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Operación: Cuñada (35)

martes, 20 de diciembre de 2022

Cribando ideas

-...
-Pascual, dile a Felisa...; dile que después de la Academia tengo que..., tengo que ocuparme de unas relaciones, de unos estadillos de la Compañía, y como se me hará tarde, si pierdo la última guagua me quedaré a dormir, aquí arriba, en la Residencia...
-¡Cuñado, cuñado, que para mentir hay que tener memoria, y a ti no te falta, pero aún más! Yo le digo lo que me mandes decir, pero las contradicciones de tú mensaje son evidentes, que no hay asistente que no sepa que el Páter suspendió las actividades de alfabetización hasta nuevo aviso, que con tantos servicios, con tanta orden y contraorden, no le iban los alumnos, y los profesores menos aún.
-Eres un sabueso, y voy a proponerte para agregado de la Policía, ¡que ese es tu mejor destino, el de sabueso!
-Propón lo que quieras, pero lo mío son estos fusiles ametralladores, que estoy deseando ponerlos en fuego real, para ver si hacemos un escarmiento definitivo, que estos consejitos a los notables, esos regalitos, esos tirones de orejas, con alguna que otra detención transitoria, ya no surten efecto. Pero me he salido del tema principal: Lo que me digo a mí mismo, ¡que a ti cualquiera te habla de eso!, es que te veo nervioso, que recaíste en aquellas depresiones... Sea lo que sea, y pase lo que pase, mejor será que consultes con la almohada, en la propia Residencia, que si bajas en este plan, le darás la noche a la pobre Felisa...
-¡Gracias, Celestino!
-¡Soy Pascual, y no precisamente un cordero, para cuanto más un Celestino!
Orlando, después de una corta reflexión:
-Mira, cuñado, que contigo, en vista de lo visto, tengo que franquearme. Acabo de recibir esta carta de mi madre... ¡Haz el favor de leerla...!
-¿Yo? ¿Una carta de tu madre...?
-Sí, Pascual; la lees para ti, que seguidamente pienso quemarla! Cuanto más se acerca a Dios esa chica, que le di plantón para casarme con tu cuñada, más me lleva el diablo, a mí! Por otra parte, mi madre se opone a mi idea de vender terrenos, reservándonos el pazo, con su circundo, ya que ella está habitualmente en Lugo, con los Rancaño, y esas propiedades, así, abandonadas, improductivas, sin repoblar, son un lujo, un despilfarro... Más te diré, que con mi plan de ventas yo me sentiría despojado de esas tradiciones engorrosas de la hidalguía heredada, asumida, y situaríamos el dinero en Madrid, tal que en pisos o solares, que así me vulgarizaría, y podría entenderme mejor con Felisa; a ver si en Madrid tenemos hijos, y normalizo mi vida, que entre mi madre y los Rancaños no me doy liberado de esas raíces de mi pasado...
El otro, entre la carta y aquellas manifestaciones tan sorprendentes como inesperadas de Orlando, se quedó sorprendido y le costó arrancarse:
-Cuñado, la verdad es que me preocupas, ¡muchísimo! Está visto que no piensas con lucidez, o más exactamente, con constancia, con criterios definidos, consecuentes con tus circunstancias, y yo, por mi parte, me siento impotente para ayudarte, por más que algo te entienda. Pero déjame decirte una cosa; una o dos: Es muy importante que te entre en la cabeza, de hoy para siempre, que el pasado de cada quien, bueno o malo, hay que asumirlo sin disfraces, sin ofuscamientos deformantes de la realidad. Sólo el tiempo, esa asimilación o experiencia de la realidad circundante, de las circunstancias, nos irán asentando los pensamientos, y con ello cobraremos nuevos bríos para enfrentarnos al presente, sin otras ataduras que las propias de este mismo presente. Deshacerte sin verdadera necesidad de unas propiedades transmitidas por tu familia, que más, o tanto, que propiedades son recuerdos, vasos conductores de la sangre heredada, es una traición que te harás a ti mismo, bajo un pretexto baladí, en una huida en la que ni tú mismo crees. Si, como dijo Ortega, soy yo mismo, pero con mis circunstancias, ¡tú, analízalas y asúmelas!
-Este consejo ya lo vomitaste, pero, ¿y el segundo, la segunda cosa?
-El segundo no te lo debiera dar, que me tomarás por parte interesada, ¡pero lo haré! Busca al Páter, y le invitas a cenar para que te dé una confesión abierta, por extenso. Enséñale esta carta, que alguna medicina se le ocurrirá, que este cura no es ningún beato de los de vía estrecha.
Neira, convencido, asintió, y lo hizo con sinceridad:
-¡Gracias por todo, cuñado; querido cuñado!
-¿En serio? ¿Te vas apear de tus nimbos? ¡Estamos en la tierra, así que piensa y actúa como un terrícola, que eso eres!
-¡Vaya! Pareces un sargento, pero en el fondo eres un alférez, un filósofo cínico, como esos señoritos de las Milicias, que se ponen firmes, sí, pero con ironía, ¡porque me acatan sin convencimiento, con cachondeo!
-Creí que estábamos hablado en serio de cosas muy serias… Yo seré lo que tu digas, o peor aún, pero tú eres un dramático, un farsante, un farolero contradictorio… Asienta los pies en la tierra, hermano, en esta tierra arenisca, que de firme poco tiene…, por lo menos mientras nos la dejen gozar…, que para comprar un piso en Madrid, entre lo que ganas, y ahora con la tienda de nuestras mujeres, no os veo tan mal, en absoluto. ¡Y deja a tu madre asida a vuestras fincas, que ella sí que pisa tierra firme, la suya!
Le hizo caso, por lo menos en lo de quedarse a dormir, y a reflexionar, arriba, en el acuartelamiento de los Tiradores de Ifni
-.-
-...
-Si no le entra el sueño, y me invita a una copa en su apartamento, aquí, en la Residencia, le cuento una de mujeres, ¡que igual se ríe un poco, para variar!
La psicología del capellán estaba bien entrenada y bien cultivada, pues mandar en las almas de un cuartel tiene su intríngulis:
-¿No seguirás con aquella obsesión...?
-¡Con aquella, no, que ahora tengo varias...!
-¿Obsesiones, o mujeres...?
-¡Venga, Páter, que a usted le es fácil retorcer las almas del prójimo, que la sotana es un buen detente...!
-¿La sotana…? ¡Pero no ves, cristiano, que solamente la pongo de Pascuas en Ramos! El mejor detente es la oración... ¡Con la oración nos acercamos a Dios, que así no le queda sitio al diablo! Pero vayamos, entonces, a la Residencia, que me debe quedar algo de ginebra, que dicen que es buena para el estómago...
...
-Esta carta es un monumento, un espejo, que refleja que Dios te rodeó de unas mujeres fuertes y admirables. Mucho pecas si les haces daño, a las tres, tu Felisa incluida!
Aquello le dolió:
-¡El daño me lo hacen ellas, que les quiero bien, mucho, y a todas, cada una en su papel..., pero son incompatibles!
-¿En qué, en qué lo son? ¡No bebas más, por si acaso!
-¡Pero aún lo dice...? Mi madre, que prefiere verme de cacique en Lugo antes que de general del Ejército. Felisa, que se cegó con el brillo de dos estrellas bien modestas; estas, de seis puntas. Y Manolita, la más egoísta de todas, que quiere para si todas las estrellas del Cielo..., en vista de que se quedó sin las de su teniente!
El Capellán, discurriendo en busca de una salida:
-Orlando, o es que esta ginebra te hace efecto, o es que estás recobrando tu humor galaico, ese humor, esa vena, tan nuestra, que crece, que se ensancha, con los contratiempos. En cualquier caso, quien es capaz de bromear con sus problemas, con los propios, es que ya los tiene medio asumidos, asumidos y derretidos.
Pero el otro, que no:
-Lo que tengo derretida es la sesera...,¡de tanto pensar en ello, buscándoles una solución! Usted de esto no me quiere escuchar, pero yo sigo con la idea de anular mi matrimonio con Felisa... ¡Atiéndame, que usted bien lo sabe, que cuando no sabe, husmea, y pregunta! En mi caso no hubo consentimiento anímico, del espíritu, concretamente aquello del animus contrahendi, que estoy cansado de referírselo, que todo fue una estrategia de asalto carnal, concretamente a la fortaleza de sus braguitas…! Ella, con la disolución, con la anulación, ganaría mucho más que yo, que lo único que pierde es un tarambana, un tipo inestable, y por el contrario, puede encontrar, ¡que sospecho ya le tiene localizado!, un hombre emocionalmente estable. Ítem más, que voy más lejos: Si de anulado este mal casamiento no me quisiese mi Manolita, o ella insistiese en su supuesta vocación, yo me iba, de contado, para Burgos, que me gusta aquella cartuja, que así sería una fórmula, una reciprocidad, para corresponder a su celibato.
El clérigo, incapaz de contener aquel desbordamiento, aquel desbarrar de su catecúmeno, que ya no sabía qué decirle, ni qué ni cómo:
-¡Paremos con la ginebra, rapaz, que ya te pasaste de su punto medicinal! A ver, cabezota, a ver si eres capaz de entenderme: Esa Manueliña, o Manolita, o como la llames, con o sin vocación, que eso de las vocaciones tampoco pienses que es un color primario, que no se pueda descomponer, que tampoco hay tal, con esa decisión se entrega a Dios, y se libra, de paso, de que la engañen por segunda vez, y sigue enseñando, ¡qué tal era su modus vivendi! ¿Que pierde ella, de monja, con las monjas? ¡Al contrario: gana mucho, que atesora méritos para la eternidad!
-¡Ella me pierde a mí, definitivamente, un amor bajado del Cielo!
Si llega a ser un quinto en vez de un teniente, aquellas alegaciones hubiesen tenido premio, ¡un buen sopapo, un sopapo de comandante castrense!
-¡A ti, farolero, te perdió aquella vez...; desde aquella vez, que ya me lo contaste, que te llevó de la mano para enseñarte las fuentes de aquel río...!
-¡Io non capire, Páter! Ella me habría perdido si, por ejemplo, ya de mozos, me enseñara algo que fuese apropiable, y yo, de servido a placer, la devolviese a la fuente, que eso es lo que suele pasar...; pero ella no me perdió, ni de ese ni de cualquier otro modo de idéntica naturaleza, que bien se lo tengo dicho, en confesión y fuera de ella, que esa Manuela es inmaculada. El extraviado he sido yo, yo mismo, que por eso quiero volver a su redil. ¿Me quiere entender...? Si ella me pidiese que, para depurarme, me tire de cabeza a las fuentes de aquel Azúmara, ¡le juro que lo hago!
El capellán se esforzó en aclararle aquellas obsesiones:
-Mira, hombre, esa criatura inocente te perdió entonces, ya entonces, por darte su mano, por cogerte de la mano, en tal ocasión, que si de mocita se pusiese altiva contigo, casquivana e inalcanzable, entonces seguiría teniéndote célibe, alrededor de ella, de ella o de su recuerdo. ¡Hijo, eso de la atracción de los contrarios es una ley física, pero ella, a lo que yo entiendo, se hermanó excesivamente contigo!
-¿Una ley..., que vale para los espíritus, no? –Se apresuró Neira en aferrarse al supuesto cabo, a la tabla salvadora.
-¡Calla, trapacero, que de tanto buscar argumentos para convencerte de tus desvaríos, ya empiezo a decir parvadas; yo también!
-Entonces lo dejamos en este punto y aparte... Yo me iré a mi habitación, aquí, en la Residencia, que también estoy rendido, y me entra el sueño. Serán los nervios, pues la ginebra..., ¡mire cuanta nos queda, casi la mitad!
-A tus nervios, para relajarlos, dales un rato de oración, que Dios hará el resto, ¡si así entra en sus planes!
-Gracias; por todo, por lo que me aconsejó pero también por su regañina... ¡Por todo, no, que la ginebra bien que me la racionó! Cuando tire de su breviario, rece también por mí, que usted es más influyente, ¡que su estrella es de ocho puntas!
-Rezaré, sí, te lo prometo, pero la oración más meritoria es la del interesado..., si le hablas a Dios con humildad, con más aún de la que, de seguro, ponían tus caseros cuando os pedían que, por Dios, no les subieseis la renta, que no sacaban para vivir con cierta dignidad. ¡De eso ya no te acuerdas, seguro que no!
-Páter, con todos los respetos, váyase al nabo de Lugo, que usted...; ¡usted es un cochino comunista, pero lo disimula haciéndose el duro con los soldados!
El cura, por esta vez, no se enfadó:
-Hijo, lo malo de los comunistas es que no son sinceros ni efectivos; ¡no son tales! Comunista, para mí, sería aquel que repartiese el pan, el pan y la gracia de Dios; ¡eso sí, de corazón, como lo hizo Jesús, y solamente el!
-La verdad, Páter, es que me decepciona, pues yo le tenía por un facha!
-¡Dios vaya contigo, Orlando, que bien precisas de El!
-¡Mira qué bien, mira qué paralelo, que así les decía mi madre a los pobres, particularmente a los que tenían un aspecto peligroso!
-Pues, precisamente, de ti, de ti mismo, depende eso de dejar de ser peligroso...
-¿De mí? ¡El Papa será infalible, que no lo pongo en duda, pero lo que es usted...! ¡Yo soy un hidalgo de cuna, séase, de origen, pero también de los hechos, que si villano fuese, ya no perdería el tiempo abriéndole la caja de mis secretos...!
El capellán se puso en pie para que su feligrés entendiese que se le acabara la paciencia:
-¡Tú lo que eres es un chalado, un picapleitos en busca de complicaciones, en busca de enredos donde no los hay! Y fíjate en una cosa, que te lo digo yo: Lo malo de los obsesos como tú no es que se compliquen la vida..., ¡es que nos la complicáis a los demás! ¡Dios te ampare, y nos ampare, pues contigo y con los moros…, la paz no es fácil!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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