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Operación: Cuñada (39)

martes, 17 de enero de 2023
...
Le contestó Orlando:
-Querido Carlos, ¡que yo no soy de la Policía, ni de la indígena ni de la otra, como para detenerme en esas chorradas, pero me lo contaron, eso sí!
-Yo tengo aquí, en la guerrera, una de esas octavillas, que la traje adrede para mostrárosla; y también tengo, por aquí, en paralelo, la traducción que nos hizo el intérprete oficial, Hamido. Pero igual me adelanté, que será mejor hablar de esto desde que se retire la tropa ligera, los infantes...
-Yo soy de otra opinión, Carlos, que si estos chavales, tanto mis sobrinos como sus amigos y compañeros de colegio, están hoy aquí, en nuestro mundo, en los restos de nuestro Imperio, entiendo que no tienen por qué ignorar nada de cuanto ocurra a su alrededor en los tiempos que les tocaron, que el día de mañana, cando no queden más colonias que las del Rêve d´Or..., si de nada se enteraron, ahora, en los años de su crianza, incluso pensarán que no fueron partícipes, y en cierto modo corresponsables, de esta función histórica, compartida, para bien o para mal, con sus mayores, en una especie de pecado original!
-Orlando, con esa disertación, con este futurible, no sé si estarás profanando este solar hispánico; ¡como que me llamo Carlos Louzao!
-¿Sí? ¿Hispánico, un solar de mezquitas hechas por España; de mezquitas que siguen siendo mezquitas a pesar de su desagradecimiento, ahora notorio, bien visible? Ya tenía ciertas dudas, personales, íntimas, sobre este concepto de soberanía, que tan asumido tenemos, pero desde que me dijeron lo que contienen esos carteles de Tiliuin... ¡Trae para aquí, que estoy hablando de oídas! No, hombre, la octavilla, no; déjame la traducción castellana.
Sí, tal cual, y la voy a leer, en alto, que esto hay que conocerlo, que es un documento histórico; histórico además de insólito, que anuncia una insurrección para dentro de un mes, tal que si nos diesen esa conminatoria, esa advertencia, para hacer las maletas, y para evacuar los veinte mil soldados de la Guarnición actual, además de los civiles:
Anuncio: ¡Hermanos! ¡Viva Marruecos, libre e independiente! ¡Vivan las pistolas! ¡Viva el terrorismo! Día 25 de octubre de 1957. Tened cuidado con el colonialismo y su política en el país, pues la paz no se logrará si no se ve libre el país del colonialismo. ¡Hermanos! ¡No aceptéis las tarjetas de identidad, ni los pasaportes de ninguna clase de política colonialista! Los traidores han de morir a tiros, tarde o temprano. ¡Abajo el colonialismo! ¡Abajo los traidores! ¡Vivan las pistolas! ¡Viva el terrorismo!
Neira dobló aquella octavilla aportada por Carlos, y lo hizo con irónica solemnidad, en lo más hondo de su billetera, pero no se le vio el retrato de su monja, pues, alguien de bastante arriba, se ocupara de pedírselo, de retirárselo, días pasados, ¡como tratamiento espiritual!
-¡Como veis, esto sí que es un vaticinio, un poema en toda regla..., para que luego digamos que son unos traidores, avisándonos como lo hacen, con antelación! Y luego que esta redacción, tan infantil y reiterativa, más parece de ángeles que de diablos...! ¡Pero, ojo, señor Policía, -dirigiéndose a Carlos Louzao, -que aquí nadie profana ni blasfema, que yo estoy dispuesto, como el que más, a defender el mástil, que es lo nuestro desde aquel Adelantado, aquel tal Fernández, que, por casualidad y por abolengo, también era de Lugo!
Pascual, a sottovoce:
-Querrás decir, la bandera; y habla claro, ya que opinas que estos niños pueden, y deben, enterarse de todo, ¡como si lo tuviesen en su libro Rayas!
-No, cuñado: ¡dije, el mástil! Las banderas son de quita y pon, se izan y se arrían; ¡y las pone quien sea dueño del mástil! Acordaros de que esto de Ifni empezó en el 34 con la conformidad de Francia, y acogiéndonos al tratado aquel, pero, ¡ojo!, con la bandera tricolor, que la sacó precisamente un moro, en el 36, que dicen que hizo con ella unas bragas para su Fatima. ¡Una, no; tres! Con la franja morada, para los días sucios; con la roja, para los días pecadores; y le quedaba la amarilla, para los viernes... Bromas aparte, aquí lo que tenemos que defender es que nuestro mástil siga siendo nuestro, por todo este enclave. Mira lo que pasó ahí en el puesto de Sidi Inno... Si ese Cabo, el tal Jiménez, que les dejase poner su bandera, tal y como le exigían, y mientras ellos, los morangos, estuviesen entretenidos, izándola, les atizasen un cargador, aquel Jiménez y su pelotón aún estarían vivos. ¡Nosotros hubiésemos tenido una victoria, y aquellos pseudolibertadores, una derrota, cruenta y bochornosa!
Felisa estaba que trinaba con aquellas diatribas en presencia de sus sobrinos, y con ellos, sus invitados, los otros niños:
-Orlandiño, que de favor te lo pido, ¿por qué no callas con esas cosas, que no te adaptas a los niños, y ellos aún aguzan más la oreja que esos a los que os referís?
-¿Los niños, o las niñas? ¡Quien me llame así, Orlandiño, infantilmente y en público, es más niña que los niños!
-¡Y tú, maridito, un bruto, que mira que venirle a Miguel con un regalo de persona mayor...! Aquí Carlos sí que le trajo una cosa apropiada para su edad.
-¿Si? ¿Qué le trajiste, macho?
-Pues, se la he pedido a Las Palmas: una bicicleta, de esas con apoyos de triciclo, de quita y pon, para que tenga estabilidad... ¡Ahí la tiene, en el patio, pero con lo tuyo hará historia, y con lo mío, no, en absoluto: tan sólo ejercicio!
-Entonces supongo que acertaste, pero eso no implica que errase yo, como siempre me achaca Felisa..., ¡si tiene público! Soy muy aficionado a la fotografía porque entiendo que es la única forma de detener el tempo, en las cosas y en las personas..., ¡si no queremos que huyan! Esta máquina, si el chiquillo no se pone a desarmar en ella, o la desajusta, seguirá haciendo buenas fotos cando tu bicicleta ya no pueda con Miguel, o le resulte corta. Que no te parezca mal, que no lo digo por comparar sino para justificar y explicar mi decisión..., ¡aquí, delante de estas pantaloneras! Desde que Felisa dio en hacerles calzones a los niños, bien noto que le apetece llevarlos; ¡lo que aún no sé es si los prefiere largos, o cortos, de caqui o de garbanzo!
Su mujer, como un resorte:
-¡Ya estás...! ¡Hay veces que me tienta el diablo, que incluso deseo, y que Dios me perdone, que tengáis conflicto con los moros, a ver si así me dejas en paz!
De esta vez salió al quite Celsa, que si bien solía mantenerse al margen, en esta ocasión la preocupaba el mal ejemplo delante de los niños:
-Felisiña, para que no os pongáis a rifar, mientras recojo esta mesa de los niños, tú puedes preparar el café. Y tú, Pascual, será mejor que te lleves a los invitados, y que los repartas de casa en casa, que les está entrando el sueño, y luego que sus madres, tal y como andan las cosas, ahí fuera, en la calle, ya estarán impacientes. ¡Y defiéndelos, si se tercia; vete delante de ellos, y lleva la pistola, por si hay moros en alguna esquina, que con lo bien que apuntas, mal será que les dé tiempo a perjudicaros!
-¿Mujer, a estas horas, y con el toque de queda...? ¡Ni en las calles, ni en la costa, ni en el acantilado! Pero la llevaré, por si acaso, y también esta linterna, para abrir descubierta, por si vuelven a cortarnos la luz!
-De eso de la costa no estés tan seguro, que aquella lancha rápida, aquella en la que huían los desertores..., ¡ya sabes, el asunto Chelja...!, pues que hemos vuelto a verla, ayer, ayer mismo.
-¿Dónde, Carlos...; dónde fue, esta vez?
-En la zona de costumbre, que la tienen bien sabida y bien reconocida; ahí abajo, a la altura de esa finca del henequén, la de Explotaciones Agropecuarias, pero tan pronto se percataron de que los de tierra éramos de la Policía, pero con chilabas, ¡ellos viraron en redondo!
-¿Y luego, tienen vista de murciélago, o les olisteis a vino español?
Carlos se rio con ganas:
-¡Hombre, eso está bien, que para otra tendremos que ir sobrios! Bromas aparte, pienso que lo sospecharon porque no les hicimos las señales luminosas que tuviesen convenidas con sus enlaces.
-Celsa, voy hacer ese café, y después llevo los niños, según me indicaste.
-No, Pascual, tú, no, que el café es cosa mía; sólo me quedé atenta a lo que estabais diciendo, que si la paz era de todos, pienso que la guerra también lo es!
Se ofreció Neira, y eso que no tenía hábito de cocinar, pero las fiestas son contagiosas:
-¡También lo puedo hacer yo...!
Pero la hipersensible Felisa lo estropeó todo:
-¿Tu, Orlando? ¡Vaya, el marido se me volvió compañero! ¡Sería la primera vez...! Pero deberías hacerlo, que ya que los niños no deben ser niños, y las mujeres tampoco mujeres, aquí, en vista de lo visto, ¡o marcamos el paso, o fregamos todos! ¡Dije!
La hermana salió por ella, a socorrerla; le abrió el paraguas a tiempo, por si lo precisaba:
-Esta Felisa se destapó... ¡Así se habla, hermana! ¡Que tanto machismo, ni tanta militarada, que nos tratan como si fuésemos quintos!
-¿Que os parece como están de sublevadas? ¡Amigos, poco mando tenéis, ni en las propias casas...; menos que yo, y eso que sólo soy brigada! -Bromeó Louzao, siguiéndoles la corriente.
Pero Pascual, siempre moderado y siempre moderador:
-¡Carlos, menos soy yo, que aún no pasé de sargento..., pero no te metas en esta guerra doméstica, que tú también llegarás a casado, y entonces sabrás, de propia experiencia, que, home casado, muller é! -Dirigiéndose a las mujeres: -Ahora sí que me voy con los niños. ¡Venga, chicos, fuera; cada cual a su nido, que de paso le cantamos a la luna, tal y como hacen los lobos en la montaña! ¿No se os olvida nada de vuestra impedimenta...? ¡A ver, Miguelito, dales las gracias a tus amigos por haberte acompañado en tu onomástica, y de paso, saludos para sus familias!
...
-¿Ya estás de vuelta? ¿Cuñado, no correrías por culpa del miedo...-¡No, que a esta hora los chacales duermen...!
-¿Callaron esas moras del Amezdog con su ayuyú de lechuzas...?
-Al fin callaron, que bien provocan a sus hombres, que ni sé si ese ayuyamiento que hacen con la boca es una llamada erótica o de guerra! ¡Ni que fuesen picadores en una corrida de toros! ¿Será para darles bravura a esos hijos de..., de la señora Agar?
-¡Eh, macho, que te desbocas! Alguno de esos, los que vinieron del Norte, pueden ser hijos de nuestro propio padre, de aquellas calenturas del desembarco de Alhucemas..., ¡pongo por caso! ¿Y si a ti, Pascual, querido cuñado, te invadiesen tu Barco de Valdeorras, entonces, que?
-¿El Barco...? ¡Ya lo hicieron los romanos! ¡Dicen que fue por culpa de las minas, aquello del Montefurado..., pero mi gente les alargó el curso, el de ellos, cada cual con su piqueta!
-¿Y cuando la francesada, que?
-¿Te lo dijeron en Zaragoza...? ¡Pues es cierto! En vida de no sé cuál de mis abuelos, entre el Barco y la Rúa, o el Petín, los paisanos abrieron en canal a veinte franceses, y dicen que los colgaron a todos, uno por uno, en aquellos alisos de junto al río Sil!
-¿Lo ves? ¡Defender la tierra de cada uno, aquella que alguien nos afirma que es nuestra, es algo así como defender la honra de la madre que nos parió!
-¡Orlando, que en este Territorio estuvieron aquellas pesquerías españolas, las de Santa Cruz de Mar Pequeña, y luego que aquel acuerdo con el Sultán No Sé Cuantos, fue actualizado...!
-También en tu Barco estuvieron aquellos romanos, como bien dices, pero que no se les ocurra volver de presente, ¿o sí? ¡Si aún volviesen trayendo romanas...!
El cuñado, que si hiciese falta también robaría sabinas:
-En el Barco ahora pesan con la romana eléctrica, en el mostrador, pero si me hubiesen traído a la Lucía Bosé, ¡yo no tendría que ir a Verín para casar!
Celsa, sin entender la mitad de aquellas metáforas, pero a la defensiva
-Fuiste casar a Ourense, que yo estaba allí, bien guapa por cierto, en aquel tostadero de café..., ¿o ya no te acuerdas, Pascualón?
-¡No, mujer, no, que tú vales lo que pesas: primero, en café; después, cargándote con dos hijos; y ahora, mercando esa tela, por kilos, para venderles trajes de fiesta a las marquesas de Ifni, que como tengamos que evacuar algún día..., cada mujer, tres maletas, y eso que se dejaron las joyas, las joyas y sus chóferes, en el puerto de Algeciras!
Aquella alusión a la supuesta hidalguía de las colonizadoras igual molestaba a Neira, así que Louzao, que seguía presente, desvió el tema:
-Por cierto, señoras, que ya lleváis tres meses de negocio, séase, de prosperidad..., ¡irá siendo hora de celebrarlo!
-Este Policía está en todo: canta en la procesión y toca las campanas! ¿No querrás, aparte de este champaña, que por cierto es de viuda, de la de Monsieur Cliquot, bajado del Economato, cobrarnos impuestos?
-No, Pascual, que va de broma, que bien sabes que la Policía sólo cobra, o hace que cobra, a las tiendas del Interior, que aquí, en la ciudad, esas ansias son de los Servicios Financieros, además de ese simulacro de Ayuntamiento, ¡que ni sé para que lo tenemos!
-Pues precisamente para eso, de simulacro, que si cuartel no fuese, no estaría presidido por un comandante...
-Pascual, en eso yerras, que este Ayuntamiento quien realmente lo preside es doña María, su esposa, pues el viejo Rámiz, ya le ves, ¡un bendito! Y de eso de los impuestos..., ¡se cobraban, en pretérito, que últimamente ni a eso nos atrevemos, así que hemos devenido en plaza franca, sin necesidad de declararla como tal, pero aun así los tenderos no parecéis satisfechos! Si mal no recuerdo, el Reglamento de Impuestos Indirectos es de ayer mismo, que fue sancionado por una Orden de Marzo del 54; por cierto, que para nada recaudar, buena polvareda armó entre los nativos.
-Nosotros, sí, -le contestó el aludido, -que estas empresarias, tanto la mía como Felisa, no se cansan de hacer y de vender ropa, que no sé si sabes que ya tienen tres empleadas...
Carlos, soltero por las circunstancias, que no por vocación, comentó:
-La suerte que tenéis, tú y Celsa, aún es otra, que tenéis los ángeles paridos, que por lo de ahora no sé por qué me parece que esa comadrona, Charo, y con ella el doctor Serrano, y todo su equipo de ginecología, se pueden ir de colonial, definitiva, pues de unos meses para acá pocas trazas de familia se ven; ¡las parejas se asustaron desde que empezaron estos paisas con sus algaradas!
-¡A este solterón de Carlos, cómo le gusta tirar la piedra...! Eso es por culpa del Plus de Residencia, que si nos mandan para el Campamento de Parga, o similar, entonces eso de criar hijos para la Patria..., ¡fiu, fiu!
-Pascual, tú, con los dos, no es que des la media, pero te acercas; sin embargo, hay otros, y no lejos, que debieron ver la guerra también de lejos..., ¡y se pusieron en cuarentena!
Orlando, que le gustaban las indirectas, pero no recibirlas:
-¿Oyes, tú, Policía, qué sabes si soy precavido o..., corto de vista? Además, tú, Carlos, si te miras en un espejo tendrás que callar, que ya empiezas a tener cara de abuelo...!
-Teniente Neira, es que me gustaría ascender a oficial; primero, para que mis hijos, si llego a tenerlos, no sean echados del Casino, de la simple terraza, como hicieron hace poco con los de Pascual, y eso que estos inocentitos sólo iban a preguntar por ti, por su tío. ¡Lo sé por vosotros, así que no doy falso testimonio!
-¡Esa no me parece una razón! Claro que también pudiera ser un problema hormonal, que dicen que a los eunucos les gustaba acostarse con las hembras de los otros!
Pascual se puso como la grana, pero tuvo la entereza suficiente para tragarse aquella indirecta, la indirecta y la ofensa, pero no pudo, ni quiso, callarse:
-Orlando, perdona, pero te pasaste con Carlos, que esa broma, en mi casa, francamente...!
A los hidalgos, como a los cínicos, les viene de casta tener salida para todo, así que compuso una dúplica, rápidamente:
-Me refiero, cuñado, a que los solterones parece ser que entran en el reparto de esas prójimas que trajeron últimamente, ¡y ello a pesar de que son una reserva, unos refrescos para la tropa, para envalentonarla! No lo digo precisamente por Carlos, que nada sé de su vida íntima, pero hubo quejas...
Ahora sí que salió a la palestra el aludido:
-¡Orlando, te olvidas de una cosa: que también hay quien, sin problemas hormonales, ni haber pasado por la lanceta de los eunucos, sabe, y utiliza, el paternoster, que es la mejor medicina contra el gálico..., entre otras virtudes!
-¡No lo dudo, Carlos! Y mejor será que lo hagas así, pues codiciar la mujer de tu prójimo, además de peligroso, requiere confesión, y eso...
Pero el Sargento Pascual, visiblemente excitado, no le dejó concluir:
-Orlando, si yo fuese un capellán, un castrense de esos, me llamase Joaquín o Pedro, te juro que te designaba sacristán, a perpetuis, ¡por lo bien que te sabes la doctrina!
Con esta salida de Pascual, el hidalgo, tocado de ala, hizo su retirada:
-¡Lo malo es que, acaso, no sea práctico...!
Felisa, que ya veía los tizones acercándose a los cohetes, acudió con la cafetera en la mano:
-A ver, todos, que traigo otro café, pues, como dicen por Radio Ifni, en ese anuncio del Maestro Pepe: El café de La Gloria altera los nervios, pero..., es tan rico! Y ya que pretendéis que los niños sean hombres antes de tiempo, ¡que ni sé para qué, como no sea para que rifen entre sí!, poneros las servilletas de babero, como les hacemos a ellos, siquiera sea para situarnos en la mitad del camino, pues vosotros, quien más quien menos, ni adolescentes sois..., ¡que basta con oír vuestros disparates!
-¡Mi Felisa, si no tira con cerbatana, no es feliz.
-¡Pues, claro, maridito, que por algo soy la mujer de un Tirador, de un teniente Instructor de los Tiradores!
-¡Por muchos años, Felisa! –En palabras de Louzao, a lo que respondió ella:
-Aquí, Carlos, con eso que dice, quiere que llegue a vieja...; ¡pues no se lo agradezco, que ya he visto más mundo y más gente de la que me apetecía ver!
-No iba por ahí, mujer, sino por el convite, por este café, que te salió tan bien, o mejor, que el de La Gloria. Pero, ya que te fuiste por otro lado, tendré que aclarar que es mi deseo que lleguéis a la senectud, guerras aparte, ¡los dos, por supuesto! Concretamente para que conozcáis a mis nietos..., ¡que le debo una lección aquí al jefe! Lo peor será que, con estos sabotajes de los moros, los residentes no están trayendo cuñadas, y si alguna sobró de las últimas remesas, esas..., ¡esas ni se miran en el espejo!
Pascual, que para algo era el anfitrión, se ocupó de los remaches para ir apagando, para ir desviando, el rescoldo de aquella tertulia que tan densa resultara:
-Carlos, eso no es pretexto, eso no te vale, pues tanto en la Península como en las Islas quedan mozas, muchas y perfectas! Y ya no digamos de las canarias, que esas se pirran por los godos, por los godos y por los suevos, aunque estos últimos llevan la palma..., ¡en Las Palmas, donde la colonia gallega se multiplica de día en día!
Celsa, prudentita, que antes no se atreviera a hablar, apuntó la nueva del día:
-Si queréis pruebas de lo que dice mi Pascual, ahí tenéis al teniente Serra, que un día de estos da su despedida de soltero, que lo comentaron en nuestra tienda... ¡Eso para que veáis que en el Ejército de África sigue habiendo hombres valientes, valientes y guapos, pues el Serra, mi madriña, es un sol de hombre, siempre tan correcto...!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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