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Sima de Jinámar: La ruta de las basuras

miércoles, 04 de enero de 2023
La vergüenza que exige vigilancia y sanciones ejemplares

Acostumbrado como estoy a que el amanecer me coja camino de alguna parte, nunca pensé hacer una ruta tan original como deplorable. Es habitual que los senderistas recorramos sendas que nos ofertan multitud de estímulos que fortalecen cuerpo y espíritu. Hay rutas botánicas donde el disfrute te lo proporcionan espacios y especies, un abanico de plantas que hacen de esa senda un periplo singular. Cierro los ojos y acude a mi mente el Jardín Botánico Viera y Clavijo con una representación sin igual de los pisos de vegetación de nuestras islas, de otros archipiélagos y de la flora del mundo, con paisajes tan particulares, con tanta armonía y equilibrio que le han llevado a ser considerado por la prestigiosa revista internacional de viajes Condé Nast Traveler, uno de los mejores espacios zen de España, es decir un lugar idóneo para ir tras la búsqueda del bienestar japonés, algo que hace muchos años conoce la comunidad japonesa afincada en nuestra isla. Pero también acude a mi mente el paisaje botánico tratado en un artículo anterior, en concreto el siete de febrero bajo el título: "EL MILAGRO DE UN CHAPARRO CENTENARIO. La extraordinaria belleza de un paisaje que agoniza", en el cual disfruto, narrándolo con estudiado detalle, las sensaciones asociadas a un paisaje vegetal único, un escenario de especies liliputienses modelado por la maresía, el viento y la arena.

En otras rutas, son las aves las que nos sorprenden y algunos humanos, tal vez más expertos en la materia, las consideran rutas ornitológicas. Yo prefiero no parcelar, siempre me gustó más la visión holística, asociándolas al ecosistema y disfrutando, como en un concierto de la armonía que provocan los cantos del mundo alado, de sus singulares registros pues, como endemismos que son algunas de sus especies, su belleza y canto presentan singularidades propias, recreando un universo sonoro propio que se une a la policromía visual de sus cuerpos emplumados, enriqueciendo el placer de los sentidos y alegrando el espíritu.

No son pocas las rutas en que mis pies van tras el reconocimiento del mundo geológico, siempre vivo en este municipio, siempre reciente, sorprendente y emocionante. Pienso entonces en la Caldera y el Pico de Bandana, pues es un lugar de referencia para mí, el lugar a donde acudo cuando tengo necesidad de encontrarme, de recuperar el aliento vital descendiendo hasta ese útero volcánico y mineral que es el fondo de la Caldera, sentirme parte de ese reducto de vida salvaje. La Caldera es un lugar donde el tiempo deja de transcurrir y se transforma en tiempo vivido. Eras, antiguos lagares, muros ancestrales que te hablan de la lucha diaria por obtener de la tierra el sustento necesario, colonias de palomas salvajes y solitarios depredadores alados. Territorio aborigen, territorio del halcón tagorote, territorio del tan maltratado, siglo tras siglo, bosque termófilo. Sí, es cierto, la Caldera y el Pico de Bandama se encuentran emplazados dentro de territorio municipal de Las Palmas de Gran Canaria, pero no es menos cierto que su ladera orientada al sur, la que desciende en una pendiente vertiginosa de picón hasta el barranco de Las Goteras, es límite con nuestro municipio y se extiende frente a ella todo un campo de volcanes mancillado, alterado, herido. Mantengo los ojos cerrados para recorrer con la imaginación otra ruta que me evoca un paisaje geológico singular y me encuentro sobrevolando los conos volcánicos de Lomo Magullo. ¡Qué extraordinario paisaje de volcanes! Conos inalterados unos, otros a punto de desaparecer por la falta de planificación insular, ejemplaridad ante acciones ilegales y la insidiosa ambición del ser humano, conos fisurales como el de Cuatro Puertas, conos desmantelados por la fuerza del océano pues, en esta línea de volcanes NW-SE, algunos se asoman al mar en la península de Gando. Y en mi viaje interior, el que no necesita los pasos pues dispone de alas e imaginación, observo volcanes y derrames lávicos, malpaíses y bloques erráticos y todo un manto verde de vegetación que ha colonizado durante siglos las lavas y cenizas emergidas y observo melosas, tabaibas, esparragueras, cornicales, cardones, inciensos, soberbios dragos centenarios en El Gamonal, relictuales bosquetes de acebuches y una atractiva variedad de bejeques y pasteles de risco.

Abro los ojos y regreso al lugar donde me encuentro que no es otro que la visión de un conjunto vulcanológico de un valor similar al del campo de volcanes de Rosiana. Esquivando la basura mi vista se despliega sobre el conjunto vulcanólogico de Jinámar. Es triste ver su estado pues la desidia y el infortunio ha permitido la alteración de todo el paisaje. El ser humano ha convertido el lugar en una especie de territorio donde impera la máxima de todo vale. Para algunos conos volcánicos una posible recuperación llega tarde. Siempre hay un momento de no retorno, de imposibilidad de regenerar el elemento geomorfológico desaparecido o muy dañado pues han sido desmantelados en gran medida o en su totalidad. Es difícil encontrar un cono sin alterar, si acaso Montaña Pelada, pero Montaña Rajada, Montaña del Gallego y el edificio volcánico de la Sima han desaparecido o están gravemente alterados. Las agresiones sobre este paraje son variadas, junto a la irreparable de las extracciones de picón y escorias, capaces de convertir en un espacio llano y pelado la estructura de un cono volcánico, se une la planta insular de escombros, cuyo tratamiento no va más allá de su almacenamiento y compactación, aportando al medio una imagen de un páramo blanco, sin vida alguna, que contrasta con el manto verde del cardonal que lo circunda.

Respiro hondo y recuerdo porqué estoy aquí. No es el conjunto de volcanes el objetivo mío de hoy. El pateo va en busca de un elemento geomorfológico muy especial: la Sima de Jinámar. Conocer su estado, el estado de su entorno inmediato y el estado de las carreteras o senderos de acceso a la Sima.

Otras rutas me acercan a un mundo desaparecido, aunque permanezcan en la población diversos vestigios de ese pasado en forma de prácticas, costumbres, hábitos... En esos periplos voy tras la huella aborigen y Telde presenta, como muy pocas localidades, un amplio abanico de yacimientos arqueológicos. Barranco de Silva, barranco de Jinámar, Las Huesas, Tufia, Malpaso, La Restinga, La Garita, barranco del Draguillo, Tara, Tecén, San Francisco, Cuatro Puertas... me ofertan cuevas, necrópolis, adoratorios... donde disfrutar del silencio y de los ecos del pasado, de otros tiempos donde el paisaje era otro, donde el agua discurría por el cauce de estos barrancos y donde la cueva estaba viva y el espacio circundante era un espacio habitado.

En otras rutas me encuentro con la historia del lugar, con sus tradiciones, sus valores etnográficos, unas veces unidos al discurrir del agua con sus molinos y su red y canalización hidráulica, otras a la explotación de sus caleros, al cuidado de sus ganados, a las labores de siembra, a la pesca tradicional y a toda una serie de elementos que vertebran un acercamiento vital, que da sentido a todas y cada una de las rutas que sólo o en compañía deseo realizar. Todas estas rutas están llenas de vida, todas apasionan sobremanera. Todas significan conjugar con mayúsculas el verbo vivir.
Pero, el título de este artículo hace referencia expresa a otra ruta y es de ella de la que vengo a hablarles, Una ruta que, por inconcebible su estado, nunca pensé que llegaría a encontrar en nuestro municipio. Una ruta que tiene un escenario impactante y lesivo para el medio. Para abordarlo permítanme una pequeña reflexión previa. A nadie se le ocurriría invitar a un amigo, un familiar a su casa y recibirlo entre basuras y escombros por el pasillo o con restos de comida en la mesa de la cocina, con muebles viejos y cartones tirados por el salón, sobre los muebles o cubriendo de inmundicia el sofá y las sillas donde sentarse. Nadie hace eso. A nadie se le ocurre tal cosa porque es consciente de que es su casa y su casa debe encontrarse limpia y ordenada, por razones de salud, de estética, de sentirse bien en su espacio cotidiano. No tiene necesidad de hacerlo pensando en los demás, en agradar a alguien sino pensando en uno mismo. Tal razonamiento parece de una lógica aplastante. Sin embargo esta semana, buscando precisamente un elemento volcánico de extraordinario valor tanto por su singularidad, único en su formación y estructuras dentro del archipiélago pues se trata de un tubo volcánico como no hay otro, recordado por el simbolismo que para el ser humano ha tenido durante siglos relacionado con hechos históricos de represión y violencia, inicié mi periplo en el barranco de Jinámar para disfrutar una vez más del maravilloso parque Jaime O'Shanahan del que les hablé extensamente el 20 de enero en el artículo "JINÁMAR, PULMÓN VERDE. La esperanzadora visión de un valle urbanizado" y me dejé llevar por las zonas verdes de este barrio. Al rebasar el dragonal y las soberbias palmeras canarias que anuncian la presencia del colegio José Tejera, abandono el cauce pues cultivos y naves industriales no me permiten el acceso, viéndome obligado a girar a mi izquierda y tomar una de las calles del polígono industrial de Maipez en un ascenso continuo que me llevaría al encuentro con la sima de Jinámar. Como el paseo es digno de una visita guiada, por el abandono observado en el mismo, les serviré de cicerone en un camino que no podrán negar que tiene de todo hasta negativas singularidades más allá de sus valores contrastados.

La calle en cuestión por la que subo se llama Ángel Guimerá. Al término de la misma me encuentro con una perpendicular llamada Calle Noruega. La dirección que debo tomar se encuentra a mi izquierda, en busca de la calle Secretario Espino que me llevará sin riesgo de pérdida hasta la Sima. Pero, una visual al ramal derecho de esa calle me sorprende con la presencia de un impactante vertido que por su dimensión y lugar donde se encuentra, debería haber sido retirado hace mucho tiempo pues cierto es que lleva ahí muchos meses, tal vez años. Recorro la treintena de metros que me separan del vertido o mejor de los vertidos para saber la razón del mismo pero sobre todo para saber del enorme panel informativo que se encuentra tras las basuras. Leo lo siguiente: Obra financiada por el Gobierno de España. Promovida por el ayuntamiento de Telde. Denominación del proyecto: Punto Verde ambiental e instalación de contenedores de recogida de aceite usado. Zona Jinámar. Presupuesto 173.828'27 euros. Plazo de ejecución: 5 meses.

¡Asombroso! ¿Pero que me están contando? ¡Qué vergüenza! ¿A nadie se le ha ocurrido eliminar este panel? Una valla sin sentido que denuncia públicamente una obra jamás realizada. Les cuento, aunque ustedes hoy mismo si lo desean pueden acercarse y ver. Esta valla lleva aquí mucho tiempo. Del proyecto que habla nada veo, a no ser que eso del Punto verde ambiental se refiera al pequeño muro verde a tres colores que no cierra ningún espacio de tratamiento de residuos pero, eso sí, está pintado de verde. Los residuos, como pueden ver en la foto que inicia este artículo, no faltan: Neveras, colchones, muebles viejos destrozados, una gran cantidad de uralitas sin tratamiento alguno y una multitud de bolsa de basura. ¡Indignante!

No me corresponde a mí investigar nada, además no me apetece. La vida que pretendo con estos paseos va por otros derroteros, pero me gustaría saber si los que han llevado a cabo este proyecto han gastado los 173.828 euros, eso sí, debían ser muy meticulosos en calcular el valor de la obra que jamás se hizo porque están definidos hasta los veintisiete céntimos de euro. El trozo de muro hecho bien pudo costar los ochocientos veintiocho euros, eso con precio de empresa, pues unos cuantos bloques encalados y pintados no llega en la calle a la tercera parte de eses valor, pero... ¿dónde están los 173.000 euros restantes? Estoy convencido de que la obra, una vez licitada y aprobada, se ha entregado para su ejecución. ¿Alguien hizo el seguimiento de dicha obra, del presupuesto recogido en el panel...?

Nada hay realizado más allá de una pared de bloques pintada en tres gamas de verde. Por no haber no hay ni puerta. Tras ese muro un solar vacío, donde la vegetación de la zona, mayoritariamente vinagreras y berodes, han ocupado un lugar que jamás se ha preparado para ser llevada a cabo una obra.

Si se presupone que el terreno donde se iba a realizar tal proyecto es de titularidad municipal, ante el enorme vertido de basuras y escombros... ¿a nadie se le enrojece la cara, nadie se avergüenza, ningún ciudadano se indigna, ningún representante político se da por aludido? Sí es así, es deplorable.

Invito a los lectores a coger el coche y acercarse al lugar, así podrán ver y enojarse ante este esperpento y el que a continuación les paso a relatar. No sé cómo, tras este primer encuentro, lo que me esperaba camino de la Sima no fui capaz de preverlo. Me hubiese evitado el disgusto de una imagen deplorable capaz de ensombrecer el espíritu.

Desandé los pasos y retomando el cruce me dirigí, calle Noruega arriba, en busca de la bifurcación que, siguiendo la indicación de un letrero informativo que indica la dirección de la Planta de reciclaje de escombros Canarias (REC) nos lleva sin pérdida a los restos del cono volcánico donde se encuentra la Sima de Jinámar.

Secretario Espino se llama la pista asfaltada. El suelo está destrozado por el tránsito continuo de camiones, con baches donde un utilitario puede dejar las ruedas, la amortiguación o destrozar los fondos del vehículo y, por supuesto, no existen arcenes.
Inicio el ascenso a pie por la misma calzada pues no es posible acceder por los bordes, tanto por la presencia de una vegetación que campa por sus derechos y dificulta el paso con especies como las espinosas esparragueras (Asparagus sp), como por los continuos vertidos de basura que se suceden a ambos lados de la vía. Así de claro. Mi sorpresa en un primer momento fue enorme pues no estaba acostumbrado a que un vertido así no fuera objeto de una actuación ejemplar: decenas de vertidos de basuras varias: muebles, lavadoras, neveras, cartones, cristales, restos de aluminios, de cerámicas, de pisos... sepultando la vegetación de la zona, invadiendo la calzada.

Es indignante constatar cómo ante el tránsito y visita de cualquier ciudadano, senderista o turista con inquietud por conocer la Sima, verla in situ, disfrutar de un elemento geológico único, la imagen que se encuentre sea esta, una carretera llena de basura. Una sencilla reflexión te lleva a estas conclusiones: el tratamiento es fácil, siempre y cuando se tenga voluntad de hacerlo.

En primer lugar, es este uno de los vertidos recurrentes y más impactantes el municipio teldense. Recurrente porque llevamos décadas denunciando y demandando limpieza, vigilancia y protección. ¿Quiénes? Industriales, vecinos, ciudadanos en general, medios de comunicación y ecologistas.

De nada vale una medida nada más. Si limpiamos, es probable que a las pocas semanas tengamos más vertidos ilegales, incontrolados, incívicos pues aquellas personas que una y otra vez, sin tener en cuenta ni importarle el derecho del resto de personas a un medioambiente limpio y saludable, están habituados a dejar sus basuras en el medio, volverán a hacerlo.

De nada sirve mandar agentes municipales, que alguna corporación llegó a bautizar como policías medioambientales, si éstos con profesionalidad y rigor realizan correctamente su función y los expedientes sancionadores que han impulsado con sus denuncias jamás se tramitan y son abandonados en un cajón hasta que prescriben.
No estoy hablando de algo que puede pasar, hablamos de hechos que pasaron e infractores con nombres y apellidos que jamás abonaron una multa, ratificando de tal modo la impunidad existente.

Tampoco se educó, y educar significa informar a las empresas de la zona, una por una, a las asociaciones empresariales, solicitar su colaboración para erradicar los infractores, poner en valor el polígono industrial donde se ubican sus empresas. Es esencial informar una y mil veces antes que penalizar.

Si hay algo que no nos vale es la respuesta fácil, la desesperanza, la desidia y abandono ante desilusionantes frases como éstas: "Siempre ha sido así". "Por mucho que limpiemos, lo vuelven a ensuciar". "La última vez sacamos decenas de camiones de basura, es una tarea de nunca acabar" Cualquier postura derrotista es inaceptable. Es tan pequeño el tramo a controlar, apenas un kilómetro, que no hablamos de vertidos incapaces de tratar, vertidos cuya dimensión y exigencia se vuelven inabordables, zonas de difícil acceso y difícil vigilancia. Nada de eso, se trata de una carretera frecuentada donde la vigilancia es fácil y la protección de los márgenes también.

Sigo caminando pues, muy cerca de la sima me atrae una interesante población de botoneras, una preciosa planta arbustiva de hojas pilosas, sedoso tacto y color grisáceo con una enorme profusión de flores amarillas. Es la única localidad de todo el municipio donde podemos observar una población tan importante. Para los botánicos se trata de Asteriscus graveolens y desafortunadamente algunos ejemplares se encuentran sepultados por estas basuras depositadas por desaprensivos en ambas márgenes de la carretera.

Pero no son las botoneras las únicas especies que enriquecen el hermoso tabaibal y cardonal de esta zona. A su lado crecen hermosas esparragueras, cerrajones, balillos, cardones, tabaibas amargas, hediondos, vinagreras, azaigos de risco, bejeques, inciensos, verodes, tajinastes blancos...

No tardo mucho en dejar la carretera, en abandonar la ruta de las basuras, justo en la cerrada curva que dirije a los camiones hacia la Planta de Reciclaje y camino junto a unos estanques llenos de agua, agua que da vida a toda la superficie cultivada que observo en el cauce. Sobre una vieja tubería discurre la senda que lleva a la Sima. Es un recorrido corto, apenas diez minutos.

Me encuentro ahora frente a ella. Los que llevamos cuarentas años viniendo a la Sima a admirarla, a sentirla, a embriagarnos con el aroma de su flora en diferentes épocas del año, con las siluetas de los cernícalos y aguilillas sobrevolando el paisaje volcánico, ni el paisaje ni la Sima son lo que eran.

La Sima perdió majestuosidad y belleza, dejó de imponer su hondura, de provocar sensaciones de miedo al aproximarse a su borde, de despertar el instinto de supervivencia al sentir su negrura, la oscuridad impenetrable del abismo. Nada es igual desde que se enjauló.

Sé y soy consciente de que la seguridad es un tema prioritario, que es preciso proteger al ciudadano ante riesgos contrastados, pero no podemos convertir todo en un peligro permanente. Nadie había caído hasta la fecha y la Sima es ahora un reducto aislado, sólo las palomas bravías encuentran en su interior un lugar libre donde anidar y vivir. Ni defiendo ni rechazo la actuación, pero estoy en contra de que la naturaleza sea tratada como un parque urbano donde se controla hasta niveles que rayan con la obsesión el más mínimo riesgo de daño para el ser humano que la visita, convirtiendo todos los escenarios naturales en meros escenarios antropizados.

Es mi deseo que en mi próxima visita al campo de volcanes de Jinámar sean las plantas y no las basuras quienes me den la bienvenida. Un saludo.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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