Finales y comienzos

No es escritor el que quiere escribir,
es escritor el que no puede contener lo que va a escribir.
Henry Miller

Un día se cansa. Se cansa de necedades, incongruencias, tiempos perdidos, esperas, angustias. Entonces, se va.

Sale en busca de tilos florecidos en diciembre capaces de perfumar una avenida en el verano; de tordos, atreviéndose a semillas cercanas a sus pies. Reencuentra la consistencia fría, inolvidable, de esas piedras grises que le saben hablar en silencio.

Recorre buhardillas atestadas de muebles antiguos, de libros, de recuerdos.

A veces -como un relámpago- visualiza azul y cristalino lloviendo de algún jacarandá cuya imagen parece seguirla.

Vive noches estrelladas que podrían ser las de Van Gogh, exuberancias dignas de Gauguin. Amanece junto al río o en el bullicio de las tabernas de Toulouse.

Comienzos y finales suelen parecerse. No lo sabía.

Por eso, tampoco imaginó que las palabras pudieran encontrarla insistiendo en el regreso; creyó que la habían abandonado para siempre. Ahora, ávidas de madurez, sabrán esperar con paciencia antes de ser escritas, absorbiendo tiempo como las frutas el sol. Se pregunta si logrará hacerlo. Al menos, intentará situarse en el punto de partida.

Cuando vuelve, sólo halla libros. Muchos. De autores excelentes, de los otros, conocidos, no tanto, olvidables. Inolvidables.

Entonces, elige uno. Se instala en su mejor sillón y comienza a leer.