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Obras civiles de Ortigueira en el siglo XIX (3)

martes, 27 de septiembre de 2022
El cementerio de Requeixo

Durante algunos siglos, la iglesia y el cementerio de Ortigueira estuvieron emplazados al pie del monte en que se levantaba su castillo, en el lugar conocido como O Ponto. Tras la desamortización, el templo parroquial fue trasladado al antiguo convento de los dominicos en 1848, permaneciendo en el lugar original únicamente el cementerio. No obstante, unos años más tarde, en 1874, el ecónomo de la parroquia de Santa Marta puso en conocimiento del ayuntamiento que el terreno que quedaba disponible en el cementerios e estaba agotando para el "enterramiento de adultos y párvulos" (1), por Obras civiles de Ortigueira en el siglo XIX (3)lo que hacía necesario ensancharlo, algo que, según decía, era de "suma trascendencia, por no poderse verificar exhumaciones de cadáveres sin haber transcurrido determinado periodo de tiempo" (2). Ante esta petición, la corporación acordó nombrar una comisión compuesta por tres concejales y párroco, que se encargaría de reconocer el cementerio y de estudiar las posibilidades que ofrecía.

Pero no será hasta 1879 cuando la corporación decida crear un nuevo camposanto, y ello no fue debido únicamente, según decía, a su insuficiencia de terreno, sino también a que se había producido un desprendimiento "de una parte de su muralla" (3), lo que volvió muy urgente la necesidad de solucionar el problema. Para ello, lo primero que formalizó fue una cuestación pública voluntaria entre los habitantes de Ortigueira en la que, además de participar "un considerable número de vecinos y residentes" (4), también lo hicieron algunos emigrantes. A la par de la recaudación, se constituyó una "Junta directiva para allegar recursos y llevar a cabo la construcción del indicado Cementerio" (5). Esta estuvo presidida por el párroco, quien se ocupó de la adquisición del terreno, la contratación de los planos y la subasta de las obras de la muralla de la nueva necrópolis.

Para la compra del terreno se tuvieron en cuenta las condiciones económicas y las facilidades para llevar a cabo su construcción, pero también, la salubridad e higiene que este requería. El solar encontrado que cumplía los criterios, se encontraba "a un extremo y a elevación bastante considerable de la población, a su espalda, con alguna inclinación al Norte, alguna pendiente oreada por los vientos reinantes del Norte, Noroeste y Sur, los miasmas y emanaciones cadavéricas sobre la población, las dispararán y alejarán de ella por la situación tan apropósito: es además todo aquel terreno seco, compuesto de tierra vegetal y bastante profundidad sin que en todo el radio se observen puentes, ríos, lavaderos ni depósitos de agua que pudieran ser obstáculo para su construcción" (6).

La subasta de las obras se celebró el 26 de septiembre de 1880 y estas comenzaron poco después, de acuerdo con el pliego de las condiciones facultativas estipuladas para el proyecto de un cementerio católico de Santa Marta de Ortigueira. De los numerosos datos incluidos en este documento solo extraeremos unos pocos relativos al personal contratado y a los materiales. Respecto a los operarios, podemos decir que en él intervinieron peones, canteros, mamposteros, herreros e, incluso, marineros y mujeres. Sus salarios fueron desde las 0,75 pesetas que cobraron los peones menores hasta las 2,50 de los canteros y mamposteros, pasando por las 1,5 pesetas que percibieron los peones de cantero, las 1,75 pesetas de los marineros o las 2,25 pesetas que se le abonaron al herrero. Las mujeres recibieron 1 peseta por cada jornada. A estos salarios, el constructor les tenía que añadir los costes de los transportes por tierra y mar de los materiales que iba a utilizar, así como ajuste de un carro de una yunta de bueyes con conductor, que subía a 5 pesetas por día, y de una lancha, que ascendía 12 pesetas, aunque esta debía ir a buscar material a las minas de San Ciprián, cada viaje le valdría 150 pesetas.

Otras anotaciones recogidas en el pliego hacen referencia a las localidades de donde se traerían parte de los materiales, entre las que estaban San Ciprián, para el granito para la sillería, o Asturias y Bilbao para la cal. En el caso del hierro y de una parte de las maderas, se encargarían en Ferrol, y el resto se compraría en Mugardos.

La obra concluyó a finales de abril de 1882, gracias, no solo al dinero aportado por el pueblo y sus emigrantes sino también a algún dinero procedentes de fondos municipales recaudados de las "funciones y bailes dados en el Teatro de este Ayto.", aunque con la salvedad de que este dinero público no debería sobrepasar los dos mil quinientos reales (7). Aquel mismo año, el cementerio fue habilitado por el obispado de la diócesis para la realización de la "la inhumación de los cadáveres que fallezcan en el seno de la iglesia" (8). Esta autorización supuso, a su vez, que el alcalde se comprometiera a encargarse de "la conservación, ornamento y decoro de tan sagrado lugar" (9), aunque, para ello, la junta parroquial debería compensar al Ayuntamiento con "la suma de quince pesetas por cada entierro de primera clase, siete y media por cada uno de segunda y una y media por los de tercer libre de todo gasto y reservándose la Corporación el derecho de construir y beneficiar nichos" (10).

Para la entrada camposanto se elaboró un portalón de hierro que fue forjado por el maestro de obras Ricardo Cao (11), y cuyo coste, junto con algunas reparaciones de última hora en el cementerio, le supusieron al Ayuntamiento un desembolso de 15.500 pesetas, una parte de las cuales fueron abonadas con cargo a la venta de los nichos a los particulares. El diseño de la sillería y mampostería de la fachada fue obra del ebanista Andrés Román Martínez, y su ejecución le fue encargada al contratista José García Gómez, que contó con un presupuesto de 1.260 pesetas.

Desde el principio, el reparto del terreno entre los solicitantes de parcelas fue bastante desigual. Un hecho que se puede observar con claridad a la entrada de la necrópolis, dondesusdos primeros panteones poseen unas dimensiones muy superiores a las del resto. El primero de ellos se encuentra situado frente a la puerta de acceso y pertenece a Fidel Villasuso Espiñeira, uno de los mayores donantes para la construcción del cementerio (12), algo que tuvo muy en cuenta el consistorio a la hora de asignarle la parcela desiete metros cuadrados que le requirió (13). Con su solicitud, Villasuso también le había entregado sus planes de obra (14), en los que incluía la posibilidad de edificar un mausoleo de mármol con varias representaciones. No obstante, al aprobarle su petición y las reformas que le propuso tanto para el obelisco como para la puerta del monumento, el consistorio le advirtió de que estas no deberían ser "contrarias a la religión Católica y a la moral universal" (15). El mausoleo, sin embargo, está decorado con diversas representaciones y símbolos masónicos, lo que nos viene a decir que o bien las autoridades no eran conocedoras de ellos o bien hicieron la vista gorda por tratarse de uno de sus personajes más acaudalados.

Otro emigrante ortegano en Cuba que le pidió "la cesión a perpetuidad del terreno suficiente para la construcción de un panteón" (16) fue Vicente Acea Pérez (17), que también acompañó su instancia con un plano en el que señalaba el lugar del cementerio municipal en donde lo colocaría y en el que ya se encontraban "las cenizas de su señora madre Dª Francisca" (18). Otros casos de grandes nichos fueron los de Antonio Guerreiro, Domingo Monés, José María Armada Soto o Antonio Soto, que le pidieron al consistorio la cesión a perpetuidad de las parcelas que ya tenían ocupadas por un precio de cincuenta y una pesetas por metro cuadrado.

Sin embargo, muchos otros solicitantes no pagaron nada por sus nichos al ser poseedores de otros en el antiguo de O Ponto. Una situación en la que se encontraban los hermanos Manuel y Jesús Dávila Rivadeneira o José María Teijeiro Soto. En su caso, le habían advertido al consistorio de que les debería ceder "un terreno igual al adquirido en el viejo de esta población de la junta parroquial" (19) para poder trasladar a allí los restos de sus familiares.

Fuera de estas casuísticas particulares, el ayuntamiento estableció unos precios fijos para las nuevas concesiones, que, inicialmente, fueron de 110 pesetas para los nichos de primera clase, es decir, los que se hallaban en la parte superior de los panteones; de 100 pesetas para los de 2ª clase, los situados en el medio, y de 70 pesetas para los de 3ª, los situados en la parte inferior del panteón.

Esta distribución tan discrecional hizo que, en marzo de 1890, la corporación acordara prohibir estas construcciones sin una orden previa de la Alcaldía, y que los que las hicieran tendrían que pagarlas. Una idea, que seis años más tarde matizaría, afirmando que esta negligencia se había debido a que "creyendo que nunca se vería totalmente ocupado, se ha tolerado y consentido, por los alcaldes de aquellos tiempos, la construcción de nichos en la tierra" (20). También aquel año, el Ayuntamiento le había pedido al gobernador eclesiástico de la diócesis que le cediese el terreno del cementerio viejo para construir en él "una calle o un camino, u otras obras que sirvan de utilidad y ornato a la población" (21). Para compensar su enajenación, la corporación se comprometió a realizar por su cuenta el "traslado de todas las cenizas o restos mortales existentes en dicho cementerio viejo" (22). No obstante, en el caso de que la cesión no se llevara a efecto, el Ayuntamiento le encargaría a un albañil que lo cerrara para ponerlo después bajo la custodia de las personas que designar a la junta eclesiástica.

La autorización del gobernador civil para el traslado de los restos llegó al ayuntamiento dos años más tarde, concretamente en octubre de 1892. Sin embargo, la corporación decidió que, antes de hacerlo, dejaría para pasaran "los calores reinantes y se refresque la atmósfera con algunas lluvias del Otoño". Para cumplirlo, convocó una subasta pública, cuyo coste decidió prorratearlo entre los vecinos de Ortigueira y de Luama. Sin embargo, una vez que la decisión se hizo pública, recibió algunas quejas que le llevaron a replantear su acuerdo, aclarando que este no era "justo ni equitativo para los vecinos de esta villa y Luama [...] toda vez que el terreno en que aquel se halla, ha de quedar a beneficio del Ayuntamiento" (23), por lo que, finalmente, optó por ejecutarlo a cuenta de sus fondos.

Por otra parte, el alcalde le encomendó a su secretario la responsabilidad de llevar un libro de registro de las sepulturas o nichos que se fueran abriendo, "así como de los nichos que están construidos al aire, procediéndose a su numeración y a designar los que se hallan ocupados y por quienes a fin de que se haga la cobranza del estipendio que se esté adeudando por ellos" (24). Y, unos años más tarde, acordó rellenar los hoyos de los nichos cavados en el cementerio de O Ponto, y "arreglar el espacio que ocupaba para paseo" (25).

NOTAS:
1. Acta de la sesión ordinaria del 16 de febrero de 1874.
2. Ídem.
3. Acta de la sesión ordinaria del 4 de diciembre de 1881.
4. Se refiere a que en ella también participaron algunos vecinos que se hallaban emigrados en Cuba.
5. Acta de la sesión ordinaria del 4 de diciembre de 1881.
6. Certificado emitido por el licenciado en Medicina y Cirugía, Enrique Caula y Abad, de la sesión celebrada por la Junta nombrada para la construcción de un nuevo cementerio en la Villa de Ortigueira. Ortigueira, 1880.
7. Acta de la sesión ordinaria del 7 de mayo de 1882.
8. En todo caso, debería decir “las personas que fallezcan”, ya que los cadáveres son cuerpos inertes de personas fallecidas.
9. Acta de la sesión ordinaria del 7 de mayo de 1882.
10. Ídem.
11. Acta de la sesión ordinaria del 16 de marzo de 1885.
12. En el momento de su adquisición, tanto él como el hacendado Manuel Blanco Ramos, entregaron 2.500 pesetas a la junta directiva. En el caso de este último, el dinero se utilizó, principalmente, en reparar el techo de la iglesia parroquial.
13. En el acta de la sesión ordinaria del 11 de septiembre de 1887 se estableció que su situación era la de “la esquina del primer cuartel de la derecha entrando dando frente al espacio o plaza que hay después de la capilla y uno de sus ángulos a la calle central”.
14. Al estar residiendo en La Habana (Cuba), estos fueron presentados en el Ayuntamiento de Ortigueira por su amigo Antonio López Canto.
15. Sobre el panteón reposa un obelisco y su propio busto. Acta de la sesión ordinaria del 11 de septiembre de 1887.
16. Acta de la sesión ordinaria del 6 de noviembre de 1892.
17. Vicente Acea Pérez falleció sin descendencia, por lo que dejó sus bienes a una fundación creada con su nombre. Su primer presidente fue el párroco de Ortigueira Faustino García González, conocido en el pueblo por el Cura Grande, por su gran altura. Sus fondos se dedicaron al sostenimiento de las actividades de las escuelas y de los alumnos más necesitados o más meritorios de las escuelas nacionales y municipales de Ortigueira. En 1941, la fundación poseía un capital de 22.402,29 pesetas (BOE, del 14 de febrero de 1947), y, en la actualidad, todavía está registrada en el listado de fundaciones adscritas al protectorado de la Consellería de Educación, Universidad y Formación Profesional de la Xunta de Galicia.
18. Acta de la sesión ordinaria del 6 de noviembre de 1892.
19. Acta de la sesión ordinaria del 1 de noviembre de 1891.
20. Acta de la sesión supletoria del 25 de febrero de 1896.
21. Acta de la sesión ordinaria del 23 de marzo de 1890.
22. Ídem.
23. Acta de la sesión ordinaria del 13 de enero de 1896.
24. Acta de la sesión ordinaria del 23 de marzo de 1890.
25. Acta de la sesión ordinaria del 10 de mayo de 1896.
Suárez Sandomingo, José Manuel
Suárez Sandomingo, José Manuel


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