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La vuelta (Madrid, 1971)

jueves, 29 de septiembre de 2022
Volvieron a España bastante rápido. El último tramo los levantó una pareja de franchutes que los llevaron hasta Madrid y les preguntaron por un hotel barato en el centro. No eran los únicos viajeros gasoleros que hacían esa pregunta. Así que los llevaron a una pensión junto a la Plaza Mayor, donde se quedaron las dos parejas, y por la noche salieron juntos a probar unas tapas. Las habitaciones en esos sencillos establecimientos no tenían baño privado. Un baño común al fondo del pasillo satisfacía las necesidades de todos los huéspedes. Lo que si tenían a veces era una pileta dentro del cuarto, muy útil y práctica para alguna emergencia nocturna, acentuada después de una cerveza.

En Madrid en ese mes de julio hacía un de calor insoportable y la ciudad estaba casi vacía, con muy poco tráfico. Fueron a confirmar el pasaje. Con los dólares que había conservado en el forro de la tapa del libro y unas pesetas que le mandó su querido suegro (el buen hombre no tenía otra opción si quería recuperar a su única hija) y después de una intensa investigación, Antonio había reservado dos pasajes a Buenos Aires haciéndose sociode una organización católica de estudiantes (OCASEI), que organizaba un vuelo charter para repatriar a un montón de estudiantes sudamericanos al final del año lectivo. Terminado el trámite contó las pesetas que quedaban ganadas como encuestador y se marcharon unos días a la playa.

Según el mapa, lo más cerca era Valencia. Ahí aparecieron, averiguaron por una playa cercana y los mandaron a El Perelló. Después de preguntar en varias siompesv y no encontrar nada que se ajustara al presupuesto en vía de extinción, el inquieto viajero vio un camping cerca de la playa y tuvo la genial idea de personarse. Les alquilaron por pocos mangos una carpa estructural amplia, con ventanas con mosquiteras y equipada con sillones, una mesa y dos colchonetas inflables. Un palacio.

Además tenía un pequeño supermercado anexo, así que disfrutaron unos días de relax, buena comida, mar y playa. Un merecido descanso al final de un largo y movido recorrido.

De vuelta en Madrid, rescataron la valija de la consigna y al día siguiente partieron para Barajas. Era la primera vez que iban a viajar en avión. Subieron ansiosos al Boeing 707 de Lan Chile y cuando a la hora de estar volando apareció la azafata con un carrito, el pelotudo que completaba el trío de asientos, dándosela de entendido, comentó:
Che, ojo que la comida hay que pagarla.

¡Que julepe le dio al protagonista de esta historia! Si lo daban vuelta podía ser que cayera una moneda de veinticinco pesetas con la cara del "Generalísimo por la gracia de Dios", único resto que le quedaba al sufrido viajero al final de la aventura europea. ¡Y no habían llevado nada para comer!, creyendo en la inclusión del morfi en el precio del pasaje. Estuvo unos minutos mirando angustiado el apoya cabeza del asiento de adelante, viendo por donde podía empezar a morderlo, hasta que la azafata estuvo junto a él y les alcanzó dos bandejitas:
¿Cuánto hay que pagar?
Nada. Está incluido.

Y así llegaron al aeropuerto de Ezeiza, donde los esperaban los suegros y el amigo del coche americano. La reinserción después de tan larga ausencia iba a ser muy dolorosa.Los dulces recuerdos fueron borrados por la angustia del desempleo y el reproche permanente de Lidia,
Perdimos un año de nuestra vida...

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena", 2021.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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