Hace unos días el líder del principal partido de la oposición dijo una verdad incuestionable: "Hay que dejar a los muertos en paz y ocuparse de los vivos". Como vivos se refería a las personas que todavía respiran, no al conjunto de bípedos trepadores que se
acercan a las instituciones para forrarse, como dijo aquel prócer valenciano o el hermano de alguna lideresa.
No puedo estar más de acuerdo con esta sublime reflexión del señor Núñez. A los muertos hay que dejarlos en paz de una vez por todas. En paz en su tumba, con una placa que los identifique y donde sus familiares puedan recordarlos y llevarles flores en los aniversarios. Y ocuparse de los vivos, de esas personas que llevan décadas arrastrando por sus vidas la incertidumbre de dónde están los restos de sus padres o abuelos, buscándolos entre las cunetas.
En las tres esculturas que realicé en memoria de civiles asesinados por los golpistas, las quince mujeres de Grazalema (2009), los cien vecinos de la comarca en el Parque de la Memoria de Benamahoma (2010) y los cerca de cien fusilados en Alcalá del Valle (2014), todos asesinados por orden del ilustre señor Queipo, sepultado en el altar mayor de la Macarena de Sevilla, tuve unas experiencias inolvidables al ver y conversar con ancianos que estuvieron esperando más de ochenta años para depositar un ramo de flores y decir una oración, que cada vez que las recuerdo se me humedecen los ojos.
Historias que condicionaron las vidas de tantos españoles. Que robaron no solo la felicidad de tantas y tantas mujeres, sino que también les robaron las lágrimas, ya que ni siquiera pudieron llorar a sus padres, esposos o hijos. Si hasta, como leí en un testimonio, fueron violadas por el asesino de su esposo y se aguantaron calladas para dar de comer a sus hijos. La sociedad española tiene una deuda pendiente con estas personas. A ver si, como dice el señor Núñez, nos ocupamos de los vivos y les restablecemos la memoria y la dignidad a sus descendientes. Y dejamos en paz de una vez a los muertos en sus tumbas.
