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lunes, 02 de enero de 2023
A las órdenes del varón
(La mujer en la Iglesia)

¡Siglos! Todos los siglos de la historia han sido testigos de cómo las mujeres fueron esclavas de los caprichos del varón y de cómo han estado sometidas a sus órdenes. Algunas mujeres, auténticas heroínas, iniciaron hace más de cien años una larga marcha hacia la meta de la igualdad de derechos con los hombres, y son significativos los avances y objetivos conseguidos.

Sin embargo, la mujer sigue ocupando un clarísimo segundo plano en la Iglesia católica (también en otra religiones -¡y de qué manera!- como el islamismo), institución que siempre le ha negado el acceso al sacerdocio ministerial. La Iglesia, siguiendo a San Pablo, la destinó básicamente a 'vestir santos' bajo las órdenes del varón.

Las mujeres de algunos países de occidente levantaron a finales del siglo XIX y principios del XX la bandera de su liberación a través de movimientos feministas y sufragistas, lo que les acarreó numerosos contratiempos y no pocos sinsabores. En España consiguieron poder votar en las urnas, por primera vez, en 1932, hace sólo 90 años.

Pero hoy mismo, en muchos países en los que imperan religiones integristas, las mujeres siguen siendo auténticas esclavas de los 'señores'. Aún permanecen en nuestras retinas las imágenes de las mujeres afganas que, por decreto de los talibanes, no podían (¿pueden ya?) estudiar, y ejerciendo 'sus labores' tapadas desde la cabeza hasta los pies con túnicas que sólo tienen una minúscula rejilla a la altura de la boca y la nariz para poder respirar. Con horror contemplamos a diario como siguen existiendo gobiernos y tribunales de justicia que, con el Corán en la mano, condenan a muerte, por lapidación, a mujeres por el 'delito' de tener un hijo fuera del matrimonio. Hemos visto con espanto cómo en septiembre de este año la joven iraní Mahsa Amini, de 22 años, murió mientras estaba detenida 'por llevar el velo mal puesto'.

Pero, en los países industrializados y desarrollados de occidente -donde las mujeres con sangre, sudor y lágrimas han ido consiguiendo a lo largo del siglo XX el reconocimiento de buena parte de sus derechos políticos, jurídicos y sociales- no debemos cantar victoria.

Pues, en España mismo, sin ir más lejos, todavía se mantienen actitudes, gestos y actos estrafalariamente machistas. Ahí tenemos, como ejemplo, la prohibición de que las mujeres no pudieran participar desde el siglo XVII en el "Alarde" de Hondarribia y en el de Irún, y que solamente se les permitiera participar en el 'desfile-procesión' como 'cantineras' (encargadas de servir las bebidas a los hombres). Los esfuerzos de algunas mujeres de estos pueblos guipuzcoanos están consiguiendo algunos logros desde hace tan sólo 20 años.

¿Qué pasaba en el Círculo del Liceo de Barcelona, donde se negaron en 2001 -hace solamente 21 años- a admitir como socia, junto con otras nueve mujeres, a la mismísima Monserrat Caballé, quien, como la gran soprano que fue, había actuado innumerables veces en dicho Liceo? Fue tal el 'espectáculo' que se montó en los ámbitos nacional e internacional que los miembros de la Directiva cambiaron los estatutos para que, poco tiempo después, fueran admitidas como socias.

Y... ¿por qué en el sistema de acceso a la Corona de España tiene primacía el varón sobre la mujer? Véase, si no, a Felipe VI frente a sus dos hermanas, mayores que él.

El mismo Tribunal Constitucional ha fallado hace pocos años, sólo por razón de sexo, a favor del varón y en contra de una mujer que pretendía acceder a un título nobiliario. ¿Para quién entonces se ha escrito el artículo 14 de la Constitución en el que se proclama que "los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión..."?

En España (y todavía viven muchas mujeres que pueden contarlo), hace sólo 50 años, algunos curas exigían que las mujeres llevasen velo en las iglesias. Hace también sólo 50 años, la mayoría de las mujeres tenían como profesión 'sus labores', la enseñanza de niños (maestras), la enfermería, barrer la iglesia del pueblo y 'vestir santos'. En una partida de nacimiento de 1915 se hace constar que mi abuela paterna se dedicaba "a las ocupaciones propias de su sexo".

Todavía viven muchas mujeres que nos pueden confirmar cómo hasta mediados de los años setenta necesitaban permiso de sus maridos para abrir una cuenta corriente en un banco. Hace sólo 39 años, con la Constitución aprobada, el que suscribe fue obligado a firmar una autorización para que su hija pudiera ser inscrita en la cartilla de la Seguridad Social de su madre, mi esposa. Lo de la 'autorización' fue idea mía, pues la funcionaria -era una mujer, para mayor inri- pretendía que firmara un documento en el que hiciera constar que yo 'renunciaba' a inscribirla en la mía, "renuncia" a la que me negué rotundamente. A cambio, le propuse firmar una "autorización".

Y aún hoy, algunos partidos políticos consideran necesario reservar cuotas para las mujeres en cargos públicos, a pesar de que éstas han demostrado estar a la altura de los varones, y de que en muchos casos los superan manifiestamente. Y cada día vemos cómo aumenta el número de mujeres asesinadas por lo que se viene denominando "violencia de género".

Pese a ello, y hechos estos prolegómenos, creo que no sería equivocado afirmar que hoy en España, con la Constitución en la mano y con la práctica diaria, las mujeres, de hecho y de derecho, pueden acceder, y de hecho acceden, al ejercicio de todas las profesiones, al igual que los hombres, excepto a una: la del sacerdocio ministerial.

¿Por qué esta exclusión? ¿Por qué no pueden confesar y perdonar en nombre de Dios? ¿Por qué no pueden decir misa y consagrar el cuerpo de Cristo? ¿Qué les diremos a nuestras madres y hermanas, que nos cuidaron y educaron en la infancia y juventud? ¿Qué les diremos a nuestras esposas e hijas, que nos acompañan y alientan en la madurez? ¿Les diremos que pueden hacer cualquier carrera, menos la del sacerdocio porque Dios Padre prefiere a los hijos varones? ¿Es acaso cuestión de ovarios o de testículos? ¿Es que Dios lo ha dicho o escrito en alguna parte? No es posible entender cómo Dios podría negar o restringir derechos a su madre y a las demás mujeres por razón de un sexo que él mismo hizo, y que ellas no eligieron.

Dios creó al hombre y a la mujer "a su imagen y semejanza", pero varios autores sagrados del Antiguo Testamento, en plan machista y patriarcal, no dudaron en invertir los términos y dibujaron a Dios a imagen y semejanza de ellos: anciano y con barba blanca, a pesar de que él había asegurado que era "Dios y no varón" (Oseas, 11,9), aunque la Vulgata se cuidó bien de poner "hombre" en lugar de "varón". Y así -aunque también hay en la Biblia ejemplos de bondades femeninas-, no les tembló el pulso para transmitirnos, como palabra de Dios, las mayores vilezas sobre la mujer.

En el libro de los Proverbios se afirma: "anillo de oro en jeta de puerco es la mujer bella, pero sin seso". El Eclesiástico no duda al señalar que "es mejor la iniquidad del varón que la mujer benefactora". Y el Eclesiastés remacha: "Y hallé que es la mujer más amarga que la muerte y lazo para el corazón, y sus manos, ataduras (...). Entre mil hallé un hombre, mas mujer entre todas, ni una hallé".

Con el Nuevo Testamento cambiaron radicalmente muchas cosas. Después de saludarla, el arcángel San Gabriel piropeó a María diciéndole que era un encanto, que estaba "llena de gracia" y que iba a ser Madre de Dios. Ella, que no entendía nada, le pidió explicaciones (¡menudo atrevimiento, pedir explicaciones en un contexto tan machista!). Y, al aceptar, dijo: Ecce ancilla Domini. Aquí, la esclava del Señor. No de los señores.

Y, tras esto, Cristo inaugura un nuevo orden: no se opone a que la Magdalena -una prostituta- le lave los pies; salva a la mujer adúltera cuando los hombres, también pecadores, la quieren lapidar; y dialoga con la samaritana, lo que estaba muy mal visto por el odio que existía entre judíos y samaritanos. Parece que se llevaban tan mal como se llevan hoy israelíes y palestinos.

A los escribas y fariseos -venerables varones que le acusan de violar y destruir la Ley de Moisés por hacer, por ejemplo, curaciones 'en sábado'- les llama "raza de víboras" "sepulcros blanqueados" y "guías de ciegos", les aclara que no ha venido a destruir la ley, sino a darle sentido y plenitud, que 'no fue hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre' y les asegura que las prostitutas les precederán en el Reino de los cielos.

Cuando van a por él para condenarlo, los doce varones amigos suyos, cobardes como gallinas, lo abandonan. Judas, traidor, lo vende; Pedro, cobarde y asustado, niega conocerlo; y los demás, despavoridos, se escondieron como conejos. Por el contrario, las mujeres dan la cara y le acompañan al Calvario.

La Verónica -valiente, sin arredrarse ante el griterío de la chusma- le enjuga el rosto, lleno de sudor y sangre. Y allí, junto a la cruz, estaban su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Y es María Magdalena la primera en acudir al sepulcro. Y Cristo, resucitado, se le aparece -¡la primera aparición... a una mujer, a una puta arrepentida!- y le pide que vaya al escondrijo de los hombres y les diga que ha resucitado.

¿Qué le pasaba a San Pablo para no ver todo esto? ¿Por qué le dice a Timoteo que "la mujer aprenda en silencio, con plena sumisión" y que no consiente "que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio"? ¿A qué se debe un machismo tan redomado? ¿Por qué, como en un arrebato, dice, sin embargo, a los Gálatas que "no hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús"?

¿Por qué, viendo como actuó Cristo, no obstante san Juan Crisóstomo, Santo Tomás y otros doctores de la Iglesia, apoyándose en Aristóteles, consideraron a la mujer un varón incompleto, con un cuerpo fofo, con flojera mental y moral y que su pasión predilecta es la lujuria?

¿De qué ha servido que el Concilio Vaticano II proclamara en la Constitución Gaudium et spes que "toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino"? ¿Acaso el Espíritu Santo no asistió a los padres conciliares cuando redactaron y aprobaron este párrafo?

Resulta consolador, al respecto, leer a autores como el profesor y fraile dominico Emilio García Estébanez, quien, en su libro '¿Es cristiano ser mujer?', no duda en señalar que "...la reducción sistemática de la mujer al estado de subordinación es tanto como la cancelación del programa salvífico, una apostasía, un auténtico pucherazo".

El Papa Juan Pablo II publicó en 1988 una magnífica Carta Apostólica sobre la dignidad de la mujer, en la que recoge todos los textos bíblicos que ensalzan a la mujer. Pero, al tratar el tema de su admisión al sacerdocio ministerial, se remite -para decir que NO- al momento en que Cristo instituyó la Eucaristía, uniéndola de forma explícita "al servicio sacerdotal de los apóstoles".

No sé si tardará años o siglos, pero estoy absolutamente convencido de que la Iglesia terminará aceptando que la mujer pueda acceder al sacerdocio ministerial. Y ojalá que no sea demasiado tarde. Será, sin duda, una de las cuestiones por las que la Iglesia tendrá que pedir perdón, como lo ha tenido que hacer por otros pecados históricos como la condena de Galileo -eppur si muove-, por su actitud con los judíos, con los ortodoxos, con Lutero y por las 'hazañas' de la Inquisición.

Tendrá que rectificar en esto como lo ha hecho con el cielo y con el infierno. Después de enseñarnos toda la vida que el cielo estaba arriba -donde los buenos lo pasan pipa con los querubines- y el infierno abajo -donde los malos arden eternamente con llanto y rechinar de dientes-, ahora el Papa Juan Pablo II asegura que "las imágenes utilizadas por la Biblia (...) deben ser interpretadas correctamente", puesto que el infierno "más que un lugar, es la separación de Dios para siempre", y que el cielo "no es un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios".

Y ¿por qué no se "interpretan correctamente" también los textos sobre la misión de la mujer en la Iglesia? El problema es que los tiempos de la Iglesia jerárquica no coinciden con los de los demás mortales.

No ha de extrañar, por ello, lo que está ocurriendo con este tema, pues 19 siglos tardó la Iglesia en definir algo que le interesaba sobremanera: el dogma de la Inmaculada Concepción. Duns Escoto -que estaba muy a favor- aplicaba uno de los llamados 'argumentos de conveniencia': Potuit, decuit, ergo fecit (Dios pudo hacer inmaculada a su madre, convenía que la hiciera, por lo tanto... la hizo).

Pero santo Tomás de Aquino se oponía porque no conseguía armonizar que María hubiera nacido sin pecado original con el dogma de la Redención Universal de Cristo, pues si ésta fue 'universal', también tenía que haber afectado a la Virgen, pues al fin y al cabo era una criatura, también mortal.

El asunto lo zanjó Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Después de haber "implorado el auxilio de toda la corte celestial e invocado con gemidos el Espíritu Paráclito", definió el dogma de la Inmaculada Concepción. El Papa logró armonizar este dogma con el de la Redención Universal, estimando que en el caso de la Virgen hubo una "redención preventiva", pues a un cautivo se le puede redimir de dos maneras: a) pagar un rescate para sacarlo del cautiverio (redención liberativa), o b) pagándolo anticipadamente para evitar que caiga en el cautiverio (redención preventiva), que es la que, después de diecinueve siglos, descubrió Pío IX que se había aplicado a la madre de Dios.

¿Qué Papa será el que implore a toda la corte celestial e invoque con gemidos al espíritu Paráclito a fin de conseguir una 'virguería' teológica similar para el sacerdocio femenino? Para rechazarlo, los Papas se vinieron amparando en San Pablo, en la tradición y en que Cristo, al instituir la Eucaristía, cenó solamente con varones. ¡Como si se tratara de una cuestión gastronómica! ¡O de una cena de amiguetes varones!

Pero los argumentos de conveniencia, defendidos por Duns Escoto, saltan a la vista: Potuit, decuit, ergo fecit. Ese Papa vendrá y, sin anular la Ley, le dará sentido y plenitud y, con su decisión, hará que las mujeres dejen de ser en la Iglesia 'esclavas de los señores'. Ese día serán, Dios mediante, plenamente señoras de sus destinos. Y, las que tengan vocación, podrán entonar, al igual que los varones, el introibo ad altare Dei.
Silva, Manuel
Silva, Manuel


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