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París (1971)

jueves, 13 de octubre de 2022
Cuando había terminado el curso y aprobado la tesina, el intrépido becario decidió salir a conocer mundo. Con una buena provisión de mapas y folletos conseguidos en las embajadas y en la asociación de estudiantes, una mañana a comienzo de junio dejaron Madrid y empezaron la aventura europea poniendo rumbo hacia París.

El primer día llegaron a Burgos, un vino en un mesón invitados por el último chofer, una mirada a la imponente catedral, una pieza barata en el centro y al día siguiente retomaron el viaje.

Llegaron a la frontera de Irún después de recorrer el País Vasco, disfrutando del paisaje. Pararon en una pensión a la orilla de la ruta. Como en Francia viajaban en coches y frecuentemente por autopistas, en un par de días llegaron a Paris. ¡París! Tantas veces soñado y comentado con su amigo Pablo... Claro, no eran las circunstancias ideales, pero estaba ahí.

La visita a Notre Dame, el paseo por la orilla del Sena, la mirada al Louvre (de afuera), la torre Eifel (de abajo)... todo recorrido con estricta y austera economía. Una sola vez entraron a un café, quizá por petición de Lidia que se moría de sed, y pidieron una limonada (un vaso de agua con unas gotas de limón). Los francos que con pena abandonaron el bolsillo de Antonio los lloró como a un amigo que se va para siempre.

El turista argentino llevaba un bolso algo incómodo porque le ocupaba siempre una mano, razón por la cual buscó hasta conseguir uno con forma cúbica, dentro de su nulo presupuesto, al que le adaptó unas soguitas y así lo podía llevar a la espalda. Es llamativo que Louis Vuitton no le copiara el modelo de este original bolso versión manos libres. Aunque muchos años después se venderían unas mochilas urbanas inspiradas seguramente en este singular equipaje.

En la caminata por el centro él pudo usar esos meaderos en las veredas que tanto comentaban los viajeros.Vistos de arriba tenían forma de S, permitiendo que dos tipos evacuaran sus vejigas al mismo tiempo mientras comentaban los goles del último partido. Eran especiales para diagnosticar una hematuria o una coluria en algún paseante con hepatitis. Lidia intentó usar el baño en una estación de subte, donde cobraban según lo que uno fuera a hacer: Unameada de varón valía un montón de céntimos, una de mujer o echar un sorete en un inodoro con puerta, el triple. Eran jóvenes y sus esfínteres ante un cartel amenazante como el de aquel baño, se cerraban como culo de muñeco.

Fueron a una oficina cerca de La Sorbone, una asociación de estudiantes, donde vendían unos pasajes para Londres a muy buen precio. Tren hasta Calais, cruce del Canal en ferry hasta Dover y tren hasta el centro de Londres. La papa.

En la capital inglesa, luego de unas certeras averiguaciones, cayeron en un bed and brekfast muy lindo, en una casa típica con medio sótano y media escalera a la planta baja, con un florde desayuno (huevos fritos, arvejas, bacon, jugo de naranja, etc) servido por dos gallegas (de Galicia) que se alegraron de poder hablar en su lengua.

En un lindo día de sol contemplaron el cambio de guardia, se hicieron la típica foto con el Big Ben de fondo, caminaron por el centro, por la plaza de Picadilly que Antonio habría visto en la portada de algún famoso LP (long play de vinilo, con varios temas por lado, en 33 revoluciones por minuto). El inglés aprendido en el secundario le permitió sobrevivir.

La vuelta al continente fue más entretenida. Tren hasta Ramsgate, Hovercraft hasta Ostende, en Bélgica, y tren hasta el centro de Bruselas. Cuando llegaron al puerto, el susodicho Hovercraft o aeroscafo era un aparato de origen militar ideal para desembarcos. Al ponerse en movimiento se inflaba una especie depollera de goma que teníaalrededor y, flotando sobre un colchón de aire, era impulsado por dos hélices como enormes ventiladores que tenía en a la popa. Al subir corrieron a sentarse en las butacas delanteras, frente a unas ventanas que prometían buenas vistas. La salida fue emocionante. Como el mar estaba picado y el aparato flotaba sobre la superficie, empezó a dar saltitos, cada vez mas fuertes, y comprendieron porque el resto de los pasajeros buscaba los asientos traseros, la parte mas pesada y estable del la cosa esa. Las amplias ventanas se llenaron de gotas y se acabó el entretenimiento. Cuando ya tenían las dos manos dentro de la boca sujetándose los dientes y listas para atajar un próximo vómito, llegaron a Bélgica.

Después de una breve escala y pernocte en Bruselas, siguieron hacia Amsterdan. Esta ciudad los fascinó. Lidia salió de su pasividad y expresó algunos gestos de asombro y admiración. O bien le costaba exteriorizar emociones o directamente no las tenía. Hay que reconocer que la chica tampoco se quejó nunca de las situaciones extremas a que la obligaba su marido.

La recorrieron para arriba y para abajo y se animaron a llegar hasta dos pueblitos de pescadores encantadores y muy turísticos ya por aquellos años, Marken y Volendam. Ahí comprobó el becario con sus propios ojos la leyenda tantas veces oída, el lechero entraba a una casa (no cerraban con llave), dejaba unas botellas de leche en la heladera y salía con otras vacías.

También ahí vio en una esquina una especie de bandeja metálica con diarios y una alcancía al lado. No podía quitarse de la cabeza lo que durarían los diarios, la alcancía y la bandeja en su barrio de Buenos Aires. (...Continuará...)

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021).
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