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Operación: Cuñada (34)

martes, 13 de diciembre de 2022
En la reincorporación del sargento Pascual

-¡Bienvenido, cuñado! ¿Cómo es que subiste al cuartel, si hasta mañana no tenías que presentarte?
-He subido, principalmente, para saber de ti, por si estabas en Banderas, o te pasara alguna cosa... Tienes á Felisa abajo, en nuestra casa, sola; quiero decir, con su hermana, pero preocupada, o más bien, desesperada..., ¡con una crisis de nervios que no veas!
-¿No tiene a su hermana...? Entonces que aprenda a considerar que está casada con un militar, y que nosotros estamos con los nativos, de hecho, en pie de guerra... Si después de eso, con estas circunstancias, tiene mimo, que se ponga a trabajar en esa tienda, a diario, ¡o que retorne a su Verín...! ¡Lo que es por mí, que no vuelva hasta que sea adulta!
Pascual, preocupándose por aquella indiferencia, cierta o teatral, de Neira:
-Mira, Orlando, te tengo defendido, e incluso disculpado, ante mi cuñada, ¡qué bien lo sabes!, pero..., ¡ni bajaste a verla, ayer, el día, la noche, de su retorno al hogar!
-¿Qué me defendiste, tú? ¡Pues, en lo sucesivo, dedícate a defender el Territorio, que acaso lo precise, ya, que yo soy adulto, y responsable, y no necesito una niñera con los galones de un sargento!
Pascual resistiendo la embestida de aquella bestia humana, tan frío de sentimientos:
-Mira, cuñado, yo no he subido al cuartel para discutir contigo, sino para tratar de evitaros discusiones...; ¡a vosotros, a los dos, que cuando se riñe en un matrimonio, por lo general ambos tienen munición, y se dañan recíprocamente! Yo le escribí a Carlos, desde las Palmas, para que nos esperase con un taxi, ¡y al parecer te informó...!
-Oyes, ¿desde cuándo el avión de Canarias entra por el Norte? ¡No lo he visto entrar, y safi!
-¡Cuñado, déjate de macanas, que tú sabes el horario, o podías preguntarlo, que aquí tienes teléfono, e Iberia, también! Lo que pasa, y dejémonos de caretas, es que tú algo andas cociendo en tus meditaciones, y por eso no tienes ganas de conectar con Felisa; ¡hasta que lo tengas maduro, supongo! Yo seré suboficial, que sólo eso soy, y poco estudié, que de psicología, cero, ¡pero lo que es parvo, no!
Neira, al verse cachado, se explayó:
-Lo que me pasa es que, de tan cocido, mi problema se me pudre en el pecho. La verdad, entre nosotros, de hombre a hombre, es que en este momento bien quisiera no haberla vinculado con el casamiento... Podíamos haber seguido de pareja clandestina, hasta que uno de nosotros se cansase..., pero conservando nuestra libertad, ¡aquella libertad individual, preciosa! Si hoy estuviese soltera, igual se casaba con ese Carlos, que les noto cierta química... Seguro que ayer estaba en el aeropuerto, para verla llegar..., ¡por más que su servicio en la Policía sea bastante más exigente que el nuestro en las presentes circunstancias!
-Orlando, de favor te pido que te avengas a razones. Es cierto que Louzao nos estaba esperando, pero fue a petición mía, por esa carta que le mandé, yo, yo mismo, por si no había taxis en el Campo, pero tú no tienes derecho, ni motivo, para echarle esa imaginación, que ya me parece..., ¡eso, enfermiza! Es un pecado que tengas dudas de una mujer que tanto te quiere, o te quiso, por lo menos hasta que empezaste a disparatar... Por parte de Carlos, ese Louzao, sentirá lo que sienta allá por dentro, que a su alma yo no puedo llegar, pero lo que tengo claro es que no hay en este Territorio un suboficial, o un oficial, o incluso un jefe, de más honor, ¡mal que le pese a quien sea!
Como Orlando se envainaba, demostrándolo con su silencio, Pascual apretó el acelerador:
-Lo que tienes que hacer es irte a casa, a la tuya, lo antes que puedas, y contarle una mentira piadosa; por ejemplo, que se te paró el reloj, y que después tuviste servicio... ¡Dile lo que quieras, verdad o mentira, que si piensas separarte de ella todo da igual! Cuñado, escúchame y aguanta este rapapolvo, que si bien es cierto que me agradaba, que me enorgullecía que se casase contigo, mi cuñada, Felisa, es igualmente cierto que ella no hacía ningún peso en mi casa, que le ayudaba a su hermana, tanto a coser como a criar los niños, y con sus cualidades, aquí en Ifni no tardaría en casarse, mejor o peor, con quien fuese, que si ella no daba la talla de tus humos..., ¡no todos fuman en pipa, ni siquiera en este Ifni tan señorial!
El Teniente oyó pero no escuchó. Giró como una veleta, como lo que realmente era:
-¿Ya te presentaste en tu compañía...?
-¡Sí, estoy cumplido, y ahora bajo para la ciudad, en la primera de las guaguas, a ver si esta tarde colocamos todo el material en esa tienda de modas..., que por cierto trajimos, ya hecho, de las Palmas, y por idea de tu mujer, un rótulo que pone: PALACIO DE OLGA. Alta costura. Moda. Novedades.
Esa información hizo reaccionar positivamente al hidalgo:
-Espera un momento, que le digo al Páter que no cuente conmigo para la Academia...; y después le pido al Comandante de Día que nos deje un jeep, de los de chofer cristiano..., ¡para bajar juntos!
-Hombre, gracias, pero no, que prefiero la guagua...; ¡es para que Felisa no te vea conmigo, para que no sospeche mi intervención! ¿No te importa?
-...
-.-

-¿Felisa, mi amor, estuviste enferma?
-¿Lo dices por la cosa de los kilos? Enferma de amor sí que estuve, ¡dos meses sin mi Orlando!, que precisamente para eso me puse a tratamiento, desde el primer día...; ¡y con la de cosas buenas que tienen en las Palmas! ¡Cariño mío, si pasé hambre fue para gustarte, para que remates con aquellas ironías de mis nalgas...! ¡Bobo, más que bobo, que donde no hay, tampoco hay deseo...!
-Mentalmente sigues siendo una cría... ¿No te percataste de que podías enfermar, que te entrase una especie de bulimia con ese cambio metabólico tan drástico?
-¿Y si enfermo, y si muero, qué? ¡Para estar casada con quien no me quiere, en tal caso sobramos uno de los dos!
Se rio de ella, pero esta vez sin malicia, sin su malicia habitual:
-¡Ay, Felisa, Felisona, que tú ya no maduras!
-Pues tú, tú mismo, me tienes dicho, en una de tantas veces que llevamos discutido, que ya ni me acuerdo en cuál de ellas, que hay cosas del corazón que la razón no entiende... ¡Siendo así, lo de la maduración tampoco es suficiente, o, como yo lo entiendo, definitivo!
-No, mujer, no, que eso también es verdad, que son malas de entender, ¡algunas! Así que, hablando de entender, a ver cómo nos va de hoy en adelante... ¡Lo que sí es cierto es que has vuelto guapísima! Ahora mismo te retrato...; ¡para mandar tu foto a mi madre...! O mejor, no, que prefiero hacerla delante de vuestra tienda, de esa tienda de las Hermanas Diéguez...
Felisa no captó aquella indirecta, centrándose en lo que estimaba primordial:
-¿Y luego, rapaz, te gusto ahora para madre de tus hijos? ¿Ya no soy una puerca de cría...?
Sólo le contestó a la primera de las preguntas:
-¡Que cosas tienes! Nunca te dije lo contrario; precisamente eras tú la que no querías tenerles mientras permaneciésemos aquí, en el Territorio. ¿Te acuerdas; sí, o no?
-¡Pues en eso también cambié, que los quiero para dentro de nueve meses, así tengamos que meter una dependienta en ese comercio de las modas...!
-¡Felisa, esa es otra chiquillada de las tuyas! ¿No ves, criatura, que con la independencia del Norte, del Protectorado, empeoró la situación en este Territorio, y que, de hecho, ya estamos en guerra, una guerra sorda pero que tiene mal cariz? En uno de esos atentados terroristas puedes quedar viuda, con mi hijo a tu cargo. Ahora no es prudente tenerlos, pero somos jóvenes, y si conseguimos entendernos..., ¡ya los habrá en su momento!
-¡En ese caso, lo que tú quieras, amor! Mi tenientito, ahora ya sé que estabas de marcha por esos poblados tan peligrosos, mientras yo, una egoísta, deseaba que bajases para verme, para verme la cacha, que de aquellas dos..., ¡de las dos hice una! ¡Me quedé con la mitad!
-¡Mujer, nunca aciertas, pues tus nalgas era lo mejor que tenías; lo mejor de lo mejor!
No quiso discutir, por lo menos tan pronto, así que le hizo un guiño placentero:
-¡No me digas eso, Orlandiño, que con el hambre atrasada..., es que mismo te papo! Y no mientas, que bien sé que te gustan las señoritingas, particularmente esas que son lisas como una tabla, así que quiero ser como ellas..., ¡por lo menos, en esbelta!
-¿Por lo menos en esbelta...? ¡Algo es algo, que aprendiste una palabra culta!
-¡Es que me prestaron esas semanitas en las Palmas, y eso que trabajé muchísimo en ese curso de corte y confección, pero aprendí a quererte, de balde; a quererte por querer, aunque sea sin esperar reciprocidad, mi Orlandiño, que es como te llama tu madre! Quiero hacer méritos, ¿sabes?
-¿Méritos? ¡Mujer, a veces vale más el estar que el ser! Bien, pues yo, por mi parte, trataré de colaborar... Y de eso de la tienda, ya tendréis que pedirle permiso de apertura a Mohamed V, sea directamente o por medio de su Istiqlal, pues con esas pretensiones de su Gran Magreb, del Magreb de Al-lal el Fassi, desde Melilla al río Senegal, pasando por In Salah, como Franco no le desate las manos a Zamalloa, al nuevo Gobernador de esta África Occidental, aquí estamos en camino de que esta ciudad de Sidi Ifni deje de ser el Gineceo de España, que a este paso, con la prevención, con las inquietudes bélicas, aquí, al reforzar el Ejército con expedicionarios, lo que precisaremos son putas, y no sabinas...
-No te entiendo, Orlandiño, maldito cosa, pero me estás asustando... ¡Y menos mal que estoy curada de espantos, que te tengo por un exagerado, que en eso no cambias! ¿Y eso de los burdeles..., para los expedicionarios, no?
-Los combatientes, desesperados, en todas las épocas y en todos los ejércitos, siempre se envalentonaron con ese tipo de droga, por más que lo oculten o disimulen los libros de Historia. ¡Son debilidades humanas! Y no te escandalices, que alguien, con mucho mando en Ifni, ya las mandó traer, de Canarias, dos aviones de ellas... Esto quiere decir, ni más ni menos, que la tropa está entrando en tensión, y quiere pecar, condenarse..., para que no se agoten los pecadores..., así que el mando lo tiene todo previsto..., ¡en lo que de aquí dependa!
-Orlandiño, olvídate, siquiera sea por un día, de ese jefe tan previsor, quien quiera que sea, pues quien va dormir contigo soy yo...!
-¿Eso significa que me quieres, tal y como soy, un hidalgo con estrellas...?
-¡Muchísimo, rapaz! ¡Te tienes por listo pero eres un pánfilo! ¿A quién voy a querer si no es a mi hombre, tanto si llevas dos estrellas como si llegas a alcanzar el fajín de general...!
-.-

Carta de la Señora de la Olga
Orlandiño, demoré en contestarte adrede, para que tuvieses tiempo de razonar y de ablandar. De todo eso que me cuentas en la tuya de que Felisa está en Canarias, y de que andas viendo la forma de separarte de ella, sino en el alma por lo menos de cuerpo, por Dios te pido que no hagas tal cosa... ¡Que no te tiente el diablo, que ni el propio demonio es quien para desunir lo que Dios unió, ni siquiera en ti mismo!
Ayer fuimos a Santiago para ver a nuestra Manolita, para saber cómo le va en su noviciado, y tanto Placeres como yo decidimos hablarle de que estás pensando en pedirle a la Rota que te anule ese matrimonio con Felisa, basado en esas argucias que te aconsejaron unos amigos... ¡Nunca tal cosa hiciésemos, que se puso contra nosotras con cólera divina, toda alterada, y nos conminó para que te escribamos al momento, quitándote de esa tentación! ¡Tal dijo, y tal hago! ¡Pobrecita, qué ataque de nervios le entró! Insiste en que va a seguir en la enseñanza una vez que haga los votos, y que su celibato, aunque tenga una apariencia de origen en tu abandono, nunca significará que vuelva al mundo seglar, ¡ni siquiera en el supuesto de que consigas esa anulación de tu casamiento! Tanto nos habló de la indisolubilidad del vínculo matrimonial, de la fuerza vivificante del Sacramento, a poco que los cónyuges traten de tolerarse y de comprenderse, que salimos del convento con la impresión de que nuestra Manolita más que célibe lo que es, o lo que está, es viuda, ¡viuda de un vivo, o más exactamente, de un vivales, de un ingrato galán, como decía nuestro Curros!
Quise tener una fotografía suya, de monja, y me la dio, pero yo, que a pícara no me ganas, le saqué una copia, que te la mando con la presente, con la intención de que, viéndola con los hábitos de monja, pienses en ella como lo que ahora es, una monja.
Tú debes entender que nosotros no la consideramos viuda en el sentido aparente de la palabra, pues ella bien niña es como para desilusionarse, como para desesperarse. De hecho, no se desesperó, pero sí que sufrió, entiendo que mucho, tremendamente. No consideró, ni puede considerar, definitiva, la pérdida de un hombre amado, por mucho que te idolatrase, que otros conoció, o conocería, siquiera fuese de paso, a su alrededor, ¡pero no les dio oportunidades atenida a la fidelidad de su compromiso contigo! Dije así, viuda, en el sentido de que nos pareció que está de vuelta de todas las vanaglorias humanas; como si hubiese pasado, ya, por todas las experiencias mundanas, por más que nunca se acercase a los anillos, a las alianzas, de un casamiento.
Hijo mío, en definitiva, y de todo corazón, si tanto te enloquece el Ejército como parece deducirse de las cosas que dices, y que haces, según las tuyas, te ruego encarecidamente que presentes tu baja, o como se diga, y te vengas para aquí, para la Península, con tu Felisa, y os asentéis, conmigo, aquí en el Pazo, que rentas te sobran para vivir de señor, e igual te hacen Alcalde de Pol. Por mucho que ganes ahí, mucho más se echa a perder en lo nuestro por falta de una dirección y de un control personal, directo, cual debiera ser el tuyo. Nuestras propiedades se están quedando a baldío, y esto urge mecanizarlo, y de paso, ampliar el plantío, como hizo el señor Manuel de Sarceda. Por otra parte, nuestros caseros se están quedando sin hijos, que se les están yendo, principalmente para Alemania. En una palabra, que precisamos mecanización, actualización y reorganización.
Para nosotros, desde que tal Zaragoza se te metió en la cabeza, todo va de mal en peor. ¡Ay, Dios, qué ocasión tuvimos de poner estas propiedades tan productivas en régimen de explotación modernizada si tú fueses ingeniero, o veterinario, o por lo menos, abogado, pero te dio por esa grandeza de las estrellas, de los uniformes...! ¡Dios tenga piedad de ti!
De vender propiedades, que algo de eso me tienes insinuado, ¡ni un metro! Ni poco ni mucho, que no se te ocurra, pues si tú, que heredaste la sangre de los Neiras, no tienes celo por conservar floreciente el patrimonio y la hidalguía que te fue transmitida, con las obligaciones pertinentes, yo sí que soy fiel a tu padre. Esté a maleza, o en explotación moderna, esta propiedad, estas heredades, no se enajenarán mientras yo vida, ¡mientras conserve mis cinco sentidos!
Nada más por hoy, hijo mío, que si quieres reflexionar en lo que te llevo, y llevamos, dicho, materia de reflexión tienes, por aburrido que estés, ¡sea de la vida o de la milicia!
Tu madre,

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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