguen siendo las mismas o muy semejantes a las de anteriores tiempos y mandatos. Por poner algunos ejemplos en nuestra comunidad: No se habla más que de nuevas autorizaciones para nuevos hoteles, nuevos puertos, nuevas ampliaciones de viejos puertos, nuevas pistas y ampliaciones aeroportuarias, nuevas carreteras para duplicar o triplicar las existentes. Nada de carril bici para conectar los municipios de cada isla de un modo cómodo y seguro, nada de sendas peatonales, nada de planes para la recuperación de bancales, suelos agrícolas, gavias, estanques abandonados, gallanías, nada de planes para posibilitar una autonomía energética y alimentaria, nada de refuerzo a la defensa de los maltrechos recursos pesqueros, ninguna medida que ponga punto y final a nuevas urbanizaciones turísticas… ¿sigo?

Si algo se hace, muy bien por cierto porque no sirve para nada, es hablar. En eso se gastan una pequeña parte del presupuesto, en hablar. Algunas conferencias, estériles debates tipo las cabras sí o las cabras no, los gatos asilvestrados sí o los gatos asilvestrados no… muchas declaraciones demagógicas, pero nada práctico. Nada que permita vislumbrar un cambio en la tendencia, en el modo de asumir el cambio en el que estamos inmersos y que nos empeñamos en que no es así, por eso seguimos mirando para otra parte.

Es por ello que voluntariamente pospongo una quincena el análisis que estaba llevando a cabo sobre los barrancos teldenses y recupero mis paseos de litoral para disfrutar de los charcos, eufórico tras saber que no los van a tocar. Quiero pues, aportar mi granito de arena y poner en valor estas láminas de agua salada cargadas de vida que deja la marea.

Y qué mejor forma de valorarlas que tirar de memoria y recuerdos y hacer uso de una pequeña joya escrita, titulada: “Ulises y la Garita Azul”, la primera publicación de un amigo entrañable, de esos pocos amigos que denominamos amigos del alma. Aquellos que nunca se van, aunque ya se hayan ido. Me refiero, claro está, a José Luis González Ruano, mi amigo Pepe.

“El charco, hijo, es un mundo aparte. Un mundo común en nuestra costa. No es la tierra y no es el mar. Pero, a la vez, es la tierra, la roca modelada, y es el mar, la pleamar renovadora. Y, cuando las olas impulsivas se retiran, se queda un nuevo charco cada vez. Y los burgados y las lapas, que han resistido el embate, aferrados a la roca, o los pequeños cangrejillos, que se han ocultado bajo alguna piedra del fondo, escrutan temerosos la arribada de nuevo huéspedes temporales. Porque luego otra ola los llevará a otra parte. Pero ellos probablemente continuarán allí, en aquel pequeño oasis de algas, anémonas y erizos. Y seguramente morirán allí también, víctimas de algún depredador mayor. Porque así es la naturaleza, hijo: cruel o amable, pero siempre lógica y permanente”.

¿En verdad alguien puede mancillar un charco de litoral tras esta muestra de sensibilidad y pasión por la vida?

¡Vida! Esa es la palabra que sale de cada charco del litoral de cada isla. Vida renovada constantemente. Vida que se inicia y vida que se apaga. Guardería de alevines y despensa de las aves marinas. Un universo biológico siempre cambiante.

“Tres charcos tiene la Garita, Ulises, que a mí me fascinan. Tres charcos grandes y llenos de vida. Está primero aquel de la playa de San Borondón, el que cierra por el norte la playa Chica. Tú y yo nos hemos refrescado allí muchas tardes, jugando con las barrigudas espantadas por nuestro chapoteo. Y también hemos visto allí, ocultos tras las rocas, la presencia plural de las aves que revuelven el limo del fondo. Pero, ya te hablaré luego, hijo, del dinámico mundo de las aves. Ahora sólo quiero hablarte de los charcos. Y otro de los que me encantan, Ulises, es aquel que duerme en el lecho del Barranquillo chico. Lo vimos desde lo alto, mientras veníamos hacia aquí, oculto y abierto al mar, unos metros más allá de aquello que tu creías una caseta y te dije que era un nido de ametralladoras, testimonio vergonzoso de otra guerra inútil. Por último, hijo, está este charco alargado que ahora contemplamos, próximo al mar que se rompe contra el morro sur del Corral de las Yeguas. Mira, Ulises, parece que las lisas, que luego saltarán al mar abierto para hacerse lebranchos, quisieran medirlo con su nado inquieto de un lado a otro. Hay gente que lo llama el Charco del Cura”.

Ambos textos pertenecen al capítulo titulado “El Bufadero”.

La poesía escrita bajo este título, hace ahora treinta y cinco años, aunque fuera publicada en mil novecientos ochenta y ocho, nos alerta sobre la disparatada carrera del ser humano por ocupar todo el litoral, por abordarlo y dominarlo, por mancillar su geología y erradicar la vida en él asentada. No hay duda alguna al respecto, toda intervención sobre nuevos espacios debe paralizarse, prohibirse. En estos momentos la costa ya se encuentra alterada en demasía. Restauren lo existente, reinventen o eliminen aquello que está obsoleto, reedifiquen pero sin ocupar con la picaresca de la reforma nuevos terrenos como ya ha ocurrido en el palmeral de Maspalomas. Ni un metro más a la ambición de quienes se creen dueños y señores de todo y para quienes la isla es un solar, nada más. Se dijo no a la intervención en los charcos, digamos no a puertos innecesarios, a urbanizaciones innecesarias, a nuevos diques y espigones innecesarios, a hoteles innecesarios, a explotaciones marinas innecesarias. No puedo creer que para un ministerio y decenas de consejerías de transición ecológica su única propuesta de futuro sea seguir como hasta ahora, ocupando nuevos espacios, repitiendo modelos turísticos en declive, despilfarrando recursos tan importantes como escasos como son el suelo, el agua y la energía.
Si las algas marinas
no se vuelven al paso
para mirarnos
con sus ojos de algas.
Si sólo la voz hueca
de las conchas vacías
puede contarnos
sus húmedos secretos.
Si en cada oculta grieta
no hallamos otros rostros
para sentir
el miedo del silencio.
Entonces, ya no es el mar.
Ya no es el mar.


Este mar de silencio es el que nos dejarían los charcos intervenidos. No es cuestión de propuestas blandas basadas en colocación de señalética, zonas de sombra, dotación de solárium, de rampas para acceder a ellos, barandillas para cumplir normas de seguridad, vertidos de hormigón para paseo peatonal sobre rasas de lava, alfombras de plástico o material similar para evitar resbalones, elementos de accesibilidad para el acceso a sillas de ruedas, escaleras o rampas de acceso al interior del charco, mobiliario diverso, etc. Sencillamente, cuando se trata de intervenciones sobre los espacios naturales, éstas no son gratuitas para los seres que los habitan. La razón es simple: No es tan grave el problema por el grado, forma y modo de la intervención como por la afluencia masiva de los seres humanos que harán uso de dichos espacios.

En otras palabras, no es lo mismo una presencia puntual en muchos de esos espacios de senderistas, caminantes que deben recorrer a pie tramos más o menos largos de costa para llegar a esos pequeños y húmedos santuarios que la presencia continua y masiva de personas, pues al tratarse de piscinas naturales con condiciones de seguridad, vigilancia y accesibilidad, las charcas dejan de ser ecosistemas vivos para convertirse en pozas de aguas, en charcones inertes, sin otro sentido y fin que el de facilitar el chapuzón de quienes no los habitan, los seres humanos.

Una reflexión sobre el espacio de litoral que ya ocupamos y disfrutamos en exclusividad, nos debería llevar a la siguiente conclusión: hay que proteger el litoral que nos queda en cada isla para los demás seres vivos, mantener el precario equilibrio de los ecosistemas insulares y preservar de este modo la calidad de vida y el futuro de los humanos que también vivimos en ellas.

Debe quedar claro que no pongo en duda la labor de la Viceconsejería de Turismo al elevar la propuesta de intervención en los charcos de litoral al Gobierno al que pertenece. Sería un insensato plantear cualquier duda cuando ha sido capaz de escuchar a la ciudadanía y a otras instituciones y dar marcha atrás en la puesta en marcha del proyecto en cuestión.

He tenido el placer y la paciencia de leer las ciento treinta y dos páginas del Plan Director de Charcos de Marea y puedo afirmar que el estudio llevado a cabo es riguroso y serio. En él se recoge el riesgo de impacto paisajístico y ecológico en la mayoría de los charcos y por eso la lista es más reducida que la realidad del número por ellos inventariado: cuatrocientos noventa y dos charcos. De casi medio millar de charcos, el equipo redactor encuentra idóneos para su uso como recurso turístico un centenar de ellos, en concreto ciento catorce. En Gran Canaria son diez los seleccionados y el 50% están en la costa de Gáldar. Si analizamos uno a uno estos charcos de marea observaremos que la mayoría de ellos tienen ya un uso masivo y la intervención en ellos, accesibilidad, servicios y adecuación de los mismos para el baño y el ocio es notable. El Charcón de Gáldar, El de la Furnia, Los dos Roques, Bocabarranco y El Agujero en Gáldar, Roque Prieto en Guía, San Lorenzo y el Altillo en Moya, el Puertillo de Bañaderos en Arucas y el Charcón de Arinaga en Agüimes, son espacios de litoral muy populares, con una intensidad de uso alta en ocho de ellos y media en los dos restantes, intervenidos una y otra vez por los ayuntamientos correspondientes.

Pero si algo me asusta y conmigo a los defensores de nuestro patrimonio natural, a los defensores de los últimos espacios menos alterados, que no vírgenes, de la isla es la regulación absoluta, el censo de todos y cada uno de los charcos de marea de todas las islas. ¿Por qué, se preguntarán ustedes? Preocupa por los planes individuales que luego se propondrán para cada charco de marea, preocupa por los proyectos de accesibilidad ejecutados en las inmediaciones de los mismos, preocupa por las normas y elementos de accesibilidad y de seguridad que incidirán en el paisaje, preocupa por la señalética que llegará asociada, preocupa por el acceso rodado, preocupa porque la creación de una red oficial de charcos de marea por cada isla supone sacarlos del anonimato y ponerlos en el campo de la especulación, preocupa porque la creación de una información turística oficial de los mismos, que vaya más allá de los que ya se encuentran alterados y popularizados significa una mayor presión humana sobre ellos y por consiguiente el deterioro físico y ambiental de todos los charcos y su entorno.

Es todo esto lo que nos preocupa a los amantes y defensores del litoral, es todo esto lo que nos lleva a luchar por la no intervención.

Redacciones como ésta, escribo textualmente de la página 121 del Plan Rector, en el apartado 7.10: Seguridad de utilización. Leo el punto 7.10.2: Seguridad respecto a desniveles y recoge lo siguiente:
“Se eliminará por completo cualquier riesgo frente a caídas superiores a 50 centímetros mediante barandillas bajo el estricto cumplimiento de las normativas vigentes”.

¿Pero qué estamos diciendo? Es demencial esta medida pues sopone la intervención en todos los charcos pues la irregularidad natural de la lava en la costa, presenta siempre desniveles superiores al medio metro. Eso significa que todos ellos dispondrán de múltiples escaleras y/o peldaños, ambos generadores de impacto paisajístico, con los consiguientes deterioros permanentes tras una intervención en aras de una seguridad que nadie demanda pues debe primar el espacio natural a las comodidades del ser humano. Si no se puede acceder a un lugar, no se accede. Ya existen decenas en las islas a los que se ha dotado de todos los servicios para facilitar su acceso. Es natural que un puñado de ellos no tengan fácil acceso para el ser humano, pero esa misma razón favorece que otros seres vivos que los habitan: animales y plantas, puedan gozar en la isla del privilegio de vivir. Nada más. Algo que, en contra de cualquier principio básico para la protección de la biodiversidad, el ser humano intenta impedir.

Lo que defendemos muchas personas es que ante la dicotomía: parque temático o recurso turístico y espacio natural, prime este último. A fin de cuentas, no debemos olvidar que tras toda intervención en el territorio se esconden siempre intereses concretos, perversos muchas veces, pues tras ellos se agazapa el afán por depredar hasta el último rincón virgen de cada isla por parte de los tiburones de dos patas que no sólo ponen los ojos en los charcos sino en el suculento pastel de los 29 millones y medio de euros presupuestados para su intervención. Los mismos ojos avariciosos y la misma ambición que pretenden con los puertos de Fonsalía, con el de Agaete, el de Taliarte y su ampliación, en la ejecución de vías innecesarias, en megaproyectos de trenes o ampliaciones aeroportuarias y en todas y cada una de las intervenciones que recorren el estado y el planeta a cuenta siempre de los últimos espacios naturales libres de cemento. Pienso ahora en la ampliación del aeropuerto de Barcelona a cuenta de sacrificar un sistema lacustre y un santuario ornitológico.

Por eso es de buen proceder y tolerancia política reconocer que este Plan Rector no debe llevarse a cabo y retirarlo definitivamente.

Pero tuvieron que ser algunos ayuntamientos, Cabildos y partidos políticos los que dijeran no a las intervenciones, no sólo la ciudadanía. La Laguna, La Orotava, Guía de Isora, rechazaron el proyecto de plano porque, según ellos, atentaba contra la sostenibilidad en sus espacios naturales de litoral. Quiero pensar bien y no quedarme en que lo rechazaron porque injerencias ajenas no se permiten en feudos donde hay otros señores que deciden y determinan lo que se hace o no en sus territorios. Tiempo al tiempo.

Quiero cerrar este artículo con una reflexión: Si en verdad las instituciones públicas tienen tanto interés en intervenir en el litoral, ¿se han planteado ya la realización de un mapa de riesgos catastróficos donde se registren todas las viviendas, edificaciones e infraestructuras de índole diversa, existentes en cauces de barrancos, en vaguadas inundables, en laderas inestables, en desembocaduras de barrancos…?

Quiero creer que nuestros dirigentes son conscientes de ello, pero tengo mis dudas. Nada veo en los medios de comunicación ni en jornadas divulgativas o formativas. Si bien es cierto que a nuestras islas no han llegado los heraldos del cambio climático con la virulencia que acostumbran en otros lares, ejemplos hay a lo largo del planeta como para preocuparse.

¿Estamos preparados para hacer frente a incendios de sexta generación como los que arrasaron Grecia, Turquía, Estados Unidos, Rusia y no hace muchos días, el sur de la península ibérica este verano?

¿Estamos preparados para hacer frente a unas inundaciones como las que se han dado en muchos más lugares de los que sería deseable y cuyas imágenes se están volviendo ya preocupadamente cotidianas?

Si una gota fría de este tipo llegara a cualquiera de nuestras islas, me temo que el único plan que ha elaborado el Gobierno de Canarias, los diferentes Cabildos y la mayoría de los municipios es el de declarar, tras su paso, su territorio como zona catastrófica. Ustedes pueden pensar que exagero en mis fundamentaciones, pero el ejemplo más cercano de las intensas lluvias en Tenerife hace unos años me hace ser más pesimista que optimista. Insto al gobierno a preparar un Plan de Prevención de catástrofes naturales acorde con los riesgos inherentes al Cambio Climático. Los charcos de litoral, por favor, déjenlos como están.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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