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En San Froilán

viernes, 14 de octubre de 2022
Ya dice el refrán que cada cual habla de la feria según le va en ella. Cada uno de nosotros hablará de nuestras fiestas según las viva. Y cada año serán comentarios diferentes porque no se pueden repetir las fiestas, cada vez son únicas, irrepetibles.

Estamos de vuelta del verano, en octubre. Un mes bondadoso en clima en el que las mañanas y los atardeceres pueden ser frescos, pero con un sol muy agradable al mediodía. A no ser que llueva y desbarate todo, que también puede ser. Pero si no cae agua, los días son bonitos aunque se nota el otoño que avanza. Aún quedan tres buenas ferias de este tiempo, San Froilán, San Lucas y Santos. Todas llegan inexorables, sin faltar a su cita con todos nosotros. Nuestra ciudad se dispone a recibir a San Froilán (la fiesta), como se merece. Un reclamo para que todos nos echemos a la calle a festejarla.
En San Froilán
Antes, estrenábamos ropa, nos vestíamos de invierno y en las casas había gente de la aldea, que venía a pasar las fiestas, ir al médico y comprarse algo. La ciudad estaba llena de inmigrantes aldeanos que habían venido buscando mejoras. En fiestas, se acercaban los que habían quedado en la aldea a ver el progreso de los suyos.

Ferias y fiestas de San Froilán, decían los carteles anunciadores. Recuerdo, siendo niño, ver concursos y ferias de ganado. Tengo en la memoria imágenes de bueyes grandes desfilando con sus propietarios por delante del Concello, pero tal vez sea mi imaginación que agranda las magnitudes. Recuerdo como si fuese ayer los diferentes sitios en los que se pusieron las barracas, desde Santo Domingo, pasando por el Campo del Castillo, el Campo de la Feria, el Parque Rosalía de Castro, hasta llegar a la ubicación actual. Siempre rodeadas de la polémica generada por un vecindario molesto por los ruidos generados. La tómbola de los jamones siempre me pareció tremenda, con su cajón sorpresa por visera, que se sorteaba a las 10 de la noche y a veces con contenido comestible. Creo ver aún barracas destinadas a meter miedo, otras con espejos deformantes y muchos más. Casetas de tiro con escopetas de perdigones y serpentinas que había que romper o conejitos que corrían y era preciso tirar para conseguir premio. Las Montañas Rusas me atraían y atemorizaban. La Carrera de Motos marcaba el centro de todo el festejo.

¿Qué pensaba el niño de ojos maravillados? ¿Qué sentiría aquel anciano tímido entre tanto gentío? Todos mezclados viviendo la fiesta. Añoro a Barriga Verde, diciendo verdades como puños y soltando suaves críticas a lo más superficial. Recuerdo la Suerte del Pajarito, en plan de predecir lo que siempre se desea. A mis ojos de niño siempre le impresionaron los Gigantes y Cabezudos en sus dianas y alboradas. Fue bonita la batalla de flores, una actividad efímera, así como las fiestas en los barrios, cuando cada día se dedicaba a uno de ellos. Todo aquello terminó. Hay cosas nuevas.

¿Qué contaremos cada uno de nosotros de cómo han sido las fiestas? ¿Qué dirá quien acudió al reclamo de Lugo, hondo reclamo? También dependerá de nuestras expectativas, si se han cumplido o no. Para eso, las edades tienen mucho que decir y es diferente lo que espera un niño de lo que espera su abuelo. Pero todos, cada uno con su afán, hemos formado parte del reguero humano que, por Bispo Aguirre, fue hasta el ferial por ver qué había en él, por recordar otros tiempos, tal vez por añorarlos.

Como ritual final, insustituible, está el pulpo. Una llamada que nadie puede ignorar. Para mí, es la gran singularidad de nuestro San Froilán nacida de la ancestral costumbre de juntarse para comer. En Navidad, con la familia, pero en San Froilán, con los amigos, o los compañeros de trabajo, o los de la promoción. Con los que sea, nos juntamos a derrochar cordialidad, que en estos días la hay para todos. Conozco casos de personas que, habiéndose ido de Lugo, vuelven en esos días "por tomar el pulpo con los de siempre". Ese es el ambiente que hemos sabido crear en estas fiestas. Que dure.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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