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Fondo Global

lunes, 12 de diciembre de 2022
Sin duda la pandemia de Covid-19 ha dejado tras de sí un montón de lecciones de las que parece que pocos están decididos a aprender. La primera materia está sobre todo relacionada con una base de proporcionalidad y conocimiento. Así, en un principio la comunicación ofrecida a la población fue confusa e imprecisa, fundamentada en una especulación que por un lado rememoraba las consecuencias de la peste negra del siglo XIV, y por otra intentaba controlar la información, eludiendo la evidencia de una pandemia, con un único fin económico especulativo.

Dicho esto, otra de las cosas que salió a relucir consecuencias de la deslocalización industrial, de modo que España, al igual que otros países, no sólo carecía de artículos sanitarios de primera necesidad, como guantes o mascarillas, sino que tampoco estaba en situación de ser abastecido por China, su distribuidor mayoritario.

Pero mientras Europa se debatía en una escalada imparable de infectados y fallecidos, el gigante asiático intentaba solucionar su problema a base de confinamientos, lo que explica su actual vulnerabilidad.

A día de hoy, las autoridades chinas continúan exigiendo un prueba negativa Covid, de no más de dos o tres días de antigüedad o incluso diaria, para poder desplazarse o acceder a la mayoría de su país. Esto sucede porque 3.600.000.000 de habitantes son una cifra excesiva para poder inmunizar a todos y porque, lejos de las zonas urbanas, es muy complicado acceder a la población rural para vacunarlos, al mismo tiempo que es prácticamente imposible cambiar hábitos inveterados de cría y consumo animal sin el debido control sanitario.

La consecuencia del bloqueo de buques mercantes en el canal de Suez; la contracción económica mundial provocada por la pandemia, y la paralización de la producción industrial del mayor productor de bienes de consumo, a traído de la mano un estancamiento en la fabricación de manufacturas que amenaza con el colapso económico y empresarial en China.

Los efectos ya se están dejando ver en España, donde escasean antibióticos elementales como la amoxicilina, sin que se pueda recurrir a la alternativa de la India -el segundo abastecedor mundial de medicamentos-, ya que su elaboración depende de la materia que a su vez le proporciona China.

Desde la autarquía, en la que el país adoleció de la falta de muchos bienes básicos bajo la imposición gubernamental de un espíritu de sacrificio casi marcial exigido a la población civil, al excedente productivo anterior al ingreso en la Unión Europea, siguiendo las políticas europeístas, España ha ido deslocalizando su industria en favor de naciones donde los sueldos y costes son más bajos, tanto en aquellos que se van incorporando a la UE, como aquellos otros con los que Europa mantiene acuerdos.

De este modo, se han trasladado factorías a Rumanía, Chipre o Malta, apuntando ya a una ampliación potencial que incluiría a Turquía, Macedonia del Norte, Montenegro, Servia, Albania, Moldavia, Ucrania, Georgia, Kosovo y hasta Bosnia y Herzegovina, sin que al parecer el Gobierno central aún no haya caído en la cuenta que, entre el desabastecimiento energético al que arrastra la UE por el conflicto ruso-ucraniano, la falta de materia prima y la deslocalización industrial, abocan al país a la más nefasta dependencia de terceros.

De ahí la importancia de crear desde Europa un fondo global de intervención, no sólo para paliar la actual crisis energética, sino para responder con prisa, eficacia y eficiencia a cualquier emergencia de cualquier naturaleza que se pueda dar en el futuro.
Mosquera Paans, Miguel
Mosquera Paans, Miguel


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