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Operación: Cuñada (33)

martes, 06 de diciembre de 2022
Afilando las gumías

No, no es cosa de interferir con represas en el río de las vidas que protagonizaron aquellas operaciones militares, aquella resistencia heroica, que ya es bastante interferencia, harto dolor, convivirlo, darle a la manivela de la rueda de afilar, y ahora tener que contarlo, dar fe de un fiasco, de una amoladura tan ridícula, nervios a flor de piel, por una u otra razón, o más bien por una u otra sinrazón, labor pendiente, que no hicieron, que no reflejaron, los periódicos, en su momento, aherrojados por la férrea censura de un Dictador que se suponía experto en morería, y que de súbito despertó con los graznidos de aquellos cuervos criados en las propias caperuzas de las chilabas de su propia Guarda de Corps!
Por otra parte, España, la paganísima España, ¡presupuesto sin tasa para Plazas y Provincias Africanas, año tras año, deudas de aquella colaboración del 36, sueños imperiales, inquina del propio Franco contra los propios francos, esos vecinos de la vecina France...!, tiene derecho a saber, por más que ya sea tarde, ¡años después!, pero a estos efectos nunca lo es, que la Historia es de suyo una rezagada, el cómo y el porqué de aquel ambiente externo, aparente, en aquel Territorio de tan mala crianza que sólo llegó a la mayoría de edad, quiere decirse, a declararse Provincia después de muerto el feto, ¡virtualmente muerto, perdido, abortado! Para incrédulos, el B.O.E.: Decreto del 10 de enero de 1958, "...por el que se reorganiza el Gobierno General del África Occidental Española", creándose las provincias de Ifni y Sáhara. Séase, después de violado, ahogado, cercado, evacuado, circuncidado, reducido el territorio de Ifni al infinitésimo perimetral de la ciudad de Sidi Ifni, sentenciado por las llamadas Bandas rebeldes armadas del Ejército de Liberación Marroquí, según las definió aquella España, aquella Metrópoli Oficial, brillantemente uniformada pero absolutamente desinformada, imprevisiblemente desnuda, tan imprevisora como el propio General Silvestre en pleno Rif, en la noche de las gumías, en otro eclipse imperial. ¡...!
La perla de aquellos errores geo-políticos se había calcificado, suia-suia, poco a poco, entre otros desaciertos, más propios de una colonizadora novata, en la afectuosa acogida que se les dio en Ifni, en Ifni pero también en el Norte, a los huidos, a los refugiados, de la vecina Zona Francesa, expertos en terrorismo, y culturalmente con un gran ascendiente entre sus hermanos de raza y de fe.
Mientras zumbaban los sirocos y conspiraban aquellos nativos, con la placidez y con la seguridad que les daban sus fortunas, fácilmente ganadas y a tal hora puestas a buen recaudo, fuese en el propio Marruecos, recientemente independizado, o en la Francia de De Gaulle, aquel franco tan amigo do nuestro Franco, y a la viceversa...; o en Suiza, en Gibraltar, y demás paraísos fiscales, fomentadas de mil maneras, que aquí no son del caso, por la fatuidad española, ¡que llamarle así poco llamar es!, el Casino de Oficiales, sito en aquel palacete Art Deco, construido ad hoc en la fastuosa, en la pretenciosa, Plaza de España, funcionaba, seguía funcionando, con poco menos esplendor que la Corte de Versalles. ¡Más o menos!
Así que, mientras sonaban en el piano..., ¡dos, que dos había, uno en el vestíbulo de acceso desde la terraza, y otro en el salón grande, en el de las grandes recepciones!, en el primer piso, las sinfonías de Beethoven, las polonesas, y también las mazurcas de Chopin, así como el vals Mefisto de Liszt, que tanto le gustaba a Casimiro Dorado, oficial del Banco Exterior de España..., con un largo etcétera, música de alarde, que era la preferida en aquel ¿aristocrático? club, pues el Club, paradójicamente, era la Casa de España, ya referida, la de los Suboficiales, y mientras la atención de los administradores, de los culturizadores, aquellos patriotas del ciento cincuenta por ciento de Plus de Residencia, iba alternando de los saltos del póker a los sobresaltos de las sabotajes, multiplicadas de día en día, producidas donde y cuando menos se esperaba, codo a codo, chilaba con chilaba, el Movimiento de Resistencia, el Ejército de Liberación, con su Istiqlal, manejaban, se valían, de agentes expertos, externos e internos, siempre ilocalizables para nuestra Policía, absurdamente apellidada Indígena. ¡Los árboles, los arganes, no nos dejaban ver el bosque, aquel bosque de chumberas, que iban oficiar, a partir del 23-N, como camuflaje perfecto, como trinchera o parapetos de los francotiradores magrebíes!
A la par de introducir armas, automáticas por supuesto, diversificadas, entre otros trucos, en los sacos tiesos del azúcar de pilón, ¡del utilizado para el té!, los levantiscos, patriotas de su propia Patria, se fueron organizando e instruyendo en sus quintas columnas entre la juventud y las fuerzas indígenas de la Policía y de los Tiradores, ante nuestros propios ojos, ¡gafas oscuras, para el sol y para la realidad!, dopados, nosotros, de whisky y de imperialismo. Mas, como parecerá increíble en esta visión retrospectiva, histórica, medio siglo después, mejor no coment!
En paralelo, los quintos españoles, entrenados en cien rutinas inapropiadas e insuficientes para la función de guarnecer aquel Enclave, dadas las circunstancias, -armamento obsoleto, el nuestro; dificultades de comunicaciones y de suministros, adaptabilidad del nativo y perfecto camuflaje de su indumentaria, versatilidad de los ataques y esfumación en las retiradas, etc., etc.- en aquel Campamento Ronson, así llamado por la de piedras que les hicieron retirar, ¡para que ahorrasen alpargatas!, nuestros soldados temblaban como varas de sauce, ¡y no precisamente por culpa del frío!, en aquel verano del 57.
Por otra parte, también en paralelo, en su hogar, ¡frío también, pese al paralelo geodésico!, Orlando y su Felisa se cansaron de rifar, así que ella se fue, con su hermana, a Las Palmas, ¡a por moda, para variar! Los otros oficiales, aquella pléyade de estrellas de todo tipo de puntas, en el ínterin, ¡sin salacot, pero con teresiana!, se aburrían soberanamente; quiere decirse, sin palpar la soberanía que se les encomendaba imponer. En cuanto a los suboficiales, esos, más ahorradores, más conscientes de las veleidades colonizadoras, más Sanchos, más raseros, apegados al terreno que no al Territorio, a las realidades de un sueldo asignado, prestado, más pragmáticos en definitiva, se hacían anotar, fuese en el Banco Exterior de España o en la Caja Postal..., ceros y más ceros, pero a la derecha, siempre a la derecha!
En definitiva, ¡Españoles todos!, todos firmes, militares y civiles, cada tarde para el ritual de arriar la bandera, la bicolor por supuesto, ¡una premonición!, sin que los hechiceros de la Tribu Hispana, sin que el Estado Mayor, o sus jefes, los sátrapas madrileños, oliesen, percibiesen, dedujesen, notasen, en eso, también en eso, ningún augurio negativo, ningún asomo de aquel eclipse inminente.
En la primavera del 57, con las dos Zonas independientes, tanto el protectorado de Francia como el Subprotectorado de 1912, ¡el subarriendo español!, todo caminaba inexorablemente, catastróficamente, cara a un verano hambriento, inolvidable para la población española por la continuación, y la continuidad, de ciertos amagos, de ciertos ensayos terroristas, pues los nativos dieron, y realizaron, por unanimidad absoluta, la consigna de cerrar sus tiendas; ¡las de los chumbos incluidas! Y menos mal que el 23 de junio, día de conjuros en Galicia, aquel gallego tan bragado, Gómez-Zamalloa, teniente general, héroe del Pingarrón, laureado, etcétera, etcétera, según se iba aproximando su avión, bastante bajo para mejor mostrarle el Territorio, observó que las terrazas, las azoteas, de los edificios españoles estaban tomadas militarmente por unas tropas que oteaban en todas las direcciones, tratando de descubrir a los pacqueadores... Zamalloa se sintió un Breogán y comenzó a interrogar por la radio del propio avión:
-¿Qué hacen esos soldados en las azoteas, en lugar de prepararse, en vez de formar en el Campo de Aviación, para rendirme los honores de ordenanza...? ¿Qué clase de Ejército tenemos aquí, gatos o fuerzas especiales?
¡La Legión, los Tiradores, la Policía..., se arremangaron! En particular el Tercio y los paracas estaban ansiosos por terciar en la contienda, en el desafío de aquellos tenderos miserables; febriles por ejercitar sus poderes, su fuerza supuesta, aquellos bríos marciales tan sólo expresados en nuestros desfiles, así que, con un coñac Tres Cepas por barba..., ¡al asalto! ¡Al asalto, puertas abajo, incluso con las hachas decorativas de los Gastadores!
¿Qué había en las tiendas que fuese comestible? ¡Latas, conservas...! ¡Algo es algo, y máxime cuando ya iban tantos días de restricciones!
Aquella reacción, positiva y decidida, aquella acometida del héroe, les enseñó a cavilar a los cabileños, a los nativos, que con el Laureado, con aquel gallego, no cabían desafíos; que la lucha, la de ellos, para ser eficaz, para expulsar de aquel Territorio a los expulsores de su Granada, para echar al mar aquellos, ¿intrusos?, para echarnos a nadar, que el providente Caudillo puerto prometiera, pero no se lo hiciero n, con el presupuesto consumido en el diseño de su maqueta, ¡aquella que, al parecer, le mostraron en un retrato...!, tenía que ser nocturna, alevosa, solapada..., ¡al estilo, ya experimentado, patentado, efectivo, del rifeño, del mítico, Abd-El Krim!
Es cierto que ya entonces teníamos en aquella playa-embarcadero-desembarcadero, unas cuantas "K", anfibias, pero..., ¡también eran de la época del rifeño, estrenadas, experimentadas, en aquel desembarco, en otro trasacuerdo, en el prehistórico de las Alhucemas!
-.-

Cañones sin retroceso

-...
-¡Salam-Alikum!
-¡Alikum-Salam,Carlos! ¿Tú también aquí, atento al avión? ¿Así que nos espera la Policía...? ¿Protección, o sospechas de contrabando?
-El brigada se rio y le siguió la broma al sargento López:
-¿Entonces, algo que declarar?
-¡Pues, te diré la verdad, que vaciamos la cartilla, pero traemos mucho equipaje, y todo inocente: trapos de lujo, que venimos cargados! Como sabes, es para abrir esa tienda de las dos hermanas...
-¡Querido Pascual, en todo caso, bienvenidos! Mejor será así, que sean mercancías lícitas, pues para contrabando llega con el que nos meten estos moros del diablo, principalmente por la frontera de Marruecos, que empiezan a decir que no, que ya no es raya fronteriza...
-¿Entonces, cómo va la cosa? En Las Palmas, si alguien sabe algo, todos ponen cremallera..., ¡incluso en la propia Delegación!
-¡Pues aquí, mal; francamente, mal; cada día a peor, así que prepárate para las guardias reforzadas!
-Yo esperaba que con Zamalloa...; ¡eso, látigo!
-Ya hablaremos..., ¡en lugar más apropiado! La verdad es que don Mariano es un tío con toda la barba, ¡lo mejor que tuvo España desde aquel Cid! De este Gobernador también podríamos decir, haciendo una pequeña glosa, aquello de, ¡Dios, qué bo vasallo si hobiese bo señor! Mas eso sería si en Madrid le diesen medios, y libertades; si le dejasen seguir con sus iniciativas, pero todo indica que cuanto más le temen a nuestro Gobernador, y cuando más se esfuerza Zamalloa por reconducir las relaciones con estos notabilísimos Notables, enseñándoles, de paso, su laureada, más precauciones toman ellos, y más armas tienen..., ¡o se les suponen!
Ya te digo, los indicios son que allá arriba, en ese Monte del Pardo, alguien desteje lo que aquí tejemos. ¡Política de hermandad, le dicen! Pero ya hablaremos, de eso y de más cosas, que tienes a tu familia aguardando...
¿A ver, estas señoras, las señoras y los niños, qué tal todos? ¡Ya veo que bien, que venís con cara de fiesta, cosa que celebro! ¡Pero en especial tú, Felisa; es increíble, en sólo dos meses...! ¡Lo menos, lo menos...!
-¡Diez kilitos, Carlos, que mucha hambre pasé para perderlos, y precisamente en Canarias, donde abundan los buenos alimentos...!
-¡Menuda sorpresa se llevará tu Orlando..., si no le tienes advertido de tu esbeltez! ¿No se lo dijiste..., por carta?
-¿Por carta? ¡No, no se lo dije, que quiero darle una sorpresa...; a ver si le resulta grata! Para cartas, las suyas, que sólo tuve dos..., ¡en dos meses! Muy aliviado le he debido dejar cuando le pedí, y me concedió, ¡como si también fuese un asistente!, estos dos meses con mi hermana, ahí en Las Palmas, preparando la mercancía de estos fardos para abrir esa tienda que tenemos alquilada... Ya sabes, en una de las casas de la Mary Güemes... Por cierto, ¿qué sabes de Orlando; le has visto?
-Andará, como todos, con esto de las guardias reforzadas...
-Carlos, como Pascual nos tiene que ayudar con los paquetes...; ¿te importa salir un momento a ver si está el Chelja..., con su taxi?
-¿El Chelja...? ¡Avisaré a Santana, que es el taxi que me trajo a mí, y que haga los viajes precisos para llevaros todo esto...! ¿No sabéis que el Chelja cayó con las manos en la masa...? ¡Pues, si! Le cogimos pasando desertores; nativos, pero de los nuestros, que los llevaba disfrazados de moras hasta una lancha marroquí, por ahí abajo, después del goniómetro..., pasada esa finca del henequén, la de Explotaciones Agropecuarias Africanas...!
-¿Desertores..., de los nuestros, de nuestros cuarteles? -Inquirió, sorprendido, el sargento Pascual López, cuñado de Felisa.
-¡Así es, que los quieren, al parecer, para el nuevo Ejército, para esas FAR de su Malik! ¡Les ascienden de inmediato, ipso facto! En cuanto al Chelja, ya en la cárcel, después de una tunda que le arrimó el Cabo Cigüeña, parece ser que se desesperó, e intentó suicidarse, ¡con clavos y con astillas de la puerta de su propia celda! ¿Qué os parece?
-¡En vista de lo visto, dan ganas de pedir el traslado, y devolver estas mercancías, o llevarlas para otro sitio...! –Bromeó Pascual.
-¡Cata que ya...! Esa media colonial tuya, ese permiso de dos meses, fue de los últimos, que de presente..., ¡Soldado, alerta! ¡Alerta está! En canto al Chelja, tan pronto como mejore, Zamalloa lo quiere desterrar para Fuerteventura, ¡a cuidar cabras!
Felisa:
-¿Qué hacemos aquí, de charla, si nos hemos quedado solos? ¡Yo rabio por darle un abrazo a mi Orlando, que me vea, así, en estado de revista! ¿Puedo ir contigo, Carlos?
-No, Felisa, conmigo, no, que mejor me será llevar a Celsa, y a los niños, en este viaje..., ¡que si Orlando está abajo, en el casino o en vuestra casa, igual piensa mal de nosotros..., con lo celoso que es! Volverá el taxi, y entonces te vas con tu cuñado, con Pascual...
-¡Que piense lo que quiera, que también yo pienso mal de él, en muchas cosas, pero no hace nada por demostrarme que estoy errada...! Ahora, con esto de la tienda, no pienso cocinar, que mejor comemos en el Casino..., ¡que así estoy menos tiempo con él, y más me deseará, supongo!
-¡Se va a sentir abandonado..., y eso tampoco es bueno! –Le aconsejó Carlos.
-En ese caso, que se traiga a su madre, a la Señora de la Olga..., aunque sea en barco! Que cocine ella... ¡Venga, aguarda por mí, que voy contigo!
-¡Perdona, Felisa, pero insisto en que no! No quiero ser la manzana de la discordia entre vosotros, ¡ni ahora ni nunca! Eso aparte de cual sean mis sentimientos, allá por dentro..., ¡pero eso es harina de otro costal!
-Te comprendo, Carlos, y te pido disculpas, que yo también tengo ataduras, por más que las mías, a pesar de la ceremonia, y con el Páter de por medio, te son de hilo putrefacto, pero, ¡ni así, que nadie, ni nada, me desatará de ellas!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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