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Operación: Cuñada (30)

martes, 08 de noviembre de 2022
...
-Orlando, ahora que desahogaste conmigo, ¡en todos los sentidos!, vayamos al grano: Mañana tendrás que subir al Grupo, y de tenerte allí, tal y como están doblados los servicios, ¡a saber qué futuro te espera! En esta previsión, voy arreglarme un poco para ir al mercado, al Zoco, y de paso aviso a los míos, que así cenamos juntos, aquí mismo, que tú al Club no quieres ir, y en el Casino no los dejan entrar, ¡fuera de las bodas!
-¿No decías que no tienes comida?
-¡Para eso salgo! Y luego que, para gente de baja estofa, como tú nos llamas, con un simple estofado, cena real!
-¡Sólo eso me faltaba, que llenes de subalternos la casa de un oficial! ¡Merde!
Felisa, que en aquella ausencia reflexionara hondamente en la línea de actuación que le convenía seguir para amansar el toro de la Olga, ¡una de cal y otra de arena!
-Tú eres un oficial, por supuesto, pero también eres, de paso, un señorito de eso que dices, ¡de la mierda!, de aquellos de antes, que antes cobraban los quintos, los quintos de las cosechas, y ahora revientan en los quintos, en los otros, en los soldados. ¡Mucho cuello duro, mucho bastón de bambú, pero todo son artimañas, pamplinas, para avasallarnos, para acobardarnos a los demás!
El teniente, después de aquellas humillaciones de Lugo, traía ganas de mandar, pero en esta ocasión recogió velas en espera de que amainase aquel temporal que el mismo se encargara de agitar quebrando las emociones naturales e íntimas de su reencuentro con Felisa.
-No te pases, sargenta, que por lo menos podías contar conmigo..., ¡y veo que ya lo tenías tramado!
-Ellos vienen gustosos para celebrar tu curso, para felicitarte, ¿y tú les vas a recibir con desprecios...? Las estrellas son tuyas, por supuesto, ¡pero maldito si no las merecen mejor que tú!... ¡Señorito de la Olga, que te estoy viendo en la maleta estos pañizuelos de mano, bordados con este escudo..., que es el vuestro, supongo, pero huelen a..., yo diría que a lágrimas de bebé!
Con mal gesto, pero le contestó:
-En efecto, este es nuestro escudo actual, el que tenemos en la fachada del pazo, que me los tenía bordados mi madre, tu suegra; según ella, para que no olvide quien soy, ni de donde procedo... ¿Te gustan?
-¡Menudos son, de seda natural! Yo, de esto de los escudos, ya sabes, ¡cero! Lo que te iba decir es que bien sé que no te va esto de sentarte a la mesa con dos canes de palleiro..., ¿cómo les dices?..., ¡ah, sí, sin pedigree!, pero ellos te estiman, ¡más allá de lo que acaso les mereces! Si hubieses nacido con su pobreza, en otra familia..., ¡ya hablaríamos, ya!
Pero al Neira, ocurrente como todos los señoritos, que no hay señorito sin facundia, le quedaba otro flanco, el de su intimidad pospuesta, aplazada. Ironizó:
-¿Has oído hablar de la intimidad matrimonial...? ¡No, seguro que no, que ese concepto es más amplio que tus nalgas!
-Ya tuvimos una hora de eso..., ¡y si precisas más, después de la cena volveremos a quedar solos, Dios mediante! Rapaz, la vida es convivir, con los de dentro y con los de fuera, por tiempos. Con los de arriba y con los de abajo, y si no, dime: Si no hubiese gente inferior, de esa clase que tú llamas inferior, ¿quién te labraría las tenencias, quien te guadañaría las hierbas, a quien le cobrarías las rentas...?
-Los de la nobleza siempre fuimos sus protectores, o sus comendadores, que sin protección, enzarzada la plebe en luchas tribales, ¿quién puede trabajar?
-¿Luchas? ¡Qué risa me das, maridito, y con esto dicho, me voy, para que me dé tiempo de hacer esas cosas... ¡Cuanto más Ejército, más grandes las guerras! ¿Sí, o no sí?
-.-

...
-¡Hay que ver cómo crecieron estos niños, en tres meses...!
-¡Pues sí, tres meses, que pasaron todo este tiempo aguardando por tus regalos! ¡A ver que les trajo de Madrid su tío Orlando...! ¿No me irás a dejar mal...?
-¡Mecachis con la bruja...! ¡Pues..., olvidé el paquete en el avión, pero eso tiene fácil arreglo: ¿Cuánto os parece que vale este billete?
Al unísono, Miguel y Berta:
-¡Mil! ¡Quinientas pesetas para cada uno...! ¡Gracias!
-¡Qué tíos; ya saben dividir...!
-Orlando, eso es más fácil que sumar...! ¡Tú, como fuiste hijo único...!
-...
-¡De buena te libraste, cuñado!
-¿Por...?
-¡Hombre, por la brisca, que la pusimos de moda en el Club, y las tuvimos rifadas, con capías y todo!
Con un punto de sarcasmo, como era habitual en Orlando cuando hablaba con gente a la que consideraba inferior:
-Esas capías de vuestra baraja a mí me dejan entero; y de vuestras timbas ya estoy informado, que a esta Felisa, como no tiene otras aficiones, la mantienen esas vulgaridades!
Pero Pascual trató de desviar aquellas saetas envenenadas de su cuñado, con las que ya estaba familiarizado:
-Nuestras "timbas" bien distraídas y bien inocentes fueron, que de algún modo hay que calmarse cuando suenan los tambores de la guerra... ¡Fueron inocentes, y sin dinero de por medio, cosa que no suele pasar en tu Casino! Tampoco fueron muchas: Entre servicio y servicio, que ahora, con esas algaradas de los moros, tenemos funciones dobles. ¿Lo sabías...? Las partidas fuertes son las que tenemos con los nativos, sobre todo desde abril, con eso de la interdependencia que les dio Francia... ¡Desde eso, aquí entraron las meigas! La última, de las que sepamos, fue la de ese Oficial del Banco Exterior de España, que salió de colonial con su mujer y su hijo, y en esa recta que hay antes de llegar al cruce de Safí con Marraquex, poco después de Tiznit..., ¡zas! Un camión del Istiqlal, con gente armada y con banderas, que al reconocer el coche le embistieron, ¡en una recta! Tres o cuatro vueltas de campana, la mujer debajo de una rueda, con heridas por todo su cuerpo, y el hijo en la cuneta, etcétera.
-¿Murieron...?
-¡Poco les faltó! Su suerte fue que acertó a pasar por allí un matrimonio francés, que los socorrió, llevándolos para Safí. Ella, Josefina, con abundantes heridas, pero el marido y el niño sólo con mazaduras. ¡Si no fuese por la fortaleza de su coche, un De Soto, de los de 20 H.P., que luego parece un tanque...!
-¿Adrede; contra un civil...?
-¡Por todas las referencias, sin la menor duda! Y para más, nuestras autoridades les impusieron silencio: ¡que no se comente, y que tampoco se contacte con ellos, con los nuestros! Versión oficial: ¡Un simple accidente de circulación!
-¡Eso es muy grave! ¡Por parte de los moros, un crimen; y por la nuestra, una cobardía…, en no socorrerles, en no mandarles, por lo menos, uno de nuestros informadores, uno de nuestros agentes, por si precisaban algo, dinero o lo que fuese!
-¡Para los del país, para todos ellos, todos somos colonizadores, seamos militares o civiles, y por ende, enemigos!
-¿Cómo se supo, entonces, desde aquí?
-Ellos mandaron radios desde Safí, vía París, tanto al Banco como a la Policía, creo, pero ya te digo, cuñado, que el asunto está tapado, ¡con una alfombra de nudo!, que aquí pasaron esa consigna; y los del Banco, lo mismo, ¡obedientes al poder! Alguien dijo en las alturas que era vergonzoso para España que se divulgase semejante atentado, y lo dicho, ¡un tupido velo, o más que un velo, una alfombra!
-¿Vergonzoso? ¡Vergonzoso para ellos, para los atacantes, que en el fondo lo que buscan es invitarnos a una retirada deshonrosa; y de primeras, los directivos del Banco..., para que los militares no cobremos! –Orlando, por esta vez, y sin que sirviese de precedente, quejoso de su Alto Mando.
-¡Hombre, claro, pero los nuestros, estos mandantes de Ifni, a los que Dios me libre de llamarles mangantes, porque..., porque tengo hijos, les dejaron salir, a esos del Banco, digo, por la ruta de siempre, sin ninguna advertencia ni consejo previo, tal que si fuesen cobayas para sus experimentos!
Orlando se resistía a creerlo; todo aquello distaba mucho del pundonor enseñado, estimulado, en Zaragoza, pero..., ¡El Pardo era más importante que Zaragoza; El Pardo era el Olimpo español!
-Estuve en el Ministerio, antes de salir, precisamente con africanistas, y nadie me habló de ese incidente, de ese atentado...
-Cuñado, tú, como viniste en avión, no aprecias las distancias. Madrid está lejos, ¡lejos, y muy arriba! ¡Que te lo digo yo, tu cuñado, un simple sargento!
Pero el archipatriota no admitía fallos, o por lo menos, los disimulaba:
-Si hubiese gravedad, cerebros tiene nuestro Estado Mayor, que nos mandarían refuerzos, armas pesadas, pero también automáticas, y nos darían las pertinentes instrucciones...!
-Los refuerzos ya vinieron..., ¡tú, tú mismo!
Louzao apenas habló en toda la tarde pues, perteneciendo a la Policía, estaba más obligado al secreto profesional; y luego que le notara a Orlando un tic de celos.
-Déjate de mofas, cuñado, que tú, cuando ni cuñado eras, me resultabas un gallego bastante serio. –Orlando, a Pascual, poco menos que ordenándole.
-Cuando mandan las circunstancias, serios lo somos todos en el Ejército, gallegos o castellanos. Pero que te lo confirme este Louzao, que sólo es gallego por parte de uno de sus abuelos. ¿No ves qué cara se le puso? ¡Este ventea la langosta antes de que sople el siroco!
El aludido, a estas alturas del tema, tuvo que salir de su mutismo:
-Bromas son bromas, pero el caso es que en la Policía ya estamos de alertas y de sobresaltos hasta la mismísima teresiana. De los detalles hablaremos en otro momento, que ahora estamos preocupando a la señora de la casa sin mayor motivo, y hoy es el día de sus tornabodas, ¡con tres meses de cuaresma!
Felisa, que también compulsaba la crisis, tanto en las actitudes de los nativos como en su inquietud por aquellos profesionales de la guerra:
-¿Cómo que sin motivo? ¿Y luego, eso que decís...? En días pasados unos y otros nos vimos varias veces, pero me ocultasteis estos secretos; ¡por lo que ahora decís, todos, todo!
-Cuñada, tenías a tu marido ausente, y no era cosa de complicarte la vida, que con saber esto, o lo de más allá, lo único que podías hacer era preocuparte y sufrir. La verdad, Orlando, es que te dejaron rematar el Curso porque alguien opinó que no había que exportar el pánico, pero otros trataron de que vinieses para reforzar Tabel-kuct, que ese era tu destino inicial, aquel que esquivaste tan hábilmente con ese truco del Automovilismo...
El aludido dio un buen cachete en la mesa, como para apachurrar aquel mal recuerdo:
-¡Seguro que fue ese cabrón de Valerio, para tronzarme la especialidad!
Pascual, su cuñado:
-A ciencia cierta, no lo sé, pero es mejor dejarlo así. Lo que te digo es que yo, en tu caso, huiría de su mujer, que está todo corrido que se cela de ti. ¿Lo sabías?
Felisa, al tun-tun, pero algo maliciada:
-Cuando el río suena, ¿eh, Orlando?
Pero Orlando, entre la espada y la pared, hizo por tomarlo a broma para desviar la conversación:
-¡Mi cónyuge, para no perder su costumbre, de una paja hace un pajar! ¿Qué vas a saber tú de cómo suenan los ríos, si el más caudaloso que viste de cerca fue el Támega?
A Felisa le hizo gracia, y se rio:
-¿De ríos...? ¡Anda este, pero si he nacido en Riós, en el país de las aguas!
Orlando, por su parte, igualmente chungón:
-¡Entonces lo mejor será que vayas a verterlas, pero no lo hagas en la cisterna de la lluvia, por si tenemos un asedio de estos morangos! Y de lo otro..., ¡la mujer de Valerio no me sonríe a mí más de lo que a cualquier otro que porte estrellas! ¡Maldita zorra...!
Felisa, ignorante, pero intuyendo algo:
-Lo que es a mí, bien que me enseña los dientes, que siempre está rumiando, ¡y será por algo, digo yo!
Neira, un experto en balística, aplicado que fuera tanto en física como en matemáticas, procuró desviar aquella trayectoria que ya se hacía sospechosa:
-Eso lo hace para que veas que se los pule y cepilla a menudo, y no otra que yo me sé...
-¡Sí, lo hará con una escova, que es como dice mi mäi!
El Sargento López, Pascual, deseoso de sacar a su cuñada de aquella discusión absurda:
-Cuñado, que hoy no es día de rifas. ¿Por qué no jugamos una partida...? ¡Para no hablar de lo que no debemos, o de lo que no sabemos!
-¿A la brisca? De eso nada, que me lo prohíbe el médico..., ¡para tener familia!
-¡Pues no hace tanto que dijiste que eso de las capías del juego te dejaban entero!
Felisa que no, cogiendo la broma a su manera, que ese era asunto suyo, personal e intransferible:
-¡Eh, alto ahí, que también tengo algo que decir al respecto! Tal y como decís que andan las cosas en el Territorio..., que incluso puede haber guerra..., ¿yo, viuda, y con hijos...? ¡Cuando se le acaben las gomas, aquí, al nuevo chofer, que se pase por el veterinario de Caballería, y que le castre!
El teniente se rio, cosa inhabitual suya, aunque sin mucha convicción:
-Esta Felisa, tanto me quiere, que ni de viuda deseará un retrato mío. Pues, en este caso, tendré que hacer testamento, mas, ¿para qué, o para quién...?
López, que todo lo tomaba en serio, como buen sargento:
-Tú, vosotros, o cualquiera de nosotros, todos peligramos, igual estando con la tropa que en nuestras propias casas, que aquí en Sidi Ifni, con las viviendas mixturadas con las de los moros, peligramos todos, y máxime en las noches sin luna, con esta porquería de alumbrado público..., ¡que nos pueden agumiar en un plis-plás, uno por uno! Fijaros en lo que pasó con esos bidones de la gasolina, ahí mismo, en esa playa desembarcadero, que huyeron como ratas después de pegarles fuego...
Carlos, o sabía la verdad, o la conjeturó:
-Es muy posible que los recogiese una lancha rápida, esa que suele pasearse de cuando en vez por esa zona donde está el barco hundido...
Felisa, que no era tan calladita como su hermana, sentenció:
-Para esa lancha había que tener preparados unos reflectores, a lo largo del acantilado..., que algo así tienen en la frontera, en el río Feces, y entonces, tan pronto como estuviesen a tiro, ¡metralla!
A Carlos Louzao, el Brigada de la Policía, que estuviera callado, habitualmente prudente, le pareció oportuno echarle agua al fuego, pero sólo consiguió extender el rescoldo, pues con Neira presente no era fácil acertar:
-Pero, tú, Orlando, ¿cómo le consientes esas lecciones de táctica a tu señora? ¡La tendrían que consultar esos cerebros del Estado Mayor...!
Neira, el impredecible Neira, se revolvió bruscamente, como para saltarle a las solapas del uniforme, pero, afortunadamente, se detuvo, y contuvo su amago:
-¡No sé si tú, Carlos, le enseñarías demasiado a mi mujer, de holgado que pareces estar, que con tantos incidentes en el Territorio no debierais tener tiempo para briscas! ¡La Policía está para evitar, y los Tiradores para eso, para tirar, para rematar..., donde vosotros falléis!
El Policía, a lo suave pero tenso:
-No hace falta enseñarle nada, que bien inteligente es, y tiene ojos en la cara, bien hermosos por cierto, ¡dicho sea con todos mis respetos! La intuición femenina puede llegar a valer más que un curso de Estado Mayor, pero eso será algún día, ¡que algún día habrá mujeres en el Ejército! ¡Segurísimo, tal y como estudian y se preparan las de ahora!
Pero las miras de Orlando eran de cercanías:
-¡En vida de Franco, no, que por tener, incluso tiene un cocinero varón; por cierto, un oficial de la Guardia Civil...!
-...
...
La noche avanzaba, y en los cuarteles se madruga. Ya en la cama, Felisa rezó en acción de gracias por aquel retorno, relativamente pacífico, de su hombre. Podía ser más, podía ser mejor, pero..., ¡la esperanza es lo último que se pierde, o tal dicen!
Orlando, por su parte, se concentró en su propia mística, en aquella pseudomística que le iba minando el cerebro, ¡y no precisamente poco a poco!
¡Manolita, mi amor, mi único y absoluto amor, vente para aquí, conmigo, a mi cama, aunque sólo sea en espíritu! ¡Acuéstate conmigo, que esta gordinflas luego coge el sueño, y después, como la cama es ancha, si me pongo en medio no notará tu presencia! ¡Ven, vuela, que para los espíritus no hay distancias! ¡Te pones de lado, que nada te haré, que te quiero virgen...! Me conformaré con trabar tus manos y nuestras almas, tanto como puedan estarlo los dos átomos de una molécula de oxígeno! Te acariciaré con pureza, sin tocarle a tu himen, que a nosotros nos desposó Dios, virginalmente, desde la cuna, y no ese Capellán de Tiradores..., pues así nos criamos, juntos, dos cuerpos compartiendo un alma, la misma, inconsútil aunque heterogénea!
En definitiva, que ni Orlando propuso ni Felisa propició, así que les sobró aquel tercio de la cama! Precisamente la parte central de aquel espléndido colchón colonial, de crin vegetal para más frescor!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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