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Operación: Cuñada (20)

martes, 30 de agosto de 2022
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La entente Felisa-Orlando, a pesares de que corrían los meses en aquella monotonía de Ifni, que es igual a decir, con lentitud, no acababa de afianzarse. Oscilando entre el Club y el Casino, el suyo era un equilibrio inestable, con la evocación, con los recuerdos avivados por la correspondencia de doña Marisa, que de cuando en vez soltaba algún punto; por carta..., ¡y no precisamente de sutura! El fantasma de aquella Manolita de Sarceda les llegaba, se reproducía, con el olor, con el perfume, de las cartas paceñas, cual siroco, removiendo, malogrando el cuajo de un matrimonio confirmado, sacramentado, por el Páter Pumariño, nada menos que en la iglesia de Santa Cruz de Ifni; un Cura ambulante que, ora a pie, ora en un todo terreno, igual misaba que confesaba en las trincheras que en los altos riscos, en pleno siroco o azotado por una plaga de langostas.
Operación: Cuñada (20)
El Páter Pumariño confesando en el campo.

Sigamos, pues, -y siempre por telepatía-, husmeando en aquellas sesiones que se fueron, ¿enderezando?, ¿torciendo?, ¿convergiendo?, ¿divergiendo?, en aquel ambiente típicamente colonial del discurrir ifneño:
-Felisiña, creo que te voy dar una satisfacción...
-¡Encantada si la satisfacción es buena! ¿Sí o no sí, señorito de las precisiones?
-¡Son dos! La primera es que tu suegra no nos escribió esta semana, así que nos ahorró una desavenencia, otra. La segunda, que invité a comer, para este domingo, al cuñado de aquel Jiménez... Tú avisa a los tuyos, y vete sacando esa vajilla de doce, la que tenemos sin estrenar!
Refunfuñó un poco, y lo hizo por las dos cosas: A las indirectas de su suegra, tan habituales en ella, ya se había acostumbrado, acomodado, considerándolas un aspecto natural, patrimonial, que no todo iba a ser positivo en aquella herencia clasista a la que se había adherido por su enamoramiento con aquel coheredero de una clase indisoluble, que lo superaba todo, y que a todo sobrevivía: monarquía, primera república, monarquía, dictablanda, segunda república, guerra y dictadura...; y luego que no era lo suyo celebrar fiestas, y menos hacerlas posibles:
-Invitar es fácil, pero, yo, ¿de dónde saco el tiempo, el tiempo y los pertrechos, con lo que escasean aquí las cosas finas desde que hay dificultades para traer los víveres de esa que fue Zona francesa?
Jugó con ella, con sus preocupaciones:
-¡Mujer, que tienes un marido providencia...! ¿Quieres besos? ¡Besos te doy! ¿Quieres danza? ¡Danza te doy..., a poco que te insinúes!
-¡Ya vino el señorito vicioso! ¡Para ti, maniobras o nada! Pues, como se le hinchen los morros al vecino, a ese Sultán devuelto por los franceses de su destierro, de..., de...
-¡De Madagascar!
-¡Eso! Te soy una burra, que por tal me sigues teniendo, pero si hay guerra ya podéis ir pensando en traer aviones, y carros, y cañones, como hacen los americanos en las películas, que vuestro paso ligero sólo sirve para desfilar. Eso sí, hace bonito..., ¡menos cuando desfilan los viejos, los panzudos!
-¡Nuestro Estado Mayor proveerá; y además tenemos al Caudillo, que es la mismísima Providencia hecha carne! Pero nosotros, aquí y ahora, a lo nuestro: Ya le he dado una nota al asistente para que nos suministre, arriba, en el Economato; pero hay más, que un enchufado mío, hijo o sobrino de uno de mis caseros, no lo sé exactamente, nos trajo un saco de provisiones...
-¿Un saco; en el avión?
-¡No te rías! Del pellejo de una cabra hicieron una especie de odre, para que no se le estropeasen las cosas, y me dijo que lo trae lleno de botillos, chorizos, quesos, manteca... Está a llegar, que me prometió que tan pronto baje del Grupo pasará con un taxi por Iberia para que se lo entreguen, que viene facturado.
Felisa echó mano de sus filosofías, que era su principal herencia:
-Está visto que la generosidad, el agradecimiento, sólo se conserva en las aldeas... ¡Ay, si ese Riós estuviese más cerca, más cerca y mejor comunicado, Dios, cuantas cosas me mandaría mi mäe, así tuviese que pasarlas de noche por una frontera de urces!
El Economato de Tiradores puso el resto; ¡de todo, y a sobrar! La Intendencia militar, la Logística, desde aquellas experiencias napoleónicas nunca se privó de nada, ¡por lo menos, de munición de boca! Está demostrado, por ser público y notorio, que el gran negocio de medio siglo XX fueron los suministros al Ejército, a cualquiera de los tres, desde los garbanzos a la cohetería! En la otra mitad, el lucro también tuvo relación con los Ejércitos: reconstruir lo deteriorado por las bombas!
-Pues, a falta de mäe, ahí enfrente tienes al Manolo del Casino... ¡Que te prepare todo aquello que para ti resulte difícil, tal que asar un lacón!
Felisa le echó una mirada fija, demorada, entre agradecida y censurante.
-No me cabe duda de que lo mejor de los militares, y ya no digamos de los palaciegos, es que sabéis vivir como..., como lo que sois, dioses!
-Anda, brutita de siempre, no blasfemes; ni contra Dios ni contra mí, que ahora eres la dueña y señora de un teniente, así que, no escupas al Cielo!
...
-Aquí los tienes, Felisa, chicos y grandes, que te los fui buscar al Club para que no se demorasen en venir... ¿Trajeron esa comanda, ese encargo, del Casino? ¿Lo reclamo...?
-¡Si que lo trajeron, ellos, ellos mismos! Lo está cortando el asistente, en la cocina, que le dije que aguardase por ti, por si le mandas hacer alguna cosa! ¡Habla con él, si algo le quieres, pero lo que es por mí, que se vaya!
Felisa, después de besar a los niños, encantados y encantadores ellos, que los trataban en casa de su tía como lo que eran, ¡ángeles!
-¿Así que usted es el cuñado de aquel Jiménez...? De vista ya le conocía..., de verle en el Club!
-...
-¡Pero no tiene acento andaluz...!
-No; es que no soy exactamente andaluz. He nacido en Madrid, pero nos sorprendió la Guerra en Sevilla, de donde era nuestra madre. Casualmente, en julio del 36 nos llevaron para que conociésemos a la familia..., que mejor sería decir, para que nos conociesen ellos!
-¿Entonces, su padre...?
El asistente se iba en aquel momento, con un bocadillo entre manos. Y el teniente, que gozaba corrigiendo a Felisa, la interrumpió:
-Mujer, no seas preguntona...; y además atiende al asistente que te está diciendo si quieres algo...! Bien sabes cuánto me gusta la puntualidad en la comida..., ¡así que, cada cosa en su sitio, y a su tiempo! ¿Pasamos al comedor...?
Pero Felisa tenía más ganas de hablar que de comer, fuese con quien fuese, que pasaba los días en solitario, ¡de ilustre fregona!
-Señor Louzao, siéntese donde quiera, que no hay mucho para escoger, que la casa es chica..., en tanto no nos dan un pabellón, que dicen que escasean..., y no me extraña, con tanta cuñada, con tanto casamiento! Y luego que, estando en familia, aquí no se precisan requilorios... Como dice la copla de Ourense, ¡todos somos afiladores..., todos somos de por allá!
-Señora, si me lo permite, que también la sé, pero déjeme modificarle una línea: ¡Aquí, todos somos de por Alá...! ¡Eso, de Dios, que los moros están en el otro barrio...!
-¿En el otro...? Y luego, ¿cuándo vino Santiago...? ¡No lo sabía! ¡Este marido, de las cosas del cuartel, nada me cuenta, nunca! - Felisa, siempre inefable.
Louzao se volvió de grana:
-¡Perdón! Quise decir, en el barrio moruno, del barranco para allá... ¡Disculpen!
Alguno les entendió y otros no, pero se rieron todos, aunque sólo fuese por contagio.
-¡Felisa...! –Orlando volvía a actuar de corregidor. -Entiendo que Carlos se refirió al barrio del Zoco viejo, de la parte de allá de ese barranco por el que baja la carretera que va a Tiradores...; pero tú sólo le conoces de lejos, que varias veces me tienes dicho que te da miedo meterte por esas calles...
El aludido, Carlos Louzao, quiso volver al surco de las formalidades:
-De lo de mi padre...; señora, casualmente afilador nunca fue, pero de la tierra de ellos, de Nogueira de Ramuín sí que procedo, y no casualmente, eso no, puesto que allí nació y se crio; digo, mi padre. Mi abuelo era de Toques, cerca de Melide, que de esa parte arranca el apellido Louzao; fue Secretario del Concello de Ramuín, donde casó con la hija de un albeite...
La señora de la casa, después de darles entretenimiento a los chicos, a los sobrinos, para que no les entorpeciesen, a ella y a su hermana, en la disposición de los manjares, comentó:
-¡Mucha gente tiene España, y menos mal que andamos ciscados, que si llegan a meterse en cada pueblo todos los que de allí salimos...! Más es, que, por si fuésemos pocos, adoptamos a los moros, ¡y como no nos llegaban los de Tetuán, bajamos a por más, a este Ifni..., y al Sáhara! Lo malo del presente, según yo lo entiendo, es que, con estas colonias, en vez de quitarles la plata, como hicimos con los de América, para aquí la traemos, nosotros, de la nuestra, ¡que hay que ver lo que llevamos metido en esta hucha sin fondo, empezando por aquello del Rif, que me dijo Orlando que esos montes del Norte, esos que se veían desde el avión, le costaron a España miles de muertos, los más de ellos, gallegos, que los nuestros no tenían con que pagar aquellas cuotas..., para librarse de África!
Orlando, siempre al quite, ni con los suboficiales quería que su mujer mostrase aquella incultura, para el tan ramplona y anárquica.
-Felisa, que de eso entendemos los hombres..., ¡así que, déjanos la palabra! ¿Quieres? A ver, Carlos, ya que empezaste, cuéntanos algo de tu vida, siquiera sea para conocernos mejor.
-Pues..., mi historia es una novela corta, de las pequeñitas: Mi padre murió en Madrid, donde consiguiera una plaza de electricista en el Palacio Real. Aconsejado, al parecer, por algún amigo de la antigua Guardia Real, se refugiaron en el Cuartel de la Montaña, que fue una auto encerrona, por demás estúpida, en lugar de echarse a la calle, tal y como hizo el cuentista de Queipo de Llano en Sevilla, que la tomó con tres camiones y nueve legionarios! Después de eso, con la pensioncita que le reconoció Franco a mi madre, seguimos malviviendo en Sevilla, por años. Por mi parte, cuando me cansé de los reenganches de la Legión, fui destinado a Ourense, que para entonces ya era sargento efectivo, y llevé conmigo a Rocío, pues ya falleciera nuestra madre. Por Ourense apareció, ni sé cómo, el tal Jiménez, que me dejó sin hermana, ¡así que, otra vez solo! En tal momento me dije que, para hacer vida de eremita, ¡a Nogueira de Ramuín, a la casita del abuelo, o para Ifni, a la Policía Indígena! ¡Y aquí me tienen, para servirles!
En esto intervino Neira, haciendo de anfitrión amable y ocurrente:
-Mira, Felisa, lo que es la vida: Este Carlos siempre anduvo alrededor de los cuarteles, pero más bien por dentro. Las cuñadas, en todo Marruecos, siempre estuvisteis por fuera, de ronda exterior. Pero la diferencia principal está en que el, ¡más recio que la Montaña del Príncipe Pío!, no se dejó conquistar. Aquí donde le ves es más valiente que tu marido, pues yo me rendí a las primeras escaramuzas del enemigo, ¡a las tuyas!
Aunque de gusto dudoso, Carlos no le tomó a mal aquella gracia del teniente.
-No se puede hacer caso de la fama pues, como dicen en Ourense, el agua la lleva el Sil, ¡y no por eso se libra de caer en el Miño! Nuestra suerte, la de los suboficiales célibes, ¡de poder llamarle así!, pienso que estriba en que, con tantas estrellas concursando en este zoco de doña Celestina..., poco campo nos dejan! Mire, y no me lo tenga en consideración, pero el caso fue que, con su casamiento..., una rosa menos!
-¡Quedan muchas, que bien las veo en Misa, a cual más colorada! Y luego que esos aviones de Iberia las suministran a diario... ¡A diario, no, rectifico, pero lo que es semanalmente, sí! ¡Lo malo de las rosas es que suelen tener espinas...! –Apuntó Orlando, claramente subjetivo y mordaz.
Pascual, por no quedarse mudo, ya que le estaban monopolizando la conversación:
-Si me permitís una opinión neutral: ¡Las que van quedando son más bien el rastrojo, higos chumbos con pinchos, desecho de tienta, como dicen en Madrid!
La señora de la casa, que por muy ocupada que estuviese ayudándoles a los sobrinos en su mal comer, tenía saliva atrasada, de meses:
-Carlos, de mí no te quejes, que yo no tuve culpa, que bien veces me viste en el Club, con los míos, ¡y ni palabra, fuese en gallego o en castellano! Estaría de Dios que me llevase Orlando en vista de que los otros no os atrevisteis, o que..., ¡que no os servía, vaya!
El marido, viéndose aludido, aprovechó aquella ocasión para hacer demagogia:
-¡Bien, Felisa, bien! Dale tuteo a este recastado, a este gallego-andaluz, tan altivo que ni para ti miró. Aquí, en esta mesa, no hay tenientes; ¡ni tenientes, ni brigadas, ni sargentos, que sólo hay parientes, paisanos y amigos, tal que en la Cena del Señor!
-¡Gracias, teniente, por su amabilidad; y esperemos que tampoco haya Judas...! Además, como se dice en la Legión, ¡Amigos de vinos, amigos divinos! Por cierto, que este dicho, así, vulgarizado, igual viene de aquello de Aristóteles, aunque mal interpretado: ¡Amicus Plato, sed magis amica veritas!
El de Academia, con sincero asombro:
-¡Chico, qué erudición! Explícale a Felisa eso de Platón, no vaya a pensar que le estás chufando este plato de lacón... Pero, ¿ese latín...?
-Son circunstancias, que el curso 35/36 lo pasé en el Seminario, digamos que, por semi-libre, que es como entonces se estudiaba. Mi familia, la paterna, como gallegos enxebres, sólo le daban categoría al Derecho, que al parecer lo reservaban en Galicia para los morgados, para los primogénitos de Casa Grande. ¡De segundas, la sotana! ¡Invariablemente!
-Creo que omites la milicia... –Apuntó Pascual, tímidamente, que para algo era el de menor categoría en aquel momento.
-¡Eso era para los ricos, para los especialmente ricos, tal que aquí el señor Neira, que para los demás, chuscos, chuscos en el cuartel, o codelos en el Seminario!
Inusitadamente, aquel Neira no quiso entrar en aquella alusión a los poderosos, desviando la conversación cara a la problemática territorial, por aquellas fechas efervescente, ¡o camino de eso!
-Hablando de todo un poco, Carlos: desde esa atalaya que es la Policía Indígena, o Territorial, según queramos, ¿qué? ¿Atacan, resistimos, negociamos, nos vamos o nos quedamos...? Mi opinión, sin que salga de esta mesa, es que en el Pardo deben estar bien seguros de sus ataduras, de estas fidelidades agarenas, que ya veis que no nos envían refuerzos, ¡ni refuerzos ni armas automáticas, y menos de las de largo alcance! En canto al Servicio Secreto, el nuestro ni es Servicio ni es Secreto puesto que no sabemos árabe, ni siquiera Chelja, ni leemos su Al Qurán, del que apenas se hicieron traducciones al castellano... ¡Mal que nos pese, somos unos colonizadores de capa y espada, tal que aquellos del siglo XVI!
Carlos, bajando la voz, aunque no hacía falta, que aquellos santitos, Miguel y Berta, de momento, como dicen los italianos, de estos temas no capiscaban:
-Para mí, desde mi altura, que poco pasa de la del betún, nuestro principal error está en esa protección que les damos a los guatanes, a esos terroristas que tenemos todo por aquí a medio tiempo, encubiertos como profesores coránicos, y todo eso con un motivo personal, ¡para joder a la Francia del De Gaulle!
En aquella precisión Orlando no comulgaba:
-¡Más nos llevan fornicado los gabachos, que siempre lo hicieron por la retaguardia! Acordaros de Pavía, su propagación de la Leyenda Negra, aquello de Napoleón... ¡Y todo eso sin remontarnos a Carlo Magno! Menos mal que en aquella ocasión nuestro Bernardo, aquel del Carpio, un buen día, con la gente que traía, les gritó: "¡Venid a por ella!". –Y siguió declamando la Canción de Roldán, dándose de ilustrado: -... desde entonces suena en los valles, y resuena en las montañas, ¡Mala la hubisteis, franceses, en esa de Roncesvalles!
Arrancó aplausos, cosa fácil de obtener por aquellos tempos, tanto en familia como en público, dolidos que estábamos de que Francia desterrase al Sultán de Marruecos, ¡sin la venia de España, que era tanto como decir, sin el plácet de nuestro Caudillo y Señor! Calmados los ánimos, Carlos, aquel brigada de la Policía, de metidos en política, se permitió opinar al respecto:
-Esto tiene dos peligros, ¡o más, que acaso no se los vea el que suscribe! Ad intra, que es un mal ejemplo el de esos guatanes, quiero decir, para los cuatro levantiscos, para los cuatro mamones de nuestro Presupuesto, que se impacientan, sea porque ya se tienen por ricos, sea porque esperan milagros de su malik... ¡Si, de ese Rey, de ese Sultán retornado, y por ende, exaltado, convertido en héroe de la resistencia, un auténtico mártir, tanto en lo político como en lo religioso! En cuanto a lo otro, que le voy llamar meteorológico, se trata de que, aquel que siembra vientos, tarde o temprano recogerá tempestades. En España aún tenemos Pirineos, pero aquí el Atlas queda al Este, así que mal nos puede proteger de los embates Norte-Sur. Con Portugal es fácil de entenderse, que en definitiva se trata de la Gallaecia Sur, gallegos que reconquistaron hasta el mismísimo Algarbe, y nos permutaron Septa, y llegamos a un acuerdo en Tordesillas para la delimitación de América, etcétera, etcétera. Las desavenencias con Francia, no sólo tienen pasado sino que pueden prolongarse en el futuro; es cierto que tenemos la barrera pirenaica, pero no lo es menos que existe un país vasco-francés, que siempre fue conflictivo... A mí, personalmente, y de presente, lo que más me preocupa son esas guarniciones del interior, esos fortines mal armados, mal construidos y peor comunicados, ¡cuatro adobes, cuatro fusiles, cuatro sacos de patatas…!, que si aparece por allí otro Abdelkrim, tal que de noche..., ¡los entierra, y simplemente con cuatro escobas!
El hidalgo, más teórico, y menos pragmático; absolutamente confiado en la fidelidad de los caseros que trabajan para su pazo, que seguían mentalizados en aquellas devociones, en aquellas adhesiones, de la España medieval:
-Tenemos los hilos del telégrafo, ¡con su terminal en nuestro Estado Mayor!
-Esos postes son como..., -mirando para los pequeños, -como los dientes primerizos de los niños, ¡que se extraen con la lengua! Que no, don Orlando, que alguien deberá pegar un grito de alerta, ¡un grito tal, que lo oigan en Madrid! Mas, ¿quién soy yo, ni siquiera para opinar? Claro que lo digo porque me siento en confianza, en la mesa de unos amigos...
Neira le animó:
-.-
Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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