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Por los muchos años de ese medio siglo. La importancia de la amistad.

miércoles, 19 de octubre de 2022
Dedicado a todos los amigos del mundo.

Hace pocos días me encontraba paseando por Gáldar, ciudad que ha sabido enamorarme y que visito habitualmente.

Iba acompañado de un buen amigo, mi cuñado Sergio Placeres, que más que amigo y cuñado es un hermano. Habíamos recorrido los últimos kilómetros de la senda jacobea, aquella que, dibujando una ruta sobre el abismo al amparo de la montaña de Guía, permite deambular entre la intensa floración de los guaydiles que visten de blanco la ladera que se descuelga sobre el barranco de la Furnia.

Recordaba el Camino recorrido varias veces este año, un camino jacobeo es cierto, pero también un camino geológico, botánico, faunístico, antropológico, etnográfico.

El barranco de Gáldar, arropando amorosamente la ciudad, facilitaba la entrada a sus calles, a sus barrios, a sus museos. Subimos despacio, disfrutando de cada paso, sintiendo la tierra bajo nuestros pies, transitando sobre un cauce sediento de lluvias invernales, a sabiendas de que el manto verde de las plataneras era un regalo del agua tan necesaria. Sabíamos de cada cuesta que busca el corazón de la ciudad, desvelándonos en su recorrido el camino de los museos, de sus plazas recoletas, de sus parterres, frondosos unos, más humildes otros, generosos ambos. De muros almenados, de cruces y monumentos, de placas conmemorativas y casas señoriales, de homenajes a artistas y de hermanamientos. Cerramos los ojos y nos dejamos llevar por el momento. Atesorábamos fragancias del barranco, sonidos de los pájaros y el viento, el tacto fresco y frío del agua discurriendo por una cantonera o por un canal de riego y el tacto amable de un drago o una palmera, imágenes icónicas que siempre anhelo. Trasportábamos, en la mochila emocional de cada uno, recuerdos visuales de un paisaje eterno.

Nada necesitábamos ahora, si acaso, el ansiado encuentro con la plaza de Santiago y con su calle, con la fuerza artística del escultor Juan Borges y con la grandiosidad de su templo.

Noble piedra canaria que, fiel a una promesa, levantó un sueño y allí arriba, desafiante al viento, señorea la plaza el señor Santiago, para el artista galdense que le dio forma, el apóstol del océano.

-¡Perdámonos un poco por estas calles, en busca del silencio! -propuso mi cuñado Sergio. -Pero antes visitemos el drago centenario, el gigante eterno.

Y así gozamos de un patio donde se expande la vida, planta y cielo, la siempre verde y el azul eterno. Trescientos años contemplo de orgullo, respeto y tiempo. Respiro entonces su aire, admiro su porte sereno y sus raíces acaricio agradeciendo su tenaz anclaje al suelo. Luego, tras los pasos de Sergio, los dos callados y en absoluto silencio, abandonamos su predio.

Los pasos desde la plaza nos llevan, por un lateral del templo, a encontrar callejeando un escondido refugio de recuerdos jacobeos.

Y allí, una vez dentro, entre caminos y anécdotas, leyendas y senderos, nos alegraron el alma dos espíritus isleños. Y supimos del Camino norte, del portugués y otros no menos importantes, pero más pequeños. Hablamos de la afluencia del clásico francés y del que no le iba a la zaga, La Vía de la Plata, el extremeño.

Y fue entonces cuando uno de ellos, más peregrino isleño, acercándose a nosotros con estudiado celo, nos mostró un librito que a su modo de entender, era la joya más valiosa de aquel temporal museo.

Reconocí al instante aquel tesoro escrito: - "Camino de Santiago en Gran Canaria", rezaba su título y así lo manifiesto.

Y una multitud de recuerdos y vivencias, emociones y deseos afloraron a mi mente, llenándola de sentimientos.

Su autor, mi amigo del alma, su elaboración, un encuentro. Vivencias de muchas semanas, de meses y años enteros.

Y a su lado se encontraba, dedicada al jacobeo, otra publicación querida, trabajada con esmero. Era el libro del Ventayga, pues con V lo registró el soldado y cronista amanuense Antonio Cedeño o Sedeño. Y releí la frase entera pues el nemeth era el sueño, un sueño de roque sagrado, de menceyes y guerreros.

Entonces le dije a Sergio:
"Por los muchos años
de ese medio siglo
que hemos andado juntos
entre "nemeth" de piedra y agua.
Atlántica felicidad te desea
tu amigo".

- ¿Y eso? -preguntó extrañado.
- Un catorce de noviembre como hoy, la dedicatoria de un buen amigo. Este domingo hace un quinquenio.

Como muchos cumpleaños, me regalaba un sueño, un sueño en forma de libro, una aventura, un silencio porque al pasar de las páginas de aquellos nemeth gallegos rememoraba momentos de Fisterra y Corrubedo, de San Andrés de Teixido buscando el mito que no ha muerto y así, lugar tras lugar, As Catedrales, Viveiro, Mondoñedo y su admirado don Álvaro Cunqueiro, y entre magos y meigas, queimadas y botafumeiros, muchos caminos hicimos, muchas cosas sucedieron.

El Camino de la vida si algo nos enseña es eso: disfrutar de cada instante, de cada instante terreno, vivirlo como si fuera el último, el siguiente, no sabemos, pues el más allá si existe, si hay algo más que recuerdos, amigo espérame en el Camino, aquí está tu compañero, si la eternidad es vida, habrá muchos Jubileos.

Recuerdo que en la excelente exposición preparada por la "Asociación Peregrinos por Santiago" -desde estas sentidas líneas les envío un afectuoso y entrañable abrazo a todos y el profundo agradecimiento a tan inmerecido agasajo-, todo fue una satisfacción permanente, un placer continuo. Los libros, los amigos, las vivencias, los compañeros, los recuerdos. Nos despedimos, más por la hora de cierre de la exposición que por las ganas.

Sergio y yo salimos y regresamos al barranco donde habíamos aparcado el coche. Sin palabras, ambos sabíamos que uno de los tesoros más importantes para el ser humano, uno de los pilares esenciales de esa felicidad pretendida, se encuentra en la sincera amistad, en el encuentro con el amigo, en ese tiempo que junto a él vuela, en esas ilusiones reveladas, en los sueños compartidos, en la confianza y el cariño que se logra con el tiempo, en el deseo -tratándose de futuro, siempre hipotético-, de un nuevo encuentro.

Ahora, este catorce de noviembre de 2021, mi sesenta y cinco cumpleaños, fiel al amigo José Luis González Ruano y a mis principios, releo una dádiva literaria, una rareza titulada "Los nemeth galaicos".

En su primera página, sus palabras manuscritas me recuerdan que siempre seguirá ahí, en el corazón y en el recuerdo.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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