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Operación: Cuñada (37)

martes, 03 de enero de 2023
-...
-Páter, quiero hacerle una confesión...; ¡otra!
-¿Formal o informal? ¡Venga, Orlando, abrevia, que tengo que concelebrar una Misa, abajo, en la parroquial, con los oblatos, con Monseñor Erviti...! Se trata de una Misa de funeral, sub conditione, que decimos, por el comandante Álvarez Chas de Borbén y demás tripulantes de ese avión desaparecido..., ¡pues con el tiempo que pasó, hay que darle por hundido en el mar...!
-Ya sé que soy un pelma, pero usted abusa de su autoridad con los pecadores. La mía es solamente una cuestión metafísica, acaso una herejía: ¿Qué opina la Iglesia de eso de la transmisión del pensamiento, cosa de la que se habla mucho últimamente?
-¡Ah, era eso! Pues esas son cosas de la psicología, y también de la psiquiatría, así que..., ¡mejor le preguntas al médico!
-¿Entonces, aquello del Astete, aquello de que, Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os lo sabrán responder..., ya no funciona?
-A ver, luego, qué tema, qué gusano, se te metió hoy en tu pobre cerebro, que contigo tengo más tarea que con el resto del Grupo, ¡que ya es decir!
-Que todo sea por la Patria, ¿o tampoco? –Se permitió hacerle un guiño al capellán.
-Sí, eso sí; ¡sofista, que eres un sofista! A ver, ¿no andarás leyendo cosas raras, acaso pornografía francesa, de esa que traían de la Zona; o libros de los protestantes, de los que están en el Índice...?
-¡No, que esto me lo contaron! Me dijeron exactamente que las almas se pueden comunicar entre sí, sin trabas, aunque estén ausentes, lejos, diseminadas...
El capellán, con las prisas por taparle la boca, por dejarle complacido, y a la vez para rehusar una contestación explícita:
-¡En cierto modo, sí! Eso viene a ser lo que hacemos cuando se les reza a los Santos..., ¡cosa que dudo hagas, o por lo menos, a menudo!
-Pater, que me refiero a las almas, y no a las ánimas... ¡A los vivos, que no a los muertos!
-Muchacho, las almas siempre están vivas, pues, de bien mirado, no hay muerte sino tránsito, transfiguración. Son criaturas, obra de Dios, que surgen en un momento dado, y ya para siempre, pero admito que hay teólogos que barruntan que cada alma es un jirón, una cosa..., como etérea, un fragmento espiritual que se desgajó de la propia espiritualidad de Dios, que con eso y por eso hay una filiación irreducible, y que va como instantánea a configurar la personalidad del nuevo ser; quiere decirse, del ser engendrado... ¡Por ello el aborto es muerte, es matar un ser ya existente, dotado de alma desde el primer instante de su concepción…! ¡Esto es indiscutible!
-¿Luego, no es herejía? ¡Siga, siga, que eso me interesa; muchísimo!
El capellán, para una vez en la vida que se encontró con alguien interesado en esa rama de la teología, se olvidó de sus prisas:
-Hombre, tampoco lo tomes al pie de la letra, que estas cosas no parecen estar muy claras en la Revelación, en las sucesivas revelaciones, pero de lo que no parece haber dudas es de que, creadas ad hoc, o desgajadas que fuesen de la propia gracia de Dios, y después gemación de las de los progenitores, etcétera, ya no perecerán, no se extinguirán, y así por los siglos de los siglos; pero eso no implica que puedan, o tengan que pasar, por diversos estadios, por ciertas aflicciones, o por castigos perfeccionantes, purificadores...; ¡eso, cosas inherentes!
Neira, más atento que un niño de pecho:
-¡Luego es cierto...!
-¿Cierto, qué; de qué hablas, no caerías en el ateísmo, o en el protestantismo, que de ti se puede esperar cualquier cosa?
-¡Es que me dijeron que tanto las ánimas como las almas se pueden comunicar, y que de hecho así lo hacen; unas con otras..., incluso con las de distinto sexo!
-Neira, despacio; no mezclemos lo divino con lo humano; ni los hombres con las mulleres, ¡para empezar! Si te refieres a ciertos fenómenos extrasensoriales, a ciertas percepciones y/o mandatos o influencias de la mente de un tercero, esa cosa de la hipnosis, eso de los mediums, etcétera, que me parece que es por donde tiras, cierto es que los psicólogos, y con ellos otros científicos, creen haber comprobado ciertas influencias, y alguna que otra percepción, incluso a distancia, pero aún no está bien definido..., ¡por lo que yo sé al respecto, que no es mucho! En canto a la Iglesia, entiendo que no se pronuncia en estas cosas, y precisamente por eso, porque aún están verdes, digamos que, en fase de estudio, o menos aún, en fase de hipótesis. De hecho, lo que parece más adelantado son los estudios, las prácticas más bien, de la hipnosis, de la sugestión impuesta; ¡cosas así, pero todo ello en fase experimental! Te insisto en que me hagas poco caso, que no lo tomes a dogma, que además tú sabes que lo mío son los cánones...
Su catecúmeno, Orlando, le salió por donde menos esperaba:
-¡Esa puñetera...; lo que fue aprender a Las Palmas!
-¿Cómo, qué dices?
-¡Nada, Páter; que, según lo escuchaba, estuve imaginándome, también a distancia, a una cierta doctora, y no precisamente en cánones!
El capellán se enrabietó con aquel veleta, que siempre le disparaba a paqueo, pac-pac:
-Orlando, te sugiero que pienses más en lo nuestro, en nuestras cosas, en los Planes de la Defensa Activa, que os lo están explicando los del Estado Mayor... No es que los moros me transmitan su pensamiento, pero cada día que pasa les veo, les noto, mayor agresividad, menos respeto; andan más achulados, tal que si un espíritu malo les estuviese soplando a la oreja; y luego están sus mujeras, esas provocadoras, con la incitación de su chuchuuu... ¡Lo mismo que le hacían al Abd-el Krim en vísperas de aquel desastre de Annual; tal cual, que me lo explicó el propio hijo de aquel famoso Ozaeta...!
Pero Neira a lo suyo, a sus obsesiones alternativas, consecutivas:
-¿Luego es que usted también cree en eso de la transmisión..., incluso diferida en el tiempo..., pues lo de las mujeras del año 1921 ya queda lejos?
El capellán, entre la prisa y su agotamiento, sapiencial y de paciencia, le mandó a soplar vientos:
-¡Anda, vete...; vete a beber ginebra; ahí, en el bar, que por lo que veo surte más efecto que mis sermones!
-¡Gracias, Páter, que nunca tanto me ayudó! Mire, se lo prometo: Si volviésemos a los tiempos de nuestro Prisciliano, le juro que me buscaba una Eucrocia, así fuese francesa, así fuese por telepatía..., ¡que igual llegaba a obispo de Ávila antes que a general, que en el Estado Mayor no precisan de mi latín, aquel latín que me imbuyó mi padre para que asimilase perfectamente el derecho romano, el derecho de los amos!
-.-

Samaritanos, de garbanzo.
-...
-Doc, hay una cosa de la que quisiera que hablásemos, pero, más tarde, que veo que tienes reconocimientos para largo.
El médico del Botiquín de Reconocimiento:
-Pater, estos mozos pueden esperar, que sólo se apuntan para librarse del siroco que tenemos ahí fuera, que así intentan escaquearse en eso de ir a colocar las minas en colaboración con los Zapadores... ¿No ve que están de buen pelo, todos ellos?
-No lo tienen..., ¡lo tenían!, pero eso fue antes de que el teniente Neira se lo hiciese rapar, ahí en el Ronson, en el Campamento de Instrucción..., ¡por si los piojos!
-Usted bien sabe que se les hace a todas las quintas, por razones higiénicas. Higiene del cuerpo, por supuesto, que la otra les incumbe a ustedes, a los capellanes, que por cierto tienen que colaborar todo lo posible para levantarles la moral, que estos chicos ya no tienen el aguante de aquellos del 36...
-En eso, todos, que todos haremos falta, que estos mozos ya no vienen directamente del arado..., ¡y las ven venir! Tu sigue con ellos, a lo tuyo, que ya nos encontraremos en la Residencia, pero apiádate de ellos, dales dos días de descanso..., ¡aunque sólo sea para que no aleguen que no les queda tiempo para ir a Misa!
-Yo acabo en cuestión de..., ¡pongamos, media hora! ¿Usted, donde estará?
-Ya que terminas pronto, ahí mismo, en la Capilla, ordenando un poco los ornamentos sagrados.
-¿Y luego, su sacristán? No lo deje libre, no le deje holgar demasiado, que han traído carne fresca, más aún, ¡otro avión!, y resulta que estas de ahora vienen de las plazas del Norte, gálicas perdidas, así que, a los quince días, sifilazo! ¡Esta es la guerra de la chapatoria..., como todas las de África!
El cura eludió hablar de aquellas confraternizaciones, una guerra sorda, paralela, devastadora, propiciada por los giros de numerario, paterno-filiales, y facilitada precisamente por aquellos que tenían la obligación, o la mentalización, de infundirle machismo y bravura a la tropa.
...
Más tarde, en la capilla:
-Me tienes así, haciendo un poco de todo, la limpieza incluso, porque el sacristán se lo pasé al comandante de Víveres, Aquilino, que en el economato, con eso de que los nativos dejaron de traer víveres de lo que era zona Francesa..., nada, que no dan despachado para la ciudad, civiles incluidos. ¡Mayormente latas, todo o casi todo en conserva!
-¿En estas circunstancias, con lo que le dije y me dijo..., quiere que rebaje de servicios a estos viciosos, a estos lacayos? Les lloran a las madres, carta tras carta, gimiendo que pasan hambre, y sed, y no sé qué más..., y ellas, pobrecillas, acaso privándose de lo suyo, de sus mínimos, venga enviarles giros y más giros. ¡Giros de marcha, de juerga, de burdel, que se lo papan todo, a veces en una sola sesión, pero, eso sí, bien afeitaditas en sus partes, como es uso y costumbre en este país! Pero volviendo a lo nuestro: Muy importante debe ser la cosa para que usted, querido Páter, de siempre tan calmoso, me fuese ver a la Enfermería, sabiendo que me tiene, al almuerzo, en la Residencia de Oficiales...
-¡Doc, es que se trata de un tema que me desborda!
-¿Entonces, cómo quiere consultarme: como compañero de armas, como médico, como pecador...? ¡Cómo pecador tengo mucha experiencia, más que usted, seguro!
-¡Pues..., me harían falta los tres consejos! Llevo esta media hora pensando en lo que quiero decirte, y en cómo decírtelo, y con todo, lo tengo más oscuro que antes, más que cuando fui todo decidido a la Enfermería!
-Con esos recovecos, me da la nariz que tendremos que hablar de esa especie de diácono suyo, de su amigo, de ese teniente, Orlando de Neira, ¡de Neira, y de no sé Cuántos!, que además del apellido, por algunos gestos que le he observado cuando habla con usted, todo se me figura que tiene una personalidad geminada, desequilibrada, bífida! ¿Es esa su pesadilla; o me equivoco?
-No; lamentablemente, no, que también vengo observando que le sigues de cerca, que te fijas en él.
-Aquí, entre nosotros, en el secreto de esta capilla, para serle útil a ese chico, para ponernos de acuerdo en un tratamiento mental y espiritual, creo que tanto usted como yo tendremos que marginar un tanto nuestras reservas profesionales. Usted, con sus secreteos de confesión, y yo, con mi juramento de Hipócrates. ¡Es inevitable..., o nos quedamos en la superficie del diagnóstico!
-Por mí, en principio, ¡vale! Vale con tal de que no me hagas vulnerar mi discreción confesional, la de fondo, que por ahí, mientras conserve el discernimiento, el mío..., ¡así lo pierdan todos los demás!
-Piense que, sin diagnosis, no puede haber tratamiento. No es que yo esté fuerte en psicología, pero presumo de observador, de ojo clínico, de cuerpos y de almas, pero con Orlando me estrellé, que su enfermedad, para mí, está más en su alma que en su cuerpo, ¡séase, en los dominios de su director espiritual!
-¡Entonces, querido Doc, corta y cambia!
-Le sugiero una cosa: que nos sentemos, aquí mismo, en este banco, uno de costado para el otro, y que meditemos en voz alta, que es posible que poco precisemos descubrir de nuestros secretos respectivos para atinar con el padecimiento de este chico, de este teniente, un amigo al que tanto estimamos; usted, por supuesto, pero yo también, ya que, fuera de sus snobismos, de su estiramiento, y de esa grandeur, que ya parece un De Gaulle..., es un tío simpático! ¡Simpático y noble!
-¡A ver luego cómo hacemos, a ver cómo nos explicamos, sin que yo caiga en tus trucos, en tus trucos de médico avezado!
-Tratándose de salvar a una persona, en el sentido que sea, no valen sutilezas, ni siquiera clericales. Piense qué remordimientos nos pueden quedar, a los dos, si llegados a este punto de nuestra observación le dejamos condenarse, ya en vida, por ciertos tiquis-miquis del artista, ¡que acaso ni esa categoría tengan!
-Hablemos luego, hasta donde nos sea posible, ¡pero sin preguntarnos nada, absolutamente nada, uno al otro! ¿Te vale así?
-¡Aceptado! ¡Palabra de Galeno! Empezaré yo, que si voy delante de usted, y si adivino, o intuyo algo, en ese caso usted tendrá menos materia que desvelar: A este mozo, contra lo que es normal en el Territorio, que a todos los solteros que andan por ahí, más o menos asirocados, se les asienta la alzada, satisfacen la libido, que viene a ser lo mismo, ¡tan pronto logran hacerse con una moza, con una cuñada! O cuando la traen de la metrópoli, generalmente en su primera colonial, presumiendo de su capa de gala, plus del ciento cincuenta, pabellón militar... A partir de eso, ni al médico saludan, con la única excepción del tocólogo Serrano..., ¡para tenerle de mano!
¿Voy bien, o me tuerzo? ¡Dígamelo sólo con la cabeza...! ¿Que si? ¡Ya me parecía que esa es la circunstancia, que Roma, sin sabinas..., nullo est imperium; y tratándose de los de Lugo, peor, pues, como ellos dicen, imperat phalhum!
Hagamos ahora un punto y aparte, que me voy a detener en su partenaire: Buena moza, buena, de esas que hacen felices a los mismísimos colchones, ¡por duros, por muy de cerdas vegetales que sean!
El tonsurado entendió que debía interrumpirle:
-¡Doc, creo que no hace falta tanta disección para entendernos!
-¡Es que los médicos somos así de anatómicos, pero no se escandalice, que seguro que más crudas se las dicen en su confesionario, empezando por las mujeres.
Sigo: Ella es algo paletita, como dicen en Madrid, pero muy vivaracha, que así tienen esa tienda, en ese local de la Mary Güemes..., que, según mi mujer, es talmente una mina. Acaso no sea la clásica señora de anillos que tenemos otros, pero ahora, que está menos culona, de aderezada con vestidos de precio, y con joyas, entraría en cualquiera de los salones madrileños. Viste con sencillez, pero elegante. Su porte es de ama de casa, desde luego en las antípodas de una meretriz clásica; y tampoco pienso que ese Orlando, aunque tiene aires de rico de aldea, quisiese traerse una furcia para pasearla por la Plaza de España... ¿Que, sigo bien, o me he salido del rail?
-¡Por ahora vas en el expreso, pero no te apees en marcha...!
-Primera consecuencia: con estos síntomas, insatisfacción doméstica de nuestro conmilite, ¡ninguna! El paso siguiente de mis observaciones facultativas fue en torno a la fecundidad, que se lo he preguntado al interesado lo más indirectamente que pude: -¿Qué, Orlando, muchas veces te quedas a dormir aquí arriba, en la Residencia? -¡Si, en efecto; tengo a mi cargo muchas cosas, que si bien son menudas, el total me desborda! Así, quedándome, gano tiempo... -¡Rapaz, tú eres el interesado, pero de día sueles tener servicio, y si de noche, también, desde aquí arriba lo que es París te queda lejos..., para eso de los niños! -Hombre, gracias por los ánimos, pero antes era Felisa la que insistía en esperar, y ahora soy yo, ¡que las circunstancias no están para partos! ¡Nada, que se las di todas en la herradura! –Siguió el capitán médico. -La verdad es que, ahora, de presente, tiene varios cometidos, acumulados, pero todos de puertas adentro del cuartel, que lo relevaron en el Campamento de Instrucción...
El capellán aclaró:
-¡En esto puedo hablar! Yo mismo le sugerí al coronel que lo recargase de ocupaciones, precisamente para evitarle malos pensamientos...
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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