Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

En el río Percey (Continuación)

jueves, 12 de enero de 2023
—Ahí vuelven las chicas. Elena es la de bikini rojo. —Dijo la tía, señalando con la cabeza la vía acuática.
En el medio del agua, la mentada candidata oyó a su prima quinceañera Bibi decir, mirando la orilla:
—Che, ahí está el médico amigo del tío. A mí no me gusta nada.
Elena miró con curiosidad un instante y respondió con desgano.
—Los pelirrojos a mí tampoco me gustan.
—No boluda, es el que está atrás del pelirrojo. El de bigotes.
Miró con más atención y comentó.
—Bueno, no está tan mal.
El recién llegado miró desesperanzado, preparado para una nueva desilusión. Quizás fue una prematura insolación, o un golpe del viento patagónico, la cosa es que se quedó mirando fijamente a la rubia del bikini. "Que lo parió, es lo que me recomendó el médico", se dijo para sí mientras recobraba la conciencia.
Nuevas presentaciones y unos besos. "¿El agua está fría?", "Sí, un poquito", mientras el escáner del caballero barría de cerca la imagen. Continuó una conversación entre todos los integrantes del grupo, al que se había sumado un técnico amigo del jefe.
Ante la invitación de su tía "¿No quieren un mate cocido?", Elena, como un anticipo de lo que sería su vida, estiró una lona en la arena, abrió la canasta, sacó el termo, sirvió el líquido en unos vasos,los ofreció siguiendo la jerarquía, sacó la azucarera, metió una cucharita y preguntó "¿Quién quiere azúcar?". Abrió una caja, empezó a cortar porciones de dulce de batata y las empezó a ofrecer. Los demás asistentes sostuvieron cada uno sus vasos, se sirvieron azúcar y observaron el tráfico a ras del suelo. El joven galeno había caído en estado de shock, no sabía que le pasaba pero algo intuía. Temeroso de que todo fuera irreal, intentó poner distancia, física y mental, del foco de su perturbación. En el momento de su turno de dulce seguía desconectado del terrenal mundo. Después del segundo llamado, la ofrenda fue adjudicada el siguiente.
Se acabó la ronda y comprobó que era el único gil que tenía la mano vacía.
—¿No tegusta el dulce?—preguntó María.
—Sí, pero no me dieron.
—Te pregunté dos veces y no me contestaste—dijo mirándolo desafiante la rubia, sin vocalizar lo que pensó cuando se sintió ignorada, "andá a lamierda".
El muchacho se sentó a su lado, recogió el dulce con una sonrisa y disculpándose:
—No te escuché.
—¿Querés otro pedacito?
Al rato desenfundó la cámara Taron y sacó un par de diapositivas. Cuando el sol empezó a ocultarse detrás del Parque Nacional Los Alerces, se recogieron los elementos de la merienda y Antonio volvió a ofrecer las plazas vacías. Luego de la consulta grupal se le adjudicaron las dos chicas, resultado que no disgustó para nada al chofer.
En la vuelta, al principio por el polvoriento camino de tierra y luego por el asfalto, estuvieron conversando sobre las dudas de Bibi.Si había un lugar para bailar, a dónde se podía ir a la noche, que parecía un pueblo de viejos, cosas intrascendentes. Tanto el conductor como la pasajera del otro extremo del asiento analizaron la información. Antes de despedirse en el portal, el amigo de Tedeschi, animador cultural de la empresa que construía la represa de Futaleufú, invitó a todos al club Fontana donde daba clases de bailes folclóricos. Como no existía una propuesta mejor, resolvieron por unanimidad volver a encontrarse.
Antonio trató de despejarse pensando en cualquier cosa. Resultó infructuoso.Cenó en el comedor del hospital. Había pasado muchos meses con dieta restringida. Al mediodía comía en el autoservicio de la Facultad de Odontología, peropor la noche el presupuesto solo alcanzaba para una porción de pizza y tratando de no entregar el tique, que se canjearía a la noche siguiente. Por eso, los guisos diarios con papas, porotos (judías) y garbanzos le sabían a manjares. Se cambió (tendría que mejorar el vestuario ahora que podía) y se apareció en la escuela de baile.
No sabía ni aprendería nunca a bailar nada y menos aún folclore. La única experiencia anterior era las clases de música de la primaria. Pero cualquier soldado que va a la guerra es un héroe en potencia.
Obviamente formó pareja con Elena y no podía creer cómo se le había cambiado la vida. Cuando,un par de semanas atrás, había llegado por primera vez a Esquel con el reciente nombramiento, pensó que era la compensación por una vida donde las lágrimas fueron más abundantes que las sonrisas. Años de carencias afectivas y económicas, los momentos placenteros eran minúsculas islas en un océano infinito. Esta vez se tenía que desquitar, con el trabajo soñado y buena guita a fin de mes, no le iban a faltar minas. Y cambiarían los resultados de los encuentros, dejaría de ser el eterno perdedor. Ese tenía que ser el primer verano vivido a tope. Ahora, dando vueltas como un pato mareado al ritmo de Los Chalchaleros, alrededor de esa papusa que desbordaba alegría y que amenazaba con revolucionar todas las células de su cuerpo, comprendió que empezaban a realizarse sus sueños. Y que le encantaría cambiar todas las minas por esa sola.
Al día siguiente, domingo, despuésdel último bocado de flan casero, se pasó en su vehículo oficial por la puerta que lo atraía. Estaban de sobremesa, todos alrededor de la mesa redonda de la cocina. Entró a saludar, aprovechó la reunión para sacar unas diapositivas familiares y comunicó que salía para el río. Preguntó si alguien quería acompañarlo. La mayoría estaban muy cómodos riendo y bebiendo, salvo una de las presentes que se apuntó enseguida. Fue a cambiarse y preguntó en voz alta:
—Tía, ¿tenés algún libro para leer?
—Fijate en la biblioteca del tío.
Elena salió enseguida con un bolsito playero.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES