Medalla de Oro de la Amistad

Susana Rodríguez Gacio, atleta paralímpica de triatlón adaptado, acaba de ganar su quinta medalla de oro en los campeonatos del Mundo celebrados en Abu Dabi. En su palmarés hay otras cuatro medallas. La atleta viguesa, con raíces mindonienses, ha demostrado una vez más la fuerza de la constancia y la fe para marcarse un nuevo hito y ser ejemplo de la lucha contra las vicisitudes adversas de la vida.

Pues bien, habituados como vamos ya a sus éxitos para alegría de cuantos la admiramos, entre ellos mis buenos amigos Ángeles y Jesús R. Oural, resulta gratamente admirable la actitud de Susana cuando ya, en este último campeonato, llegando a la meta exhausta y casi sin fuerzas, recordó a su amiga Ana, hija de los citados amigos, y que acababa de fallecer repentinamente en Valencia dejando tras si a su hijo Pelayo, niño de ocho años; a José, su desconsolado marido; a su hermana también Susana y a unos padres cuya sonrisa añoraremos eternamente.

Pues bien, la laureada atleta, demostrando una grandeza de espíritu encomiable, un sentido de la amistad que no necesita pruebas, una especial sensibilidad para acompañar a los amigos que sufren, y que tantas veces se alegran de sus éxitos, merece, a mi entender, también esa medalla de oro de la amistad que no se cuelga en el cuello si no que queda grabada en el alma.

Alguien debiera, ahora que tantas consideraciones mundanas hay, en reparar en la hazaña de la doctora Susana y en el tremendo dolor del esfuerzo por su amiga, la también doctora en telecomunicaciones e investigadora Ana, a quien la humildad, efecto de la educación familiar, le obligó a esconder los títulos y cuyo óbito deja tanta orfandad, no sólo en la familia, sino en la ciencia, como señalaba el catedrático de la UPV, Vicente E. Boria.

A nuestros ojos, Susana, debe añadir a su palmarés la Medalla de Oro de la Amistad como ha demostrado con tan noble gesto. ¡Qué la vida le sonría siempre, Señora!