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La llegada a Esquel

jueves, 05 de enero de 2023
Fue al aeroparque y se embarcó en el avión que lo llevaría la capital de Chubut. Sobrevolaron la provincia de Buenos Aires, un mosaico de cientos tonos de verde y dorado formado por los campos sembrados y el trigo a punto de cosechar. De vez en cuando el espejo irregular de una laguna en un tejido de innumerables rutas entrelazadas. Esa mañana de enero estaba despejada y permitía disfrutar del paisaje aéreo. Cuando se aproximaban a Trelew, vio a la izquierda la silueta inconfundible de la península de Valdez. Aterrizaron y el chofer que lo estaba esperando lo llevó hasta la Subsecretaría de Salud. Antes de llegar pasaron por una de las viviendas oficiales para dejar su escaso equipaje, en la cual se tendría que alojar durante su estadía.

Después de aceptar los términos del nombramiento y de unas jornadas de trabajo en las oficinas casi vacías por las vacaciones, durante las que se puso al tanto de cuáles serían sus tareas y de lo que esperaban de él, le dieron un pasaje de Aerolíneas para trasladarse a Esquel.

En ese pequeño aeropuerto también lo esperaba un chofer del hospital que lo llevó hasta el Residencial Sky. Al bajarse le entregó las llaves de la doble cabina gris, vehículo del que podía disponer para trasladarse por la ciudad. Al agarrar las llaves, recordó que hasta hacía unos días no tenía ni para comer. Dejó los dos bolsos que serían todo su equipaje y se fue caminando hasta el hospital, que quedaba a tres cuadras.

Se presentó al director en el despacho de la primera planta, donde estaba el área administrativa. El doctor Canale era todo un personaje, bastante mayor, dueño de la principal clínica privada e intendente electo. Lo miró con cierta desilusión y le preguntó la edad y la experiencia que tenía. Se mantuvo callado unos segundos y dijo:
Demasiado joven, che.

El personal de la administración cuya jefa, Alcira, era la esposa del señor pelirrojo que lo había esperado a su llegada, lo miró con una curiosidad que no podía disimular. Ese mocoso era desde aquel momento el subdirector y vaya a saber qué ideas tendría en la cabeza. La auxiliar parecía menos intrigada, seguramente no tendría mucho que defender.

Le asignaron un despacho junto a la administración. El hospital funcionaba en un edifico viejo, y desde su ventana se podían ver la obras de las nuevas salas.

En cuanto pudo se mudó a una pequeña habitación individual, en una típica hostería de la avenida Fontana, con ventana a la calle y más acogedora que la que ocupaba. Dedicó los primeros días a visitar los distintos servicios y conocer al personal, siempre recibido con curiosidad. Como en toda comunidad geográficamente aislada, los integrantes establecían un cordón de seguridad antes de dejar ingresar un elemento externo.

Fuera del trabajo siguió un consejo del Director General: no relacionarse con ningún subalterno hasta conocerlos bien, y aún así, con muchísima precaución, porque existían unas redes que él ignoraba y lo podían atrapar sin darse cuenta. Así que decidió aceptar la invitación del jefe de la zona sanitaria, el doctor Tedeschi. Conoció a su mujer, María (no tenían hijos), la que le anunció que estaban esperando a una sobrina, una odontóloga recién contratada para el hospital.

No habían pasado ni dos semanas de su llegada, cuando lo llamaron desde Rawson por unas jornadas sobre la implementación de las nuevas políticas sanitarias. Regresó el primer sábado de febrero, se subió a la pick-up que había dejado estacionada en el aeropuerto y se fue directamente a la casa de Tedeschi para ver si tenía algún plan para ese fin de semana,al que pudiera acoplarse.

Lo recibió María y le anunció que, como habían llegado parientes, se marcharían después de almorzar todos a pasar la tarde a un río cercano, y estaba invitado. El día se presentaba espléndido, una de esas escasas jornadas del verano patagónico que invitan a tomar sol. Le comentó que entre los excursionistas estaría su sobrina, llegada el día anterior. Ya se lo había adelantado, aclarándole que estaba sola, e insinuando que podría invitarla a tomar un café. Preguntó si podía llevar a alguien en su vehículo, se transmitió la oferta al interior y unas voces femeninas, después de un breve diálogo, rechazaron la invitación.

Antonio fue al hospital, dejó en su escritorio la documentación que traía, almorzó en el comedor, charló con el personal de guardia y pasó por la hostería. Se cambió, recogió la maya, una toalla, un abrigo y salió rumbo al sur. En la carretera pensó en la anunciada sobrina y recordó cuando unos meses atrás un amigo le había prometido presentarle a una dentista recién llegada, soltera, y que a un recién separado como él le vendría muy bien. Estuvo aguardando la presentación con ansiedad, hasta que la vio aparecer por la puerta. Lo superaba en altura varios centímetros, tenía chasis grande, y calculó que no le resistiría una abrazo apasionado, así que todas las ilusiones se esfumaron. Reconoció ser un poco acomplejado.

Cruzó Trevelin y continuó por la ruta 259 hasta el cartel que indicaba "Río Percey", dobló a la derecha y al final del camino de tierra estacionó junto a otros coches. Se cambió, y ya con el uniforme deportivo náutico llegó caminando a la orilla. Buscó y se arrimó a la familia que se le había adelantado y se encontraba en un rincón de la playa arenosa. Saludos, presentaciones, encantado. La tía, señalando con la cabeza la vía acuática anunció:
Ahí vuelven las chicas. Elena es la de bikini rojo.

Continuará, y vaya si continuará.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021).
Montesanto, Andrés
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