Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Operación: Cuñada (32)

martes, 29 de noviembre de 2022
De tarde, en la casa de Neira, otro conato de trifulca:

-¡Vaya horas! Has venido en la última de las guaguas, que te esperé en todas, una por una, para darte un beso..., así fuese en público, para que vean todas las del Casino que tu mujer será todo lo fea y torpe que quieran, pero que te adora! ¿Hubo algún incidente; con los cristianos…, o con los moros...?
-¡Ninguno! Estuve escribiendo cartas a las novias, mañana y tarde...; ¡un ciento, aproximadamente!
-¡Tú eres capaz de eso, de eso y de mucho más! ¿Sabes qué te digo? Que si tanto te acuerdas de esa mojigata de Lugo..., que esta noche has vuelto a mencionar a tu Manolita, por sueños, que dormido parecías estar…; pues ahora que ya sé, por tu madre, que no es una gata, o quizás sí, eso, una gata, una mojigata, por mi parte nos separamos, y aquí no pasó nada, ¡ya que gracias a Dios aún no tenemos hijos! Yo, con lo que estoy aprendiendo con mi hermana, con eso de los vestidos, para mi ganaré bastante, aquí o en Verín, y si no tengo clientela…, ¡al contrabando, que ese oficio sí que lo domino!
-¡Quieta rebelde, y entremos en casa, que estás más sublevada que los del Istiqlal! No es ninguna broma, que de verdad estuve escribiendo cartas, cartas de amor, preciosas, con los soldados de la academia, que no veas cómo son de ocurrentes cuando se les da libertad! Me lio tu amigo, el capellán, de tal modo que no le supe decir que no, pero le fastidié, que puse los quintos a escribir, por sí mismos, cartas de amor... ¡Aquello fue el despipote...! La de burradas que dicen esos chicos...; ¡y el caso es que las dicen de corazón! ¡Pobrecillas ellas si tienen algo de sensibilidad, o si son crédulas! ¡Van servidas si llegan a casar con eses tarugos…!
-Siendo así, ¿por qué me hiciste rabiar, con tu forma de decir las cosas? ¡No sabes lo mosca que ando, que siempre anduve, con eses enamoramientos tuyos, nocturnos, soñados, que no sé si te lleve al médico...! Había oído decir algo, no sé bien qué, de que los chicos se van por sueños, soñando, ¿pero eso de repetir el mismo nombre, el mismo sueño…?
Desvió, improvisó, lo mejor que pudo y supo:
-Por veces me dan ganas de pisarte el rabo..., ¡como hice con aquella gata…!
-¡Ya, con la “Manolita”! Te va a ser difícil conmigo, que tengo más de gueparda que de gata, y si te apartas de mí, la inmediata será irme, cosa que le resultará difícil de entender a tu nuevo coronel, que bien sabes que es de esos que llaman Cursillos de Cristiandad...
Orlando hizo un gesto de resignación:
-¡Total, que tendremos que aguantar las botas..., o andar descalzos!
-¡Supongo que sí! ¡O te vas con el Mizzian, que dicen que está reclutando Instructores para el Ejército de ese Sultán, de ese Malik, o como porras le llamen..., ya que se van los franceses!
-.-

Dios nos aparte de un Asistente...,
que coja confianza con la mujer de su oficial, ¡que no hay mejor enchufe, ni peor descenso, según las circunstancias!
-...
-A ver, Emilio, ¿qué cuentas, te acostumbras en Ifni? ¿Igual te apetece un reenganche, digamos que, por dos años...?
-Nada de eso, don Orlando, pues aquí de cuando en vez hace un siroco del diablo, y no se para de calor... ¡Quien me diera un permisito para echarle al papo un buen trago de agua, fresquita, allá en el Azúmara..., para ver si aguanto con salud hasta que licencien mi quinta! ¡África le es para los que mandan...!
El teniente Neira no daba puntada sin hilo, ya que, como buen hidalgo, desconfiaba de la mitad de su familia:
-¡Pues, en el ínterin, te va a secar la lengua...!
-Supongo que como a los otros, que aquí no paramos de beber, pero de esa agua de la pipa, caliente como el caldo...
-No tengo dolor de ti, que la tuya, tu lengua, es más larga que la de los camellos...; ¡todavía más! Así que, con lo hablador que eres, y con la sed que aguantas, estuve pensando que donde mejor estarías, tú, tú mismo, es en los llanos de Tiliuin, alisando esas pistas del aeródromo, y cavando trincheras, todo por allí, por los alrededores, por la franja minada...., ¡día por noche!
El asistente, descubierto, temeroso, mismo sosteniendo el Cielo, que se le caía por los hombros abajo:
-Señor, acuérdese de que somos paisanos, y no me haga tal cosa, que bien sabe que los dos hemos nacido en una tierra mojada... Yo no resistiría ese trabajo, y usted bien conoce a los míos..., ¡y no le perdonarán el luto que llevarían por mí, de parte suya!
El chico lerdo no era, y defenderse sabía.
-¿Y luego, -se cachondeó Neira, -ya que eres de los de cuello duro, qué trabajo te iría bien, acaso darle a la azada en la huerta de las Palmeras...?
-Don Orlando, no me haga rabiar, que me parece que ya he caído de la burra, que reconozco mi pecado, y le prometo tener más cuidado con la lengua, de aquí en adelante...
-Entonces te mandaré lejos, a Lugo, para que les ayudes a guadañar, a los tuyos, pero también a los de Sarceda... A la vuelta, cosa que sepas, la tendrás que confesar conmigo, sólo conmigo, que ya te diré lo que se puede decir y lo que no... ¡Eso, o te mando a Tiliuin…!
El chico temblaba como una vara verde:
-Pierda cuidado, que de esta he aprendido la lección, pero fue que, como doña Felisa es tan buena conmigo, y tenía tanto interés en saber cosas de doña Manolita, la de Sarceda..., mayormente de cuando ustedes fueron novios..., que a mí me pareció que le hacía un favor, a usted..., chufando la otra!
El teniente prefería situar a los enemigos allende de la frontera, que en parte, o precisamente por eso, le propiciaba aquel permiso:
-Toma esta papela de embarque, y lárgate..., ¡en el primer avión, antes de que me arrepienta y te mande con los de la cocina, a perpetuidad!
-Don Orlando, este papel, así, ya preparado, y con mi nombre..., ¿no será una broma de las suyas?
-De esta vez es un permiso particular, de un mes, porque tienes a tu padre gravísimo, que así contribuyes a los reptiles del Grupo..., ¡pero la próxima, que ya te lo dije, te mando a la huerta, a la cocina o a cavar trincheras y colocar minas! ¡Y que se mejore tu padre…!
-Pero mi padre está bien…, ¡que aún tuve carta suya, ayer!
-El sí, pero tú, no, animal! ¡Quémala, de inmediato…, esa carta! Y por esta vez, libras, pero a la vuelta, las novedades me las das a mí, ¡zopenco!
-¡Que San Ciprián, ese santo que dice el tío Deogracias que fue obispo de los moros, se lo pague!
-¿Pagar? ¿Con qué…? ¡Yo cobro de la Pagaduría…!
-¡No lo sé; con lo que pagan los santos: conservándole el siso y la salud, aquí, en esta tierra de infieles, donde medio cuartel está asirocado! ¡Ay, pero ahora que digo de pagar: no puedo irme, que no tengo para pagar el avión...!
-¿Te gastaste los cuartos con las moras…? ¡Pues, jódete, y aguanta, que ya tienes cara de sifilítico…! ¡Uih, en ese caso, tres años menos de vida, que te los pasarás meando con dolor, y arrimado a las paredes, o a los carballos!
-¿Usted es meigo, o adivina el pensamiento? ¡Siquiera no se lo había dicho a nadie, ni a los compañeros, que fue a escondidas...! La verdad también es que muchos cuartos no traje, que el hijo de un casero…, ¡ya sabe!
El teniente le guiñó un ojo de complicidad para tranquilizar al chico, que se sentía transparente delante del señorito Orlando, que para los conocidos de su comarca era más que ser teniente aquello de ser el Señor de la Casa Grande de la Olga. ¡Mucho más!
-Bien; de esta vez te voy a prestar…, dos mil pesetas, para que llegues en avión a Santiago, pero a la vuelta, ya sabes, ¡íntegros, los dos billetes!, que de paso le hago un favor a tu cura, a ese Deogracias, que así, sin cuartos, no caes en pecado!
El soldado, nada más recoger los billetes, y sin otra despedida, ¡no fuese a arrepentirse el señorito de la Olga!, echó a correr cara a su Compañía, ciertamente para dejar el uniforme, pero le detuvo una orden tronante a sus espaldas:
-¡Alto, firmes!
El soldado se clavó en el suelo, volviendo a convertirse en una vara verde, que bien le notara a su teniente, a su “Señorito”, cierta volubilidad de carácter, pero de esta vez la amonestación fue de conveniencia:
-¿Le bajaste el suministro a mi señora...?
-¡Nada me encargaron, ni usted ni ella!
-En este caso, te lo mando yo. Toma este papel, y anota, ¡antes de echar a correr, o antes de que te tumbe ese sifilazo! ¡Dale esta nota al comandante Aquilino, de mi parte…!
...
La señora, ¡dona Felisa!, igualmente extrañada, tanto por el permiso del asistente como por el volumen de aquel suministro:
-¡Es todo para ustedes, que el teniente me dijo, y no paró, la de cosas que había que traerles del Economato! También me dijo no sé qué de los sabotajes de los moros… No le entendí gran cosa, tan sólo que me dio este papel para dejar la ropa en la Compañía, y que no vuelva en un mes...
…
Por la tarde, a la llegada de la última guagua, Felisa esperaba en el recibidor de su casa, con los brazos en jarras:
-Te faltó tiempo para vengarte, en mí, pero también en el Asistente, que lo mandaste de permiso para que trabaje en su aldea...; ¡quiere decirse, en los prados de esa gata, de esa Manolita!
-¿Felisa, volvemos a las andadas?
-Volviste tú, que encima de que el pobre Emilio cuanto me contó fue ensalzándote, y con aire machista, del éxito que tenías con las ricas de vuestra tierra, en particular con esa “doña Manolita”, de la que está enamorada tu madre...; ¡por lo menos, ella! ¡Bien sabes tú, mala criatura, el miedo que tienen de ir a los destacamentos, pues, asistente que se ausenta, asistente renovado! ¡Encima de ese abuso de tu autoridad, seguro que te dio las gracias!
Orlando, en esta ocasión, seriamente:
-En este caso le guardaré la plaza, si aprende a usar la lengua…, que no cogeré otro, que el Páter va a compartir conmigo uno de los suyos, que tiene tres, pero el secreto no está ahí, que del terrorismo que estamos teniendo, un día de estos pasan al ataque general, que no será por falta de guatanes, que bien de libertad de movimientos les dimos, y ahora conocen nuestros andares, nuestros polvorines, nuestras posiciones defensivas…; todo al detalle, que sólo les falta conseguir armas suficientes, y para eso, con pedírselas a los soviéticos..., ¡y ya no sea a los americanos, con lo que les interesan las Bases que tenían, y que siguen conservando, en la Zona del Marruecos francés!
Felisa lo entendió todo, pero no se atrevió a creer la premonición de su marido, quedándose en lo personal:
-Pues, si te arreglas sin ese chico, ¡mejor que mejor!, que además yo poco trabajo le doy, que bien sabes que no soy del estilo de esa Valeria, que a mí tu asistente no me lava la ropa interior, que no le dejo verla; ¡ni la interior, ni la exterior!
Orlando hizo un gesto de indiferencia, incluso despectivo:
-¡Eres tú la que te acuerdas de ella, de la mujer de Valerio, y eso que se supone que le gusto...!
Felisa, desde su altura de miras no perdonaba detalle:
-¡Es que pongo a remojo tu conciencia, por si acaso, por si abandonas tu propia guardia, la de tu dignidad, e incluso la de tu porvenir como militar profesional…!
-¡Impertinente! ¡Si no fueses tan cateta, comprenderías que las impertinencias son divergentes!
-¡Infiel; moro; más que moro...! Ya te dije que mejor te vas con los de Mizzián, ¡que así puedes tener un harén!
Sin percatarse de ello, en su inercia de celos se estaban acostumbrando a los mandobles recíprocos.
-¿Y tú, que haces aquí, que no estás jugando a la brisca con tu Brigada, en ese Club de los desertores del arado?
-¡Ya quisieras ser respetuoso con la gente de fuera como lo es ese Carlos, y luego que me dijo mi hermana que ahora se pasa el día con Hamido, con el intérprete, que le está enseñando, no sé si árabe o beréber!
La hirió un poco más; tres varas de castigo:
-¿Y tú, para ese Louzao, eres de dentro o de fuera?
Felisa, ya incontinente, con los nervios hechos trizas:
-¡Estúpido, que ni mereces lo que tienes en casa! ¿Por qué no estudias árabe, tú también, y de paso vigilas a ese Louzao, de cerca, a diario...?
Pero Neira, como buen caballero medieval, tenía la coraza a prueba de dardos:
-Aquí no se habla el árabe clásico, ni tampoco ese árabe moderno, ese que enseñan en Egipto, o por la parte del Golfo, sino el bérber, y más concretamente el chelja, o cheeuh, emparentado con el soussi y con el tashelhaït... ¿Lo sabías?
-Mira, tanto me da que me da igual, que yo tengo bastante con saber contar, para entenderlos en el zoco: uahed, yush, tleta, arba, khamsa, setta, sba, tmeniá, tsed, ashra..., ashrin..., tletin..., rbaín..., jamsín..., settin..., sebaín..., tmanín..., tseín..., mía..., ¡y por ahí adelante!
-Más se yo, que con una sola palabra, te mando al nabo de Lugo, Siir!
-¡Seguro que me ofendiste..., pero ya tengo callo!
-¡No tal, que sólo te dije lo que siento, que te pierdas en el desierto, que te rapten los moros, que para entonces bien sé lo que tengo que hacer!
¡Menos mal que Morfeo vino en su ayuda, y se durmieron!
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES