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Pensando

jueves, 18 de agosto de 2022
Estoy con mi mujer en la terraza de mi casa, ella lee y yo miro el mar. No hago nada, bebo un sorbo de cerveza y pienso. Aunque no sé si lo que hago puede contravenir alguna ordenanza municipal, nacional o comunitaria. Si tanto se persigue, posiblemente sea una actividad peligrosa para la salud.

Pienso, que si se me ocurriera cruzar la Castellana en hora de máximo tráfico y lejos de los semáforos, seguro que, si llego entero, un policía municipal me coge de las pestañas, y me lleva ante un juez. Este no perderá tiempo en preguntarme qué he sentido, si fue lo más emocionante que hice en la vida, cómo aguanté sin intentar el cruce tanto tiempo debido la pandemia, o si llevaré a mis hijos la próxima vez. Me meterá un paquete inolvidable. Y si me llegara a atropellar un coche, deberé esperar pacientemente a que llegue una ambulancia.

Sin embargo, en Pamplona se junta un millón de personas para ver a un montón de tíos hacer algo parecido, eso sí, todos muy monos vestidos de blanco. Corren delante de una manada (no, manada son los de dos patas), de un grupo de bravos toros. Y no los detienen ningún policía ni los interroga ningún juez. Al contrario, los periodistas se pelean por conocer sus sensaciones, si el temor era mayor antes que llegaran los animales o cuando se resbalaron y les pasaron por arriba. Y, sonrientes, triunfantes, son tratados como héroes, modernos gladiadores que mantienen el espectáculo del circo.

Y eso no es nada, todas las televisiones del mundo cuentan la cantidad de heridos, como si fueran los goles del equipo vencedor. Más heridos, más emocionante todo. Cien sanitarios están preparados para curarles las pupas al instante, no como en los hospitales, que si llegas a la urgencia desangrándote, quizás tengas que esperar un rato. A veces comentan alegremente que no hay heridos por los cuernos, aunque algún adolescente pierda un dedo. Y no aparece ningún sindicalista que reclame una investigación para dilucidar la responsabilidad de la patronal en el suceso.

Además, toda la carrera es captada por decenas de cámaras, centímetro a centímetro. Pero en ningún canal vi el festejo de la tarde, en la plaza de toros, donde los animales comentados y elogiados en la mañana se enfrentan sin cámaras a un torero, con el resultado que ya sabemos. Posiblemente, con tanto despliegue por la mañana, por la tarde se quedan sin baterías para las cámaras.

Pienso, que si me aparezco por el centro de Málaga con el torso al aire, seguramente un policía municipal me regale una buena multa. Sin embargo en Madrid, casi otro millón de personas (o eso dicen), se juntaron para ver desfilar a otras personas con escasas vestimentas, festejando el orgullo de desafiar lo que hasta ahora la ciencia había establecido, que todos los seres vivos de este planeta se dividen en dos sexos. Eso sí, sin aclarar con quien cada uno puede pasar la noche o entretenerse durante el día. Se decía que eso correspondía a la esfera privada de cada individuo, aunque ahora se festeje pregonarlo desde una carroza. Posiblemente los científicos estaban equivocados, o ellos vienen de otro planeta. Y la llamada esfera privada fue derogada por decreto ley, vaya uno a saber.

Pienso, que si se me ocurre entrar en una catedral y salir corriendo con una estatua, alguien me cogerá del fundillo y me llevará delante de una autoridad que vaya a saber con que me saldrá. Nada bueno, seguro. Pero todos los años, otro millón de personas se apelotonan en un pequeña aldea de Huelva, después de recorrer durante una semana media Andalucía en carretas, bailando, bebiendo y... cantando, para saltar una reja y afanarse una pequeña talla de madera (bueno, una cabecita tallada en la punta de un palo, rícamente vestido), y como no tienen la llave de la cerradura, pasan a la Blanca Paloma (así la llaman) por lo alto de la reja. Episodio transmitido por la televisión como si de un gran premio se tratara.

Pienso, que si entro a un supermercado y empiezo a tirarles tomates a los otros clientes, el segurata me cogerá de los pelos de la barba, que son los únicos que me quedan en la cabeza, y me explicará, hostias mediante, que eso está muy mal. De nada servirá decirle que en un pueblo de Valencia se reúnen más de veinte mil personas para arrojarse un montón de toneladas de tomates, y que eso es una fiesta cultural protegida.

Pienso, que yo me quejaba por la cantidad de minutos que dedicaban todos los telediarios al fútbol, incluidas las sesudas reflexiones de algunos jugadores, donde con acertadas palabras explicaban que no se habían desempeñado bien, perdiendo el partido. Nunca escuche que les daba igual, total, se embolsaban los millones como si hubieran ganado. Pues ahora, dos tazas. El fútbol femenino está reclamando cada vez más espacio y dicen que es un progreso. Yo creía a las mujeres más inteligentes porque siempre fueron escasas entre los espectadores, y no perdían el tiempo jaleando a millonarios de pantalones cortos.

Pienso que se nos acabó la cerveza y tendré que reponer. Y espero que mi mujer no pueda leer mis pensamientos, sino repetirá otra vez:
- La esclerosis cerebral se te está notando cada vez más. Deberías tomar las pastillas que te recetaron.

Andrés Montesanto. Aspirante a conseguir una plaza en el Pabellón de Salud Mental de las Hermanitas de los Pobres de Málaga.
Montesanto, Andrés
Montesanto, Andrés


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