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El aterrizaje (1)

jueves, 03 de noviembre de 2022
Cuando uno falta de un lugar siete meses como Antonio, su puesto es ocupado por otro y ya es muy difícil recuperarlo. Lidia lo tuvo más fácil, volvió a trabajar en la administración de la mueblería mientras a él le esperaban reemplazos de guardias en la peores clínicas repartidas por el gran Buenos Aires.

Cómo serían los ambientes, que en una oportunidad un médico que lo tenía que reemplazar llegó temprano y estuvieron charlando un rato. Le contó que se estaba separando, todo el despelote de discusiones, papeles y la guita que salía, así que comentó, "Si me tengo que volver a separar, le pego un tiro. Es verdad flaco, te conviene, es más rápido y más sencillo."

Estuvo unos meses de un lado para otro, llamando, pidiendo, averiguando, hasta que en un hospital donde asistía gratis se enteró que andaban buscando un médico. La dirección quedaba en Floresta y tenía un colectivo directo. En la puerta había una chapa de bronce que tenía un nombre y abajo decía “Grafólogo”. Él se había interesado por la grafología cuando era estudiante, algo sabía.

Lo recibió el titular de un diploma que colgaba en la pared, se interesó por él, y le dio unos consejos que lograron levantarle el ánimo. El diplomado quería trabajar con un médico al lado porque algunos acudían a él por problemas de salud y no quería que lo confundieran. Un terreno pantanoso en que no se hubiera metido si no era por la mishiadura que pasaba.

Los reproches de su jermu por el año perdido lo estaban deprimiendo, necesitaba urgente una salida. Aceptó, compró unos muebles de segunda mano y se instaló en uno de los ambientes, junto al de su nuevo jefe. El sueldo que le ofreció era extremadamente goloso. Iba a ser una salida temporal hasta que pudiera encarrilarse otra vez. Iba a subirse a un tren de conexión.

Tenía que hacer pasar a todos los clientes, que eran un montón, controlar la tensión arterial y hacer una breve ficha. Se llevaba lectura, algún crucigrama y trataba de no implicarse psicologicamente. Tanto el grafólogo como su esposa que llevaba la contabilidad le tomaron aprecio, que él correspondería.

Acudía gente de toda condición social, con problemas de todo tipo, problemas que puede tener cualquier cristiano en un momento de su vida. Y después de una sesión de quince minutos, la enorme mayoría salían con una energía impresionante. Y al día siguiente traía a su pareja o algún familiar, y la cola aumentaba día a día. Antonio tenía que reconocer que gracias a la intuición y unos reflejos de lince, los resultados eran asombrosos. Tenía patentados varios inventos y era completamente desinteresado, por eso los números lo llevaba su mujer.

Su teoría se basaba en las fuerzas positivas y negativas y tenía un particular método para explicar a gente casi analfabeta como funcionaban. Hecha esta demostración, aseguraba que tenía poder para transformar las fuerzas negativas en positivas y repetía la operación, con un resultado espectacular en muchas personas. Era importante el papel de la sala de espera en la terapia, donde los veteranos le transmitían a los debutantes unas experiencias casi mágicas. Entraban receptivos.

Antonio vio a gente muy humilde dar saltos de alegría, a matrimonios angustiados que no podían tener hijos, venir al tiempo a mostrar el bebé adoptado, padres de homosexuales que buscaban la curación del hijo y salían aceptando la realidad. Un político caído en desgracia que no encontraba sitio, un comandante de Aerolíneas que lo trajo la azafata que se movía, porque no se decidía a separarse. Hermanas enemistadas por un cuñado piantado, madres que querían recuperar al hijo engualichado por una chirusita y así, cientos de casos.

No curaba a nadie, obviamente, pero en una o dos visitas le metía una recarga en la batería agotada a personas que no tenían ni recursos materiales ni intelectuales para una psicoterapia.

Hubo escenas que lo enternecieron, como una italiana mayor, que hablaba como su vieja y que le confesó en plan misterioso que un día se rozó con la mano por ahí abajo y le había gustado, y que desde entonces, cuando estaba sola, la daba al dedo. Pero que hacerse la paca le daba vergüenza ¿no sería pecado? El galeno le respondió que todo lo que hiciera ella en su intimidadnunca podía ser pecado. Dios le había dado un cuerpo y sensaciones para disfrutarlo. La obra de Dios jamás puede ser pecaminosa. La mujer se fue tan contenta (había recibido dos tratamientos al precio de uno) que alguna vez que volvió le trajo una bandeja de masas.

Otra vez vino un carpintero joven con una buena estampa de macho. Su reciente esposa lo traía porque no hacía buen uso del serrucho. Solo con él, reconoció que no encontraba el agujero donde meterla. El facultativo agarró un folio y dibujó la ubicación y el camino de acceso. En los tiempos actuales hubiera dado otras indicaciones, que la lujuriosa mujer se depilara totalmente y se pegara unas flechitas fosforescentes que se venden en los chinos.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021).
Montesanto, Andrés
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