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Calentando Motores

lunes, 28 de noviembre de 2022
Al hacer un análisis somero de cómo funciona la democracia en España, cabe valorar la multitud de situaciones que puede llevar a posiciones enfrentadas. Así, si bien es cierto que el sistema se revalida al garantizar el acceso de cualquier ciudadano al poder, no es menos cierto el mal sabor de boca que deja que un tiranuelo, prepotente, maleducado, bastante ignorante, arrogante y refrendado por apenas una minoría, pueda dirigir una corporación en contra de la ciudadanía, no sólo atendiendo a la expresión política mayoritaria sino incluso malgastando los recursos públicos en fantochadas inaceptables, un desánimo que responde al desconocimiento de las reglas del juego del dirigente público que, confundiendo el tocino con la velocidad, no ahorra desplantes al resto de ediles que no ocupan escaño sino por representar a la ciudadanía.

Hasta aquí la crónica de una lamentable realidad por todos conocida en la que se compromete a la democracia al permitir que, actuando como bisagra, una minoría caciquil imponga su criterio a la mayoría, haciendo uso espurio de los mecanismos del Estado para imponer a todos la mentalidad unicista del borrego, obligado a tragar con la rueda de molino de una anacronía infructuosa para responder a las necesidades del presente y los retos del futuro, por estar más preocupados en un pasado remoto que a nadie le soluciona ya la vida.

Vaya por delante que un partido político o una plataforma ciudadana no son sino una asociación minoritaria de individuos que buscan acceder al poder, no para robar nada, sino para plantear una forma de gestionar las cosas, adaptadas a sus preferencias. La diferencia entre ambas radica en la estabilidad que mantiene la formación política frente a la plataforma, Pero también se constituyen ambas en el canal a través del cual la ciudadanía expresa sus intereses, aspiraciones y voluntad.

Por eso ante la proximidad de la convocatoria de elecciones municipales, los partidos empiezan a desperezarse en busca del voto que lo mantenga o catapulte al poder. Como es tradicional, surgen coincidiendo con estas convocatorias distintas formaciones, hasta entonces desconocidas, dispuestas a batirse el cobre para obtener la papeleta con sus siglas, aun muchas veces con programas improvisados. Baste recordar en la anterior convocatoria la propuesta estrella, y prácticamente única, de abrir un corredor entre Ourense y Allariz.

No obstante, dentro de estas formaciones emergentes, y con el ejemplo de que una bisagra puede aspirar a gestionar el consistorio, surgió el reciente Partido Galego que, avalado por el histórico Xosé Mosquera, hizo la puesta de largo de su formación en la ciudad.

Un partido que se identifica con el centrismo que, lejos de una ideología, constituye una posición para poder negociar acuerdos postelectorales con cualquier formación del arco municipal, buscando acaparar el voto del descontento, escarmentado con la actual corporación, en pos de dar un golpe de efecto dentro de la Diputación Provincial.

La realidad, siempre más lacónica, seguramente lo prive de la mayoría de apoyos al ser un partido de instauración muy reciente, sin embargo, en ese mapa en el que se diluyeron los partidos tradicionales, y el reino de taifas en el que llegó a desembocar el BNG, se ha transitado hacia un bipartidismo en el que es previsible un ayuntamiento tricolor del PP, el PsdG y el BNG, porque por muy violento que sea un desbordamiento, las aguas acaban volviendo siempre a su cauce.

Cierto que en su día Fraga le ganó la partida al BNG a la hora de situar al nacionalismo como una postura que, al invocar a la historia y la tradición, se asienta en una posición conservadora, alejada del entonces marxismo leninismo defendido por el BNG, que buscando el universalismo rechazaba todo nacionalismo. Aún así, quien sabe si quizá la nueva formación liderada por Xosé Mosquera acaba siendo como el disputado voto del señor Cayo.
Mosquera Paans, Miguel
Mosquera Paans, Miguel


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