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Operación: Cuñada (40)

martes, 24 de enero de 2023
Otra crisis, la enésima

Operación: Cuñada (40)
-...
-¿Neira, cómo andas de ocupaciones; quiero decir, de servicios agregados?
-Pues, Páter, para usted siempre estoy disponible, ¡que ninguno de mis jefes se atreve a decirle que no!
-¿Tienes algo para este domingo? Me gustaría que fueses conmigo a Tagragra, de escolta, que me toca celebrar en ese Destacamento, que los tenemos medio aislados, aislados y olvidados.
-¿En qué fecha cae...? ¡Ah, sí, el diecisiete...! ¡Pues, no; de momento, no! Aquí, como el otoño no hace transición con el verano, salvo en la duración de los días, y como los festivos, en esta situación, son idénticos en servicios al resto de la semana, si no fuese por la Orden del día, ¡ni me percataba del calendario!
-Orlando, ¡felicidades! Eso que acabas de decirme, me alegra; es una buena señal porque demuestra que llevas vencida tu crisis, esa especie de surmenage, y que la vida empieza a serte agradable, cosa que celebro, ¡muchísimo!
-¿Agradable? ¡Cómo nunca, que eso de estar en comunicación con mi Manolita me hace feliz, que menudo descubrimiento; y el caso es que se lo debo a Felisa...!
Pero el cura, de la otra Misa, de los latines del Neira..., ¡cero!
-Ya te dije que ella, de monja, pediría por ti, por ti y por vosotros; y que Dios os concederá la paz y el sosiego definitivos para vuestros espíritus..., ¡a los tres! Ya tuviste bastante con aquellas pruebas, con aquellas tentaciones por las que pasaste! Bien, pues, a lo que iba: Ya que Felisa está contenta contigo, y si no le da miedo ese viaje, ese convoy, la puedes llevar con nosotros a Tagrara, que así oye Misa de campo... Digo, si le sirve de distracción. Ella puede ir en la cabina, que yo me acomodo con vosotros en la caja del camión, que incluso sería una confirmación para el médico de que tú no eres un problema...; ¡quiero decir, un problema sanitario!
-Páter, no entendí nada de este rollo suyo, pero, lo que es por mí, lo que usted mande. ¿Y eso de que Felisa puede ir en la cabina...; y que no soy un problema para el médico...? ¡Que estamos en Ifni y no en los Cerros de Úbeda!
Pumariño, haciéndose el sordo, dio un volantazo:
-Me refiero a la cabina de los camiones nuevos, los Dodge, que el coronel mandó poner uno de ellos a mis órdenes, quiere decirse, a las del Jefe de los Servicios Religiosos.
-¿Luego no iremos en los jeeps del I Tabor, como de costumbre? A tal momento me coge desprevenido, así que no sé si eso del camión será más seguro que yendo en varios jeeps, pues en caso de ataque nos esparcíamos por el campo, saliéndonos de la pista..., ¡para neutralizar los flancos!
-¡A los del Estado Mayor les parece más seguro! Así que iremos en un tres cuartos, esos Dodges tan perfectos, del trinque, que aún los están descargando en la playa, con los anfibios. Ya sabrás que el mando dispuso que se utilicen preferentemente para los desplazamientos al interior, y con poca escolta, acogidos a la protección de su caja, que es metálica.
-¿Y de tropa...?
-Tú verás, que para eso eres de Armas, pero pienso que con un par de escuadras... De todos modos lo tienes que confirmar en la Oficina del Coronel. Estas Misas en los Destacamentos, que las voy repartiendo con mi segundo, con el capellán Joaquín, son idea mía, propuesta mía, para alentar sus guarniciones, así que este domingo el capitán irá a Tiliuin, y yo a Tagragra de Tiugsá, contigo... ¡Contigo, Jalisco, si no te rajas! –Y canturreó una estrofa de Jorge Negrete. Aquel capellán se crecía en las batallas, curtido que estaba de ellas: La Civil y la División Azul, amén de aquellos follones territoriales!
-Yo, con usted, a Tagragra..., ¡vale! ¿Y con el otro capellán, con el Pater Joaquín?
-Aún no lo sé, pero me parece que aprovecharán para hacer un relevo en el Destacamento de la Policía Indígena, que algo he oído, abajo, precisamente en la Policía, que con ellos irá ese brigada que es amigo vuestro, Louzao. ¡Un hombre serio, que me inspira confianza!
-No sé si sabe que es medio paisano nuestro. Como militar, le venía bien una escaramuza, a ver si le ascienden por méritos de guerra, pero como hombre es un husmeador de mujeres..., ¡de las del próximo, por supuesto, que el muy cauto huye del sacramento!
-¿Mujeriego, y sigue soltero, con todas las que por aquí pasan, y pasaron?
El obsesivo a sus obsesiones:
-¡Lo malo es que sigue soltero porque tengo la impresión de que le gustan más las del prójimo, las ya escogidas, así que lo bueno sería dejarle en Tiliuin una temporada, con las moras, ya que por esa parte del país son medio saharianas, y dicen que funcionan mejor que las norteñas!
-Orlando, por favor, que esas no son bromas, que con chinitas de estas luego se le quita la honra a un santo, ¡y yo de santos sé más que tú!
-¡Dejémoslo, pues, en conjeturas! Lo que no le paso es esa alusión suya al médico; ¿qué le pasa conmigo al Matasanos del Tabor?
-No sé si hago bien, cristiano, pero, ya que se me escapó, tendré que decirte, ahora que ya estás bien, ahora que te veo sosegado, que el capitán médico estuvo pendiente de ti, mucho, estos meses, en su convencimiento de que tus problemas..., digamos, nerviosos, tendrían de parte tuya todo el esfuerzo preciso para superarlos, y de paso, para comportarte con la dignidad que corresponde a un oficial del Ejército de África. Tanto es así que incluso te encubrió, o disimuló, algunas anomalías que pudieron llegar a deslucir tu carrera, incluso con tu expulsión del Territorio, que menudo era el Pardo de Santayana para la ortodoxia de la Guarnición. ¡Y no me hagas hablar más, que ya parece que te estamos vendiendo este favor!
Neira se amoscó con aquella resaca:
-¿Así que me dio tratamiento psiquiátrico? A lo mejor, hipnosis, y todo eso, ¡y yo sin enterarme!
-No, hombre, que no hizo falta tanto; simplemente, te llevó un poco de la mano, discretamente, mediante no sé qué sutilezas..., ¡eso, médicas!
-¡Pues, ahora que lo dice, menudas sutilezas, que me hizo tragar una serie de píldoras que me adormecían, y de paso me encogían el estómago! ¿Así que me trató de loco mientras me decía no sé qué del hígado, y que me las recetaba para deshabituarme del alcohol? ¡Pues vaya amigos...; y encima, confabulados!
-Mira, Orlando, que el interesado en estas crisis nerviosas es el último en enterarse, pero el caso, lo bueno del caso, es que te fuiste reanimando, ¡y con eso, todos felices!
-¿Eso de felices...? ¡Si usted lo dice, pase, que me llega con los remolinos de este viento, de este siroco, sin tener que alancear a los clérigos del Ejército!
-¡Venga, animal, o mejor dicho, mal cristiano, desfila, que no te puedo dedicar más tiempo, que quedé con los oblatos en que les iría aguantar pecadores, en uno de los confesionarios de la parroquia...!
-¿Y luego, no les puede ir ese Joaquín, que siempre le veo por ahí, ensimismado, medio aburrido? ¿Qué Jefe es usted que no sabe delegar?
-Mira, Orlando, aquí, inter nos, yo me entiendo mejor con el Monseñor, con el Prefecto, ya sabes, el Padre Erviti, y así les dejo el capitán a las Unidades de Plaza, a las de menor plantilla. ¿Entiendes la cosa? ¡Desde aquello de Teodosio, sin colaboración no hay Imperio, y viceversa!
-Según le entiendo, eso quiere decir que nuestros pecados, los de Tiradores, son más altos, de más envergadura, ¿no?
-¡Mira que eres retorcido, más que un temoeiro! Anda, vete con Dios, y de paso dile a tu señora que le agradezco que venga con nosotros, que así también se relaciona con las damas de los Destacamentos, y las anima en su soledad, que eso es bueno para todos, incluso para ella. ¡Hasta luego, Orlando!
-...
Neira se llevó la mano a la sien, en un maquinal saludo, pero su entendimiento febril ya estaba cociendo otra, así que se fue a su cuarto privado, en la Residencia de Oficiales, y allí, pluma en ristre, que los bolígrafos aún no llegaran al Ejército; ¡ni el árabe, ni el beréber o chelja, ni los bolígrafos!
Trasladado su cuerpo y su alma al mundo de las migraciones anímicas, aquella nueva obsesión por la telepatía, absolutamente convencido de su rotunda eficacia entre seres que hubiesen experimentado algún tipo de convivencia, cual fuera su caso, en su crianza, con la heredera de los Rancaño, allá que se tiró a su abismo metafísico:
Adorable Manolita, vengo de pelar la pava con ese carca, con ese "Páter sin familias" que se negó a intervenir en la anulación de mi matrimonio, y piensa el tal eunuco que todo se normalizó con Felisa. ¡Qué poco profundiza en la intensidad de este amor sublime, heroico, que te profeso! Él, que piense lo que quiera, que para mí lo único importante es mi secreto, este amor confiado a las ondas, ¡tan sólo a las ondas, que este casamiento, esta relación platónica, ésta sí que es perpetua!
Compré esta libreta, este Diario, ahí abajo, en la librería de Villodre, porque, desde ya, desde ahora mismo, voy hacer un borrador de todos mis mensajes, como se hace con los radios del Ejército, que de esta manera no me entretengo en el momento de nuestra copulación espiritual, de nuestra conexión etérea; ni con cosas triviales ni con reiteraciones insulsas.
Mi técnica va a ser esta: yo sintetizo, desde aquí, en este Diario, mis pensamientos, y de vez en cuando, siempre que me rodee el silencio, me pongo a pensar en ti, con fuerza, con arrebato, con toda mi pasión, que es infinita, para que mis mensajes, estos coloquios, nuestros, entrañables, telepáticos, lleguen a tu espíritu con mucha fuerza y sinceridad, nítidos, sin debilitarse en los dos mil kilómetros que nos separan... ¡No, no es así: que nos unen, desde ahora mismo, desde ya!
De momento, tus señales me llegan algo débiles, que sólo cuando sueño contigo percibo claramente tu querer, el fuego de tu querer, pero ya verás, mi bien, como aprendes a radiar, a comunicarte conmigo, a transmitirme adecuadamente, con fuerza, tus emisiones anímicas. Tu espíritu es fuerte, que quizás lo sea más que el mío, y tienen que llegarme esas ondas, las tuyas, cálidas, vivas, sonoras. ¡Ya verás, mi amor, ya verás qué frenesí, qué clímax, cada vez que sincronicemos nuestras almas, así, de este modo, por las ondas adelante, tal que un boomerang, de mí para ti y de ti para mí, y no precisamente un eco sino una respuesta consciente, volitiva!
Veinte siglos lleva la Iglesia meditando si las almas proceden de un almario común, infinito, circundante, o si dimanan de dos jirones envolventes, superpuestos, fundidos o refundidos, de los progenitores, habiendo incluso quien opina que, de algún modo, el Creador acude al acto sexual, así sea a fortiori, y da su complicidad tirando de la nada ese regalo que adjudica a los gametos... ¡Burros, que les ganó una santera cubana, una meretriz portuaria, aquella que inició a mi Felisona en esto de la telepatía! Con lo fácil y clara que es la cosa: igual que la humedad, igual que el polen, que son transportes de los vientos, el mundo tiene una nebulosa envolvente, creada por Dios de una vez por todas, y los seres animados sólo son soportes que utilizan las almas, según los casos y según las circunstancias, para facilitar su partenogénesis espiritual. Rematada la función, los cuerpos se desintegran, pero las almas pasan a su estado definitivo, en el que esperan por el ser amado para la copulación, para la fusión definitiva, ¡tal que haremos nosotros, tú y yo, tan pronto logremos deshacernos de esta carniza envolvente que nos mantiene aislados!
De propósito: Este Capellán en cosas del querer sigue siendo un bobo, un necio, un inocente. ¡Mira que decirme que ya alcancé la paz y el sosiego! La paz, sí, por supuesto, que con esta comunicación, nuestra, continua, inextinguible, ya no te pierdo, ni en ese convento ni fuera de él, que así no serás de otro, ¡ni yo te olvidaré! Ni te olvidaré ni se enfriará mi amor, este amor lanzado, lanzado y lanzal, que me abrasa el espíritu, tanto o más de lo que pueda abrasar un cuerpo el más fuerte de estos sirocos. ¿Me entiendes, cariño? ¡Con lo inteligente que eres, seguro de que sí!
¿Sosiego de espíritu? ¡Páter, ni lo tengo ni lo quiero! Sosegar mi espíritu, mi diosa, mi primer y único amor, sería olvidarte; sosegarle no sería una calma sino una hibernación, más o menos lo que me pasa con Felisa, que siempre que cohabito con ella, lo único de lo que ella goza es de mi cuerpo, a lo bestia, pues mi pensamiento no es para ella, no está con ella, que incluso se me figura que el fru-fru de su camisón es el fru-fru del almidón de tus tocas, de tus hábitos. Pero este será nuestro gran secreto, Manolita, que si alguien se percata de que dormimos juntos, juntos de pensamiento, con nuestros espíritus comunicados, vinculados a distancia, ¡a ti te echan de monja y a mí me tratarán de loco, otra vez, con aquellas píldoras asquerosas!
¿No es verdad que tú y yo no pecamos aunque hagamos de todo, toda clase de supuestas aberraciones, sea en cuerpo o en alma? ¡Qué va, que incluso está en la Biblia: Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre! ¿Más unidos que nosotros, vinculados desde la infancia por el más sublime de los afectos? ¡Imposible!
Me pareció oírte rezongar aquello que me dijiste en Lugo, aquello de un matrimonio válido... ¡Válido fue el primero, aquel que consagró Dios, que no el cura, cogidos de la mano, aquel santo día, en las fuentes sacras del Azúmara, en esa sar-ce-da de las fuentes!
Lo más gracioso es que fuese la propia Felisa quien me descubrió esta gloria de la telepatía, esta forma excelsa de comunicarme contigo, el sistema de ordenarle a mi alma que se reúna con la tuya, de cuando en vez, sea de día o de noche, de cerca o de lejos, estés despierta o dormida, vestida o desnuda... ¡Fue lo suyo un castigo, pero divino, providencial, por apartarme de ti, por interferir entre nosotros, que tuvo la penitencia en su propio pecado! Dirás, cara Manolita, que esta Felisa aún tiene mi cuerpo a su disposición; ¡cierto, pero tú, amadísima chiquilla, tienes mi alma, mi almario, mi espíritu, que es lo más importante, con pureza acrisolada!
¡Oh! ¡Otra vez me quedé sin noción del tiempo transcurrido, que cuando me entrego a ti, cuando cohabito contigo, mi amor, este reloj se vuelve loco, y entonces, agatilla, agatilla y agateña, se dispara, se expande, que ni que fuese de pólvora!
Discúlpame, Manolita, pero puedo perder la guagua, y aún tengo que guardar con llave este diario, el Diario de nuestras Sesiones Amorosas, aquí, en lugar seguro, en mi taquillón!
¡Hasta mañana, mi sol, mi única ilusión, mi vida absoluta, secreta e pura! ¿Mi vida? ¡No; una sola, una sola vida, una sola alma, en dos cuerpos, el tuyo y el mío!

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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